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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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Solo podíamos terminar así el 2013: demoliendo

Un año como éste sólo podía terminar de una manera.

Ayer recibí una llamada para aceptarme un presupuesto. De un proyecto. Del proyecto de la demolición de un edificio.

Me parece tan alegórico a tenor del año que hemos tenido que casi estoy por no escribir ni una linea más hasta el 2014. Ya recordaba ayer mismo este diario que los visados habían caido un 24% y van ya siete años consecutivos de descensos. Para mayor alegría de los hijos de padre desconocido que se alegran de que el sector esté por los suelos y pregonan las enormes cantidades de dinero que hemos ganado (¿¿¿???) cuando sí que teníamos trabajo, no solo bajan los visados de la obra nueva, sino que las reformas, ampliaciones y rehabilitaciones descienden también en el número de visados, empeñándose en llevar la contraria a esa voz en off que pregona en noticieros y emisoras desde hace veinte años (que yo recuerde), que el futuro del sector está en la rehabilitación.

Pero cuidado, no despidamos a este simpático y juguetón 2013 que hemos dejado envejecer, maldeciéndolo con ira. Seguimos vivos, boqueando en la superficie del agua mientras unos pocos peces gordos disfrutan allá abajo en las profundidades de alguna sima o una poltrona de un banco. Y eso es motivo de alegría. Al fin y al cabo, a Di Caprio se le veía mejor cuando corría desesperado por los pasillos del Titanic que poco después, cuando  la Winslet le colmaba de amor pero no le dejaba ni un centímetro del puto tablón salvador. Y si en este final del año el agua está fría y no tenemos tablón al que asirnos, el 2014 puede que incluso sea menos cálido.

Escena de la pelicula Titanic (Paramount Pictures)
Escena de la pelicula Titanic (Paramount Pictures)

Yo, que soy de natural protestón y me gusta un golpe en la mesa más que una mayoría absoluta al presidente de mi comunidad de vecinos, -¿o era un país?- voy a empezar el año piqueta en mano, derribando, demoliendo, golpeando y apretando los dientes y mirando adelante, no vaya a ser que a base de tanto quejarnos no veamos algo bueno que nos pase por los ojos.
Por ejemplo una demolición.

Buen año 2014.

Nota del arquitectador: Es la última nota del 2013 y como cada año quiero terminarlo con la misma frase: cuidado, que eso son los cuartos.

 

Las típicas anécdotas de obra (IV)

Pensaríais que ya había terminado con el anecdotario. Ay pequeñuelos, ¡cuán errados estáis!

En la obra no se mea

Ya os he hablado en alguna ocasión de dos fenómenos que he tenido la ocasión de ver en las obras: el primero es la afición de todo trabajador de una obra sin importar el grado y la condición a acercarse a los pilares con la aviesa intención de orinarlos, quizá por ver si crecen con semejante aporte de nutrientes o al menos para que estén suaves gracias a la urea. El segundo es de una compañera que tuve de ayudante mía en una obra. La muchacha, rubita con ojos azules gustaba de dirigirse a los operarios con la voz de Malamadre.
Un día ambos fenomenos se aliaron para ofrecerme una de las escenas más rocambolescas que he podido presenciar. El mismisimo Benny Hill hubiese disfrutado viendo a mi rubicunda compañera dar vueltas dando voces alrededor de un pilar tras un operario que -miembro en mano- intentaba por todos los medios terminar la faena sin ser observado o amputado, pues en aquel momento ninguno sabíamos de las intenciones de la fierecilla en cuestión. Ese día yo supe que no podría volver a reir tanto y el operario que jamás hay que miccionar fuera de los servicios de la obra, que haberlos los había.

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La potencia del círculo
Sucedió que mientras estábamos un grupo de técnicos en una visita de obra, el arquitecto director, un anciano venerable, catedrático y muy considerado en la profesión se paró de repente en el patio central del edificio, una suerte de claustro circular de más de 30 metros de diámetro y de repente, mirando hacia el cielo abierto, espetó con tono de admiración:

-«¡… la potencia del circulo!»

Todos a su alrededor, que andábamos preocupados por temas mucho más mundanos, por ejemplo como terminar aquel círculo que no acababa de estar definido y que nos estaba volviendo locos, soltamos un gruñido de aprobación y bajamos la cabeza no fuera que nos fuese a preguntar si entendíamos lo que decía.

Desde entonces, no hubo día que no pasase por aquel patio sin recordar aquella frase. Años despues volvía por allí y observé unas cuantas fisuras consecuencia de aquellas indefiniciones pertinaces que no terminaban nunca de aclararse. No pude sino ponerme en el centro de aquel patio y gritar:

¡Me cago en el círculo!

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Las vacaciones son sagradas

Mi segundo jefe era un tipo peculiar. Justo cuando entraba en modo paternalista y bajabas la guardia te metía un sablazo o te hacía un desplante. Tardabas tiempo en acostumbrarte. Un día me dijo:

-Miguel, en esta empresa las vacaciones son sagradas – y cuando yo ya estaba pensando en irme, remató- ¡No las toca ni Dios!

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Los toros y la construcción

El mismo individuo, que solo venía a la obra a que le diéramos el parte o a que un peón le lavase el coche -era el año 1991, las cosas han cambiado mucho afortunadamente- un día al final de la obra se presentó y me preguntó si tenía chatarra. Entonces la chatarra que se iba acumulando durante toda la obra, fundamentalmente en la fase de estructura en la que hay muchos despuntes de acero, se vendía a un chatarrero y con lo que sacábamos se hacía una comida para el personal. Yo guardaba aquellos montones de ferralla oxidada como la virtud de mi hermana.

Pues sí, tenemos bastante, hemos guardado hasta el último despunte- dije muy orgulloso de ser tan precavido.

-Estupendo, mañana mando un camión que lo vamos a vender para comprar las entradas de los toros de San Isidro.

Huelga decir que en mis obras ya nunca más había chatarra, eso sí, nadie sabe cómo al final hacíamos una comida en la que nadie ponía un duro. Faltaría más.

Nota del arquitectador: Lo que más me molestó fue que lo gastaran en entradas para el absurdo y cruel espectáculo de los toros, imagen ancestral de un país que parece resistirse a avanzar en los derechos de los animales.

Mohawks. Los indios que carecían de vértigo y construían rascacielos ¿o no?

Soy un escéptico, no por naturaleza, sino por los años vividos. Lo soy de una forma constante, cansina, pertinaz y a ratos patológica. Esto me lleva a dudar de todo lo que oigo y en la mayoría de las ocasiones hasta de lo que leo, sobre todo en estos tiempos que corren en los que gracias a Internet, hasta un tipo como yo puede ir escribiendo por ahí  libremente.

El caso es que ayer, mientras observaba una foto que una compañera de profesión (gracias Carmen) colgaba en facebook sobre unos operarios que caminaban sobre las vigas de un edificio en construcción de la Gran Vía de Madrid a primeros del siglo pasado, recordé las veces que había oído hablar sobre la tribu india que carecía de vértigo por una cuestión genética, y cuyos individuos fueron en su mayoría trabajadores de los grandes rascacielos de Nueva York. La cosa, desde mi incrédulo espíritu, siempre me sonó a chino más que a indio y anduve paseando por la red a ver si encontraba alguna fuente fiable, que pudiera confirmarlo. Lo cierto es que solo he encontrado algunos blogs en los que se menciona el asunto y de manera un tanto pasajera, y un libro de Eric Darton en el que cuenta la historia y la da por cierta, hablando incluso sobre como estos indios se comunicaban de un edificio a otro con señales de humo, lo que me despierta aún más dudas.

Siempre me he preguntado si lo hicieron para la foto o lo hacían a diario.

Sin embargo, según me cuentan amigos cercanos, existen algunas etnias en lugares del planeta a las que determinadas dolencias no afectan o lo hacen con una incidencia estadísticamente muy inferior al resto de la población, y aunque no se conocen las causas exactas, la realidad se rinde a la genética, por lo que es posible que una tribu de indios, en este caso los Mohawks, esté mejor habilitada por su propia naturaleza para caminar a grandes alturas sin necesidad de que su esfínter haga el vacío, como lo hace el mío solo con mirar las fotografías.

Lo cierto es que desde el punto de vista del que se gana la vida con este oficio de la construcción, esas famosas instantáneas de Charles Ebbets, en las que vemos temerarios obreros de edificios como el Rockefeller Center, almorzar, caminar, dormir y posar con naturalidad sobre el vacío, sobrepasando la temeridad, son como el recordatorio de tiempos pasados, que desde luego no fueron mejores y que -bajo mi punto de vista- deberían llevar debajo el cartel de «nunca mais».

Por cierto, en todas las fotos que he estado viendo, los operarios tienen pocos rasgos indígenas, más bien son caucásicos de la subespecie rubicunda, e incluso el propio Ebbets, aparece en algunas haciendo el número de la cabra sobre gárgolas, vigas y pescantes con gran prestanza y naturalidad, lo que no ayuda a confirmar esta historia que me corroe.

Nota del arquitectador: Ahora es cuando os preguntáis si estos operarios también se tomaban un sol y sombra o una copa de castellana con hielo a las siete de la mañana antes de entrar al tajo. Misterios que ya nunca descubriremos amigos míos. Ojalá que alguien oiga esa historia tan nuestra dentro de unos años, y le suene a inverosímil leyenda urbana.

 

Para criticar arquitectura hay que estar desnudo

Hoy estoy de morros. Hoy también.

Tengo por costumbre poner en entredicho aquello que sólo tiene como finalidad el entretenimiento estético o exhibicionista, los edificios que sólo pretenden asombrar con su forma, su sombra, su volumen o su textura. Salen sapos y culebras de mi boca y mi teclado cuando no somos capaces de recordar el nombre de ninguna arquitecta famosa a este lado del Éufrates, y al comprobar que sólo poniendo cinco o seis curvas innecesarias de más, nos impacta una obra y la creemos digna de estar en telediarios, páginas de arquitectura y por supuesto en nuestro selecto muro de facebook.Que se sepa que estamos a la última y que estas gafas de pasta están graduadas de verdad. Menudo soy yo.

Pero no nos engañemos, la arquitectura, los edificios, las pieles – aquí los que me conocen saben que me ha venido la arcada (1)– no solo pueden tener una función térmica o de producción energética, no basta con que sean el abrigo y la sombrilla de nuestro hogar o nuestro lugar de trabajo, deben ser además los vestidos que nos definan y marquen nuestra personalidad como grupo y como sociedad.

No podemos en ningún caso obviar la función estética de nuestros edificios en la búsqueda de que cada centímetro de nuestra piel -puaj- se convierta en una pila o en un generador de voltios, vatios e imágenes industrializadas de nuestras calles.
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Edificio bioclimatico piscinas Gamarra. Ramon Ruiz-Cuevas Peña

Discutiendo con un amigo ingeniero sobre este asunto y asumiendo como arquitecto, que para ser atendido iba a tener que aportar al debate algo más que la historia resumida de la arquitectura para dummies, que leo para ilustrar las sobremesas, observaba su pulcra camisa que quería asomar debajo de un enorme logo con dos caballos o sus pantalones cuidadosamente remangados en dos sutiles vueltas a la última moda ( lo mismo es la penúltima, no estoy muy al tanto). En esta reflexión estaba, cuando me pareció escucharle algo sobre fachadas funcionales y sobre la inutilidad de que la estética en las ciudad y edificios sea tenida en cuenta: solo hay macizos y vanos, solo lugares por los que entra el sol o por los que se pierde el calor, lo demás son milongas. O mandangas, no le escuche muy bien, con los chillidos que emitía al lanzarme sobre su tibia, para clavarle mis colmillos de lobo huargo. Unas hebras de sus pantalones de marca entre mis molares lo demuestran.

Estoy contento de que haya gente que denoste el trabajo estético de los arquitectos- que solo es una parte, ni siquiera la mitad de nuestro trabajo- porque salvo que lo defiendan en una playa nudista va a ser muy fácil rebatírselo.

Nota del arquitectador (1): Arcada, que precioso término que define una sucesión de arcos, tan mal elegido para nombrar el acceso del vomito que me produce llamar piel a una fachada solo por afán intelectualoide

Anécdotas de obra (III)

Ante la lluvia de peticiones me veo obligado a narrar otra tanda de anécdotas del curioso y nunca bien ponderado mundillo de las obras. Ahí van:

Tengo un compañero y amigo que trabajó durante unos años en un lugar pequeño de esos en los que todo el mundo se conoce en muchos kilómetros a la redonda. El arquitecto con el que trabajaba, nunca le acompañaba a la toma de datos cuando tenían que hacer alguna obra de rehabilitación. Un día, al llegar al estudio, se ofreció a acompañarle a tomar unos datos para una obra, cosa que le extrañó bastante, sobre todo cuando le dijo que prefería ir en el coche de mi amigo.
Cuando llegaron al lugar en cuestión, que resultó ser el burdel de la comarca, mi amigo comprendió el interés por acompañarle ese día a la toma de datos, y también por que fuese su coche y no el de su jefe, el medio de transporte elegido, sobre todo porque -cosas de los sitios pequeños- cuando mi amigo llegó a su casa esa noche, su mujer ya tenía ciertas noticias de que su utilitario había sido visto aparcado en lugares donde no debía estar.
Ya sabéis, a ciertos sitios se va en taxi.

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Durante una corta temporada, compartí mi trabajo habitual con una colaboración en una pequeña empresa de rehabilitaciones. Aquello era un pequeño cortijo en el que el encargado de obra, con un perfil exacto al de un señor que apareció durante muchos años en las monedas de duro, y el mismo tono de voz melodioso que Malamadre hacía y deshacía a su antojo.
Un día, le escuché en la oficina debatir con otro secuaz, la mejor forma de comenzar un corte con un serrucho:
-¿Qué es lo que queréis cortar?
-La bañera del chalet de La Moraleja, que no cabe en el baño, le faltan cinco centímetros
Por un lado me recorrió un escalofrío. La bañera la había comprado el dueño del chalet de una urbanizacion de lujo de Madrid, y tenía todo lo que un hidromasaje puede tener…pagando más de 9000 euros, claro. Por otro, imaginé lo que pasaría si le permitía seguir adelante y reconozco que estuve a un pelo de dejarle continuar con su plan. Al final me rajé y le prohibí hacer aquella felonía. Aun hay noches que me despierto bañado en sudor, justo cuando aquel cirujano plástico que nunca supo lo que se le venía encima, se abalanza sobre mi, serrucho en mano.
……..oO………
Trabaje en una obra con un arquitecto de mucho renombre pero ya con muchos años. Un día, mientras nos explicaba un detalle constructivo, empezó a garabatearnos la solución con un lápiz sobre el libro de órdenes. A cada palabra, una nueva línea en forma de garabato quedaba impresa en el papel. Cuando terminó, el dibujo podría haber sido el de un niño de cuatro años que hace círculos una y otra vez con la incansable pertinacia de su párvula imaginación.

Huelga decir que nadie de los que estábamos allí comprendió nada, pero guardamos un respetuoso silencio hasta que se marchó. Luego fuimos de despacho en despacho para preguntarnos unos a otros si sabíamos lo que había que hacer. Cuando comprendimos que nosotros no, porque él tampoco, optamos por una solución discreta y funcional y nunca más se mencionó el tema.
Años después, durante una reunión,….bah, esto mejor no lo cuento.

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Durante mis primeros años como jefe de obra, tuve la suerte de coincidir con magníficos profesionales que marcaron decididamente mi vida profesional. En una de las obras en las que fuí ayudante y antes de empezar la misma, estuvimos durante un mes calculando los costes, para comprobar su rentabilidad. Cuando finalmente obtuvimos el número….nos quedamos pálidos. La obra perdía casi 10 dígitos (en pesetas). El jefe de obra, un hombre sereno de los que uno quiere tener al lado en las situaciones difíciles y muy acostumbrado a esas lides, entró, vio el número, miró nuestras caras desencajadas y se echó a reír:
-No tengáis problema. Sí perdiésemos 90 tendríamos un problema grave, pero perdiendo 900 el problema es de alguien de arriba que tendrá que sentarse en una mesa a resolverlo y nos dejarán hacer la obra tranquilamente.
Y así fue.

Arquitectura de botijos y abanicos

Igual que me sucedió el verano pasado, cuando escribí este post -aún no estaba con vosotros en este rincón virtual-  este año, he decidido no encender el aire acondicionado. No más de lo imprescindible. En mi caso basta con no subir a la buhardilla, donde tengo el despacho, y bajarme el portátil a la planta de abajo, refrescar la casa por las mañanas, mantener las persianas bajadas en las horas de calor y asumir que se puede trabajar a 22-24º si se bebe agua fresquita.

Cada uno tiene sus propios métodos para esquivar la caló

Cada uno tiene sus propios métodos para esquivar la caló. Dibujo del archivo del arquitectador

Esto me recuerda un post que ha escrito mi socio José Manuel Zaragoza. Ahí queda eso:

«En la ingente cantidad de artículos que leo sobre sostenibilidad arquitectónica, alabando las bondades de esta o aquella estrategia bioclimática, o lo innovador de algún aislamiento, que si estrategias pasivas, etc, etc etc, no encuentro ninguno sobre como enseñar al personal a usar los espacios donde viven o trabajan, cosas tan sencillas como que tener una temperatura de 28ºC en invierno en una biblioteca es una barbaridad – ¿donde han quedado esas rebecas (2) y jerseys?, o que tener el aire acondicionado a 18ºC en verano es de locos. Parece que hemos olvidado que somos mamíferos  y que podemos regular nuestra temperatura independientemente de nuestro entorno. Es decir que podemos pasar un poquito de frío y un poquito de calor sin que eso nos suponga mayor problema, no hay nada de malo en beber y sudar en verano, en las cosas más divertidas de la vida se suda. Nos hemos creído que esos edificios de ambiente cerrado sin ventanas (glassbox) son lo mejor para nuestro confort, esos edificios donde no entra ni sale nada, donde el pedo que se tiró el director general de la compañía de turno, el día de la inauguración, entró en el circuito de climatización del edificio y sigue recirculando eternamente en el mismo, eso si filtrado una y otra vez en las unidades de tratamiento de aire.

Habría que hacerle recordar a la gente eso de abrir las ventanas en verano, cerrar las habitaciones que no se usan, poner las persianas y toldos para evitar el sol, ponerse un jersey dentro de casa en invierno, o refrescarse bebiendo en verano. Sin duda, a medida que vaya subiendo el precio de la energía, que subirá y mucho, ya  tomaremos conciencia de ahorrar en la luz, y luego si nos sobra tiempo pensaremos en colocar ese cojoaislamiento remoderno hecho a partir de fuego valiryo en el próximo edificio a proyectar….»


Notas del arquitectador :  (1) Reivindico desde aquí el abanico, el botijo y si me apuráis la zarzaparrilla, hoy llamada Coca cola, (bueno, parecido), aunque por supuesto puedes ser tecnológicamente agresivo y utilizar ventiladores y una estudiada estrategia de apertura y cierre de ventanas, lo más de lo más oiga.

(2) Sí amiguitos, mi socio es de los que dice rebeca a las chaquetas de punto y carmelas a las sartenes.

(3) No creaís que soy un antiguo, este año el arquitectador se ha instalado en el despacho un ventilador que es la alegría de la buhardilla y la distracción estival de mis gatos.

¿Quien ganó más dinero durante el boom inmobiliario?

-Que les….(1)….., que han ganado mucho antes.

Ésto, mis sufridos lectores, lo oímos todos los días los que hemos vivido -y aspiramos a seguir haciéndolo- de profesiones relacionadas con la construcción. No voy a desmontar este mito tan difundido y que tanto nos gusta a todos utilizar en según que conversaciones, pero al menos, para que alguien no os calle en alguna tertulia de bar os ofrezco aquí algunas reflexiones sobre quien ha ganado más pasta con la burbuja y quien, a pesar de lo que se pueda considerar, no ha ganado tanto como se piensa:

A espuertas, oiga, estos de las obras se lo llevan a espuertas

-Trabajadores no titulados: Indudablemente los sueldos en construcción subieron durante la burbuja, en algunos oficios muy por encima de lo que ganaba un titulado medio o superior con responsabilidades en la obra, pero lo mejor de todo no era eso, sino la continuidad que los trabajadores han tenido en un sector que se ha caracterizado siempre por la temporalidad y la precariedad. Lamentablemente no se ha sabido aprovechar la bonanza para generar un modelo de trabajo más estable ¿como hacerlo si el sector en sí mismo no lo es? En definitiva han ganado más y han tenido mayor continuidad en su trabajo. No han trabajado más horas y si lo han hecho las han cobrado.

-Trabajadores titulados asalariados: Arquitectos y aparejadores a sueldo en empresas. Efectivamente los sueldos subieron, pero estaban bastante acotados. El problema de este segmento de trabajadores no es el sueldo, que os aseguro que se ganaban sudando tinta aún en el caso del más caro de todos ellos, el problema real fueron las jornadas interminables de 10-12 horas mínimo todos los días y muchos fines de semana, con el añadido de que la responsabilidad se ha personalizado en ellos a nivel interno en las empresas y se hace difícil dormir, mantener una relación o incluso sacar tiempo para rozar a la pareja en tiempo, forma y manera satisfactoria. Moraleja: Se ha ganado más dinero bruto aunque ganando menos por m2 o unidad de vivienda . Se han trabajado muchas más horas de lo que dice ningún convenio y en virtud de ellos han salido más trabajos adelante. Este segmento no cobra las horas extraordinarias jamás. Más responsabilidad adquirida a un precio unitario menor.

-Profesionales liberales titulados por cuenta propia: Casi siempre los arquitectos y aparejadores que han firmado la dirección de obra. Es un caso curioso este. Es verdad que han ganado dinero en virtud de que el trabajo creció tanto que aún a costa de trabajar muchísimas horas, noches y fines de semana se han sacado todas las obras de este país adelante, -no es moco de pavo-  sin embargo el precio de su trabajo bajó sensiblemente, como consecuencia sobre todo de la anulación de las tarifas de honorarios y la mayor competencia del sector, hasta llegar a unos precios verdaderamente ridículos. En cambio la responsabilidad de éstos ha subido durante los últimos años de manera exponencial en virtud de las nuevas normativas y la mayor tendencia a denunciar de los propietarios a veces por cosas ridículas. (2)

-Las constructoras: No han ganado un porcentaje mayor, puesto que el precio de construcción -no de venta- no ha subido proporcionalmente al precio de venta. Sí es cierto que ha habido mucho, muchísimo trabajo y por ello, las grandes empresas, y las pequeñas han ganado más por el hecho de trabajar más, lo cual me parece totalmente lícito por otra parte.

-Las promotoras: Han ganado exponencialmente mucho más que en una época normal. Sobre todo aquellos que han podido comprar suelo a precios anteriores a la burbuja y han vendido en plena efervescencia. Ganar mucho más por hacer lo mismo. Me lo pido para la próxima.

-Los propietarios del suelo: Han pasado en la mayoría de las ocasiones de tener un erial a poseer el codiciado objeto de deseo sobre el que edificar la ambición de unos, el hogar de otros y el medio de trabajo de muchos. Una verdadera plusvalía de la nada al infinito. El becerro de oro. Sí hubiese plagas bíblicas de oferta ya les habría caído una docena. Han ganado lo que jamás pensaron sin hacer más que vender algo que no usaban.

-Los ayuntamientos: Mis queridos amigos, así por encima el ayuntamiento se lleva un 4-5% en tasas y licencias sobre el precio estimado de ejecución. En fin, según los lugares por una chocita de 80 m2 se ha podido llevar perfectamente alrededor de unos 6000 euretes tirando por lo bajo. Además hay que contar con que en los convenios el 10% del suelo con aprovechamiento lucrativo es para los consistorios. Ahí lo llevas regidor, que hay que pagar el museo del macramé y la estatua al contribuyente desconocido. Han ganado mucho más de lo que pensaron por cumplir con su obligación de gestionar licencias. Eso sí los ayuntamientos somos todos. El último que apague la luz.

-Los notarios y registradores: Han trabajado mucho más y han ganado mucho más pues ellos SÍ QUE TIENEN TARIFAS DE HONORARIOS y según dicen nuestro próceres para ellos no cuenta la ley de competitividad. Y está bien que así sea pues son de los individuos más competentes de nuestra sociedad. Con un numero reducidísimo han conseguido poner a uno de los suyos en la silla de la Moncloa. Algo tendrán.

-Paco, pon otra caña hombre, que ya está el arquitectaleches llorando

No me quejo en absoluto, en realidad no conozco a ninguno de los anteriores que lo haga excepto a los ayuntamientos que hablan de «burbuja» cuando acuñaron la palabra «boom» y a algunos otros que por lo general no pertenecen al sector. En este sector, hoy por hoy, nadie tiene tiempo de quejarse. Bastante ocupados están en «reinventarse». ¿No os he hablado del verbo reinventarse, aún? Uy, de eso tenemos que hablar, pero por hoy vamos a dejarlo, no me calentéis, no me calentéis….

 

Notas del Arquitectador:

(1)Aquí viene algo sobre hacerte pertenecer a una ciudad bíblica famosa junto con Gomorra por sus pecados contra la carne que fue asolada por la furia divina en día malo del creador.

(2)Vengo de un juicio de un tipo que pretendía que le cambiaran una bañera que tenía una arañazo, dos años después de su entrega, en cuyo momento por cierto, el arañazo no estaba. Esperpento convertido en rutina a juzgar por lo que he visto en la sala de vistas.

Valga la rebuznancia.

O la repugnancia.

En el juzgado, lo he visto en el juzgado.

 

Las típicas anécdotas de obra (II)

Durante una de las obras en las que fui jefe de obra, el arquitecto proyectista trajo a de visita a algunos de los integrantes de su estudio: jóvenes arquitectos en prácticas. Durante la comida, en la que el aparejador estuvo extrañamente callado, estuve charlando con uno de ellos con cuyo padre, también arquitecto, había coincidido yo años antes en una obra. Mientras llevaba de nuevo a la caseta al aparejador, éste me confesó que él también había trabajado con el padre del chaval pero que no había continuado la relación laboral pues había llegado a tener un affaire con la esposa del otro y madre del mozo. Tras un silencio incómodo le pregunté:

-¿Hace mucho de eso?

Se volvió a mí y con aire lánguido me soltó:

-Más o menos la edad del chaval.

Nunca más volvimos a hablar de ello.

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Durante un periodo de tiempo muy corto participé en una obra en sustitución de otro compañero que se había marchado de la empresa en la que trabajábamos. El encargado, un hombre pequeño y rechoncho, era extraordinariamente amable conmigo y siempre estaba dispuesto a ayudarme en mi trabajo.

Una mañana en la que llegué más temprano que de costumbre, descubrí la agenda del encargado encima de la mesa. Al abrirla ví que llevaba un peculiar diario con todos los «errores» y «faltas» que a su juicio había cometido el compañero al que yo sustituía, con una peculiar narración del tipo «…hoy el señor fulano ha llegado a las 9,30, no sé en que estará pensando este hombre, aún no ha encargado el cemento que le pedí la semana pasada…, luego vendrán las reclamaciones….»

El día que abandoné aquella obra sentí una extraña y placentera liberación.

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A diferencia de los hermanos Grimm, todas mis historias son rigurosamente ciertas y el que las cuenta aún vive.

En aquella misma obra, teníamos un cerrajero peculiar al que llamábamos «el presupuesto» porque todas las frases las terminaba con un sonoro «por supuesto» y todos los tajos con un presupuesto adicional que se sacaba de la manga. Uno de sus cerrajeros era un chaval magrebí bastante trabajador. Durante un par de días dejé de verle y cuando le pregunté a su encargado a que tajo le había mandado, éste me llevó aparte y me dijo que el muchacho hacía el Ramadán y me dejó entrever que tenía que esconderse a ratos en el sótano pues estaba hambriento y cansado. Nunca me atreví a preguntarle si bajaba al sótano a comer o a dormir, lo cierto es que me alegré de no tenerle en el andamio cansado y mal alimentado.

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Hice una obra bastante singular aunque de pequeño tamaño a la que le tengo mucho cariño, en la que contábamos con un par de oficiales jóvenes muy espabilados. Uno de ellos había tenido un accidente en una ocasión durante la construcción de un famoso edificio que no destaca por su verticalidad. Me contó que durante la fase de postensado uno de los cables que están a una tensión brutal se soltó dando un monumental latigazo por el aire. El muchacho, vio como todos los compañeros le miraban aterrorizados y se miró hacia el pecho comprobando que el cable le había atravesado muy cerca del corazón, de lado a lado. La velocidad del cable había cauterizado la herida por el calor del rozamiento y tuvieron que cortarle el cable por delante y por detrás del pecho, llegando al hospital con un metro de cable de acero a modo de lanza atravesándole.
El muchacho me contaba muy serio que mientras entraba al hospital caminando por su propio pie, la gente se desmayaba a un lado y otro del pasillo.

Los médicos le consiguieron sacar el cable que milagrosamente no había tocado ningún órgano vital. Si hay ángeles de la guardia, no me cabe duda de que el chico tenía uno de los buenos.

-¡Vaya suerte que tuviste ese día! – se me ocurrió decirle.

Hombre, si crees que el que un cable te atraviese el pecho es tener suerte, pues sí- me dijo tranquilamente.

Una gran lección.

Nota del arquitectador : Cuento esta historia, que no viví en primera persona, por que he visto fotografías que el equipo médico hizo en su momento, que atestiguan su veracidad, además de ser verdaderamente espeluznantes.

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He oído durante mucho tiempo historias de sexo en las obras. Me las han contado de todos los colores: con las vecinas de los bloques colindantes, con las chicas que limpian la obra al final de ésta, con la dueña del piso que reclama por una gotera y cuando vas a resolverle la humedad resulta que ……

La verdad, la única verdad que puedo afirmar es que habiendo estado muchas veces en todas esas situaciones, JAMÁS, pero JAMÁS DE LOS JAMASES he tenido siquiera la sospecha o la duda razonable de que una buena señora guapa o fea, gorda o delgada se me estuviera insinuando levemente. Pero ni de lejos, óigame usted, ni de lejos.

Y ahora que me adorna el aura de la madurez y ya esperaba cumplir mi asignatura pendiente, van y se acaban las obras…

Cagüen.

 

 

 

¿Tienen la culpa a veces los accidentados de los accidentes laborales?

Ayer mientras leía este articulo pensaba en como podrá influir esta crisis nuestra en el cambio de mentalidad tan necesario que ha de producirse en la política de tratamiento y prevención de los riesgos laborales en una obra.

No es nuevo que la tasa de siniestralidad del sector es de las más altas de panorama laboral y lo es en gran medida por que los riesgos en construcción son evidentes e inherentes a la propia actividad: trabajo en altura, medio de trabajo cambiante, falta de formación del sector empresarial, abundancia de microempresas y autónomos, etc.

Pero tengo que decir -mientras os doy la oportunidad de que hagáis una diana detrás de vuestra puerta con este blog- que no solo el empresario es el culpable de los problemas de seguridad y que no escucho en ningún medio de comunicación -no habré coincidido el día que lo pusieron en prime time- hablar de las altas cuotas de irresponsabilidad que los operarios de la construcción tienen a la hora de velar por su propia seguridad.

Barroca e imaginativa imagen de una plataforma de suicidio. Foto propia tras parar el coche ante tal creativa filigrana, año 2001

Sucede con demasiada frecuencia, o así ha sido al menos hasta el estallido de esta burbuja, que el técnico a pie de obra, tiene que luchar hasta el infinito y más allá para conseguir que un albañil trabaje en el andamio con el arnés puesto, o que no se suba sin ninguna precaución a un tablón sobre un hueco que está exactamente a tres o cuatro pisos de altura de su propia muerte, muchas veces con andamios y barandillas que el mismo trabajador ha retirado y que despues de su trabajo, por pereza, falta de atención o simple desidia no ha vuelto a colocar. Con la misma agilidad con que se sube al andamio, el operario le contesta al jefe de obra que trabaja mejor así o incluso -durante muchos años de burbuja- que si tenía que trabajar con casco, arnés o botas de seguridad, cogía la herramienta y se iba a otra obra.

Y no nos engañemos, no se trata de que el operario se vea sometido a larguísimas e interminables jornadas de trabajo para llevar el pan a sus vástagos. Esto ha sucedido durante muchos años en los que los trabajadores del sector han ganado sueldos muy razonables y han impuesto en gran medida sus condiciones al empresario.
Soy muy consciente de que decir esto es entrar en lo políticamente incorrecto, pero tengo para mí, que sí todo el tiempo que gobiernos, sindicatos, colegios profesionales, empresarios, sistemas de educación, padres, madres, compañeros de trabajo han dedicado a criticar situaciones, lo hubiesen empleado en buscar las causas y cortarlas de raíz, hoy tendríamos unos niveles mucho más bajos de siniestralidad laboral, con todo lo que eso implica.

Me explico. El sector de la construcción ha sido el  que más mano de obra ha generado y absorbido, pero también ha sido el que menos cualificación ha pedido. No es necesario ningún carnet para ser ferralla, carpintero, forjador o albañil, aunque se trabaje con elementos y en condiciones de elevado peligro y con una siniestralidad lamentable. No es preciso aportar ninguna prueba de la experiencia previa  (basta la categoría profesional que un empresario dice que tiene el operario) para que se suba a lugares donde el humano no debe estar sin sujeción o medidas de seguridad excepcionales. Tenemos puntos para poder conducir, sin embargo si trabajas en una cubierta de teja y no te atas disponiendo de los medios para ello, nadie te quita un punto que influya en tu capacidad para poder volver a subirte a un sitio así. Tu vida en ese momento es responsabilidad de otro. Si tú decides tirarte, alguien pagará por ello o incluso irá a la cárcel.

Por supuesto que hay empresarios deleznables y míseros que anteponen su dinero a la vida de los trabajadores y es a estos a los que hay que perseguir y eliminar del panorama laboral. Pero no continuemos con esta demagogia estúpida que nos ha llevado a no ser capaces de colocar nuestros índices de seguridad donde debían estar, pues no es ni mucho menos la generalidad del asunto. Al contrario, en los últimos años los medios de seguridad personal y colectiva han tomado presencia en la obra y ya nadie -en su sano juicio- discute el coste de las medidas de seguridad.

Pues sí. Abogo por una formación específica, seria y reglada para los trabajadores de la construcción, no solo en lo laboral, sino también en lo profesional. Defiendo que no pueda existir un oficial de primera subido en un andamio que antes no haya cumplido determinadas fases previas y una formación real que lo avale. Pido un carnet profesional vivo y creciente que incluya un historial del trabajador, un currículum veraz y también una toma de datos de los «expedientes abiertos» por la falta de utilización reiterada de los medios de seguridad a su disposición y en los casos recalcitrantes de desobediencia una inhabilitación para su trabajo. Porque su vida depende de ello, pero la mía también.

Nota del arquitectador: De la facultad que se le debe dar a un técnico responsable para poder hacer controles de alcoholemia a la puerta de una obra hablamos otro día, que por hoy ya me van a caer bastantes palos.

¿Por qué no hay grandes constructoras extranjeras en España?

Tuve la suerte de empezar mi vida laboral en este sector de la arquitectura-construcción en obras donde constructores y promotores venían de allende los Pirineos. Aprendí lo que pude de sus protocolarios sistemas de control y sobre todo de como sus principios absolutos, sus axiomas, se derretían ante nuestra anárquica organización, quedando en claro fuera de juego y recibiendo un gol en el contraataque siguiente.

Legiones de técnicos dibujaban detalles a escalas casi reales para aportar los datos a los que ejecutaban la obra, que con grácil desparpajo, lejos de leer los planos colocaban un trozo de ladrillo roto aquí y allá, bien fijado con mortero hecho a mano para conseguir algo muy parecido a aquellas formas que los técnicos-que no bajaban a la obra, pues pensaban que con dar ordenes, éstas serían cumplidas– habían pergeñado previamente.

Inevitablemente, las programaciones de aquellos hombres tecnificados, que venían de otros mundos fallaban una y otra vez y la obra se demoraba sin solución.
Aquellos pobres europeos sudaban sangre española intentando explicar a sus gerifaltes en centroeuropa porqué en este país del sur no conseguían hacer lo que antes habían hecho en otras grandes obras en remotos países del tercer mundo.

De repente un día, cambiaba todo el equipo y nuevas huestes llegaban a dominar a este histórico relevo de la famosa y pertinaz aldea gala de Asterix, reconvertido en Pepe Gotera y Otilio. Todo inútil.

Un día en una reunión de alto nivel, ante el arquitecto de la obra, los promotores y otros técnicos de todo tipo, el director de la constructora, un francés educadísimo, un auténtico gentleman, viendo la jugada que le estaban haciendo entre todos, puso sus manos abiertas en la mesa y tras enarcar como pudo una ceja, espetó:

-«…señogues, si de vegdad van a hacegme haceg eso, sincegamente, yo…ME ENFADO«.

Yo, que era el último mono de entre los muchos últimos monos que estábamos allí, supe que se la iban a liar. Un caballero en una taberna de rufianes, acostumbrados a peleas en callejones, solicitaba un duelo de honor al amanecer tras el campanario y con padrinos. Alguien lo atravesaría con una daga traidora antes del alba. Y así fue.

Todo acabó en los tribunales. Los caballeros de allende nuestras fronteras hubieron de retirarse a sus cuarteles generales y no volvieron a estas tierras.

¿No os habéis preguntado por qué, siendo las grandes constructoras del mundo francesas, alemanas….en nuestro país no hay ni una sola que haya ejecutado una obra singular?

Nota del arquitectador: _No penséis que miro la construcción española con desdén. Al contrario, ante las frecuentes eventualidades que se producen en una obra, un técnico español es – estoy convencido – más capaz de reaccionar que su homólogo europeo. Ellos están habituados a más avanzados sistemas, y nosotros más y nos movemos con habilidad en las lides procelosas de la improvisación y de la rápida toma de decisiones. Lo cual no quiere decir que no les mire con envidia en lo que nos superan.