Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de diciembre, 2013

Llegar a tiempo para el aniversario Schuman

En el ocaso del año contemplaba dos opciones: una lista con los acontecimientos más relevantes del curso europeo o un concienciado post europeísta. Como no soy Nick Hornby y las listas me empiezan a saturar un poco, me he decidido por lo segundo.

El 2014 traerá unas elecciones europeas en la que los ciudadanos, por primera vez, podrán elegir directamente al presidente de la Comisión. Además,  este es el año –yo lo empecé a celebrar tímidamente aquí con antelación– del aniversario de la Primera Guerra Mundial. La UE generará muchísimas más noticias, todavía más que este año que termina (viene siendo así desde hace un lustro), pero estas dos constituirán el esqueleto informativo en los meses venideros.

Robert Schuman, en 1949. (BILD/WIKIPEDIA)

Robert Schuman, en 1949. (BILD/WIKIPEDIA)

Así, del éxito o del fracaso de participación en los comicios de mayo saldrán o no unas instituciones comunes más legitimadas ante la opinión pública de los países miembros, y según como los europeos (ciudadanos y políticos) encaren el aniversario de la Gran Guerra se podrá alumbrar o no una idea renovada sobre el pasado y futuro del continente.

Pero para despedir 2013 y almacenar europeína para lo que vendrá he pensado en convocar aquí a un fantasma, el de Robert Schuman. Paradójicamente –y pese a lo fetichistas que somos los periodistas con las fechas redondas– apenas ha habido referencias este año al 50 aniversario de la muerte de este político francés de origen alemán (combatiente germano en la Primera Guerra Mundial y aliado en la Segunda) que, junto con Jean Monet, sentó las bases de la actual unión.

La Declaración Schuman por su brevedad, precisión, responsabilidad ante la historia y como generadora de un experimento político todavía exitoso, debería exponerse en las aulas de los colegios de todos los estados que forman la UE. Schuman era un gran estadista y hasta cierto punto un visionario. Pero un visionario que había sufrido en sus propias carnes dos guerras mundiales, el ascenso imparable del nacionalismo y el trágico declive de la democracia liberal.

Schuman pertenecía a la vieja élite gobernante, y sería un poco absurdo reclamar uno nuevo hoy como quien espera un improbable milagro político… que nunca se da. Nuestro tiempo histórico es diferente al suyo: aquellas élites están en retirada, no tienen ni el poder ni el aura que tenían entonces. Hoy este padre europeo pasaría inadvertido, en el sentido de que la UE es un proyecto colectivo tan hipertrofiado que no hay una sola personalidad –con alguna excepción– que pudiera refundarlo por sí sola.

Releyendo hoy la Declaración Schuman la música de fondo nos es muy familiar. Sobre todo estas dos frases: «La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas» y «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho».

Muchos se preguntan, todavía hoy, por qué la UE es un proyecto inacabado después de tanas décadas; aquí, en estas dos oraciones que bien podría ser nuestro ‘we, the people’ está la clave última. Civilización, paz, solidaridad. Las dos primeras se han logrado, la última es la más difusa y compleja de todas. El estadio en el que aún nos encontramos. Probablemente Schuman entendiera la solidaridad en otros términos distintos al nuestro, pero ahí está la perenne palabra escrita. Como tarea de ‘año viejo’ os propongo la lectura de este texto de dos maneras: reflexionando sobre qué significó entonces y qué significa ahora.

Los predecibles burócratas europeos necesitan un Peter Souza que les humanice

Es la sombra del hombre más poderoso. Le acompaña en cada recepción oficial, en cada gira diplomática, en cada acto público de una agenda dictatorial y extenuante. Pero también en los raros instantes de intimidad del soberano, cuando está relajado, en mangas de camisa, haciendo el payaso con un niño, concentrado en un golpe de billar o devorando una hamburguesa con patatas fritas. Es Peter Souza, el fotógrafo oficial de Barack Obama.

Obama, al teléfono y con un bate. (P. Souza)

Obama, al teléfono y con un bate. (P. Souza)

Desde hace medio siglo, todos los presidentes de EE UU tienen su retratista de cámara. Algo así como un pintor áulico que, dependiendo del carisma del fotografiado, de la relación de confianza que hubieran establecido y de sus propias dotes como artista, dejan para la historia un retrato —por lo general adulador— de cada mandatario.

Obama encargó la tarea de seguirle a todos lados a quien desde el periódico Chicago Tribune había cubierto con escrupulosa plasticidad su ascenso al poder en 2008. Peter Souza lleva desde entonces tomando instantáneas del presidente, un tipo carismático y con charme de quien no debe de ser difícil obtener un perfil favorable, a razón de 20.000 a la semana. Lo que el propio Souza considera un trabajo de «foto-historia».

Obama en su despacho, hablando por teléfono con el presidente turco y manoseando al mismo tiempo un bate de béisbol. Una imagen polisémica y quizá poco cortés que levantó algo de ruido mediático. Obama junto a su equipo, siguiendo a distancia el desarrollo de la operación que culminó con el asesinato de Bin Laden. Una radiografía inconscientemente impía de cómo actúa el poder. Aunque, curiosamente, las dos fotografías más populares (que no mejores) de Obama —aquella del abrazo con su mujer tras su segundo triunfo electoral y la autofoto con la primera ministra danesa—  no vienen firmadas por Souza.

Y ahora me encaro con el contrapunto europeo. Ásperos burócratas que aparecen periódicamente en rueda de prensa con la misma corbata y la misma chaqueta de siempre. Administradores sin carisma, vestidos tecnocráticamente, pegados como lapas a un atril azul con estrellas. Van Rompuy, Barroso, Ashton… Los mismos predecibles gestos. No hay en ellos una chispa de humanidad (y no me refiero ahora a sus políticas), un gesto de naturalidad no fingida que sirviera para que los ciudadanos simpatizaran, al menos exteriormente, con ellos.

La Unión Europea es un poder mecánico, lejano y frío, cuyos resortes mediáticos, por bienintencionados que sean sus esfuerzos, parecen una amalgama de estética funcionarial y alma racionalista bastante cutre. Sin políticos que se dejen humanizar conscientemente, es complicado que alguna vez llegemos a tener un Obama (o un Reagan) europeo. Ni un Peter Souza que los inmortalice.

 

Así es Kaliningrado, un pequeño y crucial enclave ruso rodeado de estados europeos

Vuelvo a hablaros de territorios y de fronteras: hace unos meses fue a propósito de Transnistria, hoy de Kaliningrado. La Unión Europea es, aunque a veces parezca lo contrario, un cuerpo vivo, una región política en lenta, pero constante mutación. Además, no es un espacio homogéneo, contiene sus pequeñas anomalías, que son fascinantes de observar y muy entretenidas de analizar.

Mapa de la situación geográfica de Kaliningrado (luventicus.org)

Mapa de la situación geográfica de Kaliningrado (luventicus.org)

El enclave de Kaliningrado, que estos días vuelve a ser noticia por la amenaza del presidente Vladimir Putin de instalar misiles nucleares en él en respuesta al escudo de defensa de EE UU, es un pequeño distrito ruso de unos 15.000 kilómetros cuadrados, habitado por cerca de un millón de personas y situado, como una isla, entre Lituania y Polonia, ambos miembros de la UE desde hace casi diez años.

Durante más siete siglos, Kaliningrado fue la capital de la Prusia Oriental y se llamó Könignsberg. Fue la ciudad natal del filósofo Immanuel Kant, de la artista de entreguerras Käthe Kollwitz (la de la piedad berlinesa) y también la ciudad donde vivió bastantes años de su vida la gran Hanna Arendt. Es decir: fue una ciudad exageradamente alemana y profundamente europea (en esta condensada y útil ficha de la BBC tenéis algún dato más sobre la ciudad).

El siglo XX cambió de manera radical la naturaleza de Könignsberg. De provincia independiente de la República de Weimar pasó en pocos años a ser bombardeada por la aviación inglesa y poco después, tras la Segunda Guerra Mundial, a formar parte de la URSS de Stalin (en virtud de los acuerdos alcanzados en Postdam por los aliados vencedores de la contienda bélica), que impuso una limpieza étnica (en aquel momento no se denominaba así, claro) para borrar toda influencia alemana en la región.

Durante casi 50 años, la ciudad no solo pasó de llamarse Könignsberg a Kaliningrado (es de sobra conocida la afición de los comunistas rusos por cambiarle el nombre a las ciudades) sino que sufrió un profundo proceso de transformación, convirtiéndose –gracias a su puerto, libre de hielos en invierno– en un territorio vital para los intereses militares soviéticos. Allí descansaba la temida flota del Báltico y allí acampaban de forma permanente 500.000 soldados del Ejército Rojo.

Pero la URSS se desmoronó y Kaliningrado sufrió como pocos la resaca de la guerra fría. En menos de una década, la provincia languideció militarmente y entró en una espiral inexorable de declive económico. Su autonomía como región se vio limitada por cambios administrativos a nivel federal tendentes hacia un mayor centralismo y sus problemas de aislamientoexponencialmente aumentados tras la entrada de Polonia y Lituania en la UE– se convirtieron en un verdadero quebradero de cabeza para las autoridades.

Un autobús en una plaza de Kaliningrado (Irina Yakubovskaya)

Un autobús en una plaza de Kaliningrado (Irina Yakubovskaya)

Hoy Kaliningrado es un «anacronismo histórico», como escribe José Manuel Saiz Álvarez, profesor y coordinador del Centro de Estudios Europeos de la universidad Antonio de Nebrija. Un anacronismo bien comunicado (alberga la mayor concentración de autopistas de toda Rusia) y que trata económicamente de salir adelante por medio del petróleo, el ámbar y el turismo (curiosamente alemán) y a pesar del alto porcentaje de economía sumergida y de negocios relacionados con la mafia y el contrabando.

Como se encargan de recordar los especialistas, Kaliningrado pese a todo es la puerta de entrada de Rusia hacia Europa. Un territorio favorecido por acuerdos económicos especiales, objeto de diferentes programas de ayuda tanto de Rusia como de la Unión Europea (aunque Bruselas se haya mostrado tradicionalmente «indiferente a su suerte», según analiza Mercedes Herrero de la Fuente, profesora de la UCM) y cuya naturaleza política no parece que vaya a cambiar: pese a una creciente e indudable europeización, Kaliningrado no volverá a ser Könignsberg… y entre Rusia y la UE seguirá habiendo un motivo de fricción más en el espacio postsoviético.

 

 

Las tempestades de acero, cien años después: Jünger y la Primera Guerra Mundial

«Me gusta recordar las semanas anteriores a la guerra; se caracterizaron por una atmósfera de euforia y laxitud como la que suele preceder a las tormentas de verano». Son las evocaciones de un jovencísimo alemán fervorosamente dispuesto a luchar —y llegado el momento, morir— por su patria. Son recuerdos austeros, minuciosos, valerosos por su sobriedad ante la muerte y el dolor más que por las gestas bélicas que describe.

Esta forma casi mística de concebir la guerra nos parece hoy excesiva, irreal, de un candor moralmente inaceptable; pero conviene no olvidarla ahora que estamos en el umbral de los fastos del centenario del comienzo de la Gran Guerra, y que es seguro que los periódicos se llenarán de banalidades y lugares comunes graciosamente acomodados al presente.

Un soldado en una trinchera en la Primera Guerra Mundial (John Warwick Brooke).

Un soldado en una trinchera en la Primera Guerra Mundial (John Warwick Brooke).

Vuelvo a aquel joven inquieto, ávido lector de Stendhal y Ariosto, anhelante de violencia salvífica y de sobria disciplina prusiana. No fue un joven cualquiera. Sobrevivió a la Primera Guerra Mundial con el cuerpo acribillado a balazos, la piel colmada de cicatrices y con una Cruz de Hierro colgada en el pecho por los servicios prestados. Aquel joven, que llegaría a centenario, era Ernst Jünger. El último escritor soldado, un perdedor terco, un gigante del nihilismo, un Mishima germano. Incómodo para sus enemigos, pero más aún todavía para sus amigos.

No sé cómo andáis de Primera Guerra Mundial. Es un percepción muy subjetiva, pero en el imaginario colectivo europeo —y no decir ya en el cultural o el mediático— parece que la Gran Guerra fuera la guerra menor. La lucha y la victoria contra los nazis colman el horizonte de curiosidades históricas del ciudadano medio. La industria cultural —los videojuegos, la literatura, las obras divulgativas— tiene una fuente inagotable de novedades en la Segunda Guerra Mundial.

Pero sucede que estamos a las puertas del aniversario, lo dije más arriba y lo repito, de la guerra que cambió el curso de Europa en el siglo XX (de hecho, para una gran parte de la historiografía, el siglo pasado comienza en 1914, no en 1900). Una contienda que llegó tras una larga era de seguridad (el aristocrático y pacífico ‘mundo de ayer’, que evocara Stephan Zweig en sus memorias) y que sumió al continente en tres décadas de guerras civiles sobre las cuales se construiría el experimento supranacional del que hoy disfrutamos con algo de temor a perderlo.

Tengo cuatro años por delante para referirme a la Primera Guerra Mundial (alguno bueno tendría que tener que durara tanto, digo yo). Algún día, así pues, os hablaré de las nuevas corrientes de investigación historiográficas que iluminan el periodo (en estas dos obras recientes, recién publicadas por dos historiadores de prestigio, tenéis originales enfoques sobre el tema), de memorias de guerra, de poesía bélica o de novelas.

Un perdedor que ‘venció’

Si me he decidido por Jünger no es para espantar al personal, para que me tachen de filofascista o para contentar al núcleo irreductible de negacionistas que acarreo. Jünger no fue un demócrata, exaltó hasta el paroxismo el espíritu guerrero, combatió del lado enemigo en dos guerras mundiales, pero a cambio nos dejó las descripciones más honestas y vívidas de una época salvaje. Este místico de la violencia hizo más por la paz y la reconciliación (no digamos ya por la literatura) que todos los melifluos pacifistas de su siglo, sentimentalmente opuestos a la guerra, tan políticamente sospechosos como moralmente  blanditos, como los calificó Orwell.

Ernst Jünger en 1986 (German Federal Archives)

Ernst Jünger en 1986 (German Federal Archives)

Por eso mismo, por su naturaleza maldita, tenazmente individualista, Jünger es un tipo tan poco celebrado por las instituciones europeas que se encargan, por nuestro bien, de proporcionarnos ‘una nueva narrativa’. Su obra es inmensa, algunos de sus libros, como sus memorias de la Primera Guerra Mundial, Tempestades de acero, son una muestra sublime de escritura humanísima y serena, pero el poder la conmemora poco o nada.

Y además, y quizá lo más importante, Jünger es un perdedor que venció por una razón que va más allá de lo coyuntural. La mística de la violencia ha desaparecido de nuestras sociedades. Había muchos Jünger en su tiempo, montones, aunque ninguno escribiera tan bien como él, pero no en el nuestro. Hace un tiempo os hablé de las tesis de Steven Pinker sobre las causas de la reducción de la violencia en el mundo. Pinker citaba a Jünger como un ejemplo de intelectual fascinado por un mundo violento y heroico con el cual nuestra sociedad ya no puede identificarse. Sus libros son anacrónicos, y ahí reside la paradoja, por ello doblemente fascinantes.

‘Vivir de Europa’: la inflación de informaciones y estudios sobre el continente

Escribo este post con el improbable fin de que las cosas cambien o como una forma de expiación. Lo he titulado, un poco pomposamente, ‘la inflación de estudios sobre Europa’, pero podría simplemente haber escrito ‘la ansiedad descorazonadora de saber que no lo podrás leer todo, así que ve relajándote’.

No hay día que no descubra una nueva página web, publicación, blog o think tank sobre estudios europeos (aquí una lista de los más influyentes). Sé que esta inmersión forma parte del habitual proceso de especialización que cualquier disciplina requiere actualmente. No tengo nada en contra de la especialización, considero que es muy necesaria, pero sí contra la sobreabundancia de información, ese molesto ruido de los datos.

Centro de prensa de la sede del PE en Estrasburgo (N.S).

Centro de prensa de la sede del PE en Estrasburgo (N.S).

La Unión Europea es un complejo entramado institucional que por sí mismo genera una cantidad ingente de información casi diaria. Encuestas, recomendaciones, informes, entrevistas, resoluciones, etc. Además, la lista de temas de actualidad es casi inabarcable: situación económica, ampliación, democratización. Esta sería, por así denominarla, una primera capa.

Luego vendría la información secundaria: los análisis en profundidad que organismos no institucionales (centros de estudios y think tank) elaboran sobre la UE en su conjunto. Se trata de una capa todavía más espesa (y complicada de traspasar) que la primera, pues por un lado fiscaliza el funcionamiento de las instituciones, sus decisiones,  y por otro lado aísla los problemas, anticipa otros nuevos, vaticina soluciones o pone de relieve tendencias.

Sobre estas dos capas se asienta una tercera: los medios de comunicación de masas (que sí, todavía existen). Estos se encargan de recoger y filtrar todo lo anterior de una forma clara, didáctica y lo más objetiva posible. No siempre se consigue, porque la UE está repleta de mecanismos confusos y de términos resbaladizos, pero mal que bien, el propósito de hacer llegar la información a los ciudadanos se consigue.

Hay una última capa, que está formada por personas como yo. Sujetos esponjas que absorben información proveniente de todos los sitios posibles. Tipos omnívoros que exponen, juzgan, sintetizan, discriminan y denuncian (en algunos casos). Gente que también vivimos —de alguna manera— de Europa, que nos acercamos a ella con una precipitada falta de cautela. Que elegimos hablar de esto o de aquello, sabiendo que esto deja fuera todo aquello, y aquello borra de un plumazo todo rastro de esto.

Si Europa asusta es,  las más de las veces, por este componente tumefacto. A diferencia de la mayoría de las adscripciones sentimentales más o menos nacionalistas, autodenominarse ‘europeísta’ implica una carga extra de trabajo y de conocimientos. Dado que no basta con empatizar con una idea abstracta sin más, hay que hacer un esfuerzo mayor de sentido (procesar más volumen de datos) para llegar a su comprensión.

El nacionalismo suele ser visceral y acrítico; el ‘europeísmo’ —que alguien diría, por qué no, que es otra forma de nacionalismo— es racional y esforzado. Pero tanta avalancha informativa (a menudo recuerdo que cuando Europa funcionaba lo hacía sin todo este aparato crítico detrás) no sé si acabará por instalar a los creyentes en la melancolía del esfuerzo sin resultado.

CC/ Europa: Así piensa el continente la primera generación comunitarizada

Ya iba siendo hora de que refiriera en el blog algunas de las ilusionantes iniciativas relacionadas con Europa que pululan por el ambiente.

Y para empezar os traigo un proyecto integrado por un grupo de jóvenes unidos por su «europeísmo crítico«, que no piden tanto «más» Europa como una Europa «mejor» y que son plenamente conscientes de ser la primera «generación comunitarizada». Su nombre Con Copia a Europa (CC/ Europa); si queréis seguirlos (os lo recomiendo) aquí está su página web, su Twitter y su Facebook.

Logotipo de CC / Europa (Ana García Toni)

Logotipo de CC / Europa (Ana García Toni)

CC/ Europa parte de una brecha, por así decirlo, generacional. Lo que significaba Europa para las generaciones anteriores estaba claro: seguridad y ausencia de conflictos bélicos. Hoy, el proyecto necesita un nuevo impulso, y ellos, estos más de 20 jóvenes —europeístas y sobradamente preparados— lo saben y quieren ser un altavoz para que otros jóvenes como ellos también piensen, libre y activamente, en término europeos.

En un tono desenfadado, pero comprometido, amable, incluso humorístico. Sin la habitual retórica academicista (aunque muchos de sus integrantes, algunos de los cuales conozco personalmente, sean investigadores) ni las también demasiado frecuentes servidumbres partidistas e ideológicas. Así se presenta CC/ Europa.

Un altavoz prociudadano, no subvencionado, para hablar de política («La respuesta a la crisis no es quedarte en casa»); economía («Tú decides hacia dónde va la integración»); comunicación («Europa es mucho más que la Champions League») o  relaciones internacionales («Europa es una superpotencia, seámoslo también en política exterior»).

Más de una vez he echado en falta iniciativas europeístas no alineadas, por así decirlo, con las instituciones, las fundaciones o los think tanks. No es que aquellas sean intrínsecamente sospechosas de nada, todo lo contrario. Pero las asociaciones vocacionales, no sometidas al dictado de ningún poder fáctico, instintivamente me agradan más. Larga vida, pues. Y mucha suerte.

Conceptos cursis y ambiguos: ¿qué demonios significa ‘nueva narrativa’?

Sucede con frecuencia. Conceptos ambiguos e imprecisos acaban haciendo fortuna: de ser manejados por una élite académica (a veces solo un trasunto de secta) acaban en el torrente de la opinión publicada. Así  ha sucedido con nociones tan volátiles —y sospechosas— como ‘paradigma científico y cultural’ o, más recientemente, ‘narrativas’.

Reparaciones en el Muro de Berlín. (EFE)

Reparaciones en el Muro de Berlín. (EFE)

Hoy la ‘narrativa’ es más que un género literario: es una forma algo pedante, cursi (y lo cursi abriga, que decía Gómez de la Serna) de bosquejar motivos para justificar el presente. Un intento de crear un relato alternativo que enmiende antiguas carencias o complemente visiones ya desgastadas. Yo mismo he usado este concepto alguna vez, decisión de la que me arrepiento, porque en realidad no sé qué se quiere expresar realmente con él.

He leído referencias a una ‘nueva narrativa’ en libros que revisan críticamente la llamada Cultura de la Transición (CT) y también —y por eso os lo traigo hoy aquí— en artículos académicos y discursos políticos sobre la cosa europea, en concreto en inicitativas que parten de las propias instituciones comunitarias. Una moda sospechosa.

«Una nueva narrativa debería hacer referencia no solo a la economía y el crecimiento, sino a la unidad cultural y los valores comunes europeos en un mundo globalizado». ¿Sujeto o sujetos de esta reflexión? Ni más ni menos que la Comisión Europea, que en abril de este año lanzó una campaña «insuflar nueva vida al espíritu europeo».

No tengo nada en contra de la CE. Invitar, como ellos proponen, a los ciudadanos europeos  —sobre todo artistas, científicos e intelectuales— a que «contribuyan a diseñar una nueva narrativa» del continente es una acción bienintencionada y loable. Pero también criticable por su extrema vaguedad y por atribuirse una vocación rectora que dudo bastante que deba representar una parte de su obligaciones.

Para contribuir al debate sobre esta ‘nueva narrativa’, la CE propone responder a varias preguntas. Aquí están. Todo el que quiera puede responderlas, aún está a tiempo. Yo quizá lo haga como una prolongación razonada de este post. Porque para mí, como para algunos que tienen infinitamente más poder que yo, el de ‘narrativa’ es un concepto cada vez más extraño.

Estas serían mis contrapreguntas:

  • ¿Puede llegarse de verdad a un consenso, canalizado por las instituciones, sobre qué relato del presente europeo queremos consolidar para las generaciones presentes y futuras?
  • ¿Es obligatorio llegar a un relato canónico?
  • ¿Cómo distinguir entre una ‘narrativa’ coherente y una ‘narrativa’ imprudente e interesada?
  • ¿No da pie, algo tan vacuo como ‘nueva narrativa’, a excesos de subjetividad?
  • ¿Permite el concepto ‘narrativa’ el disenso ideológico, por ejemplo en temas económicos y sociales?
  • ¿Es o no lo mismo hablar de ‘narrativa’ que de ‘memoria histórica’?
  • ¿Qué papel se le reserva a la historia y a los historiadores en esta creación colectiva de una —como la llaman— story?

 

Luchas de poder en el espacio postsoviético: pragmatismo ruso frente a valores europeos

La aceleración de la historia —que no revolución, todavía— que vive estos días Ucrania es examinada desde dos ópticas. Una óptica microoscópica, la elegida por la prensa, más humana y menos contextualizada, muy apegada a los sucesos de la calle, la plaza, a la violencia represora y las luchas internas por el poder. Y otra óptica macroscópica, generalizadora y abstracta, la preferida por los expertos, que se centra en analizar los intereses geoestratégicos de los diferentes actores (Rusia, la UE, los estados del Este) y prever el desarrollo de acontecimientos futuros.

Dos banderas, una ucraniana y otra de la UE, durante las protestas en Kiev (EFE)

Dos banderas, una ucraniana y otra de la UE, durante las protestas en Kiev (EFE)

Ambas son necesarias, pero dadas mis limitaciones —de todo tipo—, os voy a tratar de simplificar y resumir la segunda (si también estáis interesados en la primera, podéis empezar leyendo este útil y preciso resumen de mi compañera Sara Ríos). No voy a regocijarme en el subidón de europeína (mezclado con algo de envidia) que te entra al ver a las masas de proeuropeístas —con matices— enarbolando la bandera azul con las estrellas por el centro de Kiev. Tampoco lo haré sobre la paradoja que supone para nosotros, europeos aturdidos, la visión de unos ciudadanos —de los que poco sabemos, seamos sinceros— entusiasmados por entrar a formar parte de un club del que somos casi amargamente socios.

La situación es más o menos la que sigue. Europa habría topado de nuevo, por citar la tesis del último libro de Robert D. Kaplan que ya os reseñé hace unos meses, con su «inmutable estructura geográfica». Ucrania, como Bielorrusia, Georgia y otros estados pertenecientes a la histórica órbita de influencia rusa son al mismo tiempo frontera de los intereses de la UE. El conflictivo espacio post-soviético es hoy, tras las sucesivas ampliaciones europeas hacia el Este, un territorio en disputa. A un lado, el antiguo propietario de estos territorios, ahora solamente administrador pasivo, la Rusia del inexpugnable Vladimir Putin. Al otro, la diplomacia humanitaria y a menudo deslabazada de la UE.

El primero actúa desde la experiencia del pragmatismo de vieja gran potencia. Usa la fuerza cuando cree que debe usarla; recurre a su supremacía energética cuando considera que sus intereses están en peligro y se vale de su ascendencia entre las élites locales cuando su influencia decae. El segundo apela, como escribe Borja Lasheras, director asociado de la sede en Madrid del ECFR, a la «diplomacia normativa» y confía mucho más en su característico ‘poder blando’ que en la geopolítica pura y dura.

Policías antidisturbios desplegados por orden gubernamental en 'Euromaidán'. (EFE)

Policías antidisturbios desplegados por orden gubernamental en ‘Euromaidán’. (EFE)

Así pues, de una parte, un actor que quizá abusa de una «mentalidad colonial», como dice Álvaro Gil Robles, pero que prefiere un juego de suma cero a no quemar todas sus naves; y de otra, una entidad supranacional que tienta con sus bazas democratizadoras de hoy y siempre: bienestar, estabilidad económica y derechos humanos.

Con una Rusia actuando simplemente como Rusia —esto es lo que hay— y con una UE estricta con las palabras pero demasiado blanda con los hechos, Ucrania y el resto de estados de la zona (también las regiones olvidadas, como Transnistria) encaran de forma desigual su futuro. Situados entre dos placas tectónicas —la política de vecindad europea, el denominado Partenariado Oriental, y la lábil unión euroasiática comandada por Moscú— las sociedades civiles locales afrontan varios retos, según los especialistas: convencer a la UE de su apoyo sin fisuras a una futura integración, la reconversión de sus élites políticas, la modernización de sus estructuras administrativas (reducción de las desigualdades, frenar de la corrupción, efectiva separación de poderes), etc.

Por otra parte, la UE debe realizar un significativo viraje diplomático —que debería concretarse en las próximas cumbres internacionales: el fracaso de la cita de Vilna no debe repetirse— que, sin dejar de lado su decisivo apoyo normativo (en pos del ansiado tratado de Asociación y Libre Comercio, en el caso de Ucrania) preste más atención a cuestiones diplomáticas clásicas, de intereses abiertamente enfrentados… ese campo donde los rusos —y este resumen cronológico de las últimas décadas lo demuestra— se mueven con muchísimos menos corsés.

 

¿Cómo unir Europa sin medios realmente paneuropeos? En el cierre de #Presseurop

Tampoco voy ahora a dármelas de que lo leía con devoción y diariamente. No es tal el caso. Conocí el portal independiente y plurilingüe de noticias Presseurop poco antes de comenzar con este blog, mientras buscaba (aún sigo en ello) hacerme una idea cabal del complejísimo ecosistema mediático europeo.

Captura de pantalla de la web de Presseurop

Captura de pantalla de la web de Presseurop

Cuando lo añadí a ‘favoritos’ no sabía ni de su utilidad ni de su prestigio ni de su repercusión, simplemente lo guardé como fuente de consulta porque me pareció una publicación valiosa, el embrión del gran medio paneuropeo que muchos echamos en falta (si Europa quiere llegar a ser una nación —signifique lo que signifique ahora este concepto— es vital que tenga su propia prensa).

Este mismo lunes, gracias a un tuit urgente de Dídac Gutiérrez, me enteré de la triste noticia: Presseurop.eu está condenada a desaparecer este mismo mes de diciembre por la falta de apoyo presupuestario de la Comisión Europea (aunque el portal ya ha anunciado que buscará vías alternativas de financiación), según ha denunciado el propio equipo de redacción a través de una carta abierta publicada por la Asociación de Periodistas Europeos.

A menos de seis meses para unas elecciones cruciales para el devenir de la UE, cuando más necesario resulta ese esfuerzo pedagógico que tantos reclaman, los europeos podrían perder uno de sus mejores vehículos informativos (modesto en términos cuantitativos —600.000 usuarios únicos al mes, 17.500 seguidores en Twitter—, pero muy influyente).

La propia presidenta de la sección francesa de la AJE, Nora Hamadi, ha pedido en un artículo a la comisaria europea Viviane Reding que la CE rectifique su decisión y al mismo tiempo ha denunciado que cerca de 70 periodistas especializados en asuntos europeos podrían perder su puesto de trabajo. No ha sido la única en dar la voz de alarma. A continuación, una selección de tuits al respecto.

El PSOE busca afinar su discurso europeísta

Las presentaciones de libros escritos por políticos —aunque no sean memorias, tan efímeramente de moda, sino obras más o menos técnicas— inspiran desconfianza. Como si un político, supongamos que honesto, no pudiera vender con la misma sinceridad que cualquier otro escritor (un novelista, por ejemplo) su nueva mercancía.

Esta reflexión me hacía mientras esperaba el jueves pasado a que comenzara el acto en el que eurodiputado Juan Fernando López Aguilar, con su almibarada locuacidad de siempre, iba a presentar La socialdemocracia y el futuro de Europa (Catarata, 2013). En la sala de la librería Blanquerna de Madrid había mucho socialista con mando en plaza, algún que otro ya en discreta retirada, académicos afines y bastante gente ociosa, como era mi caso.

Jordi Sevilla (izq) y Juan Fernando López Aguilar, charlando antes del comienzo del acto (N.S).

Jordi Sevilla (izq) y Juan Fernando López Aguilar, charlando antes del comienzo del acto (N.S).

No sé si todos estaban allí preoupadísimos por Europa o si más bien hacían tiempo para cambiarse (literalmente) de acera para ver a Zapatero y a Blair juntos. Ese dilema. Quiero creer que lo primero, aunque las frecuentes bromas e ironías sobre «la contraprogramación» de ambos actos lleva a pensar que no todos los allí presentes estaban especialmente entusiasmados por ser los teloneros involuntarios del expresidente.

Me desvío. La cosa era hablaros de este libro, que aún no he leído, y sobre todo de esta presentación, que me parece sintomática de un estado de las cosas según la cual lo primero que hacen hoy los políticos que se lanzan a hablar en público es «reinvindicar la política»; lo segundo es asegurar que las «instituciones no tienen la culpa de nada» y lo tercero es recordar que las cosas se cambian con «la movilización y con el voto».

El acto duró poco más de una hora, pero la primera alusión directa a ‘Europa’ llegó casi al final, cuando ya quedaban menos de 20 minutos para que finalizara (por la dichosa contraprogramación, imagino). Antes, durante las intervenciones de Carlos Carnero —director de la Fundación Alternativas— y Jordi Sevilla —ex ministro de Administraciones Públicas— se habló mucho de socialdemocracia, pero poco de la UE.

Ambos, en un tono estupefacto y preocupado, se hicieron preguntas como estas: ¿Por qué la derecha nunca está en crisis? ¿De qué hablamos cuando hablamos de la crisis de la socialdemocracia? ¿Cuáles son los retos que tenemos por delante? ¿Cómo hay que entender y reconducir la globalización? Preguntas para las que no hubo muchas respuestas, aunque sí severos análisis de urgencia. Lo que, estando como está el PSOE, no sé si será suficiente.

La munición pesada (¿preelectoral?) y el europeísmo llegaron con López Aguilar. Su libro, según sus propias palabras, es «una reflexión histórica sobre el papel de la socialdemocracia»  sobre su íntima relación con el «desarrollo de Europa». Según él «el continente está siendo deconstruido, desmantelado» y solo la reinvindicación de la «política socialdemocráta» puede asegurar su futuro. «La socialdemocracia debe ser europeísta o no será», aseguró con la vehemencia que le caracteriza, al tiempo que se quejaba de que «la complejidad es la naturaleza de la socialdemocracia, y los medios de comunicación la han jibarizado». Crítica —está sí— con la estoy bastante de acuerdo.

De hecho, quizá yo mismo estoy pecando de frívolo o de simplista al resumir una charla compleja en unos cuantos titulares. Aunque lo cierto es que tampoco ellos, los expertos en socialdemocracia y Europa, al menos sus practicantes, supieron profundizar en la cuestión. Como desde hace bastante ya, el diagnóstico es el acertado, está claro para la mayoría, pero las respuestas no llegan, y en el horizonte político, en este caso del PSOE, solo se divisa un bucle de preguntas a la espera de ser contestadas.