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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

Archivo de abril, 2013

Carta a un estudiante de arquitectura (o cualquier otra cosa)

Querido hijo:

Sé que no lo eres, pero como seguramente serás el hijo de alguien, que también querrá -como querría yo- lo mejor para sus hijos, me permito dirigirme a ti  para contarte algo que solo descubrirás dentro de un par de décadas por ti mismo y quizá entonces desearás que alguien te lo hubiese contado.

En los próximos meses o años, vas a terminar tus estudios y vas a salir al mercado laboral. Has sufrido y te has dejado los ojos y parte de la juventud delante de un ordenador, dibujando e ideando hasta que tu materia gris se fundió en una suerte de jugo de tomate vital que casi te hace ahogarte y tirar la toalla, has aguantado como tus amigos se iban de fiesta mientras tu tenías una entrega o un examen dos días más tarde. Aquella chica o chico se enroscó en la lengua de tu mejor amigo/a el día que tu no pudiste salir. No pasa nada. Todo sea por un sueño, por un objetivo: ser arquitecto. O cualquier otra cosa.

«ya solo me quedan dos asignaturas, casi estoy listo para empezar a trabajar»
 

Tu carrera laboral va a empezar en lo más duro del invierno y te aseguro que ningún lobo huargo va a acompañarte ni defenderte. Aquí no hay enanos de buen corazón y tu título no te asegura ni siquiera un trabajo. Aunque…te lo van a ofrecer, no te quepa duda, como me lo ofrecieron a mí en su día, allá por el año 91 del siglo pasado -lo peor de esta frase es que es verdad- y querrán convencerte de lo mucho y bueno que será para ti echar más horas que un reloj, del salto cualitativo que supondrá dibujar y hacer entregas para concursos hasta esas horas de la noche en las que las putas y los búhos se mueren de sueño, y solo sus hijos están despiertos intentando que termines ese plano a tiempo. Sí, sí, los hijos de los búhos.

Te van a ofrecer ochocientos euros y que te hagas autónomo para poder cobrarlos. No te van a decir que eso te va a costar no tener vacaciones pagadas y que cada mes soltarás cerca de trescientos lereles para después no tener ni paro, solo para que seas legal. Pero, ay amigo, es que tu no tienes experiencia, tu tienes que ir de la mano, tu necesitas foguearte, tu tienes miedo a lo desconocido. Sin embargo esa entrega de la que depende el concurso, estará en tus manos y será TU responsabilidad, no te quepa duda. Nadie te va a regalar esos ochocientos motivos para que acuñes un sordo rencor que el día menos pensado te convierta en bloguero y te haga escribir cartas a futuros compañeros.

Puedes ganar ochocientos euros. Tendrás que hacerlo seguramente. No te va a quedar más remedio según parece, pero escúchame bien: que no sea por tus conocimientos, que no sea con el esfuerzo de tus últimos seis u ocho años, que no sea por lo que tu sabes y que vale bastante más de lo que crees, que no sea por tu valor como aparejador, como arquitecto, como médico, como investigador, como fontanero, como electricista o como técnico de lavadoras. Todos estos trabajos, los hace cualquiera, después de todo solo son lineas en un plano, solo es una receta en un papel, solo es soldar una tubería. Pero hay que saber hacerlo, y aprenderlo te ha costado mucho esfuerzo, como para derrocharlo en esos hijos de cien búhos nocturnos.

Y no te engañes. Necesitas experiencia, sí, necesitas jugar minutos de partido, sí. Pero no regalarlos, porque si tu los regalas, nadie va a poder cobrarlos por lo que valen nunca. Y sí no vas poder cobrar por tu conocimiento y saber lo que vale, es mejor cobrar menos, que hay que comer, pero por otras cosas que no necesiten años y mil noches de insomnio para poder conseguirlos.
Be a búho my friend. No me seas tu también un hijo de la noche.

Nota del arquitectador: Y tu dirás…¡si este pollo afirma haber descargado un camión en su primer día de trabajo!…Pues por eso, piltrafilla, por eso.

 

 

Cuando Pink Floyd habitaba en una Escuela de Arquitectura

Sin duda Waters, Mason & Wright hubiese sido un nombre pelotero para un estudio de arquitectura de los años 70 en la vieja city de Londres. Ya lo estoy viendo, a través de las geométricas cristaleras de su inmenso y victoriano despacho, Roger Waters observa a lo lejos la columna de Nelson en Trafalgar Square, mientras se toma una taza de té que le trae David Gilmour:

-Morning David, ¿como te va?

-De puta pena. Aquí estoy sirviendote un té mientras tu pones los pies en la mesa. Si hubieses montado Pink Floyd cuando debías, ahora seríamos famosos los dos,…arquitecto, arquitecto, …¡tu estas tonto chaval!

Portada del album Pulse-1995 de Pink Floyd con el modulor de Le Corbusier

Portada del album Pulse-1995 de Pink Floyd con el modulor de Le Corbusier

Afortunadamente para todos -sobre todo para el bueno de Gilmour- Pink Floyd se fundó en 1964 por aquellos estudiantes de arquitectura que abandonaron el politécnico de Londres, después de varios nombres fallidos anteriores y ambos, junto al resto de integrantes del grupo, se hicieron más que famosos, mitos.

Cuando, siendo yo un chaval, presencie la proyección de The Wall -esto ya daba una buena pista ¿eh?- aquella música, envuelta convenientemente en aquellas imágenes orwellianas me transportaron a un mundo que debió de marcarme, porque lo recuerdo con frecuencia. Observando como las referencias visuales y arquitectónicas de Pink Floyd en sus metafóricas portadas se repiten una y otra vez, comprendo que aquel nombre y aquella imagen no eran casuales, sino que estaban basadas en sus propias vivencias anteriores como estudiantes de arquitectura.

Pink Floyd, crecieron hasta llegar a ese álbum tan alegórico en el que su procedencia se reflejaba en los nombres y en la imaginería -la segunda parte del albúm se llamó «otro ladrillo en el muro»-  y a la vez se deshacía por el desmedido afán de protagonismo de los egos que formaban la banda, especialmente el de Roger Waters, algo tan propio de los arquitectos, que se diría que se inocula en nuestros cuerpos al formalizar la matricula del primer curso.

El muro, The Wall, la representación del éxito de un grupo, el culmen de su carrera, fue también el principio del fin, el inicio del declive. Tengo la analogía de nuestro «ladrillazo» y el desplome burbujeante de nuestra economía tan a mano que voy a dejarla pasar para que no me llaméis facilón. Después de todo para traeros a Pink Floyd y el muro, cualquier excusa es buena. Siempre es momento para poner otro ladrillo en el muro.

 

Nota del arquitectador: Como ya habreís comprobado, me gusta fusionar el concepto de la arquitectura con el de la música -y con otras cosas- pues tienen origenes comunes, unos cimientos sólidos o unos acordes que asientan la melodía o el desarrollo de un volumen, unas fachadas o una imagen, en realidad, todo tiene una estructura -término arquitectónico de nuevo- muy similar.

 

 

Fachadas que cobran vida propia

Acostumbrados como estamos a entender la arquitectura como algo inmovil y estático, cada día nos presentan nuevas formas de entenderla desde un punto de vista mucho más divertido y dinámico.

Existen distintos casos en los que la arquitectura en sí misma, especialmente las fachadas, cobran vida de una u otra manera y se mueven al ritmo de la luz, del sol o en función de las necesidades de cada usuario, tomando formas y disposiciones más o menos aleatorias que las convierten en un lienzo siempre cambiante, pero hoy os traigo una en la que el exterior del edificio se ha utilizado a la vez como escenario y como pantalla, como estrado y como actor principal.

Ha sido el artista suizo Guillaume Reymond el que junto con 110 estudiantes y empleados de la escuela suiza de salud Hesav, han utilizado la sede de esta institución para convertir su edificio en una pantalla en la que las ventanas son usadas como píxeles para conformar foto a foto, en un enorme montaje, una suerte de mensajes que convierten el edificio en una ventana -y nunca mejor dicho- en el que se sus habitantes pueden dialogar con el espectador.

Personalmente prefiero que el dinamismo llegue a los edificios desde su diseño, y en este caso me gustan las posibilidades que esta sencilla fachada ofrece de modificarse constantemente de manera aleatoria, lo cual nos ofrece más allá de esta performance, una visión de que con un poco de imaginación, la arquitectura puede y ha de moverse. Comprobareis como no son pocas las ocasiones en las que el recurso de las lamas correderas se utilizan en los edificios para conseguir ese doble efecto de función y representación, dejando el alzado final al albur del propio uso del edificio. Cuando elementos sencillos nos ofrecen la doble oportunidad, sabemos que estamos ante síntomas de buenas arquitecturas.

Nota del arquitectador: En estos tiempos que corren, eso de que la arquitectura ha de moverse, lo debemos repetir a modo de mantra hasta que se haga realidad, vamos repetid conmigo…..

El hombre que pudo construir ciudades

Un político cualquiera encarga a un arquitecto que realice la remodelación de una gran ciudad, una ciudad majestuosa, llena de grandes avenidas y hermosos edificios, que sea una gran manifestación del poder de aquel que el pueblo eligió para gobernarlo. El arquitecto -que no se ha visto en otra- se pega al político como una lapa. El tipo es bajito y con un genio de mil demonios, pero deposita su confianza en ese diseñador de ciudades que empieza a soñar con pasar a la posteridad como un prohombre, un constructor de mundos, posiblemente piensa en secreto que su obra generará más admiración en las futuras generaciones que el resto de medidas políticas que el vociferante canciller se empeña en gritar a los cuatro vientos.

Durante su interesado periodo de entendimiento el arquitecto es nombrado ministro. Puede que la finalidad de la cartera escogida no tenga mucho que ver con su formación, pero ¿quien rechaza un ministerio?. Además el político, no admite muy bien las negativas y es más práctico agradecer que oponerse, pues sus impostadas maneras y sus mitines multitudinarios van acompañados de constantes demostraciones de su poder y de su falta de comprensión hacia otras posturas u opiniones divergentes.

En algún lugar del camino, el arquitecto debió comprender que su trabajo se desviaba y en él nacerían algunas dudas y puede que incluso estuviese tentado de abandonar. O puede que no, puede que cuando Albert Speer, el arquitecto de Hitler, accediese al ministerio de armamento, ya supiese en que jardín se estaba metiendo y corriese el riesgo de hundirse en el pozo de la historia con toda la conciencia y la ambición de llegar a una imaginada gloria. En todo caso, setenta años más tarde, es difícil comprender las motivaciones de aquellos personajes que fueron juzgados en Nuremberg.

Speer, diseñador en gran medida de la escenografía wagneriana de los multitudinarios mítines del fuhrer, fue condenado a 20 años de cárcel, pues aunque negó su conocimiento del holocausto, una foto en una visita al campo de Matthausen le inculpaba, así como el testimonio de algunos supervivientes. Aún a su salida en 1966, escribió un par de libros sobre su relación con Adolf Hitler, pero por encima de su vida, de sus motivaciones, de su final apacible en Londres uno se pregunta como debió de sentirse cuando en pleno apogeo, tuvo en sus manos la posibilidad de rediseñar un gran Berlín o como años más tarde se vería a si mismo. Parece que nadie, ni sus más allegados llegaron a saberlo y que su impresiones se fueron con él a la tumba. Un hombre que vivió una gran contradicción, la de construir mientras se  destruía, la de crear mientras otros morían.

La arquitectura, es difícil de explicar. El hombre es imposible de comprender.

 

Si Le Corbusier hubiese tenido un martillo

Pienso yo que si Le Corbusier hubiese tenido que picar piedra o servir baguettes recalentadas para ganarse el brioche -perdón, el pan- tal vez hoy la arquitectura que conocemos hubiese ido por otros derroteros, aunque yo creo que no, que hubiese seguido el mismo camino pero más tarde. En todo caso, estaríamos en otro lugar histórico y haríamos determinadas cosas de forma diferente. Pero me cuesta trabajo pensar que se hubiese convertido en un personaje anodino y sin nada que aportar, en el Brutus de Popeye, en el Mac Meck del Corsario de Hierro o el Goliath del Capitán Trueno. No, el Corbu, no.

Digo esto porque a diario, dentro y fuera de las obras, me encuentro individuos que nacieron de madre y padre como cualquiera, que fueron a la escuela y jugaron al balón  o a las muñecas, o a «tu la llevas» y en algún momento de su vida, alguien les dio un martillo y los puso a practicar. Estas feroces criaturas, que derivan con frecuencia en seres vociferantes y que llevan a gala llegar al final del día con las neuronas justas, agotadas, exhaustas, son exactamente igual que cualquiera de nosotros. Podríamos ser uno de ellos o aún  peor, tu amigo, tu hermano o tu vecino ya es uno de ellos.

Es de temer cuando entre sus manos cae una maza, una piqueta o un martillo, pero lo verdaderamente terrible es cuando, pasados unos años, llega a la conclusión de que lo maneja con la pericia de Thor y es capaz de ejecutar filigranas en el aire y golpear en el punto preciso, como un buen cirujano.

Yo, salgo por la mañana de casa siempre temeroso. En una obra mía puede haber uno de estos y no haberlo detectado. Que el espíritu del Corbu no lo permita.

Lo importante es que os centréis en dos reflexiones, viendo los siguientes videos:

No se hacen obras sin que alguien que sepa salir del metro sin preguntar, esté pendiente de lo que se hace. Bueno, bueno, si el tipo en cuestión tiene algún conocimiento de construcción me haréis feliz. Si además el tío fuese aparejador o arquitecto es que se me saltarían las lagrimas.

-Fijaos, aún con burradas por el camino, como se sostienen las cosas, empecinadas, obstinadas en seguir en su lugar. Y es que hay que ser muy burro para que algo se caiga, pero recordad, cada vez que leemos una noticia en la que se cae un edificio o parte de él, alguien estaba haciendo una obra, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, ni a técnico ni  a enteradillo alguno.

 

Nota del arquitectador: Anda, no seáis membrillos, no juguéis con la maza. El Corbu no lo hubiese hecho. O por lo menos así no.

Maldiciones de la arquitectura cotidiana: la cocina-pasillo

Os lo voy a confesar. Cada vez que veo esas cocinas-pasillo en las que no cabe una mesa para comer, recito todo el santoral bien adornado con gruesos epítetos  Rememoro varias generaciones de redactores de planes urbanísticos, de promotores, de arquitectos y hasta de amas y amos de casa por engendrar o permitir esta aberración social.

Me explico. Pertenezco a esa generación que tenía prohibida la entrada al salón de la casa salvo en ocasiones especiales, en las que para entrar había que bajar descolgado del techo -en plan Tom Cruise en misión imposible- y permanecer arrobados, mirando la televisión en torno a un sofá inmaculado cubierto con una tela guardapolvo antiniños. La vida en aquel entonces, la realizábamos en la cocina o en un pequeño cuarto cercano a la misma.

Una cocina puede ser tendedero, comedor y granja de animales

Una buena cocina puede ser tendedero, comedor y granja de animales

Esta forma de vida, heredada de nuestros rurales ancestros tiene la lógica aplastante de la necesidad. Nuestros abuelos aprovechaban el calor de la cocina para conformar en torno a ella el hogar. Bancos de madera, escaños y largas mesas que albergaban el sustento de catervas de infantes -necesarios para cultivar el campo- servian para rematar una amplia estancia en la que se hacía casi el cien por cien de la vida diurna. Esta disposición  con las lógicas diferencias regionales, fue en nuestro país -eminentemente rural- una constante durante siglos, hasta que la revolución industrial -tardía en la piel de toro- trasladó el grueso de la población a las ciudades, y otras formas de hogar surgieron para degenerar en esa cueva alargada que hoy llamamos cocina y en la que no pueden circular dos personas en paralelo o girar paellera en mano, supone un ejercicio de inverosímil contorsionismo.

Yo os maldigo durante varias generaciones, inventores de la cocina-pasillo, y os condeno a hacer una fuente de torrijas al día, en semejante engendro arquitectónico.

Pero vamos al turrón. Ésta deformación del espacio, que sirve para no poder cocinar ni vivir todos juntos cómodamente, es culpable de que los habitantes de la casa se desperdiguen y estén cada uno a su propia pantalla o tablet, según gustos, y procede de la necesidad imperiosa que nos hemos generado de tener cuatro habitaciones en ochenta metros cuadrados. Cuatro habitaciones para familias de cuatro o cinco personas, una puerta que nos pueda separar a cada uno de los demás por encima de todo. La intimidad lo llaman. El desarrollo individual de la personalidad. El derecho a uno mismo.

Pamplinas.

Cuando un cliente me encarga la remodelación de su casa, lo primero que hago es imaginar la casa sin tabiques. Tirarlos todos mentalmente. Después y en función de las necesidades de la familia en cuestión, habrá que distribuir espacios, sí, pero ¿hay que hacer tabiques y puertas por todas partes? ¿de verdad necesitas más habitaciones que miembros tiene una familia? ¿de verdad la zona común tiene que estar dividida en cocina-salón-estar-comedor? ¿seguro que quieres perder un quince por ciento de tu pequeña casa en pasillos tubo y sacrificar un espacio donde convivir?

Ahí lo dejo.

En breve y cuando me recupere del sofocón, os caerá una buena reprimenda por esa otra patochada que os ronda la cabeza: la habitación de invitados.

Nota del arquitectador: Os va a caer la del pulpo.

 

Necesitamos la vida de las plazas

Desde que la superficie de la tierra se vio habitada por seres humanos hay un elemento urbanístico que se ha repetido mil veces en todas las civilizaciones. Las plazas.
La plaza como lugar de reunión, como centro y como cruce de caminos, existe desde el momento en que dos chozas se enfrentan o dos caminos se cruzan. El inevitable punto de convergencia se convierte en centro neurálgico de la vida en común.

Incluso cada corro de conversación, cada círculo de amigos charlando en torno a unas cañas es una pequeña plaza que formamos para disolver y volver a formar en la siguiente ronda, en el siguiente bar.

Yo me crié muy cerca de una plaza, de ésta que os muestro en la foto. Era una plaza más, una plaza Mayor -y eso que no hay plazas menores- como tantas otras, que nos ofrecía a los muchachos del barrio, bancos que no eran para sentarse sino para imaginar la portería de un campo de fútbol, bibliotecas que no existían a cambio de una maravillosa tienda de cambio de tebeos que vi desaparecer con dolor años más tarde, parques que no soñábamos, sustituidos por unos billares donde conocimos el primer cigarrillo y jugamos nuestras primeras partidas de ping pong a falta de campos de tenis o polideportivos.

Plaza mayor de villaverde

Plaza mayor de villaverde

Este fin de semana pasé por mi plaza. Los edificios que me traían historias dibujadas ahora son locales cerrados, los bancos que servían para jugar al fútbol ahora están adornados con un hermoso letrero que prohíbe el juego de pelota y los billares mueren tras una puerta oxidada y un cartel de alquiler que debe llevar allí más tiempo del que al dueño le gustaría. La plaza, edificios derruidos incluidos, fenece mientras se deshace la vida de la ciudad y una triste obra, que rehabilita con desgana una de las fachadas se me antoja una gruesa capa de maquillaje en el rostro de una vedette trasnochada, oculta tras unas plumas que nunca volverán a bajar las escaleras de la vida en común que se disfrutaba antes allí.

Las plazas, amigos, son para vivirlas, necesitamos las plazas porque son el hogar de la tribu. Las hemos sustituido torpemente por pequeñas pantallas donde nos reunimos sin vernos, presos de una vida social en la que el contacto se sustituye por emoticonos, los olores cayeron tras el sonido de un nuevo mensaje en nuestro móvil y los gritos de los juegos infantiles son apenas una estúpida onomatopeya de antiguas risas. Siempre la misma. Jajajá.
montaje 2

Y no sé si lo hicimos antes o después de que las plazas perdiesen su carácter de ágora, de lugar de encuentro, para convertirse en rotondas, en lugares donde hacerse la foto junto a la nueva fuente o la incomprensible estatua, iconos del ego de un alcalde o un prohombre homenajeado. Tuvimos la culpa los arquitectos, los políticos, los ciudadanos, todos y ninguno.

De lo que estoy seguro, es de que los ciudadanos las necesitamos. Que alguien diseñe una plaza para usarla de una vez (1). Y demos un capón al que pone el cartel de prohibido jugar a la pelota.

Nota del arquitectador(1): Sí. Puede leerse «de una puta vez». Has acertado.

 

 

 

 

 

 

Las típicas anécdotas de obra (I)

He tenido la suerte de conocer en las obras personajes excepcionales en los últimos veintidós años. Siempre – mis allegados lo sufren con estoica paciencia- refiero como aquel ferralla-filósofo, de nombre Arcadio, con el que tenía largas conversaciones en la búsqueda del ungüento amarillo que arreglase el mundo y pertinaz desobediente a la hora de ponerse el casco, me decía mientras se lo ponía de mala gana al recordárselo yo:

-¿Cascos? ¿cascos?….armas, Miguel, ¡armas y munición es lo que necesitamos!

El abuelo cebolleta, siempre supe que yo acabaría así.

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En una ocasión, mi compañera Virginia, entró pálida en la caseta con un libro de un filósofo alemán que soltó sobre mi mesa como si quemase, diciéndome con ironía  «lo he encontrado en la obra». Finalmente, a ultima hora de la tarde, un muchacho joven, un escayolista entró en la caseta para ver si habíamos encontrado un libro.
-…mmm, no sé, voy a ver – le dije, mientras hurgaba distraídamente en las estanterías donde reposaban, planos, papeles desordenados y carpetas polvorientas- ¿de que autor?
-De Schopenhauer-me dijo.
Le miré fijamente, abrí el cajón de mi escritorio y le ofrecí el libro. El chico dio las gracias y se marchó y aún hoy, me pregunto que habrá sido de él.

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En aquella misma obra, en la que yo actuaba como jefe de obra y a la que llegue a mitad del proceso como nuevo contratado en la empresa, pues mi antecesor se había despedido, los problemas con la arquitecta de la dirección facultativa habían sido frecuentes. El segundo día de visita y tras tratar algún que otro problemilla que venía de atrás y que conseguimos resolver, la arquitecta, le preguntó a mí jefe, delante mío, donde me habían encontrado:
-Por un anuncio en la farola* – me adelante.
Me miró, se echo a reír y no volvimos a tener problemas en toda la obra. No más de los normales, quiero decir.

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Aquella obra dio para mucho. Una mañana, el encargado de los albañiles entró furibundo en la caseta agitando los brazos por que la ayudante de obra, mi secuaz, una muchacha de apenas veinte años, le había mandado a tomar por donde amargan los pepinos en mitad del patio, donde todo el mundo pudo oírla bien. Me costo media mañana calmar los ánimos  Ahora puede parecer mentira, pero hasta hace no mucho, el que una mujer entrase a una obra a dar órdenes era para muchos comulgar con hogazas de ocho kilos. Tanto más si era una veinteañera. En numerosas ocasiones me vino muy bien el carácter de la chica, que hoy, además de buena amiga, es una gran profesional de la construcción. Cierto que no debió decirlo así, pero también es verdad que gracias a que lo dijo un día, no necesito decirlo nunca más.

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En otra ocasión, siendo yo ayudante de obra, el jefe de obra con el que trabajaba recibió a uno de los subcontratistas que venía -como siempre- a intentar subir sus precios pues afirmaba perder dinero. Mi jefe, un hombre grandote y bonachón como él solo, se levantó, miró por la ventana de la caseta y le pregunto al otro, un albaceteño rojizo y pachón:
-Oye, ese Mercedes de ahí, el que has dejado en mi plaza, pedazo de cabrón, es tuyo, ¿verdad?, pues a pedir más dinero se viene con otro coche
Y le echó de la caseta con cajas destempladas.

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En esa obra, teníamos un administrativo borrachín al que nos habían enviado en castigo para que el jefe supremo no lo viese más (palabras textuales) y cuando había visita de la alta jerarquía teníamos que esconderlo y no dejar que se fuese al bar y volviese dando tumbos. Le habían ofrecido una terapia desintoxicadora en una clínica especializada pagada por la empresa. No quiso pues decía que allí le iban a cambiar la sangre.

(continuará…..)

*La farola es una publicación que suelen vender mendigos y gente necesitada en semáforos o a la puerta de los centros comerciales.

¿Por qué no tener una huerta en la ciudad?

En los últimos años, la tendencia a fomentar los huertos urbanos en terrazas, parterres, azoteas y cubiertas ha ido en aumento exponencialmente.

Al principio, se trataba de una forma de reaprovechamiento del espacio, luego se convirtió en una redefinición de los usos habituales de estos espacios y finalmente puede que acabe por convertirse en una necesidad, viendo la deriva que está tomando nuestro mundo.

Hace unos meses escuchaba en un debate a un conocido periodista:

-Pero tú, ¿como quieres vivir?-le preguntaban

-..pues yo, como vivo, pero pudiendo- contestó.

Quizá la manera de poder continuar comiendo tomates y lechugas – o al menos comerlos y que sepan a algo- sea cultivarlos uno mismo aunque sea a pequeña escala. En todo caso, está claro que la huerta urbana es una tendencia y las diferentes formas de adaptación de cubiertas o de elementos arquitectónicos que los alberguen va a ser uno de los retos que se plantean a corto o medio plazo a los que rehabiliten edificios o zonas públicas urbanas.

Esto es una huerta urbana, y es para comer, no para fumar. Eso que tu tienes es otra cosa, amigo.

Hoy os traigo, para los que vivais en Madrid o alrededores, un taller gratuito -sí, sí, recompón ese gesto de asombro, aún quedan cosas gratuitas- realizado en el antiguo Matadero de Madrid, sobre la construcción de espacios móviles de madera con agrodomésticos, . Está dirigido a profesionales de la construcción y tambien a todos los ciudadanos interesados en la agricultura urbana, que me consta que cada vez sois más.

Desde luego, no creo que la solución a nuestros males esté en hacernos nuestras huertas en lo alto del edificio, pero desde luego es infinitamente mejor que tenerlos inutilizados y ociosos. Tal vez sea el momento de cuidar esas pequeñas cosas. Desde la arquitectura también.

Os dejo un video rapidito sobre el asunto, un trabajo de investigación realizado por el equipo de pezestudio.org

TRAILER AGRONAUTAS from Agronautas on Vimeo.

Nota del arquitectador: Hay que predicar con el ejemplo, aquí os dejo fotico de mi cosecha del año pasado, me quedé a dos tomates del latifundio.

El cosechón

El cosechón

 

 

Si te pasara la ITV el dueño de un taller mecánico…

El hecho cierto es que yo no querría que los inspectores que pasasen la ITV de mi coche, fuesen dueños o amigos de talleres mecánicos. El conflicto de intereses estaría servido y las sospechas de que las incidencias en la inspección serían abundantes estarían más que justificadas.

Durante los últimos años, he realizado -al igual que la mayoría de mis compañeros- decenas de inspecciones técnicas de edificios y hemos tenido que competir con aquellos que ofrecían el resultado del informe a precios ridículos, por debajo incluso de los costes de visado, desplazamientos, seguro de responsabilidad civil o incluso lo ofrecían gratis. Sí, has leído bien, gratis.

mmm… esa cornisa no me gusta nada, amigo….

Obviamente el resultado de estas inspecciones gratuitas era negativo y la ITE venía de la mano de una empresa de reformasque realizaba las obras y que con el caramelo de ahorrarte el informe realizaban reparaciones en fachadas y cubiertas de los edificios. Vas a pasar la ITV y te dicen que tienes el carburador hecho cisco y ellos mismos se ofrecen a arreglartelo. Oye, pero esos manguitos te van a fallar en cualquier momento, y la junta de la trócola no pensarás llevarla así. Tu verás, pero la junta de la culata tiene una pinta horrible y con esa cara de pichón no creo que sepas cambiarla tu solo. Anda alma de cántaro, pasa por recepción que te preparamos la nota, si va a ser un momentito, no te va a doler.

Cuando, muy despacio para que no te desangres, te van sacando el puñal, ya casi no te acuerdas de aquel tipo gris que vino a ofrecerte una ITE por unos euros y que no venía con un señor detrás que se ofrecía a hacerte la obra. El caso es que luego, durante la obra, no lo volviste a ver y por allí no apareció ningún técnico a dirigir los trabajos, solo aquel tipo con un móvil que venía cada dos días a primera hora de la mañana y luego desaparecía. Eso sí, luego te dieron un certificado de idoneidad de las obras firmado por alguien que -en el mejor de los casos- pasó por allí tres minutos después de terminar las obras.

Me duele especialmente este post por una razón. Los técnicos que firman esos dictámenes a la sombra de una empresa constructora son compañeros, son arquitectos, aparejadores y tienen que comer, pero entran en un conflicto de intereses que éticamente no debemos aceptar jamás y ojalá los propietarios lo comprendiesen así, al igual que lo comprenderían si hablásemos de su coche.

Nota del arquitectador: Recomiendo a propietarios que contraten sus obras con el asesoramiento de un técnico independiente que les apoye en su control. Este dinero -se lo demuestro cuando quieran- se lo van a ahorrar en las dos primeras gestiones que haga el compañero al que contraten.