Por Santiago Romano Martín
Imaginemos a un jugador de fútbol a punto de tirar un penalti en contra del equipo local. El público grita y lanza todo tipo de exabruptos nada cariñosos intentando conseguir que el futbolista falle. Todos los allí presentes (futbolistas e hinchas de los dos equipos, arbitro, entrenadores y medios de información) lo ven como algo natural.
El futbolista acepta esta situación, sabe que los aficionados quieren que no meta gol, pero él es un profesional y no se va a dejar amilanar por ello, se concentra y hace su trabajo; puede marcar o puede fallar, pero pase lo que pase, al día siguiente en la prensa no se va a quejar de que los aficionados del otro club le estaban presionando; es más, si lo hace, la próxima vez que su equipo deba tirar un penalti, el entrenador elegirá a otro jugador que no se sienta presionado a la hora de lanzarlo.
Señores jueces, los ciudadanos tienen derecho a expresar su opinión y, ¿por qué no?, a intentar influir a su favor en las decisiones que se tomen, sobre todo cuando dichas decisiones están sujetas a interpretación y no son de aplicación directa de la ley. Señores jueces, si se sienten presionados dimitan y dejen en su lugar a otro juez con más temple.
No debe preocuparnos que los ciudadanos puedan influir en la decisión de un juez. Al fin y al cabo son los ciudadanos los verdaderos depositarios de la soberanía de un pueblo (presidentes, ministros, diputados y jueces sólo están actuando en su nombre). Lo que debe preocuparnos son otro tipo de injerencias en las actuaciones judiciales, injerencias de las que visto lo visto últimamente nadie duda.
Si ya empezamos comparando a un jugador de fútbol con un juez mal vamos. El respaldo a Mas que se muestra en la foto que ilustra esta opinión es de vergüenza. Dejemos a los jueces hacer su trabajo sin fabricar víctimas o mártires como este político que, por otro lado, está destrozando la convivencia entre todos los españoles.
23 octubre 2015 | 14:16