Por Juan José Fuente
Como era de temer, tras el estallido del escándalo, surgen las reivindicaciones del “lado bueno” de Pujol, por parte de sus cómplices o de inocentes útiles. Pero no se trata aquí de un mal paso al final de una carrera honorable.

El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol. (ROGER SEGURA/ACN)
Desde el principio, siguiendo el ejemplo de su padre y transmitiendo sus manejos a sus hijos, el banquero Pujol se dedicó a actividades fraudulentas en gran escala, utilizando incluso el Palacio de la Generalitat, convirtiendo desde la cumbre a Cataluña en una de las regiones más corruptas de Europa, según denunció la misma UE aún antes del 25J. Y, encima, llevándose este “amante de Cataluña”, -para robarla, claro-, el dinero a Andorra, Suiza, Latinoamérica, etc.
Sí, y es con mucho, mucho más grave que lo de la “pela”: antológico fariseo para desgracia de todos, utilizó la política y fomentó el peor nacionalismo, -tapándose con la senyera, hoy profanada con un trapo estrellado- para ocultar sus robos.
Nacionalismo muy racista, peor incluso que el de su mujer, que supo ocultar mejor. Aunque ya en 1950 escribió que “el inmigrante es generalmente un hombre poco hecho” que, si llegara a predominar por su número “destruiría Cataluña”; fiel discípulo, pues, de Sabino Arana.
Nadie quiere separarse si no se considera superior. Desde el en principio Pujol inculcó a los suyos el: “Hoy, paciencia; mañana, independencia”.
Durante su mandato, la fue preparando para garantizar su impunidad. Con mentiras, educó a muchos jóvenes, ahora al mando, en el odio a España dividiendo a la misma a la sociedad catalana, hoy al borde del precipicio por su fiel continuador Mas, también defraudador confeso y penado, quien, como otros, espera con la independencia escapar de rendir cuentas ante la Justicia de su comportamiento público.