(Atención, SPOILERS) Si hay una serie que este año me ha conmovido ha sido sin duda The Leftovers. Al terminar de ver la excelente segunda temporada he tenido que pararme a reflexionar sobre lo que nos quería contar esta historia porque, al margen de hacerme sentir con una piedra en el estómago tras el visionado de cada episodio, la idea central se me escapaba. En la primera temporada habíamos visto las vidas a la deriva de un grupo de personas tras la ascensión. Cómo habían lidiado con una situación que fracturaba creencias y que hacía que los sólidos cimientos del mundo se tambaleasen con furia. En el Festival de Series conocí a Mario, una persona inteligente que se había leído el libro de Tom Perrota y que me contó que en la narración original el tema de las religiones (es Estados Unidos, no hay que olvidarlo) estaba mucho más presente y que se profundizaba en la manera en que cada grupo había tratado de asimilar lo sucedido.

En la serie, aunque de forma menos evidente, la religión es parte indispensable del sentido de la historia aunque da un paso más allá, centrándose en aspectos más psicológicos, que pueden ser abrazados por aquellos que no profesan la fe en un sentido tradicional. Porque, para mí, el sentido último de Leftovers es que, creamos lo que creamos, podemos encontrar sentido a la vida en las pequeñas cosas que nos rodean: en el amor de los que siguen aquí y en las cosas sencillas del día a día, intentando asumir que los hechos nefastos pueden ocurrir pero que lo más importante es cómo lidiamos con ellos. Es decir: podemos convertir estos sucesos en obsesiones o intentar superarlos. De hecho, los Guilty Remnant se convierten en los «villanos» de la historia porque simbolizan a los que se han quedado estancados en el pasado haciendo de los acontecimientos dolorosos el centro de su existencia.

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