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La Carta de Derechos Fundamentales, gran desconocida para los europeos

Los ciudadanos europeos seguimos desconociendo qué es y qué contenido tiene la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Un documento que tiene ya casi una década, vinculante para todos los estados miembro (con alguna excepción) y que recoge los principios de dignidad, libertad, igualdad y justicia. La base de la seguridad jurídica en la vida de la Unión, vaya.

A finales de mayo, una encuesta del Eurobarómetro preguntó sobre ello. Sus resultados han pasado desapercibidos aun siendo dignos de ser comentados. Si en 2011 el porcentaje de europeos familiarizados con la Carta era de un 11%, en 2015 esa cifra ha subido al 14%. Resulta llamativo, tras años de crisis económica y social y de la quiebra de la solidaridad interna entre europeos, que este incremento prácticamente testimonial.

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Aunque, con todo, lo más grave es que todavía más de un tercio de los ciudadanos no han oído jamás hablar de la existencia de este documento capital. De manera significativa, España es el país europeo con un porcentaje más alto de conocimiento (24%) de la Carta y Grecia es el socio europeo que en 4 años desde la anterior consulta más ha visto crecer este porcentaje (del 8 al 16%).

Hay otros datos interesantes, como que el nivel de conocimiento de los derechos fundamentales es mayor en las grandes ciudades y núcleos urbanos que en las zonas rurales, o que los trabajadores manuales están mucho menos informados al respecto que los trabajadores autónomos, desempleados y empleados en general. También hay diferencia entre hombres y mujeres: los primeros dicen tener un conocimiento de su carácter legalmente obligatorio más alto.

La Carta Fundamental recoge principios que van desde el derecho a la vida, la prohibición de la pena de muerte o la trata de seres humanos al derecho a la libertad de expresión y la prohibición de las expulsiones colectivas. La Carta, además, se compromete en el preámbulo a «reforzar la protección de los derechos fundamentales a tenor de la evolución de la sociedad, del progreso social y de los avances científicos y tecnológicos».

PD1: Aquí esta la Carta Fundamental. Se lee rápido. Es breve. Merece la pena.
PD2: Y aquí el informe del Eurobarómetro al que he aludido en el post.

Los europeos del sur dicen estar menos satisfechos con su vida que los del norte

Eurostat, que como sabéis es la agencia europea de estadística, se ha sacado de la manga un nuevo índice, que lo han denominado de «satisfacción general con la vida», y que mide cuán orgullosos y felices estamos o no con nuestra existencia los europeos. Un concepto «multi-dimensional», lo llaman, que están muy relacionado con los diferentes índices de calidad de vida que el organismo viene publicando desde hace años (salud, empleo, igualdad), pero que añade una percepción más global, subjetiva y diversa de la vida.

Aquí tenéis un telegráfico resumen de la encuesta. España está por debajo de la media europea, las mujeres y los hombres dicen estar casi igual de satisfechos con su vida, los jóvenes son los más satisfechos, etc. Lo que a mí me ha llamado la atención, sin embargo, es una de las tablas que acompaña al documento de Eurostat (abajo), y que desglosa esa satisfacción por países.

Daneses, suecos y finlandeses son los más satisfechos con su vida. Ciudadanos del norte de Europa. Portugueses, griegos, españoles e italianos, ciudadanos del sur. En la escala de satisfacción, la mayoría de países del norte están por encima de 7, mientras que los del sur –salvo Malta– están entre 6 y 7 (más cerca del 6 que del 7 la mayoría de ellos). El plato estadístico está elaborado con ingredientes del 2013, es decir cuando la crisis económica en Europa había dejado atrás ya su momento más crítico, pero arrastraba consigo cinco años de incertidumbres y dificultades.

Solemos decir los sureños, para consolarnos, que los de la Europa nórdica serán más ricos, sabrán más idiomas y tendrán mejores trabajos, pero que son menos felices. Con todas las salvedades que estudios como este me suscitan (no porque no sean rigurosos, sino porque lo de tasar matemáticamente la felicidad me parece un tanto marciano), quizá ha llegado el momento de ir cambiando esta ¿percepción?

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