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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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El hombre que pudo construir ciudades

Un político cualquiera encarga a un arquitecto que realice la remodelación de una gran ciudad, una ciudad majestuosa, llena de grandes avenidas y hermosos edificios, que sea una gran manifestación del poder de aquel que el pueblo eligió para gobernarlo. El arquitecto -que no se ha visto en otra- se pega al político como una lapa. El tipo es bajito y con un genio de mil demonios, pero deposita su confianza en ese diseñador de ciudades que empieza a soñar con pasar a la posteridad como un prohombre, un constructor de mundos, posiblemente piensa en secreto que su obra generará más admiración en las futuras generaciones que el resto de medidas políticas que el vociferante canciller se empeña en gritar a los cuatro vientos.

Durante su interesado periodo de entendimiento el arquitecto es nombrado ministro. Puede que la finalidad de la cartera escogida no tenga mucho que ver con su formación, pero ¿quien rechaza un ministerio?. Además el político, no admite muy bien las negativas y es más práctico agradecer que oponerse, pues sus impostadas maneras y sus mitines multitudinarios van acompañados de constantes demostraciones de su poder y de su falta de comprensión hacia otras posturas u opiniones divergentes.

En algún lugar del camino, el arquitecto debió comprender que su trabajo se desviaba y en él nacerían algunas dudas y puede que incluso estuviese tentado de abandonar. O puede que no, puede que cuando Albert Speer, el arquitecto de Hitler, accediese al ministerio de armamento, ya supiese en que jardín se estaba metiendo y corriese el riesgo de hundirse en el pozo de la historia con toda la conciencia y la ambición de llegar a una imaginada gloria. En todo caso, setenta años más tarde, es difícil comprender las motivaciones de aquellos personajes que fueron juzgados en Nuremberg.

Speer, diseñador en gran medida de la escenografía wagneriana de los multitudinarios mítines del fuhrer, fue condenado a 20 años de cárcel, pues aunque negó su conocimiento del holocausto, una foto en una visita al campo de Matthausen le inculpaba, así como el testimonio de algunos supervivientes. Aún a su salida en 1966, escribió un par de libros sobre su relación con Adolf Hitler, pero por encima de su vida, de sus motivaciones, de su final apacible en Londres uno se pregunta como debió de sentirse cuando en pleno apogeo, tuvo en sus manos la posibilidad de rediseñar un gran Berlín o como años más tarde se vería a si mismo. Parece que nadie, ni sus más allegados llegaron a saberlo y que su impresiones se fueron con él a la tumba. Un hombre que vivió una gran contradicción, la de construir mientras se  destruía, la de crear mientras otros morían.

La arquitectura, es difícil de explicar. El hombre es imposible de comprender.