Es una constante que las reflexiones del escritor, maestro y dramaturgo Nando López son muy necesarias. Sobre educación, sobre igualdad y sobre cultura es una de esas personas a las que si no se las puede llamar referentes, desde luego deberían serlo.
Este viernes me encontré con otro de esos valiosos hilos suyos, que me tocó especialmente, porque habla de literatura infantil y literatura juvenil (yo misma soy autora de una novela juvenil, Mastín y la chica del galgo) y tiene toda la razón.
Se la desprecia, se la considera de segunda, un asunto menor. ¿Un escritor de infantil o juvenil premio Cervantes? ¡Pero qué nos estás contando! Para eso creamos un Cervantes Chico como mucho. Y no estoy segura de que más allá de nuestras fronteras el panorama sea mejor. A fin de cuentas, si es en los premios prestigiosos en los que hay que fijarse, tampoco hay ningún Nobel en estos géneros. Está el ‘pequeño Nobel’ o premio Hans Christian Andersen. Como la literatura infantil y juvenil no fuese exactamente literatura, sino otra cosa para la que hay que crear sus propios galardones.
He hablado y entrevistado a un buen puñado de escritores de infantil y juvenil durante todos estos años (23 como periodista, 13 con este blog). Es un tema que ha salido de forma recurrente con ellos. Con frecuencia, sobre todo si es una entrevista formal, manifestaban su contrariedad elegantemente.
Por ejemplo hace no mucho Roberto Santiago, autor de entre otros libros de la saga Futbolísimos que ha acercado a muchísimos niños a la lectura en los últimos años. En la entrevista me decía:
A veces la literatura infantil se considera literatura de segunda. Estos prejuicios son absurdos y solo hablan mal de aquella persona que emite ese tipo de juicios. Si hoy en día se publicara, por ejemplo, La isla del tesoro, que es una de las mejores novelas jamás escritas en la historia, estoy seguro de que se publicaría en una colección de literatura juvenil.
O algo antes, Gemma Lienas, otra escritora prolífica de juvenil, en una charla para este mismo blog:
La literatura juvenil como algo de segunda fila es propio de nuestro país, en otros no pasa. En Estados Unidos, Inglaterra o Alemania no es así. Pero en España es cierto que es la Cenicienta. Tal vez porque es un fenómeno relativamente joven. Me parece tonto que los haya que tengan ese desprecio por la literatura juvenil. La literatura es buena o mala, independientemente del género. Los escritores que solo escriben para adultos olvidan que hay que crear lectores.
Es un malestar, un desprecio, que por cotidiano hace que estemos acostumbrados. Aunque no debería ser así, deberíamos reclamar su calidad y espacio.
Termino con la reflexión de Nando López en forma de hilo, que es extrapolable a determinados géneros como la fantasía, la ciencia ficción, el terror, los mangas o los cómics. También se los mira equivocadamente con desprecio. Tengo una amiga experta en incentivar la lectura en niños y adolescentes que me contaba cómo el profesorado reniega de que sus alumnos solo lean cómics o esos libros de Blue Jeans o cosas así. Sobre todo en el Instituto, cierto es que en Primaria me cuenta que es otra cosa, que la mirada de los maestros es más abierta y flexible.
Esta semana, sin embargo, en la que asistí como invitado a una sesión en un máster del profesorado, los allí presentes -futuros profesores de Lengua y Literatura que, en su mayoría, acababan de terminar el Grado- me confirmaban que esa carencia sigue existiendo.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
Me gustaría decir lo contrario, pero tampoco me sorprende este hecho. Por desgracia, llevo años comprobándolo en cuestiones tan pequeñas y, a la vez, personales, como el distinto trato que recibo por parte de los medios cuando publico algo para adultos o algo para jóvenes.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
Y confieso que envidio tradiciones como la anglosajona o la alemana, donde no se pone en duda que voces como las de Roald Dahl o Michael Ende son nombres literarios de primer nivel.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
Cada cual tiene su recorrido y su propia biografía lectora, pero en la mía ocupan el mismo lugar ‘La casa de verano’, de Alfredo Gómez Cerdá, en su edición de Gran Angular, que ‘Juan Rulfo’, de Pedro Páramo, en su edición de Cátedra.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
Por suerte, quienes escribimos para niños y adolescentes contamos con esa vehemencia que recuerdo de entonces. Con esa falta de prejuicio. Y con esa sinceridad arrolladora de lectores exigentes, tan fieles con lo que les gusta como implacables con lo que no.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
…de Roberto Santiago, de Iria & Selene, de Jorge Gómez Soto, de Maite Carranza o de tantas y tantos compañeros, no atienden a la etiqueta que lo acompaña, sino tan sólo a su certeza de que les interesa, les atrapa y les interpela el mundo que se abre en esas páginas.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
Así que quizá el mundo académico, tan proclive a preguntarse cómo se fomentar la lectura entre los más jóvenes, debería estudiar en qué consiste de veras la lij, dándole su lugar y tratando a sus textos, a sus voces y a sus lectores con el respeto y la atención que merecen.
— Nando López (@Nando_Lopez_) 25 de octubre de 2019
Leyendo tu artículo y lo que dices de extrapolar a ciertos géneros me he acordado de mi etapa escolar. Una vez al año por indicación de la escuela nuestros padres nos daban 2000 antiguas pesetas y teníamos que comprar en un recinto que habilitaba ésta al menos dos libros correspondientes a nuestro margen de edad. En una ocasión escogí los libros de Pesadillas de RL Stine que se encontraban en nuestro margen de edad y que por aquél entonces estaban bastante en boga. A la hora de pagar los encargados posiblemente ex-alumnos reconvertidos en monitores. Me pusieron bastantes pegas, que si acabaría traumatizado, que si todo son monstruos, que si esto lo otro. Pero lo cierto es que estaban bien y al final nuestros actos siempre tienen consecuencias a título individual o colectivo que es lo que permitía el libro y la función del lector era «prevenirse» al analizar las fortalezas de los personajes y cual es el talón de Aquiles del antagonista y hay que tener una mentalidad muy pueril para pensar que un preadolescente de 12 años no sabe (por regla general) dejar las historia dentro de la portada, o los cachas de los videojuegos en un circuito de 16 o 32 bits. Igual fui a una escuela equivocada. De una forma u otra brindo por los cambios de mentalidad.
26 octubre 2019 | 13:19