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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

Archivo de diciembre, 2017

2017: una cosecha de cine regular

Este año no hemos tenido una gran cosecha de cine. De no ser porque en el apartado de intérpretes, masculino y femenino, sigue habiendo tortas para dilucidar el valor de los trabajos, en el de mejor película, por el contrario, el nivel deja mucho que desear a mi humilde entender. Sólo veo una película por encima de las demás, una película excepcional tanto en el apartado del reparto como en el de guion y dirección: No sé decir adiós, de Lino Escalera. Las demás nominadas a los premios de la crítica, los Premios Feroz, que acaban de hacer pública su selección, me parecen bastante irregulares.

Ya he hablado aquí en varias ocasiones de No sé decir adiós, un drama doloroso que escarba como un escalpelo en la carne de la enfermedad terminal y las relaciones paternofiliales, pero es portador de una soterrada carga de esperanza en el destino humano, que los tres intérpretes principales, Juan Diego, Natalie Poza y Lola Dueñas hacen inolvidable.

El autor supone para mí una decepción en un director al que siempre he considerado “el Antonioni español”, Manuel Martín Cuenca. Esta adaptación de una novela de Javier Cercas se me queda muy escasa de materia intelectual, no mucho más que una sencilla y sarcástica reflexión acerca de los egos de artistas y escritores que no alcanza para llegar a la duración estándar de una película. La salvan los actores, los siempre acojonantes Javier Gutiérrez (que le “echa huevos”, tanto en sentido figurado como literal) y Antonio de la Torre, a quien hay que escuchar alborozadamente  abroncar al aprendiz de escritor, uno de los momentos felices que no consiguen compensar el chasco final.

Handia, de Jon Garaño y Aitor Arregi es una emotiva fábula de amor fraternal escondida en una crónica de hechos reales en torno a un personaje muy singular, un guipuzcoano que vivió a mitad del siglo XIX atrapado en un cuerpo que no dejó de crecer hasta su muerte, a los 43 años de edad, interpretado reciamente por Eneko Sagardoy. Rodada en euskera, ambientada con esmero y fotografiada con mimo por la cámara de Javier Agirre, y arropada por unos efectos visuales de impactante realismo, Handia parecía encaminarse hacia el cuento de un monstruo triste e incomprendido, que sufre las burlas de sus contemporáneos, en la línea de El hombre elefante, pero apunta en otras direcciones con un marco referencial de época.

Verano de 1993, es la primera película, muy meritoria, de Carla Simón por arriesgada y conseguida, pero creo que cuenta con algunos inconvenientes para hacerse aceptar en la taquilla, el principal, el ritmo moroso y contemplativo que le impone un propósito de rigor y coherencia con el punto de partida. A su favor jugará que la Academia la eligió para representar a España en la carrera de los Oscar (y esperemos que llegue a la final aunque lo tienen muy difícil; de ganar, ni lo imaginamos) y también una especie de viento crítico a favor generalizado que pone en valor la verdad que transpiran sus imágenes, no afectadas por ningún tipo de impostura. Tanta es la verdad y la renuncia a cualquier artificio que no se permite ni siquiera usar algún recurso que levante la intensidad emocional con fines dramáticos; una sola secuencia, la que tiene que ver con la pequeña en la carretera (lo digo tan crípticamente para no desvelar nada) en manos de cualquier otro hubiera tenido un desarrollo mucho más efectista. La interpretación de la niña Laura Artigas es también memorable.

La librería tiene las virtudes habituales del cine de estilo depurado de Isabel Coixet. Hablada en inglés, como es habitual en sus películas, es elegante, cálida, perfumada de un toque de nostalgia y otro de rebeldía a partes iguales y cuenta, también, como las anteriores, con un gran elenco encabezado por tres actorazos: los británicos Emily Mortimer y Bill Nighy y la norteamericana Patricia Clarkson. Isabel consigue que veamos las partículas de polvo depositadas sobre los estantes de los templos sagrados de la feligresía lectora en peligro de extinción y que abominemos de las educadas maneras e hipocresía de las fuerzas reaccionarias, siempre alertas para frustrar las ilusiones y proyectos de quienes van por libre.

 A la altura de las anteriores, y por tanto uno o dos peldaños por debajo de No sé decir adiós, yo seleccioné para los Premios Días de Cine a La cordillera, coproducción con Argentina y Francia dirigida por Santiago Mitre, que con la ayuda de un grandísimo (como siempre) Ricardo Darín dibuja un retrato espeluznante y lleno de matices de un presidente del país austral. Lo más estimulante que aporta es la visión absolutamente verosímil de un cónclave de presidentes iberoamericanos como un nido de avispas en el que no sabes quién te va a clavar el aguijón, bien sea a traición o de la manera más fraternal. Lo menos es que incluye una subtrama esotérica de menor interés.

También incluí Selfie, un divertidísimo aguafuerte sobre los hilos de superchería que envuelven las idas y vueltas de la política española, que exhibe como cómico desternillante a Santiago Alverú. En los Premios Feroz participa en la categoría de Mejor Película de Comedia, que es como establecer involuntariamente un nivel de sutil inferioridad respecto al resto de las producciones. Yo no soy partidario de hacer esos distingos.

Días de Cine incluye entre las cinco mejores películas españolas a Proyecto Lázaro, una ciencia ficción en mi opinión muy menor de Mateo Gil sobre las posibilidades de la hibernación para intentar burlar a la muerte y deja fuera a La librería. Salvo en ese detalle coincido con mis compañeros, aunque en la votación ajustadísima se impuso la ópera prima de Carla Simón sobre la espléndida, también ópera prima, No sé decir adiós, que como digo, considero claramente superior.

Los Premios Forqué colocan la estrambótica comedia de Pablo Berger, que yo no pude digerir, Abracadabra, en el lugar de No sé decir adiós. Un experimento para mí fallido, que mezcla texturas de comedia costumbrista de los años 60-70 con un enfoque de vindicación feminista servido por secuencias que van de lo sublime a lo ridículo. Claro que hay que aclarar que en los Premios Forqué quienes votan al Mejor largometraje de Ficción y Animación son los productores, lo que significa que sus criterios se rigen por otros arcanos.

Mucho no podrán diferir estos títulos de los que los académicos convoquen a la Gala de los Goya el 3 de febrero. Yo llevo meses pronunciandome y no he tenido necesidad de modificar mi apuesta para establecer quiénes deben ser los ganadores de los cabezones principales: el Goya a la Mejor película, sin discusión, es para No sé decir adiós; el Goya a la Mejor actriz principal, sin discusión, es para Natalie Poza y el Goya al Mejor Actor, sin discusión, debería ser para Juan Diego, aunque mucho me temo que compita en la categoría de Mejor Actor de Reparto, lo que de ser así consideraría un pequeño error: suyo es el trabajo más impresionante y conmovedor de la temporada. Nadie se acerca ni de lejos a ese personaje y a lo que con él ha hecho Juan Diego.

Lo correcto, lo ridículo, la hipocresía

Bajo la apariencia de la corrección se oculta la hipocresía. En nombre de la rectitud se hacen muchas tonterías. A veces resulta difícil discernir si la tontería y la hipocresía van de la mano en alegre comandita, o dónde comienza lo uno y acaba lo otro. Un día leemos que una senadora francesa, de nombre Nadine Grelet-Certenais, acusaba al cine patrio de ayudar a la venta de tabaco, no con publicidad encubierta sino porque los personajes fuman mucho. Nada menos que “el 70 % de las películas francesas nuevas tienen al menos una escena con alguien fumando”, afirmaba, lo que según ella “más o menos ayuda a hacer su uso banal, incluso a promoverlo entre niños y adolescentes”.

No se sabe si a su vez ella se encontraría bajo los efectos del cigarrillo de la risa u otras sustancias más incapacitantes pero se amparaba, al parecer, en un estudio según el cual el 35 % de los adolescentes se inician en ese vicio porque salen de la sala abducidos por el encanto del humo en las bocas de sus actores y actrices favoritos. Como si escucharan encandilados a Sara Montiel cantar en El último cuplé:

Fumar es un placer genial, sensual.
Fumando espero al hombre a quien yo quiero
tras los cristales de alegres ventanales
y mientras fumo mi vida no consumo
porque flotando el humo me suele adormecer.

La ministra de Sanidad, Agnès Buzyn,  se lo tomó en serio, que en lo tocante a estudios absurdos sobre materias dudosas, no hay ministro que se resista; y ya vemos que no estoy hablando necesariamente de los nombrados por Rajoy. La buena mujer decía no entender por qué los cigarros son tan importantes en el cine francés, que es como preguntarse por qué la gente dice tacos o le da con fruición a la botella al otro lado de la pantalla. Digo yo si será porque los de este lado también lo hacen.

Esta manía de querer corregir los males de la sociedad a base de hacerlos desaparecer de las historias de ficción me parece a mí bastante poco avispada. Se aduce que el común de los mortales imita lo que ve en las películas, que era lo que los curas de antaño pensaban y por eso se mostraban tan celosos censurando besos y cualquier otra expresión de la carnalidad. Esperemos que a los franceses no les dé por aplicar un efecto retroactivo y quieran eliminar de la televisión cualquier imagen de los grandes fumadores con Serge Gainsbourg a la cabeza, que sin sus Gitanes no era nadie.

Serge Gainsbourg en 1981. Wikipedia

En semejante despropósito, el de pensar que el mundo se corrige evitando mostrar cosas poco ejemplares en la ficción y que ésta debe de ser pulcra para evitar las tentaciones de la chavalería, caen incluso los más grandes artistas. Y algunos luego se arrepienten, como Steven Spielberg. Recordarán ustedes que el director de aquella fábula un poquito ñoña que rompió records de taquilla quiso hacerle un ligero lifting a E.T . El extraterrestre con ocasión del 20 aniversario de su estreno y se le ocurrieron cosas tan estrafalarias como hacer uso de algunos retoques digitales para sustituir las escopetas de los agentes por walkies-talkies, no fueran los niños a pensar que la policía es violenta y peligrosa, menudo desatino. Más pureta todavía resultaba borrarle en un plano al mono marciano la peineta que graciosamente dibujaban sus dedos. Y todo esto en 2002. En fin… Ya digo que el buen hombre se arrepintió, pero demasiado tarde, cuando la pifia había quedado registrada para los anales en clara sintonía con la tendencia al exceso de ternura que le achacamos con frecuencia.

E.T. El extraterrestre antes y después del lifting. Universal Pictures

Otro que me parece a mí debería arrepentirse con el tiempo es Ridley Scott, a quien no sé si los productores habrán impuesto, o por el contrario habrá sido idea suya, la sustitución de Kevin Spacey por Christopher Plummer en su última película, a las puertas mismas del estreno de All the Money in the World (22 de diciembre en Estados Unidos y 19 de enero en España). Hasta ahora conocíamos casos en los que por causas de fuerza mayor o menor un actor debía ocupar el lugar de otro volviendo a rodar escenas ya rodadas, pero lo sucedido con Spacey en esta ocasión eleva el listón de lo disparatado a niveles estratosféricos para evitar el previsible boicot a la película.

Que sepamos en el cine no hay precedentes. En política sí: Stalin ordenó que hicieran desaparecer de la faz de la tierra a Trotsky y no se contentó con asesinarlo sino que aquella orden incluía borrar todo rastro del revolucionario en las fotografías oficiales. Más recientemente, el que no sale en la foto, o sólo sus piernas, porque alguien hizo la chapuza luego corregida, es Santi Vila, Conseller de Empresa del cesado Govern. Vila tuvo la desgracia de alejarse un poquito de la línea oficial y ahí lo tienen, desvanecido a golpe de photoshop.

Lo que mueve a los productores de Scott, incluido a él mismo con su productora Scott Free Films, a rodar con Plummer todas las escenas que ya había rodado Spacey para poder eliminar su nombre y presencia de Todo el dinero del mundo no es otra cosa que puro cálculo económico, sin molestarse siquiera en argüir razones de orden moral.

Kevin Spacey y Christopher Plummer en Todo el dinero del mundo. Sony Pictures Entertainment.

Y como del cerdo se aprovecha todo, nada me extrañaría que algún día, cuando ceda la presión del sunami, se editara en blu-ray (o en dvd, si aún existe) la versión original, como había quedado antes del 30 de octubre de este año, cuando saltó a la luz el escándalo que ha llevado a los infiernos del descrédito al protagonista de American Beauty; un valioso extra incluido en el paquete. De momento hay un tráiler, que está ahí para recordarnos que el multimillonario Jean Paul Getty tuvo inicialmente la cara (muy maquillada, irreconocible) de Kevin Spacey. También está el otro, más oficial que el primero, para los amantes de las comparaciones.

El listón de la impostura ya lo había puesto tan alto Netflix fulminando su participación en la sexta temporada de House of Cards y cancelando el biopic de Gore Vidal que Spacey ya había rodado, que hasta la joven actriz Clara Lago lo veía claro: “También me parece muy hipócrita que ahora cancelen todo lo que iban a hacer Louis C.K. o Kevin Spacey, cuando lo suyo era un secreto a voces. Los productores que contrataron a Spacey hace un año sabían lo que había hecho. Ahí no estás valorando los actos de la persona, solo tu interés económico como empresa”.

KevinSpacey en House of Cards. Netflix

Con Todo el dinero del mundo, título premonitorio y revelador de qué estamos hablando aquí, se ha ido mucho más lejos. Hay que temerse que según esa misma lógica en años venideros alguien considerase congruente un despliegue de “retoques digitales”, como hizo Spielberg con su inocente extraterrestre, para reemplazar a Kevin Spacey de sus películas anteriores por otro actor, éste sí, de intachable decencia. Técnicamente no parece imposible y dada la dinámica absurda en la que nos encontramos tampoco resulta impensable.

Puerto Rico, ¡yo voy a tí!

Según el diario cubano Granma tras el paso del huracán María el pasado 20 de septiembre, la tasa de pobreza en la isla caribeña se incrementó de 44,3 por ciento a 52,3 por ciento. Como ya veo el gesto de escepticismo dibujado en la cara de muchos lectores, les aclararé que la fuente originaria es un estudio de la Universidad de Puerto Rico (UPR), en su campus de Cayey (centro). Leo también en la web del canal CNN una información de 21 septiembre, 2017 : “Hace dos semanas el huracán Irma devastó el Caribe con vientos sostenidos de 297 km/h dejando destrucción a lo largo de islas exuberantes que son hogar de aproximadamente 1,2 millones de personas. Luego, el huracán María le está siguiendo los pasos a Irma, desencadenando su furia sobre Puerto Rico, después de dejar al menos 15 muertos y “amplia devastación” en la isla de Dominica”. En rtve.es el 4 de octubre: El número de víctimas mortales por María en Puerto Rico se duplica de 16 a 34. Además, ha ocasionado daños materiales en torno a 90.000 millones de dólares.

Captura de pantalla del vídeo “Yo voy a ti” (#PRYoVoyATi)

Tras esta hecatombe se han activado las energías solidarias de mucha gente y, por lo que nos toca, entre ellas un grupo de actores españoles que desmienten los prejuicios de la derechona contra el mundo de la farándula cinematográfica, a la que con frecuencia en su afán simplificador identifica despectivamente como los “titiriteros de la ceja”, ávidos de subvenciones para vivir del cuento (esa gran mentira).

Penélope Cruz, Maribel Verdú, Oscar Martinez, Carmen Machi, Juana Acosta, Daniel Guzmán, Paulina García, Quim Gutiérrez, Inma Cuesta, Jorge Perugorría, Eduardo Casanova, Mirtha Ibarra, Gracia Olayo, Eduardo Noriega, Javier Cámara, Paco León, Marcos Carnavale, Maru Valdivieso y Jesús Olmedo  son algunos de los artistas que aparecen en el video de la campaña “Yo voy a ti” (#PRYoVoyATi) promovida por la distribuidora cinematográfica Wiesner Distribution en el que expresan su apoyo a la recuperación de Puerto Rico.

En ese video reconocemos la voz de Micaela Nevárez, la bella actriz puertorriqueña que ganó el Goya en 2006 por su papel de la prostituta que le daba la réplica a Candela Peña en Princesas, de Fernando León de Aranoa. De fondo, el tema de El Wanabi, de la agrupación puertorriqueña Fiel a la Vega.

Wiesner Distribution distribuye en Puerto Rico, el Caribe y Centroamérica cine independiente a nivel mundial. Desde el año 2000 la empresa con base en Puerto Rico participa en los principales festivales de cine para seleccionar los títulos de su catálogo. En su catálogo he encontrado títulos españoles e hispanoamericanos de mayor y menor interés: La reina de España, de Fernando Trueba, Los miércoles no existen, de Peris Romano, Casi leyendas, de Gabriel Nesci, Villaviciosa de al lado, de Nacho G. Velilla, Mamá se fue de viaje, de Ariel Winograd o la italiana Locas de alegría, de Paolo Virzi. Del 4 al 10 de mayo organizó por segundo año la Semana de Cine Español en Puerto Rico.

La campaña se ideó con el propósito de apoyar el Fondo Comunitario creado por la organización puertorriqueña sin fines de lucro Para La Naturaleza,  dirigido a apoyar la recuperación de las comunidades aledañas a sus reservas naturales para llevar ayuda directa a sectores severamente impactados por el huracán y apoyar esfuerzos de agroecología, reforestación y restauración de hábitats en estas zonas.

Y por supuesto no reclama sólo la atención de los famosos de todo el mundo reunidos, sino de todas las personas que sientan un gramo de dolor al comprobar cómo las catástrofes siempre se ceban en los más débiles y deseen demostrarlo con hechos, es decir con una contribución por mínima que sea. Yo ya he hecho la mía, que conste. Todas las aportaciones al Fondo se pueden hacer en línea, desde cualquier lugar del planeta, visitando la página www.paralanaturaleza.orgEl cien por ciento de lo recaudado irá directamente a estas comunidades y a apoyar esfuerzos de agricultura sostenible, reforestación y restauración de hábitats

Ha habido muchas otras campañas de recogidas de fondos y otros famosos que se han involucrado con mayor o menor empeño. Uno de ellos es Ricky Martin, quien en su muy activa cuenta de Twitter anima a arrimar el hombro y ofrece la posibilidad de hacerlo a través de su fundación.

 

Jennifer López encontró un hueco en su muy ajetreada vida para poner un tuit que decía así:

Parece que le encomienda a su deidad que se ocupe de aquellos a los que desatendió, tal vez porque andaba ocupado en vigilar al inquilino de la Casa Blanca, que no las tiene todas con él. Digo yo que ella bien podría echar una manita además de rezar. No sé, no sé, no quiero recelar, pero he buscado ese tuit en su cuenta y alguien ha debido de borrarlo.

Podría la cantante y actriz, o actriz y cantante, que no sé muy bien en qué orden de calidades ponerlo, tomar ejemplo del actor puertorriqueño Luis Guzmán que dice en traducción libre: “Hagamos lo que sabemos hacer, vayamos juntos y aportemos nuestro grano”, a la par que invita a artistas, músicos  e intérpretes a participar en un evento con el fin de recabar fondos para Puerto Rico. Estaría bien que Jennifer se apuntara al concierto y nos cerrara la boca a todos los malpensados.

 

Precisamente el lunes próximo, 4 de diciembre, la Academia reúne a nombres destacados del ámbito social y cinematográfico que prestan su aliento en favor de causas sociales, humanitarias o medioambientales. En una primera mesa redonda, moderada por Jorge Martínez (publicista y creador de la campaña Pastillas contra el dolor ajeno), Paco Arango, Manuel Burque, José Carnero (presidente de la Fundación Uno entre Cien Mil), Mónica Esteban (fundadora y presidenta de Juegaterapia) y Mabel Lozano compartirán sus experiencias.

Elena Anaya, Javier Bardem, Javier Corcuera, Paula Farias (expresidenta de Médicos sin Fronteras), Fernando León de Aranoa y Dani Rovira participarán en una segunda mesa redonda, en la que se analizará el potencial de actores, actrices, directores y directoras al dar voz a los que no son escuchados. El encuentro será moderado por Elena S. Sánchez, periodista y presentadora de Días de cine.

En fin, muchos son los llamados a apoyar buenas causas con su popularidad y muchos menos los que lo hacen. Por eso es justo y necesario reconocérselo y no quedarse mirando. ¡Apoya a Puerto Rico!