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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

Archivo de abril, 2013

¿Qué tienen que ver el jazz y la arquitectura?

Durante mi formación un profesor me dijo que la arquitectura era como el jazz, me habló de como había que dejarse llevarse por la improvisación, huir de las reglas, de los clichés, de las ataduras, ser absolutamente libre en los planteamientos y no someterse a caminos ya recorridos. Yo, que soy rubio natural, me lo creí.
Unos años más tarde, me compré un saxofón. Podría haber sido un juego de petanca o un abono de un equipo de primera división, pero fue un saxofón, y empecé a estudiar aquel sonido de tugurio que tanto me gustaba.
Entonces descubrí que en el jazz, la improvisación está regida por unos tonos, unos acordes y unos tiempos, y que dentro de determinadas normas puedes jugar con notas y escalas, con intervalos y patrones, o incluso recorrerlos sin un rumbo fijo, anárquicamente, pero cuando te sales de ellos, la música se convierte en ruido y las notas dejan de tener relación entre si. No funciona.
En este momento, la arquitectura no tiene una dirección formal y en muchos casos ni siquiera funcional. Los patrones han desaparecido, no hay normas estéticas ni relaciones establecidas que funcionen. La libertad absoluta ofrece pocos lugares comunes entre las infinitas obras proyectadas y cada vez más, se busca la sorpresa en el espectador.
Me pregunto si esta falta de orillas en las lindes del camino de la arquitectura se reconocerá en el futuro como una época en la que se crearon obras inenarrables o más bien llegará un momento en el que la sociedad busque y solicite una zona de confort para descansar de tanta sorpresa, estableciéndose nuevas tendencias con un hilos conductores más claros y concisos.
Tengo para mí, que en algún momento habrá una vuelta a esto último, pero no creo que para entonces caminemos ya por estos pagos, -y no me refiero al blog- en todo caso habrá que plantearse hacia donde llevan los infinitos caminos y direcciones actuales.


Nota del arquitectador: Os dejo un vídeo de Candy Dulfer recomendable de principio a fin. A partir del minuto nueve podéis ver como con unas normas relativamente estrictas, siguiendo casi el mismo patrón, los caminos pueden ser infinitos, y la música, como la arquitectura puede llegar a no tener fronteras, sin carecer de principios.

¿Hay igualdad entre arquitectas y arquitectos?

Hoy, que tenemos por bandera que nuestra sociedad occidental es prácticamente igualitaria (?), leo que Martha Thorne, directora ejecutiva del Premio Pritzker 2005, ha solicitado a través de una iniciativa del portal change.org que Denise Scott Brown sea reconocida como coganadora del Premio Pritzker , que le fue concedido a su marido Robert Venturi en 1991.

Desde mi experiencia personal traigo aquí lo que escribí hace algún tiempo:

En los últimos veinte años trabajando en construcción, he podido coincidir en mi trabajo con muchas mujeres, como subordinado, de igual a igual y como responsable de ellas.

Parece que hoy las distancias se reducen, pero me sigue sorprendiendo que en nuestro sector, presumiendo como presume de estar en la vanguardia de muchos de los avances de la sociedad, el papel de la mujer como arquitecta aún esté muy lejos de la igualdad.
Y lo digo por los datos. Es mayoría el número de mujeres en las matriculas universitarias y en las escuelas de arquitectura, pero las mujeres que verdaderamente llegan a ganar premios o a realizar grandes proyectos bajo su firma siguen siendo muy escasas.
la cuota se reduce a mínimos si pienso en las que no lo hacen como parte de una pareja hombre-mujer, sino que titularizan su trabajo en solitario. Apenas puedo recordar algunos nombres y dudo que los que no versados en estas lides sepan mencionar a más de dos de ascendencia no iraní, y casi todas, por cierto, empezaron compartiendo estudio con un hombre.

Y si nos remontamos más allá del siglo XX no seria fácil encontrar algún caso de mujer en solitario que realizase trabajos en arquitectura. Y si lo hizo, no ha trascendido.
Tras toda esta exposición, no me cabe más que pensar que si bien el número de arquitectas debe ser igual o incluso superior al de hombres, los que dirigen y eligen aún son hombres. Y la arquitectura, una vez más, no es sino un reflejo de lo que tenemos alrededor.

Buscando fotos con la etiqueta «obrera de la construcción» me sale esto. Para que veamos que no solo entre los profesionales titulados hay discriminación.

Nota del arquitectador: Cuando me matriculé por primera vez en la Escuela de Arquitectura Técnica, en mi aula eramos noventa y seis hombres y cuatro mujeres. Cuatro años más tarde al salir de allí con aquel trozo de papel las matriculas de primer curso eran mayoritariamente de genero femenino. Y efectivamente en la vida profesional, eso se notó unos años más tarde. Otra cosa es el género que llega a los puestos de representación y control en empresas y estudios, que a día de hoy sigue siendo prioritariamente masculino. Es un hecho.

Buckminster Fuller, el hombre que dominó el equilibrio

No me decido hoy sobre si el tema del post es el asunto arquitectónico que os traigo, la tensegridad o el tipo que lo invento, R.Buckminster Fuller, (1895-1993) y es que si lo uno me parece apasionante, el personaje en sí, os aseguro que fue una de esas pocas mentes preclaras que cada muchos años surgen, de tal manera que no sé por donde empezar.

En la naturaleza y en las construcciones, la tensión logra la estabilidad, de tal manera que mientras existen elementos comprimidos, hay otras fuerzas que lo contrarrestan estirándose (traccionándose) para lograr la contraprestación y llegar al estado de igualdad de fuerzas que llamamos equilibrio. En el momento que uno de los elementos del sistema se relaja -da igual que el sistema sea social, constructivo, arquitectónico- todo el sistema sucumbe.

Desde el punto de vista arquitectónico es posible resolverlo mediante elementos traccionados que pueden perfectamente ser cables, ya que nunca van a estar comprimidos, y elementos rígidos que aguanten esas compresiones. Lo dificil es hacer que los elementos comprimidos no se toquen entre si sin perder la rígidez del conjunto.

Estos sistemas se llaman Tensegridad y los podéis ver en la siguiente fotografía.

Torre Needle, Kenneth Snelson. Foto wikipedia

Pero volvamos al inefable Buckminster. Este hombre con 32 años en 1927, arruinado y deprimido, con una hija recien fallecida, una comprensible afición a los destilados alcohólicos y en plena crisis, decide iniciar  «un experimento, para descubrir si un individuo puede contribuir a cambiar el mundo y beneficiar a toda la humanidad» (wikipedia). Ahí es nada.
Y tras muchos años de trabajo, nos deja unas cuantas patentes, algunos términos que hoy usamos con normalidad y que él acuño, como sinergia e inventos como la tensegridad o la cúpula geodésica  Uno de esos humanos con los que a uno le hubiese gustado tomarse un destilado de malta en un rojizo atardecer de Illinois, aderezado con una buena conversación.

Además de un prolífico autor, inventor, investigador, ingeniero, tambien era un visionario que comprendió en su momento que la energía era la que dirigiría los designios de la humanidad y que ya en su época apostó por el desarrollo de las renovables y por eliminar nuestra dependencia de los combustibles fósiles.
Aunque al bueno de Buckminster Fuller lo tacharon de utópico, hoy en día ya existen espectaculares construcciones realizadas según los principios de la tensegridad, como el puente Kurilpa en Brisbane, Australia, la pasarela peatonal más larga del mundo.


Nota del arquitectador: Os recomiendo la lectura de su biografía. Lo podéis hacer sin un refrescante espirituoso o un burbujeante fermentado, aunque pierde bastante. Vosotros veréis.

¿Hasta donde puede crecer una ciudad?

Desde la revolución industrial la población ha pasado del campo a las ciudades de forma vertiginosa. Verdaderas mareas humanas y gráficos de crecimiento de la población que desafían la gravedad, han determinado ciudades de más de veinte millones de habitantes como Shangai.

Shangai, foto wikipedia

Mareante, y quizá aberrante.

Llegados a este punto, uno se pregunta en qué momento la ciudad perdió el carácter de lugar común para ser un contenedor de seres humanos con débiles relaciones entre ellos.

Tengo una costumbre desde hace tiempo. Cuando mantengo un debate sobre algún asunto cotidiano, relacionado con las relaciones sociales, políticas  económicas de los que habitamos la ciudad, planteo como se resolvería el problema en una comunidad limitada en cuanto a su número de miembros y al espacio que utilizan  Es decir, reduzco nuestra sociedad actual a un poblado de yanomamis con sus correspondientes cabañas, pequeñas economías…y luego me pregunto cuál sería el equivalente al problema en esa pequeña sociedad y si esa solución, aunque descabellada, podría utilizarse en nuestro mundo.

Por ejemplo, me pregunto, porqué un yanomami iría a cazar a cincuenta kilómetros de distancia, si en realidad hay gente de ese lugar que viene a cazar junto a su choza. También me pregunto porqué los niños, que juegan juntos en torno a las cabañas mientras algunas madres los vigilan y otras cultivan los campos cercanos, no están nunca en entornos ajenos y con personas desconocidas, mientras que los nuestros sí.

Me planteo -estúpidamente, ya lo sé- cómo se podría dar el caso de que la mitad del poblado yanomami fuesen cabañas vacías y una buena parte de los habitantes del mismo durmiesen al raso en las noches de lluvias torrenciales, o porqué cuando un yanomami construye su cabaña o mata un cerdo – o lo que quieran que coman, no me hagáis ir a la wikipedia, prefiero confesar mi ignorancia aquí y ahora- se hace una fiesta y todos colaboran en la construcción de su casa.

De la misma manera me pregunto por que ningún yanomami se hace una cabaña a doscientos metros del poblado para llamarlo barrio residencial.

Está claro, que o yo o el mundo estamos errados. Probablemente yo, con mis simplistas argumentos, no tenga más probabilidad de acierto que millones de personas, que aunque no hayan decidido vivir en las megápolis actuales, admiten vivir en el modelo adecuado.

Y yo, la verdad es que dudo cada día más. Cada millón de habitantes que crece una ciudad, dudo un poco más, y me pregunto ¿Cuál es el tamaño óptimo de la ciudad? ¿En qué momento cruzamos la línea roja sin saberlo? ¿Cómo coño se llama mi vecino? ¿Qué nombre grito si se quema mi casa?