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Entradas etiquetadas como ‘curriculum’

La pasión, el nuevo talento

Por Irene La Haba Vázquez

Ahora que la EBAU protagoniza titulares y ocupa la cabecera de telediarios, los nervios y la incertidumbre comienzan a aflorar entre los más jóvenes. Por ello, reivindico la necesidad de que las nuevas generaciones se detengan un instante a reflexionar, a formularse preguntas; aunque no sean capaces de hallar respuesta.

Hoy reivindico que miren más allá de las calificaciones, de las posibles salidas profesionales. Que ahuyenten el miedo y se atrevan a encontrar su razón de ser. El camino que tanto a su cabeza como a su corazón les evoque emoción. En esencia, reivindico la consideración de la pasión como talento.

En esta época del año, en los centros escolares y universidades habita el bullicio, miradas de consuelo, la satisfacción de haber ganado una batalla… Pero desde mi punto de vista, existe cierta frivolidad en dicha escena.

Cabe señalar, en la línea de lo narrado, una observación que mi padre acostumbra a compartir conmigo: las personas somos cabeza, mano y corazón. La primera alberga los pensamientos, ordenados y clasificados por esquemas mentales; mientras que la segunda obedece a nuestros instintos más primarios y se manifiesta a través de la conducta. Y por último, el corazón, esa parte tan vital como delicada que da vida a millones de individuos.

Examen de la EBAU

Un estudiante realiza un examen el día del comienzo de los exámenes de selectividad 2021.

Los humanistas definían su corriente psicológica como “el arte de ser uno mismo” (Riveros, 2014, p.144). Un movimiento que surgió en los años 60 en Estados Unidos tras sucesivos conflictos bélicos que marcaron el devenir de naciones de todo el mundo. Como protesta ante el horror de una guerra se le empezó a otorgar valor a lo artístico, a lo espiritual, subjetivo, experiencial e individual. Voces que huían de la neurosis, es decir, del orden socialmente establecido.

En este campo, destaco la figura de Abraham Maslow, autor del concepto llamado autoactualización o autorealización. Un canto a la autenticidad, a la responsabilidad persistente e incansable de descubrir nuestro “yo interior” como estrategia para alcanzar la felicidad. Un proceso mental en el que no deberían entrar en juego ni el dinero ni el posicionamiento social ni la facilidad para obtener un trabajo.

John Nash, matemático estadounidense, pronunció el siguiente discurso cuando recibió el premio Nobel de economía en 1994: “He buscado a través de lo físico, lo metafísico, lo delirante… y vuelta a empezar. Y he hecho el descubrimiento más importante de mi carrera, el más importante de mi vida. Solo en las misteriosas ecuaciones del amor puede encontrarse alguna lógica”.

El amor, esa fuerza que nos empuja a levantarnos cada día, aunque nademos sobre terrenos pantanosos. Motor de la vocación, del verdadero esfuerzo. Así que cuando escucho a la gente apoyar la decisión sobre su futuro únicamente en base a oportunidades laborales, sueldo y prestigio social me cuestiono si la pasión continúa iluminando centros de trabajo y despertando mentes ansiosas por cambiar el mundo.

¿Estaremos infravalorando el valor de la pasión? ¿Realmente una calificación posee mayor notoriedad? ¿Qué papel juegan las emociones en la elección de la profesión? Como señalé al principio, formularse preguntas puede resultar más fructífero que escribir una respuesta. Alimentar el pensamiento crítico, abogar por que el entusiasmo predomine sobre lo seguro, y que la conveniencia no envenene el anhelo.

Hoy reivindico la pasión como talento, como herramienta que estimula la razón y la emoción.

El valor de mi formación

Por Noelia Roncero

Escribo para expresarles la frustración con la que está viviendo un gran colectivo en España como es el de los licenciados. Y más especificamente aquellos licenciados que emigramos con la esperanza de mejorar nuestra formación y añadir valor al currículum para que se nos recompense en un futuro y a la vuelta nos encontramos con que las cosas siguen igual o peor. Mi intención es dar voz a aquellas personas que han luchado y sacrificado muchas cosas en países culturalmente diferentes a España con el reto que eso conlleva y que, a pesar de ello, no están incluidas en ninguna propuesta para el cambio ni en debates políticos ni en programas electorales.

Un estudiante borrando una pizarra

Muchos licenciados no encuentran su lugar en el mundo laboral. (D.R.)

Soy una licenciada en LADE de 28 años que emigró a Londres y luego a Cambridge con el objetivo de mejorar mi inglés. Empecé en Londres limpiando habitaciones (algo de lo que no me avergüenzo) y acabé trabajando en la Universidad de Cambridge como administrativa, algo que no ha sido fácil de conseguir. Aún así me considero afortunada por haberlo logrado, pues no es un camino fácil: los ingleses no te dan oportunidades fácilmente. Tienen que confiar en ti, y el idioma es una gran barrera. He invertido los ahorros en hacer un máster de Recursos Humanos en Cambridge con la esperanza de llegar a España y tener un currículum diferente y optar a puestos con un salario decente.

Sin embargo, he tenido que volver después de cuatro años por desafortunadas circunstancias y cuál ha sido mi sorpresa al ver que las pocas empresas que me han llamado lo han hecho para ofrecerme becas de 300 euros. ¿Eso es lo que valgo? ¿Tanto esfuerzo, tanta dedicación puesta en formarme para acabar teniendo la misma remuneración que tuve antes de irme?

Pues bien, mi caso es similar al de muchos otros jóvenes. Mi opinión es que los salarios de hoy en día se deberían valorar por la formación que hayas recibido, ya que es justo que, habiéndome gastado mis ahorros en mejorar mi nivel en idiomas, sea recompensada. Pero parece ser que en España todo vale, y si nos podemos aprovechar de los jóvenes inexpertos lo hacemos sin ningún escrúpulo. He llegado a ver ofertas de trabajo en las cuales lo único que te ofrecían como compensación era un zumo de naranja. ¿Es así como nos tenemos que malvender hoy en día en España?

Para que España sea competente tenemos que apostar e invertir en nuestro talento.

Jóvenes con estudios, pero sin posibilidades de empleo

Por Constantino Cuenca

En este momento no puedo asegurar que lo que aquí escribo tenga un carácter de denuncia, o si lo trazo desde la más absoluta necesidad de desahogo individual. Soy un varón de 25 años, licenciado en Ciencias Ambientales, y máster en Gestión y Restauración del Medio Natural. Las ganas de comerme el mundo quedaron, creo, en el mismo lugar donde se guardan las promesas que nos hacían. Y no es que las haya guardado ahí por placer, por holgazanería, por desinterés, por apatía; ¡que no se confunda nadie! Es sólo que, a fuerza de no usar algo, o de no encontrarle utilidad, uno acaba guardándolo en un cajón. Probablemente es algo inherente al ser humano, ¿quién no tiene un cajón, caja o baúl lleno de bártulos inútiles? Fíjense  en la gravedad del contexto. Un joven de 25 años se ha dejado la ambición en un cajón. Y todavía algún miserable encontrará apropiado pensar, o incluso vocear, eso de que cada uno se labra su futuro. Otros, como dice un rapero valenciano en un muy buen tema, te gritan “¿perdedor, por qué no emprendes?”. Sí, parece que es la época de los emprendedores…

Varios universitarios estudian en una biblioteca (ACN)

Varios universitarios estudian en una biblioteca (ACN)

Nos dijeron que la educación superior era una escalera, que nacer en una familia obrera no era impedimento, que la escala social ya no existía para nosotros, o como mínimo, que aun existiendo, estaríamos en los peldaños de arriba. Esto no sólo es una gran mentira, sino que es una absoluta monstruosidad. La cosa tiene miga: según parece, la finalidad última de estudiar reside en un augurado, aunque dudoso, ascenso de clase. Claro, nosotros, jóvenes e ingenuos, les creímos. Y nuestros padres, agotados tras las 40 horas, en cierto modo vencidos en esa lucha que aún continúa, quisieron creerles, con la entrañable ilusión de quien desea para sus hijos un futuro mejor que su presente. Pero no salgo de mi asombro al ver que, salvo relícticas excepciones, sólo se nos ofrecen prácticas no remuneradas. ¿Con posibilidad de quedarte? No, más bien no. Y en este punto es donde podemos usar todos los eufemismos que queramos, los más amables y modernos que se nos ocurran, con tal de no llamarlo por su nombre. ¿Explotación? Si no lo es, se le parece mucho. Algunos creerán que está fuera de lugar utilizar este concepto, pensarán que forma parte de una terminología anticuada, oxidada, propia, tal vez, de corrientes políticas y económicas decimonónicas. En mi humilde opinión, el término no puede estar más de actualidad. Y es, además, una explotación tolerada e incluso incentivada desde los ámbitos institucional, empresarial y académico.

No es casual, pues, que tantísimos jóvenes formados, hartos de regalar nuestro tiempo (o de la sola idea de tener que regalarlo, haciendo caso a ese imperativo etéreo pero tan rígido de que hay que hacer currículum), prefiramos venderlo al mejor postor. Yo, como tantos y tantas, he servido copas y mesas, he puesto gasolina, he fregado escaleras, podado setos, limpiado baños… De todos los trabajos guardo buenos recuerdos, amistades; esto no pretende ser un pataleo clasista o elitista de tantos otros que leo por ahí; esto no es un “yo valgo mucho como para dedicarme a esto”. No, no valgo más que un camarero o un jardinero, pero no son mi profesión. Soy ambientólogo, y no puedo permitirme perder ni un minuto trabajando gratis para nadie.

Mi preparación, mi futuro: pronto cumpliré 24 años y ya tengo miedo de cumplir 25

Por Marta Pizarro

En unos días cumpliré 24 años, es una cifra que me aterra y, lejos de lo que podáis creer, mis motivos no se basan en si ya empezaran a salirme arrugas o si me tengo que comenzar a cuidar. Me aterra porque tengo 24 años y no he pisado un lugar de trabajo acorde con lo que estoy preparada. El pasado año me licencié en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad de Granada. Durante mis cinco años de carrera los tres últimos estuve apuntada al portal de prácticas Icaro, del cual únicamente recibí una llamada para una entrevista de trabajo en junio del último año; afortunadamente conseguí el trabajo, pero esa llamada llegó demasiado tarde, ya tenía decido pasar un año en extranjero.

Me encantaría deciros que la Universidad de Cambridge me ofreció una beca de estudios o que me fui a estudiar un Máster de Relaciones Internacionales. Pero no, lamentablemente ese tipo de opciones no son posibles para una persona que es normal, que tiene una familia de ingresos normales y con un expediente académico normal. Me fui a trabajar de ‘aupair’ para aprender inglés, pensado que así sería más competitiva en el mercado laboral español.

Estando en Londres, envié cerca de 100 currículum para hacer prácticas en Inglaterra, pero solo recibí cartas de no sigues en los procesos, a veces ni respuestas; una vez me llamaron y a los dos minutos de conversación, con tono burlón, me dijeron que mi idioma no era suficiente. Conseguí una entrevista de trabajo en otra empresa pero competir con candidatos nativos fue, por supuesto, una batalla perdida desde el principio.

Así que tomé la opción de intentarlo de nuevo en España, al menos el año de Inglaterra ha supuesto conseguir un nivel de inglés elevado debido a que he estado estudiando concienzudamente en academias y haciendo exámenes de inglés oficiales. Comencé siendo estricta y buscando en aquellos puesto que realmente me gustaban, y recibí una llamada casi inesperada, una buena empresa en Madrid se había fijado en mí; tras una entrevista telefónica me aseguraron que se pondrían en contacto conmigo para concretar la personal. Ilusa de mí, nunca me llamaron, demasiado bonito para ser real, pensé; supongo que la idea de que estuviese en Londres pareció demasiado complicada a pesar de mi insistencia en que podría estar en Madrid al día siguiente.

¿Y sabéis qué es lo que me encuentro?:Biblioteca

– Curriculos y cartas de recomendación sin respuesta.

– Páginas corporativas de empresas multinacionales con programas para recién licenciados pero sin un botón donde ponga “solicitar”; a veces los hay pero casualmente todos dan error o están fuera de servicio temporalmente o no funcionan con Google Chrome.

– En páginas de búsqueda de empleo veo cómo mis candidaturas se rechazan continuamente sin ni siquiera haber leído mi curriculum cumpliendo con los requisitos de la oferta.

– Anuncios en la sección de “no experiencia” y cuando lees los requerimientos básicos te piden de seis [meses] a un año de prácticas.

Empresas donde lo único que les importa es el número que está al final de tu expediente.

– Ofertas de recién licenciados donde exigen un Máster en algo. Máster, otro gran dilema: ¿tengo que estudiar un Máster? Sé que lo tengo que hacer si quiero competir en este mercado laboral, de otra manera me volveré obsoleta, pero en qué, si no he trabajado nunca no sé qué es lo que me gusta realmente, y ¿cómo? ¿Con qué dinero lo pago? No puedo hacerles soportar a mis padres un pago mensual de 700 euros. La opción más razonable sería trabajar, por supuesto, -camarera, limpiadora, si los hay-, ahorrar durante un año, otro año más estudiando, dos, y me pondría en 26 años, licenciada con inglés y con un Máster de 7.000 euros, que puede servir o no, pero sin haber pisado una oficina en mi vida.

Esta es mi situación, y lamentablemente la de la mayoría de los jóvenes españoles. Y detrás de esos números y estadísticas existen personas que no pueden continuar con sus vidas, que nos tenemos que resignar a vivir con nuestros padres y a pedirles los viernes 20 euros para tomarnos una coca-cola con nuestros amigos.

Yo hay días que me levanto ilusionada y otros que no paro de llorar porque no sé qué voy hacer, esta situación me está consumiendo y sé que no es mi culpa, que nos ha tocado vivir un tiempo difícil, que no es que no valga o que no sirva para trabajar en lo que me gusta, pero no puedo evitar cargar con ella, y constantemente me cuestiono cada una de las decisiones que tomé y por qué  estoy en este punto donde no hay retorno y donde no hay futuro. En unos días tendré 24 años y tengo miedo a cumplir 25 y encontrarme en la misma situación.

 

No me voy, me echan

Por Ana Pérez (Málaga)

Estimados señores políticos:
Esto es una especie de carta de despedida. Me voy de España, bueno, mejor dicho lo han conseguido, me echan. Y no, no soy uno de esos «jóvenes con afán de aventura» que por lo visto se han multiplicado por miles en los últimos meses (debe ser que tanto Callejeros Viajeros nos ha animado, si al final la culpa iba a ser de la televisión…), soy una joven cansada de esto a la que han ofrecido una buena oportunidad fuera.

Mi historia supongo, es de las que invariablemente se repite en estos últimos tiempos. Después de trabajar durante casi cuatro años para un organismo oficial, durante los cuales me han hecho 8 contratos diferentes para no tener que hacerme fija (eso sí, haciéndome el “favor” de contratarme como podían e instándome a apuntarme al paro cada una de las veces que se acababa un contrato, por eso de cobrar la subvención) en septiembre llegó la noticia…»no podían hacer nada más por mí», me iba a la calle definitivamente porque además, y según sus propias palabras “hemos firmado varios contratos ilegales y claro, como venga una inspección se nos cae el pelo, así que tenemos que sacarte del sistema”. En este punto también aprovecho para dar las gracias por esa gran reforma laboral que permite hacer estas cosas sin impunidad. Por supuesto también por la ley de tasas gracias a la cual, si te han despedido de manera ilegal, para defenderte además de pagar un abogado tienes que pagar por denunciar una situación ilegal… grandes avances en un gran país.

viajeroAsí que de esta manera comenzó mi particular «vida de parada», la cual he aprovechado para hacer un máster, estudiar dos idiomas y por supuesto, buscar trabajo. Con un CV de 4 páginas (versión resumida), un máster, 4 idiomas, aparte de experiencia, estancias internacionales etc etc, cuando llegué al INEM el primer día la mujer que estaba sentada con cara de aburrida escuchando mi historia me dijo que tenía demasiados cursos, que ya me daba ella una clave y que me entretuviera en meterlos yo en internet…cosas que pasan. Durante estos meses las dos únicas ofertas razonables de trabajo que he recibido han sido extranjeras y no se vayan ustedes a creer que no lo he intentado, he enviado currículum a cientos pero por lo visto en España ahora mismo sólo aceptan becarios sin experiencia, si tienes más de 4 líneas de CV ya no vales porque tendrían que pagarte más de 500 euros… En este punto mi agradecimiento también a lo bien que funciona el INEM y a todas esas ofertas que nunca me enviaron.

Así que he decidido pegar el salto y me voy, me voy porque no lo soporto más, porque el único futuro que me espera aquí es que se termine el paro y tenga que volver a vivir con mis padres, que por otra parte tampoco están muy bien por cierto. Mi padre trabajaba en el sector construcción y ahora…bueno, imagínense, 60 años, ninguna posibilidad de encontrar trabajo y con la jubilación cada vez más lejos (otra cosa por la que estar agradecidos, las pensiones y el retraso de la edad de jubilación); el hombre no lo lleva nada bien y está deprimido y no sale de casa, a mí tampoco me gusta cuando voy a verlo abrir la nevera y encontrarla vacía… su orgullo de padre le impide pedir ayuda, así que cuando puedo le dejo en un cajoncito 50 euros pero no puede pagar esa casa, ¡mi casa! y se que a la larga esta situación es insostenible. Así que otro motivo más para irme, poder enviarle dinero desde el extranjero.

Con estas premisas me voy a trabajar fuera, en un lugar donde parece que se reconoce mi valía profesional. Me voy, y mi novio (y mi gato) se vienen conmigo, nos hubiera gustado formar una familia en España, nuestro país, lo teníamos todo planeado…pero he aprendido que a veces las cosas no salen como uno quiere. Me voy, con un pen drive hasta arriba de CV de amigos míos que quieren irse también. Me voy con este sentimiento de tristeza, rabia e impotencia, hasta se me están escapando unas lagrimitas mientras escribo esto. Dejamos atrás familia, amigos, ilusiones y sueños, nuestra casa y nuestra vida, y ¿por qué? Sería diferente si lo hubiéramos elegido nosotros pero no, gracias señores por echarnos, por obligarnos a dejarlo todo para poder vivir de una manera digna.

La excesiva obsesión por el profesor nativo

Por Adriana Bausells Espin (Licenciada en Filología Inglesa. Profesora cualificada de inglés como lengua extranjera [Cambridge CELTA])

Definitivamente me he dado cuenta de que en este país (probablemente en otros también, pero este es el caso que me concierne y del que tengo constancia) nos dejamos engañar como queremos y nos movemos por modas, por falsos mitos, los internalizamos hasta el punto de darles la categoría de hecho irrefutable, y que no nos intenten sacar de ahí, porque no lo harán. El mito al que me refiero es el de que sólo se puede aprender un idioma con un profesor nativo. Llevo dos semanas intensivas de búsqueda de trabajo como profesora de inglés, concretamente en Barcelona, aunque este engañabobos no es exclusivo de esta ciudad (he conocido personalmente casos en Zaragoza, y me consta que ocurre en todo el país), y en más de 10 academias me han dado en el morro (antes de ver mi CV o de escucharme hablar en inglés) con un rotundo: “lo siento, sólo contratamos nativos”. No suena igual que decir “no contratamos españoles”, ¿verdad? ¿Por ello deja de ser racismo? Yo creo que no.

Curiosamente, todos los que me han juzgado me han hablado directamente en español, sin darme siquiera oportunidad de demostrar mi nivel de inglés y, con toda certeza, sin plantearse siquiera la posibilidad de dejarme demostrar que estoy más que cualificada y capacitada para enseñar, que en el fondo es de lo que se trata. En uno de los casos la persona que me atendió cuando llevé mi curriculum mencionó incluso la “fuerte presión” a la que se ven sometidos para no contratar siquiera a nativos del norte de Inglaterra, de Escocia o de Irlanda… ¿presión por parte de quién? ¿Acaso sólo vale para enseñar inglés la Reina Madre? Esto ya suena más a racismo. Absurdo. Después, en un derroche de generosidad, se ofreció a echar un vistazo a mi CV, “ya que has venido, y tal vez por si nos surgiera alguna emergencia”, e incluso llegó a afirmar que “creo que es uno de los mejores que he visto en mucho tiempo, pero es que…”: me licencié en Filología Inglesa con una media por encima del 8, tengo el nivel C2 de inglés, que se supone que equivale al de un nativo (¿cualquier nativo, acaso todos los nativos, del país que sea, hablan su idioma con igual propiedad?), obtuve un sobresaliente en el Certificate of Proficency in English de Cambridge, recientemente he obtenido la cualificación oficial de profesora de inglés como lengua extranjera – Cambridge CELTA – también con la puntuación más alta posible y tengo experiencia en enseñanza en todos los niveles y edades, incluida en la Universidad pública. Más absurdo. En una entrevista que he hecho esta mañana (toda en español y conducida por alguien que me ha preguntado qué era el CELTA y qué se hacía ahí…) se han planteado si mi nombre podría pasar como nativo. Vaya, lástima que mis padres no me pusieran Vanessa o Kimberly…

¿Cuál es el problema? Que está muy de moda decir que mi profesor es nativo, y si el tuyo no lo es no eres nadie ni llegarás a nada. Que las academias y otras instituciones de enseñanza han vendido esa moto durante años hasta que han conseguido que todo el mundo asuma que uno es mejor profesor por ser de Londres, por ejemplo. ¿Desde cuándo nacer en un país o en otro es garantía de ser buen profesor? Que nadie me malinterprete: por supuesto que hay excelentísimos profesores de inglés nativos, muchísimos, por todas partes. Pero también españoles. Y croatas. Y eslovacos. Y rusos. Y alemanes. Y chinos. Y mexicanos. Igual que, tal y como comprobé en mi experiencia como profesora de español en EE.UU., hay profesores de español nacidos y criados en ese mismo país que me superaban con creces en el conocimiento del idioma con fines pedagógicos y de análisis lingüístico y en la capacidad para enseñarlo, y eso que considero que mi nivel de conocimiento del español es bastante alto, ya que además de hablarlo también lo he estudiado y sigo en ello. Sin lugar a duda, enseñar mi propio idioma ha sido el trabajo más difícil que he tenido que realizar y tengo mucho que aprender en ese aspecto.

Debemos entender que hablar un idioma no es garantía de entender su funcionamiento interno, mucho menos de saber explicar por qué funciona de esa manera, y aun en el caso de que se posean tales conocimientos no es lo mismo que saber transmitirlos. En definitiva, hablar español “perfectamente” -es decir, hablarlo y que nos entiendan porque se ha nacido en España– no significa saber enseñarlo. Lo mismo con el inglés. Obviamente, hay casos en los que contar con un profesor nativo es más apropiado, siempre se deben tener en cuenta las circunstancias, intereses y motivos de cada uno respecto al aprendizaje de un idioma. Pero no se puede asumir como regla general que siempre es mejor. Me parece ofensivo y frustrante que se me cierren puertas por lo que diga mi pasaporte y encima en mi propio país. Pero claro, para las academias es muy fácil decir que esto es lo que les piden los clientes… ¿en serio? ¿Todos los estudiantes prefieren que sus profesores de inglés sepan poco o nada de su primera lengua, con lo que esto conlleva a la hora de predecir dificultades de aprendizaje, problemas debido a la interferencia entre lenguas, o simplemente problemas a la hora de entenderse porque un alumno está reproduciendo en inglés estructuras calcadas del español haciendo que alguien sin conocimientos suficientes de este idioma no entienda por qué el alumno “no es capaz” de hablar bien en inglés? Me parece que no.

Pero claro, uno no va a anunciar con letras luminosas en su página web que todos los profesores de su centro son nativos si no es verdad… sería publicidad engañosa, ¿no? Bueno, pues no contratar a alguien por su nacionalidad es sencillamente ilegal, es discriminación por motivos de origen. Resumiendo: racismo. Y en este caso concreto, lo que a mi modo de ver es mucho peor y más dañino: es un signo inequívoco de falta de compromiso con la actividad en sí, con la docencia, y con el servicio que se ofrece, falta de honestidad con respecto a la profesión y los profesionales que nos sentimos orgullosos de formar parte de ella y que nos entregamos a ella, y aún más con respecto a los alumnos. En definitiva, una práctica que sólo sirve para arraigar falsos mitos y que en absoluto beneficia a la enseñanza y el aprendizaje de idiomas en España. No por pronunciar una vocal de determinada manera uno es mejor profesor. No se trata del país: se trata de la persona, de las capacidades y cualificaciones de cada uno, y del compromiso, la dedicación y la pasión que se tenga por lograr que un alumno se vaya a casa con algo aprendido. ¿Acaso no nos llevaríamos las manos a la cabeza si el argumento fuera “sólo contratamos blancos”?