No sé muy bien de qué manera se forjó la fama, pero True Detective se estrenó con la etiqueta de obra maestra y, en aquel momento, muy pocos se opusieron a la hipérbole.
Recuerdo que, estéticamente, la serie me pareció magnífica: su tono documental, sus imágenes oníricas y la forma de reflejar los secretos que se escondían detrás de las apariencias eran fascinantes, pese a que los monólogos de Rust Cohle me adormecían inevitablemente.
Ahora, y sobre todo tras la desastrosa segunda temporada, los espectadores no tienen tanto miedo a decir lo que de verdad pensaban de la serie, y True Detective está posicionada en un lugar más acorde a su calidad real.
Con las expectativas más bajas, el estreno de la tercera temporada de la serie de Nic Pizzolatto —que, en esta ocasión, dirige además de escribir y efectuar la labor de showrunner— no ha levantado tanta polémica, ni para bien ni para mal.
Tras el visionado de los dos primeros episodios, mi impresión es que la serie vuelve sobre una historia similar a la de la primera temporada, intentando remedar tanto el enigma lleno de ramificaciones ocultas como la química entre la pareja protagonista, pero sin conseguirlo.
Mahershala Ali, que da vida al policía Wayne Hays, es un actor de talento, y su rostro, tanto caracterizado de anciano en el rodaje del documental como durante el flashback de la historia, me emociona por su capacidad de reflejar las heridas internas. Además, su discurso no me lleva la tierra de Morfeo como ocurría con Rust.
Sin embargo, el tono convencional del guion, los diálogos llenos de lugares comunes de los dos policías duros, bebedores y misóginos, y, sobre todo una estética que carece de la magia subyugante de la primera entrega, hace que los episodios se desarrollen ante mis ojos sin la emoción de estar viendo algo fascinante.
De igual modo, Ali eclipsa a Stephen Dorff de tal modo que, de momento, no hemos podido apreciar la química de colegas que era otro de los aciertos de la primera temporada, con un excelente Woody Harrelson que le daba la réplica a la perfección a McConaughey.
Sin el misterio y el toque enigmático, la tercera temporada, pese a su impecable fotografía y la interpretación de Ali, queda como una historia policial que se ve bien, pero que no suscita pasión.
Habrá que ver cómo se desarrolla y si la historia nos conduce por senderos imprevisibles que nos permitan contemplarla con más admiración. De momento, eso no ha sucedido y el resultado me ha dejado bastante indiferente.
si no le gusta al crítico hay que darle una oportunidad seguro.
21 enero 2019 | 11:29
¿Son los dos protagonistas misóginos? Pregunto.
21 enero 2019 | 13:22
Y como ha llegado la autora del articulo a la conclusion de que los protagonistas son misogenos???, a lo mejor he visto otros dos capitulos diferente…
21 enero 2019 | 14:44
Vaya un criterio más obtuso, la primera temporada es de lo mejor que he visto en tiémpo, sin duda
21 enero 2019 | 15:59
Hola.
No consigo recordar nada relativo a la misoginia en los episodios 1 y 2.
M. Ali aparece más que S. Dorf. No sé si eso equivale a «eclipsar».
A mí me ha impactado como han ambientado tres momentos históricos para la historia que cuentan. Y sí, M. Ali está impresionante.
Me hago cargo de que no es lo mismo ver una serie por obligación que con ilusión, pero ¿que tal si esperamos a que la acción avance, para ver qué nos ofrece?
Un saludo.
21 enero 2019 | 17:38
Como darle Jabugo al cuñao de turno. Pretende hacer de todos su desgana por una serie que en su primera temporada es de lo mejor del género. Váyase a ver Prison Break que está más a la altura de su nivel.
21 enero 2019 | 17:57
¿¿Los monólogos de Rust le producían somnolencia?? Jajajajajajaja… ¡Increíble! Me da que no entendió una palabra de la filosofía que encerraba la primera temporada. Aquí cualquiera es crítico titulado.
La primera temporada de esta serie es el mejor thriller que he visto desde «El silencio de los corderos».
22 enero 2019 | 10:23