Por Ángel Villegas
Tantas veces he oído decir a los miembros del Gobierno, a los dirigentes del PP y a los medios afectos al movimiento popular que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» que he llegado a pensar que no les falta algo de razón.
No tengo hipotecas, no pido créditos, he gastado siempre en consonancia con mis ingresos, pero estos señores me hacen dudar y me he puesto a revisar mis gastos; concretamente, en lo que a luz, gas y agua se refiere. Hace ya mucho tiempo que instalé lámparas de bajo consumo y en mi casa jamás hay una luz encendida en una habitación en la que no haya nadie; he desenchufado los aparatos de radio y uso uno de pilas; la televisión apenas la conectó, ¿para qué?; paso de los «entre todos», los «imparciales» informativos de TVE, los debates en los que han ido apareciendo las caras que antes andaban por la TDT y, por supuesto, de los programas del higadillo de los famosillos de medio pelo, y también de esa emisora del incienso arzobispal que pasa gran parte del día atizando leña al mono socialista o poniéndonos cine religioso.
Para mi sorpresa, he podido comprobar que, en efecto, gasto menos luz, menos gas y menos agua, ¿cómo es posible, pues, que el importe de mis recibos sea cada vez mayor? Y claro, he podido darme cuenta que estos recibos se componen de dos partes fundamentales: el término fijo y el consumo; como el primero aumenta de forma estrepitosa, ya puedo alumbrarme con velas, ahorrar cuanta agua puedo y poner bombillas de bajo consumo que el resultado es siempre el mismo: una factura más cara.
No obstante me queda una bala en la recámara, que es intentar ducharme con la rapidez que lo hace ese alcalde, creo que de Málaga, que, al parecer, gasta en cada ducha una cantidad increíblemente baja del líquido elemento. Me llevará tiempo, pero, si él puede yo puedo. Cuando haya llegado a los quince litros por ducha, tendré mucho gusto en comunicarlo.