Archivo de junio, 2023

Algunas palabras sobre Y el todo que nos queda (poemas de amor) de Martín López-Vega (2023)

Aquellos tiempos convulsos, aquellos libros en DVD, todo era posible, la rebeldía era un pacto táctico, la preparación para el proceso creativo, delicado, pulido. Entre medio, durante, siempre, el amor. Un libro de poesía amorosa. Quizá sea el más complejo de los manuscritos, el más exasperante, anguila que busca lo cursi, burlona… solo un escritor con el pulso firme, con la sapiencia de Martín López-Vega es capaz de crear palabras conectadas, puzles simétricos entre el sentimiento y la sapiencia. Eso es Y el todo que nos queda, el nuevo libro de Martín López-Vega para Visor.

De pronto hemos descubierto que el amor es la rebeldía con menor reconocimiento pero que en su mismo fuego se opone de manera frontal a la morfología de la vulgaridad. Por eso Y el todo que nos queda es una montaña rusa, un viaje alrededor del tiempo y el espacio. Una exigente guía de exploraciones e imágenes para que el amor quede atrapado entre los versos como ámbar. Puedes sentirte identificad con un porcentaje mayor o menor de lo que Martín López-Vega escribe, pero tú también estás ahí o has estado o querrías estar. Yo tengo mi propia cápsula, Martín, ya te la conté cuando serví el té para los tres, al comenzar la lectura.

Nicole en el balcón. Nicole cantando Sin gamulán como una niña en una bailanta. Entre el latín y la física cuántica, los sabores abstractos. Falta el realismo: ¿perdiste el tiempo en experiencias a lo largo del mundo cuando solo necesitabas un balcón, una habitación de hotel reservada con mucho tiempo y diez minutos antes de madrugar? El tiempo invertido en contemplación, el tiempo robado a la prisa es el mejor de los amores.

Una lista: en mis cápsulas encuentro todo lo que quiero leer, ver y escuchar. Encuentro en el lunar la marca de Venus. Es el desacato. Resistencia entre los muros, ante los muros, el cuerpo se desliza, vencido, por el barro que provocan las tormentas del tiempo: “Subrayar un verso/como si fuera un aforismo”. Un viaje a Londres. Mitología antigua, religión creciente, todo va demasiado deprisa: “Mucho me temo que las tabletas que cuentan/la historia de Utnapishtim/se quedan cortas antes el nuevo diluvio”. Así que contempla el poeta su ayer, orgulloso de su victoria frente al tiempo. El cuerpo de la amada es una victoria. Repito. El hombre es pleno cuando no lamenta los minutos derramados, ni las arenas que se acumulan bajo los pies. Caminan los dos y el crujido que arrastran es la ovación cerrada del mundo que los recibe.

Vestidos como banderas, vestidos como se disfrazan los desnudos. Mujer, una obra de arte que alcanza su perfección en los sueños, allí donde el apetito es también parte de la poesía: “Tanta belleza me asusta: /¿Qué habrá hecho la noche con tu alma?” Como un listado imperfecto de metáforas, podría ser arte o tebeos o canciones de Gustavo Cerati. Todo vale porque es amor es la acumulación de los elementos que se evaporan. Tantos como puedan entrar en el cuerpo o salir del alma.

«El libro de Martín López-Vega es amor para el mundo. Amor sin cursilería. Un peso que se tiene entre las manos y se desliza. Antes de perderlo, ¿dónde ocultarlo? Amor que es natural, primer amor, amor de cometa, helado y con cola de fuego, amor de toma de tierra, ¿Martín, estaré siendo yo cursi? Si es así, disculpa».

Definición de cuerpo: “Incluso los órganos inútiles/duelen cuando se extraen”.

Aquel cielo de Magritte en Bruselas. Besé a mi mujer. Pensé en mi hijo antes de nacer. El libro, el Imperio de las luces. Los que parecían disfrutar del cielo eran los mismos que lo hacían del vino. Sin temer el choque con el suelo, embriagados como el ángel de Gustavo -otra vez Gustavo-, cuando se transmutó en la ciudad de la furia. Un mundo complejo, un mundo ahora acomplejado ante ti: “Es hermoso el mundo/Porque, aunque nada en él”. Una canción sobre Jonathan Vermeer, dulce como las galletas de los anuncios, los anuncios de yogures, cuando éramos niños, en la televisión. No te enfades, sé que no lo harás. Sé que estás conmigo en el arte intrínseco de la canción pop, Martín. Te sigo tuteando.

Barcos anclados frente al puerto de Lima. Mañana podrían estar en Puerto Madero. Justicia Poética, como la canción de La Costa Brava. Ahora te reirás de mí, porque encuentro todas las canciones de Amour Fou de Sergio Algora, nuestro Gainsbourg con cachirulo. Contemplar el tiempo, otra vez el tiempo y el amor, pasado como bastiones irreductibles de una adolescencia pesarosa: viajar al pasado y “Deshacer los nudos que hizo la adolescencia/en tu corazón maltratado/para llegar a este momento limpio y libre”.

De Brasil a Grecia. El poeta es ágil en sus viajes. Hace enrojecer al aprendiz de provincias, al marido de la historiadora de arte, al padre de un hijo con nombre latino. Ese, que soy yo, deja a su amor contemplando románico y mudéjar, mil veces repetido. Avergonzado. Amor en distintas unidades didácticas del curso de 2º de Bachillerato. Tú, el poeta que recorre el mundo con su amada para revisar que la belleza solo mejora. Para poder reconstruirla en un mundo nuevo done la luz muta su longitud de onda hacia tonos distintos: “Todo lo que guardamos para descubrirlo al mismo tiempo. Todo lo que nos espera para descubrirse a sí mismo en nuestra mirada justa”.

Pequeños detalles: las ortigas y el sueño profundo en Madrid. Poesía brasileña. Las gafas oscuras, tropicalistas, de Ana Cristina César. Me detengo, Martín: “Cuando arrecia el temporal/ y se quita los zapatos para caminar descalza/las tarde declara que nada en ella es prosa”.

Vuelvo a Buenos Aires. Camino en mi recuerdo. Aquella ropa, desde Ezeiza, sobrevuela el Once y el Abasto. Luca con una botella de vino barato: “Las niñas tardías/las ancianas anticipadas/las amo también”. Marte y Amsterdam. Vilma. La sencillez de la geografía en 1990, el mismo año de las piernas distantes y los primeros dedos manchados de tinta. Deja al poema, deja que el agua se lo lleve, ya soportaste suficientes tormentas en soledad. Hidra, una isla de olivos y vino, de burros y olivetti portátil. Cohen en calzoncillos componía con la muerte en un garaje helado. Decía que no extrañaba nada, solo, quizá, el cigarrillo con el que se fotografió en su último disco. El Mediterráneo te consume, como la ceniza, como el aire seco que bromea intoxicado: “Una isla/es el sueño de una isla/adivinada entre la niebla”.

Y yo, de nuevo, que amé a Cohen sobre todas las cosas, que bebí uvas negras en Lanzarote, pienso en San Borondón, como en el milagro de la Atlántida. Una isla, que, como un poema, como el amor, puede aparecer o desaparecer: “El instante venidero en que ya estamos/el porvenir que ya ha venido/y que todo nos queda”.

Algunas palabras sobre «Entre amigos. Luis Eduardo Aute, queda la música» de José Manuel García Gil

José Manuel García Gil construye la exégesis de “Entre amigos” de Luis Eduardo Aute. Uno de los discos en directo más importante de la historia de nuestra música, el primer amago de que el cantautor palizas dejara la guitarra de palo y metiera electricidad, una mezcla entre el rock de autor europeo con la delicadeza de la onda más siniestra y elegante de la movida española. Como siempre magníficamente editado por Efe Eme a través de la colección Elepé.

¿De dónde salieron todos aquellos discos, papá? No lo sé, un amigo que cerró su bar, alguien que murió y escondimos su nombre para siempre, un sarcófago, un rito, un poeta comunista que daba más miedo que pasión. Rojo sobre negro. Aute que canta muy bajito, con los ojos cerrados, con la camisa abierta para mostrar los pelos del pecho, sensual y gratificante. Carlos Saura y Antonio Saura. Los ojos grises de la muerte, tan aburrida, que se encienden con fuego ante el deseo lúbrico del sexo atemporal. Los Alphaville, Godard, La Habana (la buena, la de Pablo y Silvio, donde hay ron y mujeres y el hambre se pasa durmiendo) y Las Marquesas, las islas de los piratas, pegadas a Albanta, donde los sueños son esculturas que cobran vida de día y devuelven muerte de noche. Aute recoge a los pintores flamencos, sus flores sobre el agua que hoy es limpia y con los años que están por venir se encharca. Aute con el pecho frondoso y la guitarra en el acorde FA, el difícil, el que no sabía hacer Javier Krahe.

Camisa de Cuba, muerte en el silencio, las zapatillas blancas de Serrat, las islas de Aute: Cuba y Las Marquesas, Albanta y Filipinas. Ahí donde Jaime Gil de Biedma fue jefe del padre de Aute mientras escribía los poemas que envidiaba Bob Dylan. Dylan y Gil de Biedma, Truffaut y Jacques Brel. Aleluya antes que el de Leonard Cohen. El pintor que se acerca a la Bardot de otro hermano Saura, el primer Saura.

Volver a ese Aute, el que jugaba con el sexo y la espuma, con el humor y la pintura hecha con acordes, que habla de maldecir las prisiones, que se rodea de la imaginería del niño: Aute con Suburbano y con Olga Román. Olga con la voz que acompaña robusta, inigualable, la Olga que no había partido hacia Buenos Aires con Sabina. Los metales que arrasan todo lo que encuentran a su paso. El PSOE que arrasa en los corazones de los españoles, que atrapa a los cantautores y los escupe llenos de larios, cocacola y millones municipales. Por eso Aute se protege con surrealismo e imaginería contestaria. Mientras Sabina se hace canalla de dientes negros, de ducado y farlopa, mientras Serrat se abandona al recuerdo de Marisol, con su jersey rojo…Aute deja afónica a la vida, sedienta a la muerte.

Mis disco de Aute, mis vinilos de Aute son Fuga, Rito y Espuma. Luego llegará Slowly, donde el diario de viaje y vida será completo, pero en los tres, en Fuga, Rito y Espuma, solo el delirio de plomo de Francisco de Goya, Aute acabará en el mismo saturnismo, enterrado en el fuego negro de la locura, pero en “Entre amigo”, como muy bien explica José Manuel García, la voz de Aute es un susurro de saliva y recuerdo. Recuerdo cuando Aute era joven y la muerte una metáfora para explicar lo magnífico de los demás. El fraseo de “Queda la música” con los teclados susurrantes, la melancolía en tango, Fuster y Mendo, rótulos finales de los primeros ochenta en cualquier pantalla de televisión y cine. La versión de “Al alba” es un estallido de palomas cubiertas de alquitrán, la percusión de Semana Santa, como una saeta ácrata, resuena al arranque del acorde, hasta que los dedos de Luis Eduardo se cubren de sangre. Voces y voces.

Que el rock y el pop de mediados de los noventa dejara sobrevivir a Aute, que convocó a su Jane Birkin particular en la mejor Christina Rosenvinge, dejó a los Silvio y a los Pablos en iconos de algo que se desmenuzaba entre los dedos de la crueldad. Luego estábamos los seguidores en paralelo, los que no le pedían a Fito Páez que contara más y más mentiros. En la paranoia presencial evitamos el ochentero “A vivir” y volvemos al gusto de “No te desnudes todavía”. Era el Aute más cinematográfico, el de James Dean pero también el de Volver a empezar. Con flautas y baterías que son siempre una ola.

La documentación de José Manuel García Gil es delicada y nutritiva, porque selecciona perfectamente el antes, el durante y el después, con todos los elementos artísticos y del negocio que justifican y aclimatan el éxito masivo de Aute. Aunque alguno está más cerca del pudor que de la curiosidad, con este disco, que llega a la vez que otra década muy distinta -ya he comentado antes, mi primer tocadiscos es de mediados de los noventa-, pero seguía siendo material del que está hecha la belleza: cristal de mujer, hielo de hombre, todo mezclado. La infidelidad, las relaciones tumultuosas, verbalizar el final del cuento de hadas, del amor absoluto, es uno de los elementos narrativos más potentes de Aute, “Solo pasaba por aquí” o “Las cuatro y diez”.

Narrador de los primeros embates del aburrimiento burgués, Aute no quería ser maldito, quería ser feliz. La poesía de Luis Antonio de Villena con ese deje de islas paradisiacas o de el costumbrismo canalla de corbata de Luis Alberto de Cuenca… todos los poetas, como Aute, como Gil de Biedma, de nombres compuestos. Casi más aristócratas que vendedores de folios grapados.

«Pero el consumidor de su música, el matrimonio con su R12 camino de la playa en agosto, se sabían en un mundo cambiante y muchos, quizá tus padres o los míos, deseaban que aquella poesía, que aquellas historias, lixiviaran en sus hijos, sentados en el asiento de atrás, convertidos veinte, treinta años más tarde en amanuenses de la palabra, que vuelven, una y otra vez, a Luis Eduardo Aute».

Pero yo no me despido sin esta macarrada. El Teddy, el de los Canarios, con Aute, con Dylan, los demonios eléctricos… y Javier Gurruchaga, otro de los grandes.

Algunas palabras sobre Laberintos de Charles Burns

Estoy frente a los dos primeros tomos de Laberintos, la última entrega de la obra de Burns editada por Reservoir Books, una oda inquietante al amor silencioso, al amor esquivo, al sexo reprimido. Burns no es un dibujante sencillo: promete línea clara y ofrecer Ballard y esquizofrenia, todo tipo de comidas desnudas, jugo para el alimento de Miguel Ángel Martín y otros monstruos herederos, acólitos más bien de lo perverso.

Laberintos es una historia en tres voces. La voz del protagonista, lenta, introspectiva, una velocidad diferente en cada una de las viñetas. Él sobrevive en la oscuridad, en la oscuridad es cariñoso, deja pasar su mano, una mano, un cuerpo ajeno sobre otro cuerpo, la segunda voz, la voz de la mujer, la musa que busca la normalidad en un escenario de cartón, tan aséptico que carece de cualquier símbolo distintivo. En la ciudad, en la biblioteca, en las marcas que deja la goma sobre el papel mientras corrije la biología mutante. La mujer habla, piensa, sus pensamientos son mensajes de normalidad en un mundo anormal. Eso, en un silogismo básico lo convierte en deformidad. Es un mundo plano, un mundo sin pop, sin entregas, marcas, colores, señales…es un laberinto del que uno no puede escapar porque cada bifurcación es idéntica a la anterior. No estamos perdidos. Permanecer dentro del laberinto es la única forma de vivir.

Estamos ausentes. Solo una breve lógica en el vodka que no deja aliento a alcohol, el parmesano violentamente sexual, no es un laberinto en blanco y negro, es una película en 8 mm con un pantón limitado. El tropezar con una piedra de atrezzo, nadar en un mar de cartulinas hechas de colores. Tres voces, la despierta, la del sueño donde los deseos se desnudan para realizarse, la tercera, la musa, se debate en el pánico del mirón y el deseo de normalidad. Pero la normalidad es un concepto ausente en los Laberintos de Burnos. Cuando el protagonista nos enternece se produce el giro siniestro, su plasticidad natural, en forma de carbonilla o películas de Super-8 amateurs, solo son muestras alicuotas de los sueños, rasgados como el queso, la marihuana, el monstruo de las uvas, las uvas acuosas, el cuerpo desnudo, cincelado por la mente enferma del monstruo. Lo que para nosotros es perfecto, para el Creador, para el primigenio, es una abominación. EL SUEÑO ES EL CAMINO HACIA LA REALIDAD.

Esa es óptica desmembradora, la que nos vuelve más locos, esa ausencia de señales a las que agarrarnos, la vigilia y el duermevela, los racimos monstruosos que se abren paso, dueños de nuestra realidad, como los primigenios («Great Old Ones») de las novelas pulp de los cincuenta. Ellos han soñado nuestra existencia y no conciben los detalles, en realidad los Laberintos de Burns discurren en un escenario de cartón, en un sueño básico del que surge la luz creadora de forma monstruosa. Pero quizá sea la forma del amor, la forma de la vida, quizá sea el ojo de Dios, el que nos llevará, el que nos ensaliva y deposita en forma de capullos sobre la superficie del laberinto. (SUEÑO/Realidad). No hay maldad en lo monstruoso, solo un cambio de perspectiva sensorial. Esperamos con apetito, con sed, con sueño, sexualmente inanes, la tercera de las entregas.

Algunas palabras sobre EL PASAJERO / STELLA MARIS de CORMAC MCCARTHY

Ayer tuve un sueño, bajo la luz de la luna se deslizaba una sirena para robar el cadáver de un hombre, las burbujas que subían hacia la superficie eran los recuerdos que nunca volverían. Un misterio aquel, el de las aguas profundas, que solamente se podría aliviar con un termo de té caliente. Entre escuchar a Mozart o la Credence Clearwater Revival, no hay discusión. Cormac McCarthy ha vuelto y va a ser exigente en su nuevo meridiano.

Como en el comienzo de una película mala de vampiros, como en la serie The Strain o aquel número escalofriante de La Cosa del Pantano, la luz no se atreve a adentrarse bajo el agua, el buceo se paga con dinero en efectivo. Cioran, plantas, hombres ranas. De esos que siempre quedaban en el estante de los muñecos de acción. Nadie quería un hombre rana si podía tener un ninja o un marine. ¿El sádico McCarthy mezcla bourbon con cerveza, amor con incesto? Long John, cuanto más estás bajo el agua más sed tienes.

Llegarán los hombres de negro y te harán callar durante un buen rato, muchacho. Entrar en calor, tener miedo a las profundidades, gastar una moneda o dos en la máquina de poner discos. La vida es un charco que nos rodea y si tienes miedo al agua estancada acabará por hacerse fuerte. El extraño es el que se parece más a una medicación, sustancias falsificadas, vicodín, potente, más de mil veces más fuerte que la morfina. Ojalá tuviera una caja de zapatos llena de valium. Solo tengo una metálica, con llave, para que todo el mundo pregunte. Dentro hay de todo, todo para el dolor, porque los que nos mantenemos secos tenemos siempre dolor, se extiende por nuestros miembros y terminamos resecos y resecos caminamos sin saber qué nos espera en la vida. Soy un hombre de gustos sencillos. Como el buzo del cuento.

El Pasajero es un ejemplo de narrativa entrecortada, heredera de principios de los ochenta, cuando Nam, el Vietnam, estaba todavía presente, muy presente. Sangre y metal para la vida civil. He hablado antes de la Credence Clearwater Revival, locura, sangre y metal en el culo, sangre y metal en las venas. Mismo metal con el que están hechas las medallas. Poco a poco, Charles. Todos conoceremos tu historia. Cuando lleguen los hombres de negro comenzarás a dudar, al acercarse los monstruos de patas interminables nos recordarás que cuando cierras los ojos los insectos siguen escarbando los párpados. Guerra en la televisión. Todos sabemos qué le ocurre a la vieja. Muchos se colocan y juegan con inspirar napalm. Qué muermo, qué hermoso.

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Passarinho de João Selva (2023)

El disco de Selva, editado por Underdog Records es un manual de estilo de la música brasileña exportada al S.XXI. Percusiones evocadores y una voz que crece sobre las guitarras funk en el título que abre el LP y que también da nombre al disco, con flautas y violines, lote completo. Los ecos de Jorge Ben más recogido se dejan ver en Cantar Cantar, los arreglos se elevan hacia la pista de baile, como música disco hecha en Bahía en 1987, con dulzura y ganas de danzar.

Aceleramos el tono para cabalgar hacia Seu Carnaval, donde las semillas de los Tribalistas hacen su aparición, una esquina donde la bella Marisa Monte te saca a bailar y la guitarra española es un huracán que se ha tumbado a descansar. Recuerdo a Seu Jorge dialogando con David Bowie desde lo más alto de una vela en alta mar, por eso Por um amor no disimula los cantos-rezos a los dioses paganos que traerán el amor hacia nuestro cuerpo. Caliente, muy caliente, como lo hacía Tim Maía cuando tenía para algo más que agua de canilla, la voz de fondo de Carina Salvado nos ofrece solución para todos los males. Ya lo sabía yo, en cuanto te vi entrar en mi viejo reproductor de cedés, amigo João que habías traído la maleta llena de jugosos órganos y fender rhodes y una panda de compinches dispuestos a acariciarlos.

Guitarra y percusión para Sete Ventos y y luego vamos para arriba, donde se juntan los ángeles con los demonios, ambos sintiéndose culpables de los momentos que están por llegar, efebos de amor prohibido, el del octavo viento. Volvemos a los tiempos sencillos y latinos, cumbia de sal y marisma, Menina me encanta, estamos recordando el cuerpo, la proeza de la garganta, la sonrisa de Gal Costa, en el Olimpo, en el Olympia, con las mejores canciones de Caetano Veloso, las que guardaba para sus sueños inconfesables. Soy feliz, porque Passarinho me devuelve al tiempo en el que todo era posible, en el que veía a mis amigos entonar canciones de Os Mutantes, cuando creía que algún día Milton Nascimiento me llevaría hasta Minas Gerais para enseñarme a acompasar mi corazón al ritmo de la tierra. Escucho Cirandiha y trae el leve regusto a la «pollera colorá», con una percusión analgésica que me besa en partes del oído que no conocía se pudieran estimular de esta manera.

Se acerca el final, se acerca con Chuva, un manifiesto urbano, olvida los setenta, tráeme a Moreno Veloso o Vinicius Cantuária, que me hicieron vibrar con el final del siglo. Ojos abiertos ante un Mar de estrellas, tengo toda la sed saciada, no quiero más agua, quiero más canciones, quiero una nana. La mejor manera de acabar un disco magnífico, emocionante, un castillo de belleza construido sobre la mejor tradición de la canción pop del mundo: la del Brasil.

Algunas palabras sobre El padre de tus hijos de Daniel Gascón (2023)

Estamos hablando de un libro de cuentos, de los relatos de Daniel, el terreno donde Gascón se mueve como siluro en piscina de las afueras. En su narrativa de personalidad múltiple, con espejos donde cada reflejo tiene un suspiro de él en cada mejilla -sin poder completar el puzle-, este libro es un compendio sobresaliente de instantes, de detalles que funcionan como la chispa sobre el montón de paja seca. Sarmiento sediento y parejas que se derrumban cuando el pegamento que unía el castillo ha cristalizado y es peor el peso al que someten la estructura que la misma intención de servir como coagulante. Daniel Gascón había proyectado su vida en su obra de manera más o menos evidente a lo largo de su trayectoria literaria, pero siempre se reservaba un punto o dos, unos minutos de cocción, el ingrediente secreto e íntimo que hacía que siguiera siendo, en el fondo, un misterio. Pero, aunque se usen esos trozos conocidos hay que saber manejarlos con gusto. Daniel ha pasado muchas horas frente a su propia vida para saber seleccionar los mejores cortes antes del fundido a negro, antes de mandar positivar. ¿Es este su mejor libro? Por lo menos, para mí, sí. Mi favorito. Editado por Random House.

Alicia en el Maestrazgo, las cervezas que se calientan demasiado rápido, esas son las más peligrosas, como los besos rápidos en los labios. El personaje en una escuela agrupada, saliendo a correr con su padre, esperando, sobre todo esperando. Saber encontrarse cómo en el centro del mundo y a un millón de kilómetros de la parada más cercana. El amor en un apeadero, con su hatillo lleno de ilusiones y Canadá (el lugar donde más novias de norteamericanos homosexuales hay por medio cuadrado) es la Soria de la postmodernidad. Canadá tiene que ser verdad. No solo puede ser el lugar que pone como excusa para su acento Leonard Cohen. Cohen saldrá, tranquilos, siempre sale, porque no tendría sentido que estuvieras aquí, leyendo esto, si no pensaras que Cohen aparecería. La primera es “I´m your man” y el plátano de la portada. Si tienes suficiente paciencia acabarás con Rebecca Demornay. Hay una versión de El Columpio Asesino que adapta el tema a su manera y acaba siendo todavía más inquietante. Madres solteras que aguantan el tipo con vaqueros ajustados y pelo largo recogido en una coleta, con la grasa que lixivian las planchas de los dinner americanos. Y tu mujer, que en cuanto está dos días sin lavarse el pelo… y tú, todavía peor. Con el pelo sucio pareces todavía más calvo. Bruces Springsteen envejece demasiado bien para que lo digamos. Pero Bruce, os lo recuerdo, se la lió a su mujer con la corista de su banda. Patti y sus voces, Patti y su sensual pandereta.


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Burro de Burro (2023)

La incidencia de la verdad, el nylon en espacios cortos, la respuesta en el huracán cuando se echa a dormir. Mirar el tiempo detenido en una noche tranquila, en un pueblo casi vacío, escuchar “No es la luna”, escuchar el silencio. Beatriz Montiel (Trice) y Conrado Isasa (Isasa, A room with a view), sin más que una garganta y unas cuerdas. Estáis tan cerca que os puedo tocar, noto que me susurras, como Antonio Saura hacía en mis sueños, te acercas, con la gracia de la arena en los labios y dices “Tu nombre”. Miro a Carasueño, a Javier Vicente y a Javier Roldón, la gran ciudad con una pandereta al cuello, el eternauta rodeado de máquinas y válvulas y las miniaturas son tan bellas que duelen: una primera versión, “Burro”, que da nombre al disco, al grupo, a la idea. Un tema de Lorena Álvarez, que sabe a yerba de mil campos distintos, desde Asturias hasta Albania, todos los campos del mundo sirven para alimentar. Pienso en mi amigo Charly y su laúd, pienso en los aceites esenciales de los campos de Huesca. Es folk y es eco, es la vida en la primera parte de un surco. Cómo se eleva la voz de Beatriz y cómo la guitarra la sigue en vuelo perpetuo. Once años de Lorena Álvarez, un año de Burro. El sonido del afilador, el visitante en las calles del pueblo, Silvia Pérez Cruz y Leonard Cohen. Es ese grito mezclado con la cacharrería, es ese momento de Les Conches Velasques frente al abismo de la poesía.

La cara B del vinilo es “Lechuza”, con unos acordes perdidos en el eco de una habitación. Canciones con una sola palabra, afinadas a partir del latido del corazón y su tono. Sin palabras, esperamos a la siguiente canción, “¿Mi nuca?”, con el teléfono de uralita, con las voces doblándose, con las guitarras en acordes abiertos, golpeándose mientras el zumbido del ruido blanco acompaña. Una mano y una piel. Para llegar a la segunda versión del disco, un tema de Fajardo, “Esto”. Yo escribí: “la voz tratada entre el juguete y el abandono, el candor del asbesto, las cajas de música sonando en mitad de la noche sin que nadie les dé cuerda, cerrar con sal y alquitrán las promesas incumplidas”. Mientras Beatriz arrastra las palabras y Conrado hace de seis cuerdas un millón de años luz. Cerramos la dulzura con “No sé”. Digo dulzura pero no hablo de ser empalagoso, como hablar de calor del sol en un día de nubes. Lo mínimo que se le puede exigir a la vida, que nos dé un poco más, que nos enseñe.

Decía Sergio Algora que la vida es el silencio entre dos canciones. Me dan ganas de abrazar, de buscar una manta fina y cubrir el sueño de mi hijo durante su siesta, de salir a caminar por lugares del pueblo de los que me han hablando muchas veces. No lo haré. Escribiré y seguiré escribiendo, pero estaré aquí, con Burro. Y con Repetidor, que siguen mostrando que el catálogo y la paleta dan de beber al sediento.

Algunas palabras sobre Martinete del Rey Sombra de Raúl Quinto (2023)

Una novela histórica, una historia de novela, imágenes que arrastran tu alma por el suelo, sensibilidad que se mueve a través del tiempo, una luz decadente sobre la espalda de los Reyes y sus cortes. Gitanos en cuerdas de presos, cante y aceite para las minas. Acercarse a Martinete del Rey Sombra es una lectura para entendidos, que aman la literatura en su forma más pura, la que cuenta historias y lo hace con una belleza inherente. Candidato a ser libro del año para Motel Margot esta novela de Raúl Quinto editada por Jekyll&Jill.

El monarca que quiere ser rey de los relojes para dominar el tiempo. Un lenguaje adornado sin ser ampuloso. Raúl Quinto acumula imágenes de sangre y de tierra, funcionando con la misma métrica que un cancionero, haciendo que las metáforas se reflejen en el espejo de la narración. Un mérito enorme para una historia de estratos sociales separados por muros, de vidas empaquetadas que son menos vidas si están a un lado u otro de lo cualitativo. Porque para los Reyes las vidas, cito: “Transcurren entre funerales de hermanos y bautismos de hermanastros”. Ahí donde el poder es casi divino, todo es prosaico con el aderezo de la paranoia. Comparar con la sociedad de hoy es un error, pero no uno completo. Existen lazos que hacen palidecer las costuras del libro. Álgebra y poesía frente al Corán y las túnicas del cielo negro. Sigo leyendo, completamente atrapado.

La locura de los Reyes, los duendes en la noche. Los mismos que, de día, sorben sangre seca de mujeres gitanas, como uvas pasas, sádicos en la escasez: la viruela es resto sobre óleo. Una foto, una marca. Portugal arrastra la fiebre. Alacranes que se introducen en los agujeros del cuerpo. Niños que mueren, niños en una barcaza que se desliza por el barro del encierro. Los ojos limpios por la nieve con la que se ha arrastrado las legañas. Un fantasma limpia con esa misma nieve el camino hacia el infierno hasta hacerlo resbaladizo.

«Nombres que se pierden, nombres que se repiten. Números romanos, hijos de padres, Bárbara de Braganza, Granada, ciudad de gitanos mil años antes de Lorca. Atados como un miriápodo imposible, como un ciempiés de costra, mujeres y niños sobre el suelo. La ciudad de Granada, crisol de España, donde conviven muerte y fiesta, frío de Sierra Nevada, calor de Andalucía».

La isla que es un martirio y no hay ropa porque la desnudez es la humillación definitiva. Cuerdas de gitanos que se enroscan alrededor de los cuellos y avanzan (vuelvo a citar a Raúl Quinto) bajo un barro infinito. Marqués de la Ensenada, de los misterios y traiciones, de los cuerpos y las tajadas. Listo y pícaro, patriota en un tiempo de patrias mutantes. De actos vívidos, de pólvora fresca y cuentas saneadas. Mientras los gitanos miran la horca, comienza el espionaje industrial.

Llega la muerte y tiene muchos nombres. Lenguas y sangre, insectos y costras. Niños y madres, en tránsito de la teta. De la teta muerta al niño vivo, del niño muerto a la madre que no vive. Al final, en la Casa de la Misericordia, todos, llegan a Zaragoza, remontando el Ebro, como un Aqueronte peninsular. La cuerda, la soga, la muerte y la lascivia. La entropía que siempre arrastran los gitanos, en la Misericordia de Zaragoza. El Ebro, como un Aqueronte, otra vez, repito, en dos horas todavía hay tiempo para lubricidad. No hay nadie en Zaragoza que recuerde aquellos tiempos. Pero Raúl Quinto sí. Por eso escribe, por eso toma el toque para la seguidilla, con la Virgen del Pilar, ausente, en el fondo de la escena.

El cacao y la guerras, los criollos, los ingleses, los canarios, el cacao y Venezuela, los traidores, la patria, la patria y sus traidores. No distinguir patriotas de traidores. El Marques que engancha una guerra con otra y hay risas porque la pobreza y el desorden acechan y, en realidad, lo que importa en España son las risas del vinazo, nada más. Compañía de españoles que cantan a la ausencia con aliento amargo mientras todo se viene abajo.

Lunas redondas y llaves perdidas y Fernando VI y las cárceles para los caídos en desgracia. Redadas y guerras que son guerrillas. Sobre todo, hambre. La noche del 30 de julio duró todo el mes de agosto. Y llegó Valaquia y Moldavia. Y no se fueron. Y llegaría Hitler y las cenizas de los judíos se mezclarían en rapé de muerte con los gitanos. Y, al final, todos solos. Reyes y mendigos.

«Solo el que lee el libro.
Solo el que lo escribe.
Solo el que llora por el recuerdo que le traen las páginas».