Archivo de la categoría ‘En pantalla’

‘Hereditary’, maldita genial película de terror

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A Annie Graham (Toni Collette) parece acosarla una extraña maldición en su legado familiar. Algo oscuro, diabólico e ineludible que también se cierne sobre sus hijos, al joven Peter (Alex Wolff) y a su hija de 13 años Charlie (Milly Shapiro). Algo cuya amenaza se manifiesta aún con más fuerza después de la reciente muerte de su madre y abuela de sus retoños.

A los buenos aficionados al género de terror seguro que no les hará falta presentar Hereditary, aclamada por la crítica desde su presentación en el Festival de Sundance. Para quiénes esperen una convencional película en la que más o menos sucedan muchas muertes y sustos, ideal para una multisala, puede que la expectación y las excelentes valoraciones les juegue una muy mala pasada.

Hereditary 2018

( ©DeaPlaneta )

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‘Los hambrientos’, más carnaza para las películas de zombis

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Una película de zombis no necesita de justificación, mensaje o razón de ser para existir. El concepto «zombi» en sí mismo es lo bastante atrayente y autosuficiente para llegar a sus potenciales espectadores, sea para pasar un buen o mal rato, en clave de comedia, drama o también a ritmo de musical.

Pero ante el estreno de una nueva propuesta sobre el tema las preguntas que casi siempre acaba haciéndose uno es ¿qué aporta al género? ¿qué hay de novedoso? En nuestros cines, aunque solo fuera en 3 salas, se estrenó el pasado viernes la canadiense Los hambrientos (Les affamés) dirigida por Robin Aubert. Y… ¿qué tiene de especial?

Los hambrientos (Les affamés)

( ©La Aventura Audiovisual )

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Vince Vaughn lo borda en ‘Brawl in Cell Block 99’

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Bradley Thomas (Vince Vaughn) es un cuarentón que optó por dejar atrás un pasado violento. Lo fue en el ámbito legal y deportivo, como exboxeador, siguiendo las reglas del cuadrilátero; pero también se codeó con delincuentes y mafiosos de entre quienes aún conserva cierta amistad con un narcotraficante. Ahora lleva una vida normal, discreta, empleado en un taller mecánico y con una esposa que ama (Jennifer Carpenter), aunque ella piense que no le dedica suficiente tiempo. Pero Bradley sigue siendo un tipo duro. La parte trasera de su cabeza rasurada se adorna con el ostentoso tatuaje de una cruz tintada y una lengüeta de alambre.

Un mal día lo tiene cualquiera. Luego están los que son más que pésimos, cruciales, y el que acaba teniendo Bradley es uno de esos. No tardará en ir a dar con sus huesos en la cárcel, a causa de un desafortunado incidente que puso a prueba su sentido ético y moral. Lejos de encontrar allí paz en su involuntario recogimiento entre rejas será extorsionado por una peligrosa banda de narcos que reclama su pellejo.

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‘Aniquilación’, un ejemplo modélico de sci-fi y terror

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A la ciencia-ficción contemporánea le hacía falta una película como Aniquilación (Annihilation) y a un autor como el británico Alex Garland, alguien dispuesto a arriesgarse y a intentar explorar nuevos recovecos en el género. Territorios oscuros aunque su puesta en escena se incline por una fotografía luminosa y casi de ensueño.

Autor de la novela La playa (llevada al cine en 2000 por Danny Boyle), guionista en 28 semanas después o Nunca me abandones, con su premonitorio debut en la dirección con Ex Machina (2015), Óscar a los mejores efectos visuales, Garland ya indagaba en uno de los temas predilectos de la ciencia-ficción, el de saber qué nos hace humanos, y sobre todo en uno de los mayores temores de los humanos, el de la posibilidad de ser suplantados o relegados como especie dominante del planeta, y sin que el orden y desconcierto del universo le importe un comino, sea por máquinas u otros entes extraños.

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¡Al diablo la madurez! (‘Brigsby Bear’)

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Brigsby Bear 2017

( ©Sony )

La infancia como un territorio que debería ser confortable y seguro, en el que puede que percibamos de alguna manera las extrañas «rarezas» del mundo de los adultos o los peligros del exterior. Pero al fin y al cabo, un lugar a salvo donde refugiarnos con nuestros sueños y fantasías, confiando en que el futuro solo nos deparará algo bueno. El paso del tiempo, o los golpes de la vida, ya se irá encargando de pulverizar ilusiones y mitos. También de destrozarnos aquellas películas, series o, ahora, vídeos propios de la época de Youtube que creíamos insuperables, perfectos, para una vez revisadas años o décadas después descubrir que eran más simples y deficientes de lo que nos gustaría.

Sea como sea, de esa añoranza y nostalgia, de esos hábitos y cultura adquiridas que nos pueden convertir en peterpanes maduros, el cómico Dave McCary, otro de los artistas forjados en el Saturday Night Live, ha sabido plasmar una original e inusual comedia agridulce. Brigsby Bear es una apología del orgullo de ser friki, en la que uno puede identificarse en mayor o menor medida, y de la negación a madurar o renunciar a aquello que tanto nos chiflaba cuando aún éramos capaces de creer en cualquier cosa. Y lo hace con la complicidad del actor Kyle Mooney, encarnado en el nerd por excelencia, mezcla de ingenua pasión y adolescente contrariado por la toma de contacto con la realidad y la necesidad de ir tomando responsabilidades.

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Dimensiones humanas (‘Tres anuncios en las afueras’, 2017)

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Three Billboards Outside Ebbing, Missouri

( ©Fox )

Hay películas que son una oda al inquebrantable espíritu humano, a la superación o el hacer frente a las situaciones más adversas, duras o humillantes. Otras son tenebrosas y oscuras, obligándonos a contemplar todas las atrocidades de las que es capaz el ser humano (no siempre humano) por instinto, mero placer o simplemente porque está en su naturaleza. Por mucho que alguien se imagine lo peor de lo peor que podemos infligir a otro semejante llega tarde, seguro que ya se habrá hecho antes… y volverá a hacerse. De todo un poco hay en Tres anuncios en las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri), Martin McDonagh, director y guionista, se inventa una localidad norteamericana ficticia llamada Ebbing, ubicada en el estado de Misuri, en el Medio Oeste del país, para reflejar un escenario bucólico e idílico, también inquietante y perturbador. Un pueblo de los que fascinaría a David Lynch, y una comunidad cerrada pero perfectamente extrapolable a otros lugares.

El emplazamiento es casi intemporal, diríase que anclado al pasado, quizás en los 70 u 80, si no fuera porque algún personaje cita a «Google» o hablan por teléfonos móviles, y está habitado por personajes que no se les puede tildar solo de simpáticos o antipáticos, de héroes o villanos, de buenos o malos. Todos están ahí con sus prejuicios y odios, con su lado miserable y luminoso. Con su capacidad para amar o para lastimar al prójimo. Y para ello ni siquiera hace falta usar un rifle o un objeto afilado. Las palabras son el arma arrojadiza con la que intentar noquear al adversario.

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‘Jumanji’, una nueva partida que ya es rentable en taquilla

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Jumanji: Bienvenidos a la jungla 2017

( ©Sony )

Siempre contemplo con cierto recelo las películas de acción y fantasía protagonizadas por Dwayne Johnson. Son pura serie B, muy modestas tanto en planteamientos como en pretensiones. Cine para ver y olvidar, o simplemente para no ver. Viaje al centro de la Tierra 2: La isla misteriosa (2012), Hércules (2015), San Andrés (2015) o Baywatch. Los vigilantes de la playa (2017) el pasado verano serían oportunos ejemplos. Tampoco es que sea especialmente admirador de Jumanji (1995), una de las interpretaciones más recordadas de Robin Williams y buen cine familiar de aventuras que adhirió a su causa (cinéfila) numerosos fans.

Así que poco o nada me esperaba de esta secuela dirigida por Jake Kasdan. Jumanji: Bienvenidos a la jungla ha sido recibida con bastante frialdad por la crítica y, digamos, que moderadamente bien por el público. Por ello tal vez haya sido una sorpresa. Me ha parecido muchísimo más digna y entretenida de lo que esperaba. Adaptándose a los nuevos tiempos, la vuelta de tuerca consiste en que sean los «jugadores» los que entren en el mundo de Jumanji a través de un videojuego. Adolescentes que se encarnarán en los avatares que han elegido, los de adultos con personalidades y características totalmente opuestas a las que tenían en el mundo real. Todo ello sin abusar de los efectos especiales (tampoco hay tantos) y con una muy buena química entre sus protagonistas: Karen Gillan, Jack Black, Kevin Hart y Dwayne Johnson. La textura es muy similar precisamente al cine que podía hacerse a mediados de los 90. Lo peor, un villano que no está a la altura.

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Experiencias únicas (‘El sacrificio de un ciervo sagrado’, 2017)

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El sacrificio de un ciervo sagrado

( ©Diamond Films )

El cine del griego Yorgos Lanthimos es de los que divide, al público (minoritario) y a la crítica. Los hay que encuentran su ritmo demasiado lento e irregular, sus historias y personajes demasiado herméticos y crípticos. Ni en los cinéfilos más sesudos acaba de encontrar el consenso que sí cuentan otros autores. Por mi parte, y entregándome a la simplicidad numérica, de sus seis largometrajes (los dos primeros no estrenados entre nosotros) tres me parecen absolutas obras maestras: Canino (Kynodontas/Dogtooth, 2009), Langosta (The Lobster, 2015) o El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017), recién llegada a nuestras pantallas. Hieráticas y crispantes, horrores cotidianos bañados en humor negrísimo y absurdo, diálogos pronunciados casi de manera robótica. Son propuestas desconcertantes cargadas de simbolismos y abiertas a múltiples sugerencias e interpretaciones Debo admitirlo. Me he convertido en un incondicional de Lanthimos.

Su nueva obra es, en la superficie, el relato de un cirujano cardíaco (Colin Farrell) que vive en una bonita casa junto a su modélica esposa (Nicole Kidman) y sus dos hijos, chico y chica, cuya vida y familia se verá amenazada a causa de la amistad que le une con un adolescente de dieciséis años (Barry Keoghan). El joven siente cierta admiración por él, pero también le considera culpable de un hecho vinculado con su padre, por ello le lanzará una maldición que se irá cumpliendo escrupulosamente y que no podrá romperse a menos que el cirujano ejecute un acto extremo de sacrificio, el que alude el título original. Una referencia a Ifigenia, personaje de la mitología griega que fue reclamado como sacrificio a su padre, Agamenón, por haber matado un ciervo sagrado de la diosa Artemisa. El estilo, la puesta en escena, las maneras y conexiones temáticas y metafóricas ha suscitado comparaciones con el cine de Passolini (en Teorema, la presencia de un adolescente también pondrá patas arriba a toda una familia), de Kubrick (por la composición simétrica y fría de sus imágenes), de Michael Haneke (por su atmósfera malsana y perturbadora, retratando el mal) o de Buñuel (especialmente con El ángel exterminador, con unos personajes atrapados en una situación absurda).

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Arde América, y Netflix apunta a los Oscar (‘Mudbound’, 2017)

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Mudbound 2017

( ©Netflix )

Netflix está desafiando los patrones tradicionales de la distribución y producción. Pese a las voces en contra y el debate que está suscitando, el coloso del entretenimiento en streaming ha llegado para cubrir vacíos, el de películas que difícilmente tendrían distribución, o una distribución amplia, y ofrecer a cineastas nuevos y consagrados la posibilidad de obtener fácilmente financiación y libertad creativa (dos maneras también de ganarse sus servicios y simpatías, de atraerlos a su causa). El carácter visionario, guste o no, es que se adapta a unos nuevos tiempos en el que una gran mayoría de espectadores, especialmente las nuevas generaciones, verán (¿engullirán?) «obras pensadas para la gran pantalla» a través de sus tablets, dispositivos móviles o televisores.

En su línea de cine de calidad, Netflix tenía este mismo año sus mejores apuestas con Okja de Bong Joon-ho o The Meyerowitz Stories de Noah Baumbach, y sigue indagando en el mercado de los festivales cinematográficos para hacerse con los derechos de distribución de algunas llamativas joyas. Es el caso de Mudbound, adaptación de una novela de Hillary Jordan y segundo largometraje de ficción de prácticamente una desconocida, la directora afroamericana Dee Rees. Una mirada al pasado, a los años 40, a la Norteamérica rural de un lugar del Misisipi, un lugar de la Norteamérica profunda, cateta y racista donde las gentes de color difícilmente podían ser propietarios de sus propias tierras, aunque fueran barrizales, por mucho que se partan el lomo o el sudor se convierta en sangre. Su puesta en escena más que correcta enlaza con elementos atractivos para el Hollywood «premiable» de hoy en día. Conflictos étnicos y la obra de una directora, además afroamericana. Mudbound, y Netflix, también mirán a los Oscar (se ha estrenado en un puñado de cines en Estados Unidos). Ya ha entusiasmado a la crítica, sobre todo a la anglosajona. Más de uno la ha calificado de obra maestra. No comparto esta entrega, pero sí que me parece estimable.

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La vida es una obra maestra (‘En este rincón del mundo’, 2016)

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En este rincón del mundo

( ©20th Fox Home )

Algunos animes están empeñados, para deleite nuestro, en convertirse en delicadas obras de arte. En este rincón del mundo (Kono sekai no katasumi ni), financiada mediante crowdfunding, se desarrolla en el Japón de la II Guerra Mundial y con Hiroshima en el punto de mira presagiando la caída de una de las devastadoras bombas atómicas.

Son tiempos de guerra y los ciudadanos contemplan con orgullo patriótico los poderosos buques y destructores de la Armada Imperial que reposan en sus aguas, prestos para acudir al combate.

Sin embargo, la película de Sunao Katabuchi prefiere detener su mirada en la apacible vida de sus gentes. Coser un kimono, contemplar las nubes, ir de compras al mercado (aunque sea el «negro») o sentarse la familia a la mesa para regocijarse con un sencillo plato de arroz cocinado como los ángeles. Nos acerca a lo que tenía de sublime el humanismo del cine de Ozu.

No hay villanos ni héroes, ni se trata de mostrar la épica o los grandes hechos históricos del momento sino lo íntimo y personal de personas normales y corrientes, anónimas. Maravillarse en la misma existencia y en unos seres imperturbables e inasequibles al desaliento por mucho que deben enfrentarse a la escasez y racionamiento, cada vez mayor, de alimentos o el tener que convivir con los bombardeos de los aliados. Una supervivencia asumida como un agradecimiento por seguir vivos.

Mientras, en el aire sobrevuelan insectos, flotan semillas de dientes de león o caen cenizas. Refuerza el que las imágenes tengan tridimensionalidad, que casi se puedan palpar. Y en todo esto ocurre también que la realidad inspira el arte, y el arte tiñe la realidad.

Su joven protagonista, Suzu, tiene un don natural y excepcional para el dibujo. Su cabeza siempre está ida, en otro lugar, habitando en un mundo propio hecho con sueños e inocentes fantasías. Con sus creaciones intenta captar tanto las ensoñaciones más bellas o terroríficas como todo aquello que le rodea. Así, las olas pueden adquirir formas de conejos blancos o las explosiones de la artillería antiaérea se tornan colores sobre un lienzo azul que es el cielo.

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