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La muerte casi paralela de dos grandes retratistas: Phil Stern y Jane Bown

Izquierda, James Dean, 1955 © Phil Stern / Derecha, Samuel Beckett, 1976 © Jane Bow

Izquierda, James Dean, 1955 © Phil Stern / Derecha, Samuel Beckett, 1976 © Jane Bow

Distanciados por más de dos décadas, los dos retratos pueden funcionar como un sumario del siglo XX. A la izquierda, a los 24 años y poco antes de morir al estrellarse al volante de un Porsche 550, los ojos de pícaro de James Dean emergen de un jersey. A su lado, la mirada de bisturí de Samuel Beckett a los setenta años.

En paralelo las fotos admiten la lectura de un rosario de dicotomías: los EE UU y Europa; el bla bla del cine y el silencio del absurdo cotidiano; las opciones de vivir deprisa entre telones de raso o hacerlo en los «aires vivificantes» del fracaso; la forma múltiple de los héroes: un muchacho tan bello como torturado y un arrugado testigo de las preguntas decisivas: «¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora?»

No me importan hoy los personajes sino los transmisores de sus retratos. Los fotógrafos —el estadounidense Phil Stern y la inglesa Jane Bow— han muerto en los últimos días. El primero, que no superó un ataque cardíaco, en una residencia para veteranos de guerra de Los Ángeles, a los 95 años; la segunda, a cuatro meses de cumplir 90, en su casa de campo en Hampshire sin que hayan trascendido las causas del deceso, aunque estaba muy débil tras una caída reciente.

Izquierda, Phil Stern, Foto: Los Angeles Times / Derecha, Jane Bown – Autorretrato © Jane Bown / The Observer

Izquierda, Phil Stern, Foto: Los Angeles Times / Derecha, Jane Bown – Autorretrato © Jane Bown / The Observer

Eran transcontinentales y, por tanto, opuestos en maneras, manías y formas de vida. Stern, fotógrafo militar en la II Guerra Mundial y después retratista a sueldo de los grandes estudios de Hollywood tenía simpatía, labia e instinto suficientes como para traspasar la frontera estéril de las foto fijas de los rodajes para entrar en los salones, jardines y piscinas, en suma, la intimidad de todas las grandes estrellas de la edad dorada del cine.

Sus fotos eran, en ocasiones, un poco más reveladoras de lo que deseaban las productoras: el amigo de capos mafiosos Frank Sinatra encendiendo un cigarrillo a JFK en el baile de gala posterior a la toma de posesión presidencial de 1961 es una imagen que, sabiendo lo que sabemos sobre la implicación de los bajos fondos en el magnicidio de Dallas, tiene un desenfoque que no sólo sugiere el dinamismo de una festiva borrachera, sino que parece predecir un negro destino.

De Jane Bown escribí en este blog en mayo de 2014 una entrada titulada «Jane Bown, 65 años haciendo inmensos retratos, sin estruendo y para el mismo diario» donde me referí a la humildad, la timidez y el silencio de la retratista inglesa que trabajó toda su vida para The Observer:

Se llama Jane Bown, pero no tiene tarjetas de identidad con su filiación, teléfono, cuenta de correo y demás vanidades —tampoco tiene web personal, ni un perfil de Twitter o Facebook—. Es fotógrafa, quizá la mejor del Reino Unido, pero la calificación le parece cosa de engreídos. Incluso ser llamada “fotógrafa”, opina, es una desmesura. Tiene un lema que no sólo debe aplicarse a las fotos, sino también a la vida: “Se trata de callar, de permanecer en silencio”.

Radical —nunca ha usado el color, jamás se ha visto tentada por las cámaras digitales (le basta desde hace 40 años la vieja Olympus OM-1)—, sin el glamour o la altanería que otros retratistas más jóvenes y con menos mañas esgrimen como dones de elegidos, sencilla y silenciosa, Bown ha trabajado 65 años para el mismo medio, The Observer, el dominical de The Guardian. Ahora tiene 89 y sigue en ello. Nunca ha pensado en el retiro.

Quienes la conocen la recuerdan en la agitada normalidad de la redacción esperando con la humildad de cualquier subordinado que el redactor jefe le asignase el trabajo del día. Nunca se negó a ninguno. Todos los afrontó con el mismo entusiamo.

En aquella entrada citaba también el pasmo de saber, por el entonces recién estrenado documental Looking for Light (Buscando la luz), que la fotógrafa era dueña de una doble vida:

Llevó durante décadas dos existencias paralelas: durante cinco días a la semana era la Señora Moss y vivía con su esposo y tres hijos en una casa de campo, en cuyos alrededores ningún vecino sabía que aquella mujer bajita y seriota era la fotógrafa más famosa del Reino Unido. Los otros dos días bajaba a Londres, entraba en The Observer y esperaba los encargos para la edición del domingo.

Es imposible rechazar la tristeza al hablar de la muerte de este par de fotógrafos inmensos pero sus descesos casi paralelos llevan a pensar que quizá no hubo casualidad dado el oficio que Stern y Bown compartían: hacernos llegar las estampas votivas de nuestros ídolos paganos.

José Ángel González

¿Son «inmorales» las fotos en blanco y negro?

Color y blanco y negro

Color y blanco y negro

De las fotos de arriba tenemos muy presente, por fresca y cotidiana, a la situada a la derecha. La hizo Samuel Aranda (Santa Coloma de Gramanet, 1979) y la publicó hace unos días, junto con otras sobre la miseria interior del país, el diario The New York Times en el reportaje In Spain, Austerity and Hunger (En España, austeridad y hambre).

La de la izquierda la hizo un sargento de la Aviación de los EE UU —Michel Michaud, su nombre consta— el 16 de marzo de 2003 en las Islas Azores, donde los cuatro clientes del mismo sastre se reunieron para organizar una guerra ilegal, sucia, contraria al derecho internacional, basada en pruebas falsas, apoyada por grandes grupos industriales y financieros y causante hasta la fecha de más de un millón de muertos y casi dos millones de refugiados. De los cuatro, el más débil e inculto, que ya es decir con George Bush en la pelea, es José María Aznar, a la derecha, presidente de España. Entonces y ahora es un importante cómplice del sindicato invisible del hiperpatriotismo y la edificación de estados dirigidos según pautas ultraconservadoras y deshumanizadas.

Cada jueves en este blog hablo de fotografía, por tanto pregunto: ¿qué foto es más inmoral?

Mientras Don Juan Carlos de Borbón, con la obstinación de todo aficionado cinegético, sea cual sea su nivel, se iba directo a la redacción del New York Times tras la publicación de las fotos en blanco y negro de Aranda para mostrar su real protesta en persona porque le habían hecho pupa en la marca España, algunos cófrades del Tea Party español en la sombra —no puedo hipervincularlos, sus púlpitos son para lectores de pago— hablan desde sus comederos, casi siempre blogs muy bien pagados por empresas que se dicen periodísticas pero actuan como negociados de la Stasi, sobre la «inmoralidad» del reportaje fotográfico del Times porque está publicado en blanco y negro. El hambre y la miseria serían más pasables, con perfil de colores; tendrían matices y bokeh,  parecen dar a entender.

Hace pocos años, en 2005, los jefes de Arte de los principales diarios de pago españoles hablaban en un debate universitario de la «connotación de credibilidad» y «seriedad» del blanco y negro y el «sensacionalismo» asociado al color. Tal como se nos ha ido de las manos la realidad por la aceleración tecnológica, aquella reunión suena a medieval, pero resulta jocoso encontrar esta predicción en boca del representante de ABC: «La prensa es sensacionalista o amarilla en función de sus contenidos, no en función de sus formas. Son los contenidos los que clasifican este tipo de prensa. El color no».

El reportaje de Aranda, según ABC «apocalíptico» y conformado por «rebuscadas imágenes de exclusión social», fue atacado desde el diario conservador y progubernamental español como dando una castiza bofetada: «ABC constata que el New York Times confirma que progresismo y sensacionalismo pueden resultar compatibles» e intenta «ocultar una realidad doméstica que, en plena campaña electoral estadounidense, se le ha traspapelado».

¿Cómo lo constataron? ¿Enviaron a una reportera literaria y un fotoperiodista a recorrer EE UU como hizo el Times para su reportaje español? No, que no están las cuentas para ese modelo con lo barato que es el e-periodismo. ¿Publicaron fotos propias y a color? No, todas en blanco y negro y de agencia, sin fecha, sin intención editorial y con pies de foto de circunstancias, sin nombres propios, sin alma, sin verdad.

Volvamos al asunto: ¿qué foto es más inmoral: Bush, Blair, Aznar y Barroso jugando al Risk o un ciudadano rebuscando en un contenedor? Sea cual sea la respuesta, incluso si opinan, como yo, que ambas son inmorales —aunque los actores de la primera van con premeditación alevosa y el de la segunda está empujado por la pobreza—, ¿tiene algo que ver en la calificación ética que una sea en color y otra en blanco y negro?

«Algo así como Campos de Níjar, pero sin Goytisolo. Ni siquiera el Times es capaz de resistirse a la españolada. El ejemplo más reciente es esa colección de fotografías del especialista en piedades Samuel Aranda, cuyo reportaje sobre la pobreza en España solo prueba la inmoralidad del blanco y negro (…) La clave del oficio del periodismo no es más que la de practicar con acierto la figura de la sinécdoque. Y caer en el miserabilismo para describir la España de hoy es tan preciso y riguroso como caer en la tauromaquia», dice con el salero habitual y el rifle cargado con la munición de siempre Arcadi Espada, uno de los más contumaces críticos con el blanco y negro.

En algún lugar de sus muchos cuadernos, Franz Kafka escribió que «fotografiamos para cerrar los ojos». Algunos escriben abriéndolos tanto que dejan abierta una ventana a través de la cual queda a la vista su ropa interior. Suele ser de colores. Pero siempre del mismo. No es blanco ni tampoco negro.

Ánxel Grove

Manuel Lourerio, inmigrante cubano, en su casa rodante cerca de Barcelona, en la que vive desde hace año y medio. Trabajaba en la construcción y le despidieron (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Manuel Lourerio, inmigrante cubano, en su casa rodante cerca de Barcelona, en la que vive desde hace año y medio. Trabajaba en la construcción y le despidieron (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Comedor de beneficencia en Gerona, donde el Ayuntamiento ha anunciado que cerrará los contenedores de basura para evitar que la gente rebusque en ellos (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Comedor de beneficencia en Gerona, donde el Ayuntamiento ha anunciado que cerrará los contenedores de basura para evitar que la gente rebusque en ellos (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)