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Dave Heath, fotógrafo de la soledad, muere… en soledad

Jennine Pommy Vega, 7 Arts Coffee Gallery, New York City, 1957 © Dave Heath - www.bulgergallery.com

Jennine Pommy Vega, 7 Arts Coffee Gallery, New York City, 1957 © Dave Heath – www.bulgergallery.com

Santa Barbara, California, 1964 © Dave Heath - The Nelson-Atkins Museum, Kansas City, Missouri

Santa Barbara, California, 1964 © Dave Heath – The Nelson-Atkins Museum, Kansas City, Missouri

Brooklyn, New York City, 1963/64 © Dave Heath - www.bulgergallery.com

Brooklyn, New York City, 1963/64 © Dave Heath – www.bulgergallery.com

El autor de estas débiles fotos —la fragilidad es la primera emoción que salta a la vista en los cuatro personajes— acaba de morir en Toronto (Canadá) el mismo día en que cumplía 85 años. Vivía solo, sufrió una caída doméstica, fue traslado al hospital y falleció el 27 de junio por complicaciones derivadas del accidente. Se llamaba Dave Heath y las autoridades supieron algo de su vida por una amiga, la única que supo dar razón sobre quién era el anciano muerto en soledad.

No creo que nadie en el centro médico llegase a saber que aquel hombre fatigado que desde hacía un cuarto de siglo vivía en una autorreclusión estricta, había editado en 1965 uno de los libros de fotografía más lacerantes sobre el desamparo que a todos nos alcanza, A Dialogue With Solitude. Uno de los buenos colegas de Heath, el también anciano, huraño y fotógrafo —cada día veo más similitudes entre estos tres adjetivos— Robert Frank escribía en una carta añadida a la obra que los retratos son como «un viernes por la noche en el universo».

En el libro, que hizo y rehizo durante cuatro años años con la parsimonia que les sobra a los ascetas y de la que quizá deberíamos tomar nota los ansiosos, Heath incluyó 82 imágenes. Entre unas y otras añadió cortos epígrafes literarios de autores como Yeats, Hesse, Rilke, Stevenson, Crane, Eliot… Una comparsa de afligidos. Gente de ojos tristes.

El fotógrafo sembró la obra de separatas que parecen biombos sentimentales: paz, amor, anarquía, violencia, niñez, vejez, guerra, juventud, muerte… Le gustaban las palabras básicas ¿Para qué hablar si tenemos a Rilke?

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Chen Han, el pintor chino del vacío emocional

Chen Han - 'Old-fashioned Man, 2015' © Chen Han - HDM Gallery

Chen Han – ‘Old-fashioned Man, 2015’ © Chen Han – HDM Gallery

Chen Han - 'She Had Just Perceived, 2016' © Chen Han - HDM Gallery

Chen Han – ‘She Had Just Perceived, 2016’ © Chen Han – HDM Gallery

Los personajes que pinta Chen Han (Shenyang-China, 1973) han llegado al final del día e intentan sintetizar las visiones y golpes emocionales de la jornada. Tienen el mismo problema del que adolecemos muchos: son incapaces de verbalizar en palabras, acaso por el miedo a lacerarse aún más el alma o por ausencia de formas expresivas, aquello que sienten.

Buscan y solo encuentran, en el mejor de los casos, retazos sensoriales. No pueden atacar a la vida porque ni siquiera son capaces de atacarse a sí mismos. Ni siquiera podemos asegurar que están sufriendo. Tal vez se trata de un sigilo anclado que no son capaces de sacudirse porque carecen de sentido de afirmación o negación: están mudos.

La nueva exposición del artista de los momentos, como le han llamado en China, donde ha asomado cada vez con más vitalidad durante la última década —acabó los estudios de Arte en la facultad de su ciudad natal en 2005—, presentan a personas, casi siempre solas y en planos muy cerrados, que parecen conspirar contra ellas mismas o tramar elipsis mentales acentuadas por la carencia de toda salida, incluso de la siempre fácil de la desesperación.

No es una mera casualidad el título de la muestra, The Vast of Darkness (La amplitud de la oscuridad). Está en cartel, hasta el 8 de agosto, en la galería HDM de Pekín.

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El pintor que traslada la soledad de Edward Hopper al siglo XXI

'Q Train' - Nigel Van Wieck

‘Q Train’ – Nigel Van Wieck

Cada obra de Edward Hopper (1882-1967) es un charco de silencio, una nueva forma de entender la soledad: el ser humano del siglo XX se encierra en sí mismo, se desconecta de sus semejantes y está rodeado de paisajes tan bellos como melancólicos. El artista obliga siempre al espectador a llegar tarde y sólo le permite adivinar un fragmento de la historia completa.

El año en que nació el pintor Nigel Van Wieck (Reino Unido, 1947), Hopper pintaba Summer Evening (Noche de verano), una escena veraniega bañada por la luz blanca del porche de una casa de madera. La mujer, poniendo los brazos hacia atrás para apoyarse, lleva una cortísima falda rosa con un top del mismo color; el hombre está ligeramente inclinado hacia ella. Entre la tensión y la incapacidad para comunicarse, ambos permanecen a la espera de que suceda algo en los próximos segundos.

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Graham Miller retrata a los habitantes del aislado occidente australiano

"Suburban Splendor" © Graham Miller

«Suburban Splendor» © Graham Miller

Las fotos de Graham Miller podrían residir entre las líneas de este poema, como cuervos punteando los cables del tendido eléctrico:

Miedo a ver un coche de la policía acercarse a mi puerta.
Miedo a dormirme por la noche.
Miedo a no dormirme.
Miedo al pasado resucitando.
Miedo al presente echando a volar.
Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche.
Miedo a las tormentas eléctricas.
¡Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla!
Miedo a los perros que me han dicho que no muerden.
Miedo a la ansiedad.
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo a quedarme sin dinero.
Miedo a tener demasiado, aunque la gente no creerá esto.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y miedo a llegar antes que nadie.
Miedo a la letra de mis hijos en los sobres.
Miedo a que mueran antes que yo y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre cuando ella sea vieja, y yo también.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día acabe con una nota infeliz.
Miedo a llegar y encontrarme con que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar lo suficiente.
Miedo de que lo que yo amo resulte letal para los que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado.
Miedo a la muerte.

Ya he dicho eso.

El autor de los versos, Raymond Carver, gran poeta recordado sobre todo como cuentista pese a que fue construido por su editor, ha pasado a la historia como el portavoz de los lacónicos personajes del hinterland suburbial de las macrociudades, esas urbanizaciones donde la desolación es aún más intensa que en la urbe y sólo puedes conversar con el zumbido de la televisión, escuchar la música de amoblamiento de los zumbidos de los electrodomésticos o espiar los perfiles fantasmagóricos de tus vecinos tras las cortinas de la casa de enfrente.

Las fotografías de Miller tienen el mismo escenario espiritual pero poco que ver en términos geográficos con los paisajes de los suburbios de los EE UU que han sido escenarios para la angustia contemporánea usados también por el escritor Richard Ford, el cineasta Paul Thomas Anderson o el pintor Edward Hopper. El fotógrafo cita a los tres como influencias. También a Carver, al músico de bluegrass aussie Paul Kelly y a los pintores románticos Turner y Friedrich, para quienes la naturaleza contenía mensajes divinos.

"Suburban Splendor" © Graham Miller

«Suburban Splendor» © Graham Miller

Lo que vemos, la inacción anterior a un clímax, la luz hipercromática, la densidad palpable de la soledad, sucede en torno a la ciudad de Fremtale, cerca de Perth, en la muy lejana Australia Occidental. Es conveniente ver un mapa cenital de la zona para entender la profundidad del aislamiento: poblaciones empujadas hacia el océano por el gran desierto —verdaderamente grande: la región, de ser país, sería el décimo del mundo en superficie—.

A Miller, nacido en 1966 en Hong Kong pero interno desde los diez años en un colegio de Perth —su padre era piloto de aviación comercial y no tenía tiempo para el hijo—, le interesa mostrar en la serie Suburban Splendor (Esplendor suburbano) el «gran asunto» para los habitantes de este confín, el «aislamiento» y la «desconexión con el resto del mundo», el «vacío» palpable «pese a Internet y las comunidades virtuales».

Según cuenta el fotógrafo en una entrevista en Trouble, las imágenes narran «tragedias cotidianas» que parecen casi siempre inasibles para los demás. Se trata de una colección pesimista —«al final terminas entendiendo que los otros, no importa cuan cerca estén de ti, siempre serán unos desconocidos»—, sólo compensada por la creencia de que estos personajes detenidos en una cápsula, en espera de una explosión, contando cada latido orgánico como pasando las cuentas de un rosario, «no están irremediablemente perdidos» porque son «dignos en su dureza».

"Suburban Splendor" © Graham Miller

«Suburban Splendor» © Graham Miller

"Suburban Splendor" © Graham Miller

«Suburban Splendor» © Graham Miller

«La pintura sólo volverá a ser grande cuando trate sobre la vida con mayor detalle y menos oblicuamente«. Como tomando al pie de la letra la máxima esencial del espartano Hopper, cuyos cuadros parece llevar siempre prendidos en algún lugar de la retina, Miller busca a sus personajes antes de hacerlos posar y retratarlos. Deben entrarle por los ojos y emitir señales de que habrá conexión. Una vez seleccionados, los aborda, les cuenta la idea que se trae entre manos, intercambia pareceres y, como culminación del encuentro, los retrata en poses previamente convenidas entre ambas partes.

¿Artificio? No del todo. El fotógrafo asegura que se trata de escribir una historia en colaboración con las personas, los lugares, las situaciones, la luz… «Nunca lo tengo demasiado claro de antemano ni doy demasiadas indicaciones (…) Suburban Splendour nació como buscando localizaciones para una película antes de insertar a los actores y esperar la luz adecuada», explica.

En otra de sus colecciones, Waiting for the Miracle (Esperando un milagro), este poeta de la inmovilidad eligió como punto de partida la canción del mismo título de Leonard Cohen sobre un hombre que en la vejez se queja de la falta de probabilidades de encontrar redención o amor. Esta vez Miller decidió lanzarse a la carretera y retratar a jóvenes vecinos de remotas y pequeñas localidades australianas, a los que intentó mostrar como si «buscasen sus verdaderos nombres» en un ejercicio de esperanza ilimitada, contraponiendo los retratos con paisajes que, como en los cuadros de los románticos, transmitiesen un guiño de Dios.

El pintor Hopper murió a los 85 años, mientras descansaba en un sillón. Fue una muerte sencilla, recordó su viuda, como si el artista se dejase vencer por la moderación que reina en sus cuadros: «Tardó un minuto en morir. Sin dolor, sin sonidos, con los ojos serenos, abiertos, felices. Era hermoso en la muerte, como un personaje de su pintor favorito, El Greco».

Algo de esa atenuada actitud contiene la obra fotográfica de su admirador australiano. Sin dolor, sin sonidos, con los ojos serenos… desde uno de los lugares más aislados de un planeta donde no vivimos tan cerca unos de otros como nos dicen.

Jose Ángel González