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Un tabú navideño: los regalos que no gustan

Corbatas, un vestido de señora, tuppers y lencería extragrande, cuatro de los regalos del proyecto GIFt

Corbatas, un vestido de señora, tuppers y lencería extragrande, cuatro de los regalos del proyecto GIFt – Foto: gift.movingbrands.com

«Cada año, todos recibimos algo que nos deja pensando si nuestros seres más cercanos y queridos nos conocen en absoluto. Se nos dice que el detalle es lo que cuenta, pero a veces es el detalle lo que duele«. En tres líneas de texto, queda resumido uno de los mayores tabúes de la Navidad: los regalos que no gustan al destinatario.

Hay que guardar la compostura y poner buena cara cuando son obsequios de la pareja, de familiares adorables o buenos amigos que no nos desean mal alguno. Se han molestado en comprar algo y además lo han pensado mucho, lo que hace más doloroso preguntarse de dónde han sacado que nos gustaría.

Moving Brands, un estudio de diseño y publicidad, revive el espinoso tema con una web dedicada a todos aquellos que han recibido un regalo no deseado durante las fiestas. GIFt es una combinación de palabras que une el término inglés gift (regalo) con gif, formato gráfico conocido en Internet por utilizarse para construir animaciones breves. Los creadores de la web la definen como «nuestra catártica colección de los mejores peores regalos«.

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Muñecas que ‘decidieron’ quitarse el maquillaje

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

En el rostro de la muñeca Bratz ni siquiera se adivina una expresión natural bajos los varios tonos de sombra y la abundancia de eye liner y rímel. Las cejas retocadas y los labios hinchados rematan la caricatura de sofisticación y sensualidad. Por suerte, parece que todavía está a tiempo de reconducir su vida, a pesar de que sus anteriores dueños la hayan abandonado despeinada y desnuda.

«Estas muñecas han sido rescatadas y renovadas de tiendas de tiendas benéficas y de segunda mano en Tasmania», declara en su microblog la misteriosa artesana que las transforma volviendo a pintar las caras, moldeando nuevos zapatos y vistiéndolas como lo que son tras la metamorfosis: figuras femeninas que han cambiado su glamour de pega por «un estilo realista».

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

La autora se esconde en el anonimato, no da su nombre y sólo revela que es artista, ilustradora y «comunicadora científica» y que reside en Hobart, la ciudad más poblada de Tasmania (Australia). En un escueto texto introductorio explica que ella y su hermana crecieron en la isla australiana, en un entorno natural, jugando con «muñecas de segunda mano y juguetes hechos en casa».

El nombre del proyecto —Tree Change Dolls— es difícilmente traducible. El término inglés tree change nació no hace mucho en Australia, para definir a los urbanitas que renuncian a la gran ciudad y buscan un cambio radical de vida en las zonas interiores, boscosas o campestres del país.

La autora tiene cada vez más admiradores de su trabajo que preguntan si es posible comprarlas y ya ha prometido en breve que comenzarán a estar disponibles en una página de venta online. Hay comentarios referidos a la frescura y la despreocupación que destilan las muñecas. Sin maquillaje se acercan a la infancia, se establece por fin una conexión entre el cuerpo infantil y las facciones aniñadas.

Luciendo botas y zapatos cómodos y prendas (manufacturadas por la madre de la artista) de ganchillo o telas sencillas, han renunciado a la superficialidad y se presentan ahora rodeadas de vegetación, columpiándose en un gran neumático viejo o sentadas sobre la rama de un árbol.

Helena Celdrán

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

Tree Change Dolls

Kokeshi, la muñeca japonesa que nace de un torno

En el pequeño taller japonés abierto a la calle, el artesano Yasuo Okazaki (1954) trabaja la madera rodeado de virutas y serrín. De un palo corta cilindros, su gran herramienta es un torno que hace girar la madera para que él pueda moldearla con cinceles y brocas.

Todo resulta relajante y estéticamente perfecto en la creación de las muñecas japonesas Kokeshi: figuritas sin pies ni manos, minimalistas y de expresión enigmática, utilizadas como recuerdo o amuleto. El proceso recuerda a la alfarería más que a la talla, la pieza no deja de girar hasta que el artesano no tiene que dar los último retoques.

Incluso en el momento de pintar los adornos principales, la pintura parece surgir sobre la madera giratoria como por arte de magia. Con un cariño milimetrado y pleno dominio del proceso, ver trabajar a Okazaki es como contemplar a un gran chef de cocina transformar los ingredientes en manjares o a un joyero puliendo con mimo una piedra preciosa.

Kokeshi doll

Típicas de la región de Tohoku —al norte de la mayor isla de Japón, montañosa y conocida por la dureza de su clima— fueron los alfareros quienes tuvieron la ocurrencia de experimentar con el torno para fabricarlas. No está claro cuándo se comenzaron a manufacturar las muñecas Kokeshi, parece ser que fue a mediados del periodo Edo (1603-1868). Japón crecía económicamente, las normas sociales eran muy estrictas y sólo al final de esta larga época histórica comenzó a abandonar su ancestral aislamiento del resto del mundo.

Existen 11 tipos de Kokeshi según la región. La del vídeo corresponde a la variedad de la localidad de Naruko, donde se dice que pudieron nacer las figuritas y en la que incluso hay un museo dedicado a ellas. Se distinguen por tener caras amables y crisantemos pintados sobre el cuerpo, pero sobre todo por ser las únicas que emiten un sonido: la cabeza, perfectamente ajustada, se puede sin embargo girar haciéndo un poco de fuerza para que chirríe.

Si no fuera por el ruido mecánico de las herramientas interviniendo en la rotación del torno, podría parecer que el tiempo se ha congelado en el interior del taller. Okazaki ha dedicado su vida adulta a las Kokeshi. Tras acabar el instituto, el único maestro que tuvo fue su padre, que lo instruyó en la elaboración casi ceremonial de las exquisitas muñecas.

Helena Celdrán

Haz que tu hija sea una muñeca

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

Dicen que las muñecas American Girl son las anti-Barbie«un canto a las niñas y todo lo que pueden llegar a ser». Esa es la idea que venden, y el verbo revela los oscuros significados y significantes habituales, en la compañía Pleasant Doll, fabricante del juguete.

Desde 1998, la empresa que «ayuda a que las niñas brillen» (¿es casualidad la isotópica metáfora?) es una división del grupo Mattel, mega corporación —ganancias en 2010: 5.800 millones de dólares, unos 4.400 millones de euros— que sintetiza, en sincronía con los tiempos desprovistos de matices en los que vivimos, el yin y el yang para comerse todo el bacalao y no dejar resquicios a una opción diferencial. Mattel fabrica y comercializa a las enemigas: Barbie, la muñeca pija de Beverly Hills, y American Girl, la muñeca que, según el lema de la mercadotecnia del producto, propone a las crías de entre nueve y once años que persigan los designios de su «estrella interior» (más semántica radiante).

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

La fotógrafa Ilona Szwarc  vive en los Estados Unidos desde hace cuatro años. Nacida en 1968 y educada en el ambiente brumoso de Varsovia, se bregó en los platós de cine trabajando como ayudante de las dos glorias nacionales de la filmografía polaca, Roman Polanski y Andrzej Wajda. También asistió a Mary Ellen Mark, la fotógrafa que se acercó más que ninguna en los EE UU a los niños de la calle y la prostitución infantil.

Uno de los proyecto que desarrolla Szwarc como fotógrafa se titula American Girls y tiene más de un punto de contacto con la descarnada visión de Mark: la edad de las protagonistas, la superficialidad, los puntos suspensivos de un futuro que tal vez sea lóbrego o tal vez no, la niñez entendida malignamente como una miniatura de la edad adulta

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

La fotógrafa confronta a niñas estadounidenses con su muñeca American Girl personalizada: My American Girl se llama la gama y la gólem plástica puede diseñarse a voluntad —desde la etnia hasta la ropa interior y los accesorios— en un simulador en línea que permite jugar al Doctor Frankenstein dando vida a un trozo de plástico de 46 centímetros de alto por el que puedes pagar, si te pones caprichoso con el ajuar, hasta 600 dólares (unos 455 euros). Se da por sentado que los papás y mamás que aforan pertenecen al 1% y pueden.

«Todas las niñas en los EE UU parecen estar creciendo para ser futuras estrellas y sienten que tienen derecho. Estas muñecas lo ponen de manifiesto», acaba de declarar en una entrevista la fotógrafa, interesada en los «valores culturales», bastante truculentos, del fenómeno. «Cada muñeca puede ser customizada para parecerse con exactitud a su dueña, pero en realidad todas son iguales», añade.

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

Las niñas y sus muñecas —el orden de los factores es accidental— rozan la simbiosis, quizá enfatizada con intención demasiado evidente por la fotógrafa, que dicta la coreografía de cada imagen con el nada velado propósito de mostrar como una y la otra podrían intercambiar papeles en el libreto de la existencia diaria.

La meta tiene un fondo que sobrecoge: las niñas y podemos asegurar, ya que tienen entre nueve y once años, también sus padres, que han dado el consentimiento para que sean retratadas unas menores de edad, aceptan el juego perverso de Szwarc. No es una parodia, es la verdad doméstica, de cada día; el encierro en la envoltura de celofán como norma metafísica; la detención ilusoria del tiempo para que nada suceda, para que ninguno de los monstruos (el negro, el musulmán, el latino, el crack, la metanfetamina, el sexo sucio, el asesino en serie, el maltratador, la enfermedad mental…) entre en la escena.

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

El catálogo de niñas-muñeca es un columna uniformada, un continuum de estereotipos, una pesadilla febril: la niña-muñeca-caballista en el cesped ondulado, frente a la decorosa casa de campo; la niña-muñeca-urbana tomando el sol en la terraza en un bikini de dos piezas no muy diferente al de una miss; la niña-muñeca-hipster; la niña-muñeca-suburbana en la burbuja de raso de la urbanización; la niña-muñeca-doméstica en el salón con blondas en las cortinas y marcos de plata en torno a los rostros de la familia…

No hay frontera entre la piel y el plástico. Los fabricantes del juguete son los amos en este contrato de vasallaje:  «La misión de American Girl es rendir homenaje a las niñas.  Aceptamos quienes son y estamos atentos a quienes serán en el mañana». De vivir en este tiempo, Goethe hubiese asignado el entrecomillado a Mefistófeles.

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

El proyecto que hoy asomo a Xpo, la sección que cada jueves dedicamos a fotografía, recuerda a Litte Adults (Pequeños adultos), donde Anna Skaldmann retrata a niños privilegiados en Rusia, hijos de millonarios que se «comportan como adultos» y posan como una proyección de sus padres.

Me parece que hay líneas de conexión entre los críos rusos de niñez perdida y las niñas-muñeca de los EE UU. No recuerdo cuándo, pero en algún momento del pasado reciente, alguien consintió —y quizá yo esté entre los culpables del delito colectivo, porque, como decía Ambrose Bierce, el jersey es «una prenda que llevan los niños cuando los padres tienen frío»— que los críos empezasen a vivir como si el Valium lo tomasen ellos.

Ánxel Grove