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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

Un sátrapa en Nueva York

¿Qué fue de Dominique Strauss-Kahn, aquel sátrapa que gobernó la cueva de Ali Babá de las grandes finanzas del mundo y fue procesado por violación?

Dominique Strauss-Kahn. EFE

Los ilustres caballeros que se reúnen en el FMI, esa institución que imparte órdenes y consejos para arruinar a los países en aprietos, parecen esforzarse  en colocar en su poltrona a los más conspicuos dinamiteros del sistema. Dexter White resultó ser espía soviético; Michel Camdessus dimitió precipitadamente y nunca se supo por qué; Hörst Köhler hizo lo propio; de Rodrigo Rato cada detalle de sus fechorías que sale a la luz  desborda nuestra capacidad de indignación ya sobradamente saturada; tras él llegó el mentado Strauss-Kahn y su sucesora, la actual Directora Gerente, Dominique Lagarde, fue declarada culpable de negligencia por un tribunal francés. Los tres últimos han tenido asuntos graves que dilucidar con la Justicia y el que parece que lleva peores cartas en la timba de póker fue, en la época de aquel señor de bigote de cuyo nombre no quiero acordarme, el ministro estrella del partido de la gaviota, antes de hundir en la miseria a la joya de la corona de las cajas de ahorro españolas.

Mientras esperamos que el cine español consiga inspiración y financiación para desmenuzar la mecánica de la corrupción en España sin tener que retroceder hasta el siglo pasado –lo que faltaba para que el PP le renovara el juramento de odio por siempre jamás- Abel Ferrara nos contaba con pelos y señales en Welcome to New York (2014) la ejemplar bajada a los infiernos de aquel prohombre socialista que  aspiró a la presidencia de Francia y cuyo acrónimo -DSK- parecía destinarle desde la cuna a regentar algo gordo como el puticlub internacional de las tres letras (FMI).

Fotograma de «Welcome to New York»

El mismo año en que Abel Ferrara estrenó en Italia Pasolini, su sentido homenaje al gran poeta, escritor, cineasta y persona comprometida con su tiempo, había presentado en el Festival de Cannes Welcome to New York, que sólo se exhibió en nuestro país en VOD, plataformas de pago, lo que quiere decir que no se vio en salas. Una lástima. Por fortuna existe edición en dvd y quien lo desee también puede recuperarla en este soporte.

El italo-norteamericano Abel Ferrara es un director muy singular. Yo lo descubrí cuando ya llevaba unos cuantos títulos en la cartera de los que el más notable era El rey de Nueva York (1990). La ciudad más famosa del mundo, su ciudad, marcada como un tatuaje en el cuerpo de su cinematografía. Teniente corrupto (1992) le dio a Harvey Keitel uno de sus más memorables personajes y a la historia del cine una de las secuencias más escabrosas, la masturbación  del cochambroso policía exhibiéndose frente a dos jovencitas que le siguen la corriente con indisimulado asco y colaboran con el agente como pago para no ser denunciadas. Se la dejo a ustedes aquí debajo:

Unos años más tarde, en 2009, Werner Herzog realizó un remake, lo trasladó a Nueva Orleáns y reemplazó los apéndices nasales de Keitel por los de Nicolas Cage para saciar la desaforada ración de polvos blancos del protagonista. Pese al tiempo transcurrido, el carácter corrosivo del original no fue superado por la copia.

Ferrara continuó su carrera habitualmente calificada de “outsider” en la que figura El Funeral (1996) como punto más elevado, sombría reunión familiar en torno al cadáver nada exquisito de Johnny Templo (Vincent Gallo), asesinado por un clan rival: una de gángsteres y venganzas, con un elenco de actores que en otra vida podrían haber desempeñado ese honorable oficio sin forzar demasiado el gesto: Christopher Walken, Benicio del Toro, Chris Penn, el mentado Vincent Gallo, acompañados de mujeres con la belleza que el cine le regala a las mujeres de los gángsteres desde que los reinventara Francis Ford Coppola: Isabella Rossellini, Annabella Sciorra, Amber Smith…

El funeral se desarrollaba en Nueva York y en esa ciudad se celebró la muy laica ceremonia del réquiem político por Dominique Strauss-Kahn (DSK, para los amigos) ex Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, después de que este probo socialdemócrata francés de 62 años de edad, que tuvo que renunciar, claro, a sus aspiraciones a la presidencia de su país, fuera acusado de asalto sexual por una limpiadora del lujoso hotel en el que, no sólo se hospedaba sino que, según las crónicas, daba rienda suelta a su incontenible furor inguinal en reuniones tumultuosas con jóvenes señoritas de húmeda compañía. Los hechos acontecieron el 14 de mayo de 2011 en la suite 2806 del hotel Sofitel de Manhattan y la detención de DSK, cuando ya se encontraba en el avión que le llevaría a París, estuvo a punto de costarle una severa condena de cárcel, aunque se saldó a la postre con un acuerdo extrajudicial estampado en un cheque, en cuya base luciría su firma y suponemos que muchos ceros a la derecha de alguna cifra en el espacio que sigue a la palabra dólares .

Ferrara llevó a cabo el triple salto mortal, de Pasolini a Strauss-Kahn, o viceversa, cuando decidió plasmar en una pantalla esta historia en la que Gerard Depardieu presta su oronda figura al político francés, a condición de darle un nombre imaginario, Devereaux, para evitar enojosas consecuencias judiciales. La imponente belleza y la clase de Jacqueline Bissett adornan el papel de la entonces esposa -la tercera- del ex ministro de François Miterrand, Anne Sinclair. Dado que Devereaux no podía declararse públicamente como vivo retrato de DSK, Ferrara pudo a cambio permitirse el lujo de no ajustar el guion escrupulosamente a la verdad, al precio de dejarnos con la duda de dónde se sitúa la línea que separa a ésta de la ficción. Aunque, para mí que mucha diferencia entre ambas no debe de haber.

Respecto a los pormenores del caso la película cuenta lo conocido y relatado por la prensa pero en la zona de penumbra deja pocas dudas sobre si se consumó o no la agresión sexual. Pese a ello, en Estados Unidos se estrenó una versión que amputaba 15 minutos a la duración original en la que se esfumaba la secuencia clave de la hipotética violación, lo que provocó un enfado monumental del autor, ofendidísimo porque lo consideró una alteración del contenido moral y político de su obra.

Las sospechas que todo el mundo albergaba sobre un complot orquestado para destruir políticamente a DSK se verbalizan en boca de Devereaux pero el filme no aclara si lo dice en defensa propia o porque canta la verdad de la buena. En cuanto a las cuestiones cruciales del asunto, Devereaux  le cuenta a su mujer una milonga en aprovechada aplicación de la doctrina Clinton de cuando su célebre “affaire” con la becaria Monica Lewinksy: sin penetración no hay relación sexual.

Que la estampa de DSK sea fidedigna puede que no esté claro, pero de lo que no cabe duda es de que Depardieu le depara un aspecto deplorable con su perfil de ballenato con patas. En su haber hay que apuntar una interpretación tan cínica como de él puede esperarse, o sea, perfecta, y como muy meritoria la secuencia en la que es humillado en la comisaría de policía, obligado a desnudarse e inclinarse ante dos agentes que le tratan como a un refugiado de nuestro tiempo. Por otro lado, no es extraño que las escenas de sexo fueran calificadas como pornográficas, más que nada a causa de las toneladas de carne que Depardieu desparrama  cuando se afloja el cinturón. Si yo hubiera sido Strauss-Kahn hubiera planteado mi demanda contra Ferrara por atentado a la dignidad de la propia imagen.

En el discurso de Welcome to New York Dominique, la mujer de Devereaux, calculadora, decidida y apasionada es quien tiene todo el interés en llevar a su marido a la Presidencia, sacrificando a tal fin muchas cosas, importantes cantidades de dinero incluidas, soportando sus aventuras y desplantes. El personaje se agranda rápidamente cuando entra en escena: acude en socorro de su marido cuando es detenido y le reprocha que haya echado todo a perder por su incapacidad de mantener la bragueta cerrada; de infidelidades está, naturalmente, curada de espanto. Devereaux parece pasar de todo, se muestra frío e insensible tanto dentro como fuera de la cárcel, y sólo parece vivir cuando tiene una hembra a la que tumbar, debido a lo que confiesa como su enfermedad.

Gérard Depardieu en una escena de «Welcome to New York»

Welcome to New York radiografía a un gigante de la superchería, un prototipo de la perversión de unas ideas que se pretenden progresistas; su ángulo de visión se extiende a ese mundo a años luz de la vida cotidiana de los mortales, sembrado de moquetas, coches de lujo, champán en los bidets y caviar para desayunar… lo normal para alguna gente importante que no padece de vértigo en las alturas del poder y las finanzas. Su crónica ilumina uno de tantos rincones oscuros del capitalismo feroz, aunque a Ferrara lo que realmente le interesa del caso es ahondar en la psicología de la pareja, perfilar un retrato de dos personas que no parecen regirse por las coordenadas que gobiernan a los ciudadanos que pagan sus impuestos, gente que seguramente habita en la cara oculta de la luna.

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