Algunas palabras sobre La vida por delante de Magalí Etchebarne (Páginas de Espuma, 2024)

Este libro de la argentina Magalí Etchebarne, editado por la sobresaliente labor de la editorial Páginas de Espuma, se alzó con la última edición del premio Ribera del Duero de narrativa breve. Páginas de Espuma está realizando, más bien continuando, con su magnífico proyecto para devolver al cuento, al relato corto, a su lugar dentro de la literatura. Un esfuerzo mayúsculo que está arrojando frutos realmente nutritivos. En Motel Margot hemos disfrutado de varios de ellos. Aquí, aquí o aquí (hay muchos más).

En este caso, el libro La vida por delante, que al lector español lo lleva, irremediablemente, al poema de Jaime Gil de Biedma, y al latinoamericano lo reporta hacia la dinámica de la existencia, contiene cuatro cuentos, dos de ellos con una hilazón común, un espacio narrativo que aparece como historia-río y que da una sensación de unidad al escenario presentado por la autora. “Piedras que usan las mujeres” abre el volumen, con una historia de hijas, mujeres y maridos. Y otras especies más o menos jóvenes. El aroma de clase media-alta, crecida por los noventa argentinos, hace que la familia tradicional comparta espacio con la convertibilidad de Ménem en una historia en dos estadios temporales: la definición de una ruptura y el eterno retorno de la memoria dañada. Con un gusto insuperable la autora amasa la percepción hasta que el lector se sumerge en una arcilla de personajes, tiempos y situaciones que empasta a la perfección. La relación de la protagonista con sus progenitores, la semblanza de la mujer, madre, esposa abnegada “Y hasta habían puesto lavadoras para que sus maridos se llevaran la ropa limpia cuando se divorciaban”. Una evocación de la belleza fiera de Nina Simone, un pasado reciente que se mueve sin una velocidad definida, un solo presente, narrado en varios tiempos, hoy, el olvido, la enfermedad, ¿Quién eres? Es la pregunta de la madre enferma a la protagonista, que no sabe muy bien qué contestar.

El presente es el pasado: “Hoy ¿quién piensa que sos? Veremos cuando se despierte, toda la semana fui mi tía Nely”. Hablamos de los noventa, de viajes a Madrid, de pijamas celestes con rayitas blancas, de telas suave y pesada, el invierno (nuestro verano, y viceversa, como hablaremos luego) en el Corte Inglés. 1994. Otros tiempos. La amante que acaricia el pelo de su padre: “De una forma en la que nunca antes se lo habían tocado”, el cáncer, la enfermedad, el dolor doble tras el abandono. Un salto hacia delante, las dietas, los vídeos, los antidepresivos. Una piedra obsidiana que recorre el libro. Un río argentino, un mar argentino, agua argentina, personaje básico de la narrativa actual. Hay humor negro, hay un salto todavía más profundo, de una madre que tuvo un padre que fue abuelo, un gallego, un español, de Sevilla y atacado por buñuelescas hormigas. Pelas por el desahucio vital, contra todo y todos: “Ahora ella se duerme. Desde acá puedo ver a su madre en la cocina. No sé dónde habrá quedado la mía”.

El segundo relato, que lleva por título “Un amor como el nuestro”, nos traslada -otra vez agua-, hasta las cataratas de Iguazú. Turismo de plástico y un encuentro entre dos desconocidas, amigas digitales, relaciones que violentan a los modosos. Leslie, autora de novela erótica, ejemplo de unifamiliar yanqui con jardín y tarta de manzana, se encuentra con su traductora argentina. Un momento para descubrir el mundo de la edición como la parte más prosaica y gris de la literatura, sobre todo si se refiere a las editoriales grandes, frías y asépticas como una industria pesada, procesada, chatarrera. La otra protagonista, que sale de Buenos Aires, y llega a Iguazú, perdida y acalorada, bicho-bola, animal que ante la luz y el encuentro cálido se inclina hacia el encierro. Los viajes nunca nos hacen otros, no nos quedan bien los trajes que nos ponemos: nos van estrechos o nos hacen sudar.

Muestran las miseras que el día a día, mediocre, pero pacífico, nos permite ocultar. Un conductor con vitilingo (Ismael o Charly) permite, por un instante, mostrar una holgada apatía hacia lo porteño: Buenos Aires como la parada final del viaje Iguazú-Patagonia, viaje de novios, tango de plástico, nada de Resero en el Abasto, ni ansia en Plaza Francia “Adiós Sui Generis” en el Luna Park. Remisero, con canciones de Los Charros. Todo en Iguazú, con sus tres fronteras, tiene algo de trucho, de mercadería falsificada. Época de suicidios como luego será de cenizas. Escritores de plástico a los que le gusta lo artificial y que acaban encontrando, veintiún sombras después, un reality en pandemia, sosteniendo armas y perdiendo peso para luego recuperarlo. El dolor reaparece, como reaparecen los noventa. Por segunda vez en el libro es 1994. Esta vez en Villa Gesel, esta vez con el rock sónico de Los Brujos, San Martín Vampire y los primeros Babasónicos, los que hicieron de teloneros de Soda Stereo en la gira de Dynamo.

El tercer fragmento, “Temporada de cenizas” es mi favorito. El invierno argentino es nuestro verano y viceversa. Concierto de Fito Páez en pleno diciembre, con todo el mundo al aire libre, exhalando tumbas de la gloria. El único hotel en la playa. Esa localización que nos seduce, cada vez más, después de habernos acompañado en algunos de los mejores libros del último lustro. Fuera de Buenos Aires, del Gran Buenos Aires, fuera del interior, en las zonas en las que el frío se avisa por el color del cielo, oscuro, por el verde intenso de las aguas, hoteles de verano, hoteles de invierno, dos caras de la misma moneda, rodeados de arenas pedregosas. Encajada la historia-río, la madre, ausente en espíritu, el cuerpo también se ha terminado, padre de la hija, la novia, la novia de la novia, la tercera. El amor transitivo, que no familiar, como mucho contacto… un cierto costumbrismo vital, acomodaticio, que la autora enuncia con gusto.

En un mundo hostil el sufrimiento compartido crea lazos. Aventura en la hora de la despedida. Es el momento álgido del libro, esa manera en la que la autora nos describe la imposibilidad de ser felices de sus protagonistas. Nunca completa la vida, nunca termina la partida, siempre queda un poco en el fondo de la botella, un sorbo que se estropea, como el resto de comida en un tupper de la nevera (heladera) que se acaba pudriendo. La vida no es satisfactoria, si te descuidas aparece moho o las ventanas de del cuerpo no cierran bien, se atascan. Playa fría, playa de pescadores, cuento de arena incómoda en la ropa, de trago de fernet tibio que calienta pero no alegra. Una madre que ya no es madre. Una madre que es polvo, más bien el cuerpo de una madre que es ceniza. El resumen, las pústulas, a pesar de los cuidados no secan. Sus heridas, compartidas, no cicatrizan. Como una vida convertida en una sucesión de supurantes aperturas que acaban vaciando el interior. A pesar de esta sucesión de tristeza, la vida es una historia que merece ser vivida (y leída, y narrada). Apunto: “El frío húmedo nos moja las manos y nos infla el pelo”. Sumo y Jim Morrison. Por acá le decimos temporada de cenizas como antes lo fue de suicidios. Al terminar, vuelve la obsidiana, se escucha cómo rebota desde el primer cuento.

Y terminamos con “Casi siempre desesperados”. La pareja en la soledad de una casa ajena, como el último cuento de Mariana Enríquez o los protagonistas de “El fuego” de Daniela Krien. Encontrarse en una caída de la tarde continuada. La autora nos muestra a los artistas, a los creadores, como vampiros sedientos y egoístas. Quizá, más suavemente, metabolizadores de las vidas ajenas, las vidas como obras. La narración de un paréntesis en la relación. Porque es eso, en una relación tóxica, los vaivenes son cíclicos, puede transmitir desesperación, pero es la descripción pura, sacada de un alambique, del conformismo ante la imposibilidad de encontrar algo mejor, algo más satisfactorio. Envidias, dejadez, recuperar la diversión, la monotonía de lo propio y de lo ajeno, los amagos de infidelidad, Pinamar (otra vez el agua, el mar, la paz, el río, la soledad, la arena en temporada baja de felicidad programada y artificial). Norah Jones, médiums y energías por IG. “Es la muerte de la clase media”. El vacío de la clase media, más bien, sin suspicacias, sin preocupaciones: funcionarios de la vida que, básicamente, sufren por los “Problemas del primer mundo”. Pero son los nuestros.

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