Algunas palabras sobre Ocho entrevistas inventadas de Enrique Vila-Matas (H&O Editores)

Vila-Matas bebiendo mucha ginebra en un pub de Barcelona a finales de los setenta. Ramón de España le observa y lo introduce en sus historias. Hacen una novela gráfica, un tebeo, vamos, con alguna ínfula. Comen albóndigas y buscan la verdad del mito de Ciudad Sumergida en la Avenida de la Luz. Vila-Matas entra en “El maño”, busca chocolate, el hachís que ha estado respirando en un antro al lado de Boccacio lo ha dejado con hambre. Es joven y guapo. Sabe que no lo va a ser siempre. Así que inventa.

Ocho entrevistas inventadas está editado por H&O Editores. Buscas una excusa para leer a Vila-Matas y él te da ocho. Entrevistas falsas. O falsas entrevistas. Es demasiado como para mentir. Tiene que haber algo de verdad. La primera, con Brando, tiene algo entre Kurz recitando las letras de The Doors y el momento en el que manda a Sacheen Littlefeather a recoger su Óscar en 1973. Lucha política después de ocho huevos fritos, helado y mujeres, muchas mujeres. Era 1968 y uno pensaría que Jean-Pierre Léaud tendría menos recorrido como personaje que como persona. La revista Fotogramas le pide una traducción, somos más de francés que de inglés, ya sabe usted. Es como las que hacía Umbral. Más mío que suyo. La de Juan Antonio Bardem se hace en Viella, donde acabó una de las jornadas más duras de la Vuelta a España de 1983 (¿era necesario ese dato, Octavio? Sí, todos lo son). Da la sensación de que Bardem, el Bardem ventrílocuo de sí mismo, es capaz de rodar en España, censura arriba, censura abajo, que lo cotidiano está más prohibido que lo histórico. Vila-Matas tiene vestidos para todos. Nos hace sospechar del comunismo, como si el comunismo existiera en España en 1968. Eso es imposible, Enrique. Ningún comunista hubiera dirigido tantas películas. Todos quieren lo mismo: fama y dinero, crítica y público. El punto medio. Qué dulce. “Mirando atrás con ira”, como los Angry Young Men.

Con Nuréyev va más lejos. Dicen que hay verdad hasta la sangre y, después, miradas de drugstore y mucho alcohol. No son posibles tantas copas, los bailarines de ballet estaban en constante déficit calórico incluso antes de que este concepto existiera, pero allá tú. Y Rovira Veleta que quiere hacer de Serrat un actor. Serrat enamorado de Marisol, Serrat que se niega a tocar la guitarra eléctrica en directo y nos deja sin un Dylan, sin un Celentano, nos deja un pescador, un charnego enamorado junto al campo del Barcelona. Insisten en la presencia de Sharon Tate, como si no hubiera nadie que le recordara que, en 2024, es violencia implícita nombrarla en una entrevista. El segundo encuentro con Brando es en un hotel de Providence. Así que podría ser considerado como un texto más del Círculo Lovecraft, con un actor que quiere llevar a escena el Necronomicón con hippies, Emiliano Zapata y Kafka revisando el guion. Aún no sabe que acabará haciendo de Doctor Moreau en una película que los expertos califican de infame, pero en la que hace la mejor imitación de Michael Jackson posible, mejorando la de Joaquín Reyes. Y llegamos a un autor de one-hit-wonder: Anthony Burgess, “el de la Naranja mécanica”. Eres un iletrado, Octavio. Lo siento, lo siento. Tuve un póster de la película en mi habitación de adolescente. Todas las mañanas, antes de ir a la escuela, veía el rostro de Alex DeLarge, drugo supremo. Y por eso mezclaba el colacao con el katovit. Era un homenaje (a mis c*j*ones que se van de viaje), a Burgess. En su boca coloca la siguiente frase (sobre que ser prolífico no está reñido con la calidad): “No hay por qué asombrarse de eso. Ser prolífico es pecado solo desde la época de Bloomsbury, de Forster en particular, que consideraban de buena educación producir como si estuvieran estreñidos”. Música y literatura. No tienes ni idea y hablas, Octavio. Borges y él. Del mismo árbol. Lo supo viviendo en Gibraltar. Con los monos.

La de Cornelius Castoriadis ya llega en los ochenta. Comunismo y nazismo si mezclan. Alguien lo tenía que decir. La victoria de Stalin. La fatigada palabra Proletarios. Era 1983. Hacía un año que los socialistas le habían sacado la lengua a Carrillo. Y Carrillo nunca volvería. La voz de nicotina y alcohol de Patricia Highsmith, a la que Vila-Matas evita por miedo. ¿Quién no se asustaría ante una entrevista con ella? Es bello el incesto, diría Panero, así que todos los que han interpretado a Tom Ripley deberían juntarse en una gran fiesta, con una piscina, y chicas y chicos, muchos de cada. Y ver qué sucede, quizá obtener el Ripley definitivo, el canon. Pienso en la época, en el deuvedé de “El amigo americano”, cómo se puede liar uno con Win Wenders y con Dennis Hopper y montar aquel largometraje. Sin Berlín y sin los ángeles, sin excesos, con bigote, sin “La matanza de Texas” o “Land of the dead” o el oxígeno y Roy Orbison. Es normal que no te acerques a Patricia, Patricia se acercará a ti.

Termina con unos breves recuerdos, un poco de Perec, otra vez Perec, Lisboa y demás obsesiones. Trozos, pedazos, menudeo, Vila-Matas. Tan bello, tan ebrio, prometiendo al Universo los mejores cuentos a cambio de otro gintónic.

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