Archivo de junio, 2014

Fotos del lado de afuera de los estadios de Brasil

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas/Acervo IMS

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP, 1941. Foto: Thomas Farkas / Acervo IMS

La foto, tomada hace 73 años, es una predicción retrofuturista que se consuma a partir de hoy. La hizo en el exterior del viejo estadio de São Paulo el gran Thomas Farkas, uno de los mejores fotógrafos de la historia de Brasil, ese país donde durante el próximo mes jugarán al fútbol unas cuantas selecciones nacionales de jugadores tan bien pagados como pobremente conscientes de las realidades de sus países —ahí está nuestra mítica Roja como ejemplo: tanto ji-ji-ji como tiqui-taca pero las boquitas bien cerradas, sin gesto alguno con los pobres diablos que les vitoreamos desde las colas del paro, los ficheros de deshaucios, el sinfuturo, la miseria creciente…—.

La selección que venza en el campeonato se llevará, además de la gloria global y los consiguientes contratos publicitarios personales, 28 millones de euros como premio —el mayor de la historia de los mundiales, cuyo bote total para los patrióticos jugadores ha aumentado esta vez hasta 426 millones de euros, un 37% más que en Sudáfrica—, adjudicado por los organizadores, la FIFA, ese club de yakuzas de la mercadotecnia que reparte dinero incluso entre los peores: 8 millones a cada equipo eliminado en la primera fase (además del millón largo que regalan solo por acudir a la cita).

La imagen de Farkas (el título también es poesía social: «desde el lado de afuera del estadio») engancha en lo puramente formal —los meninos descalzos separados del teatro de los sueños por el hierro forjado,el muro de la vergüenza en cada lugar con la última encuesta publicada en el país sudamericano: menos de la mitad de los brasileños (48%) está a favor del Mundial y el 55% cree que traerá más perjuicios que beneficios. Los porcentajes adquieren un sentido nuevo dada la consideración metarreligiosa del futebol en el país que alguna vez hizo arte con el jogo bonito —nunca más: ahora practican la cultura del jugador entendido como cyborg, desarrollada por grandes filósofos de las faltas técnicas, figura literaria de la patada primordial, como José Mourinho, Diego Simeone y Luiz Felipe Scolari—.

Nacido en Hungría pero criado desde los seis años en Brasil, Farkas murió en 2011, a los 86 años. En Europa no nos enteramos, pero dejó un legado a la humanidad que supera el que heredaremos como seres humanos sensibles y receptivos de 99 de cada 100 jugadores. Le gustaba el fútbol, pero jamás hizo fotos del cesped y las vanidades que acoge: prefería quedarse en la grada y retratar al pueblo llano cuya gloría, antes como ahora, era superar el hierro forjado de cada día.

¿Qué fotos haría Farkas de este Mundial cuyo gasto ha alcanzado la pornográfica cifra de más de 19.000 millones de euros (el presupuesto del país en Educación es de 32,6 millones para este año)?

Imagino al viejo fotógrafo retratando cómo han decidido la clase dirigente brasileña y la FIFA proteger su Mundial: 150.000 policías y militares y 20.000 agentes de seguridad privada vigilarán el evento: uno por cada 50 personas del público previsto en los estadios.

Imagino que piensa, mientras hace las fotos, en el salario mínimo del país (230 euros al mes), la violencia epidémica (10 homicidios por cada 100.000 habitantes, tasa equivalente a que la Comunidad de Madrid registrase 6.500 asesinatos al año), la pobreza (casi el 20% de la población), la necesidad apremiante de viviendas dignas para 7 millones de personas…

Imagino, en fin, que mientras uno cualquiera de esos muchachos de boquitas cosidas con hilo de sutura de oro marca un soberbio gol en el campo, Farkas, que ya ha regresado otra vez, como siempre, al exterior del estadio, mira al cielo y retrata un árbol con los frutos amargos de unos niños que siempre estarán del lado de afuera de los estadios.

Ánxel Grove

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas / Acervo IMS

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas / Acervo IMS

Las dietas de Beyoncé, Kate Moss, Enrique VIII…, convertidas en bodegones

Bodegón de Dan Bannino que representa la dieta extrema a la que se sometió Beyoncé

Dos cucharadas soperas de zumo de limón o lima, dos de sirope de arce, una pizca de pimienta de Cayena, una taza de agua mineral. La cantante Beyoncé Knowles ingirió el preparado durante 14 días hasta 12 veces por día, sin comer nada y complementándolo con un té laxante. Su objetivo era perder 9 kilos en dos semanas justo antes del rodaje de la película Dreamgirls (Bill Condon, 2006). La arriesgada y tortuosa experiencia sirve al italiano Dan Bannino para construir una naturaleza muerta a la que añade graciosamente tres rollos de papel higiénico rosa.

En Still Diet (que se podría traducir por Bodegón de dieta) el fotógrafo evoca el género pictórico en un contexto histórico diferente. Las fotos, iluminadas con el esmero de los pintores de la época, responden a los caprichos y excesos de personajes famosos del pasado y de la actualidad, desde el poeta romántico inglés Lord Byron —patatas, agua con gas y por supuesto vinagre para lucir un aspecto pálido y poco saludable— hasta la actriz Gwyneth Paltrow, conocida por sus múltiples excentricidades dietéticas siempre con la idea fija de la desintoxicación.

Bodegón de Dan Bannino que representa la dieta del poeta romántico inglés Lord Byron

Bodegón de Dan Bannino que representa la dieta del poeta romántico inglés Lord Byron

La serie se compone de 10 ejemplos. A veces —como en el caso del rey Enrique VIII con el cochinillo, el pollo, el conejo, el cordero, las frutas y el vino— se basa en documentación histórica; en otras ocasiones (como en el bodegón de la modelo Kate Moss) en imágenes tomadas por paparazzi o en artículos de cotilleo sobre lo que piden los famosos en los camerinos o durante su estancia en un hotel.

«Mi objetivo era capturar la belleza que reside en esa terrible limitación de dietas y privaciones, dándoles la importancia de las pinturas de grandes maestros. Quería hacerlas significativas, como se vuelven las obras de arte clásicas conforme se hacen antiguas. Mi fin era demostrar cómo esta rareza no ha cambiado desde el siglo XV«, dice el fotógrafo sobre el proyecto.

Cada naturaleza muerta combina la fragilidad del cristal, la nobleza de la plata, la elegancia de un mantel bordado, la belleza formal de las frutas escogidas… El autor dispone e ilumina los objetos al estilo de los bodegones flamencos y holandeses del siglo XVII: pinturas de manjares y vajillas que implicaban lujo y sofisticación a la vez que transmitían mensajes a menudo relacionados con la condición efímera de la vida terrenal o con afán de recrear las sensaciones que producen los objetos y alimentos representados.

Helena Celdrán

Dan Bannino construye un bodegón con una de las dietas de "desintoxicación" de la actriz Gwyneth Paltrow

Dan Bannino construye un bodegón con una de las dietas de «desintoxicación» de la actriz Gwyneth Paltrow

Bodegón que representa la dieta de la sopa de repollo que siguió de Bill Clinton - Foto: Dan Bannino

Bodegón que representa la dieta de la sopa de repollo que siguió de Bill Clinton – Foto: Dan Bannino

Durante 9 meses, Charles Saatchi (empresario y coleccionista de arte) comió sólo 9 huevos al día, tres en cada comida. Foto: Dan Bannino

Durante 9 meses, Charles Saatchi (empresario y coleccionista de arte) comió sólo 9 huevos al día, tres en cada comida. Foto: Dan Bannino

 

Bodegón dedicado a la modelo inglesa Kate Moss. Foto: Dan Bannino

Bodegón dedicado a la modelo inglesa Kate Moss. Foto: Dan Bannino

Comida habitual del rey Enrique VIII de Inglaterra. Foto: Dan Bannino

Comida habitual del rey Enrique VIII de Inglaterra. Foto: Dan Bannino

Bodegón que ilustra la dieta de Luigi Cornaro (1467-1566), noble veneciano que escribió varios tratados sobre dietas. Foto: Dan Bannino

Bodegón que ilustra la dieta de Luigi Cornaro (1467-1566), noble veneciano que escribió varios tratados sobre dietas. Foto: Dan Bannino

La muerte del ‘cantautor de cantautores’ Jesse Winchester, prófugo de Vietnam

Jesse Winchester (1944-2014)

Jesse Winchester (1944-2014)

A Jesse Winchester, el gran cantautor muerto a los 69 años tras varios de batalla con el cáncer, le cambió la vida, como a tantos otros, la Guerra de Vietnam. En 1967, cuando a los 23 años fue llamado a filas por el Gobierno de los EE UU —no era estudiante universitario, circunstancia que te ponía a salvo de la conscripción—, no se lo pensó dos veces y se largó a Canadá. Para la administración militar estadounidense paso a ser un prófugo culpable de un delito grave. «Ningún país puede obligarme a participar en una guerra», declararía con el tiempo y sin grandilocuencia el músico.

Dotado de un don natural para componer canciones melancólicas y de tono íntimo, vivió apartado de la fama que merecía: residía fuera de los circuitos comerciales y alejado del ávido público de los años sesenta y setenta y apenas se le conocía en su país, donde algunas crónicas incluso le presentaban como nacido en Canadá. Aunque logró que sus canciones fuesen grabadas por otros y consiguió cobrar derechos de autor y renombre como cantautor de cantautores —le versionaron desde Fairport Convention y Tim Hardin hasta Emmylou Harris y Joan Baez y fue una pieza clave en las carreras de cantantes confesionales como James Taylor—, su obra nunca pasó del segundo plano.

Hace unos años, cuando se hizo público que padecía cáncer de esófago —fue tratado médicamente y la enfermedad pareció remitir en un primer momento—, algunos de sus admiradores grabaron el disco de homenaje Quiet About It, con intervenciones de primeras figuras como Elvis Costello, Lucinda Williams y Neko Case. En un especial de televisión Winchester se reunió con sus adeptos. Eriza la piel y corta la respiración ver como el cantautor interpreta Sham-A-Ling-Dong-Ding mientras Costello permanece casi consternado por tanta emoción y a Case le atraviesan las mejillas notables lagrimones.

Pese a la amnistía dictada en 1976 que liberada de delitos a los prófugos y objetores de Vietnam, Winchester ya había adquirido la nacionalidad canadiense y sólo regreso a vivir en los EE UU en 2002. Se estableció en el sur del país, la tierra en la que había crecido (en Memphis, la ciudad donde hasta el agua potable canta canciones tristes y lánguidas) y siguió apartado de los grandes circuitos, tocando esporádicamente y grabando muy de vez en cuando.

Con una discografía de una quincena de álbumes —según Bob Dylan, otro admirador confeso, «imposible de evadir si se trata de conocer a los grandes cantautores»—,  las canciones de Winchester son con frecuencia melancólicas, cantadas desde la ansiedad incurable de quien no podía regresar a casa. Son destacables, entre otras, Yankee Lady, The Brand New Tennessee Waltz, Mississippi You’re on My Mind, A Showman’s Life y Biloxi.

"Jesse Winchester", 1970

«Jesse Winchester», 1970

El mejor de sus discos es el primero, editado en 1970 y producido por Robbie Roberston, el líder de The Band, que también aporta su inimitable guitarra telegráfica mientras de la batería se encarga otro miembro del grupo, Levon Helm, fallecido en 2012, también de cáncer.

Presidido por un retrato en el que Winchester parece un forajido, se trata de una evidente obra de exilio, donde el cantautor, que nunca hizo bandera clientelar de su objeción a la guerra, añora las raíces que dejó atrás en baladas y medios tiempos elegantes y con sabor campestre. El disco ha sido reeditado en numerosas ocasiones, la última en 2005 por la discográfica independiente Wounded Bird.

«La gente me dice: ‘Escapar a Canadá debió ser una decisión dura’, pero esa fue la parte fácil de la historia. La parte realmente dura es intentar ganarte la vida habiendo tomado la decisión. Eso es lo complicado», declaró en una entrevista el cantante, obligado durante muchos años a tocar como músico de acompañamiento en bares y locales de Toronto donde los asistentes están más preocupados por la ingesta que por las canciones.

La muerte de Winchester ha merecido el mismo interés que su gran obra: solamente ha sido llorada por sus colegas cantautores y media docena de medios especializados. Al cantator no le hubiera importado este suave impacto. «Nunca quise ser el mejor ni ninguna mierda parecida. Sólo quiero pasarlo bien haciendo música lenta y consistente«, dijo en la misma entrevista. Consiguió ese noble objetivo.

Ánxel Grove

Jarrones doblados en un baile de luces

Laurent Craste - 'Abuse'

Las piezas de porcelana de Laurent Craste están fijadas a la pared con un clavo oxidado, tiene un hacha clavada, están aplastadas, despellejadas, derretidas… Los jarrones y vasijas sufren todo tipo de percances, pero permanecen enteras como si no fueran frágiles.

El artista de origen francés y residente en Montreal (Canadá) se basa en modelos de jarrones de porcelana del siglo XVIII y XIX, elementos decorativos que sirvieron de ostentación de lujo y poder. Craste los somete a «una práctica de deconstrucción y alteración violenta de sus estructuras formales», los moldea para que parezcan criaturas sufrientes, magulladas y abandonadas a su suerte.

Era cuestión de tiempo que sintiera la necesidad de complementar las piezas de rasgos animados con un sistema que permitiera crear la ilusión de movimiento. En la instalación interactiva Parade (Desfile), dentro de un gran cubo de manera abierto por una de sus caras laterales, hay un mueble blanco sobre el que descansan dos de sus obras dobladas.

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Colgada del techo, una lámpara industrial ilumina la pared tras las piezas de porcelana: sólo hay que darle un pequeño empujón para que la bombilla proyecte una sombra en movimiento y parezca que los jarrones inventan una danza agitando los brazos y girando entre sí.

Creada en colaboración con la agencia digital creativa Dpt., la obra fue presentada en el Chromatic Art Festival (Festival de Arte Cromático) de Montreal, que celebraba su 5ª edición con la premisa de que los 150 artistas participantes crearan sus trabajos en torno a la idea del hábitat.

Helena Celdrán

Bob Mazzer, proyeccionista de cine porno y fotógrafo entre dos estaciones de metro

© Bob Mazzer

© Bob Mazzer

Aunque estoy bastante seguro de que Bob Mazzer no ha leído el opúsculo La teoría de la deriva (1958), en el que Guy Debord propuso el «dejarse llevar» por el área urbana entendida como «terreno pasional», la foto de arriba, ese hombre subido a una escalera en los intestinos urbanos y con la cabeza sustiuida por un mecanismo relojero, podría ilustrar ambas citas con propiedad. Parece, en fin, que el sujeto es el centro giratorio de varias placas psicogeográficas.

Tampoco creo que Mazzer, un londinense de 65 años sin pasión por la posteridad, haya leído una frase de Karl Marx que podría ser tomada como un pie de foto común para todas sus imágenes: «Los hombres no pueden ver a su alrededor más que su rostro; todo les habla de sí mismos. Hasta su paisaje está animado».

Durante 40 años demostró que están equivocados quienes opinan que la fotografía conlleva un perseverante cambio de escenario. El suyo se limitaba al trayecto de ida y vuelta de metro entre Whitechapel, en el East End de la capital inglesa, zona en la que vive, y King’s Cross, en el centro, donde trabajaba —se ha jubilado hace poco— como proyeccionista en una sala de cine porno. La deriva de Mazzer era modesta: entre 13 y 20 minutos en cada dirección según el journey planner oficial del Tube de Londres.

Las fotos que Mazzer hizo a diario en el subsuelo de la ciudad, las estaciones que lo puntean y los convoyes que las unen son un tratado de veracidad, buen humor, mañas cinegéticas y esplendor humano.

Donde otros elaborarían un incordiante tratado sobre formas de aislamiento, modales de socialización, errancia subterránea o incluso radiografía humana, el proyeccionista de porno y fotógrafo de commute (ese término inglés que tiene un fondo de orgullo de clase para el que han acuñado la insulsa palabra española movilidad), se limita a asombrarse del gran número de fotos que ha tomado.

«No piensas que estás metido en un proyecto, pero un día te das cuenta de que hay una docena de imágenes conectadas y dices: vaya, tal vez aquí haya algo«, explica con llaneza en una entrevista en el Daily Mail.

Ahora, convencido de que acumuló muchos más que un gran número de negativos, va a exponer por primera vez en una galería y está dándo vueltas a la posibilidad de editar un libro.

Aunque hacía fotos desde niño —sus padres le regalaron la primera cámara, una Ilford Sporti, a los 13 años como regalo de bar mitzvah—, Mazzer creció siguiendo las únicas lecciones necesarias para ser fotógrafo: llevar la cámara siempre encima, mirar con ansia y no dejar de disparar. Cuando empezó a trabajar ahorró hasta poder comprar la Leica M4 fiel y luminosa que nunca le falló.

La naturalidad casual con que hacía frente al registro de los viajes en metro —desmanes, restos de victorias y derrotas, galas de borrachos, hazañas de gandules y escenas de rara ternura que emergen de los escombros del día— se traslada necesariamente a las fotografías, libro de apuntes de la vida subterránea y nocturna de Londres desde los años setenta.

«A diario viajaba a King’s Cross y regresaba. Volvía de noche, bastante tarde y aquello era como una fiesta. Sentía que el metro era mío y que estaba allí para hacer fotos», explica como si tal cosa el proyeccionista de cine pono que se convertía en fotógrafo entre dos estaciones de metro.

Ánxel Grove

El mural-símbolo contra el despilfarro del Mundial de Brasil

Paulo Ito (https://www.flickr.com/photos/pauloito)

El mural es sencillo y directo como una viñeta de opinión. Un niño llora sentado frente a una mesa deteriorada, sujeta el tenedor y el cuchillo mientras mira desconsolado cómo un balón de fútbol ocupa un plato en el que tendría que haber comida.

En los 14 años que lleva pintando en la calle, Paulo Ito no había creado nunca una obra que alcanzara la popularidad masiva de esta. Desde que en mayo lo creó, fotografió y colgó en su página de Flickr, el mural se ha vuelto viral y se ha erigido como un símbolo de las protestas contra el despilfarro del Mundial de fútbol.

Sobrecoste en la organización, corrupción, inversiones millonarias que pudieron destinarse a educación, salud y vivienda… Los brasileños denuncian que el evento deportivo ha servido para que se enriquezcan los más poderosos, acrecentar la brecha social, aplastar más si cabe los derechos de los pueblos indígenas… En el colmo de la sordidez está el documental The Price of the World Cup (El precio de la Copa del Mundo), del periodista danés Mikkel Jensen, que recopila testimonios sobre el supuesto asesinato de personas que viven en la calle (incluido niños) para limpiar ciudades como Río de Janeiro y Fortaleza de la incómoda presencia de la gente sin hogar.

Ito pintó la obra en las puertas de un colegio del municipio de Pompéia, en Sao Paulo. «Lo cierto es que hay tantas cosas mal en Brasil que es difícil saber por dónde empezar«, dice en unas declaraciones a la publicación online estadounidense Slate. El artista siente que con su obra no ha hecho más que «condensar» los sentimientos de quienes consideran que los miles de millones de euros que ha gastado el gobierno brasileño podrían haberse invertido en reducir una desigualdad social que crece al mismo tiempo que el país parece despegar económicamente.

Aunque tal vez el más difundido, el trabajo es sólo uno de la gran colección que puebla las calles de Brasil. Imágenes de Pelé con un saco de dinero y una estrafalaria corona, un niño africano desnutrido con el trofeo del Mundial en alto, un cartel de vendido sobre el emblema de la bandera nacional, una pelota de fútbol devorando colegios y hospitales… En internet se suceden las galerías de testimonios callejeros, reflexiones gráficas del descontento por la escala de prioridades de un gobierno que ha gastado ya más de 10.000 millones de euros en el evento.

Helena Celdrán

El «huracán sin agua» de los desahucios de Detroit

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Cuatro vistas tomadas de Google Street View, entre 2008 y 2013, de la misma calle del noreste de Detroit, la mayor ciudad de los EE UU en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros, poco menos que el presupuesto de la Comunidad de Madrid para este año).

La ciudad que otrora fue la cuarta más poblada del país y era la capital de la trillonaria industria automotriz estadounidense —de ahí el nombre alternativo, Motor City (Ciudad del Motor), porque albergó las megafactorías de las Big Three (las tres grandes: General Motors, Ford y Chrysler)— es víctima de un «huracán sin agua» por la acción predadora de los intereses hipotecarios de la banca y los desahucios por impago de impuestos. La muy gráfica imagen, que resuena con especial brutalidad en un país que aún no olvida la crisis del Katrina, un desastre natural aprovechado para sacar tajada y, de paso, limpiar racialmente una ciudad, es del grupo Detroit Eviction Defense, que da la cara por las víctimas: 130.000 familias expulsadas de sus hogares desde abril de 2009 [PDF].

Entre 2003 y 2013 se han ejecutado en Detroit casi 90.000 desahucios. La magnitud de la cifra se desvela si la comparamos con la supuesta de España, donde el Gobierno y los bancos sigue escondiendo la cantidad real pero la Plataforma de Afectados por la Hipoteca la sitúa en 171.110 desde el comienzo de la crisis en julio de 2008. Detroit tiene 4,2 millones de habitantes, más o menos la décima parte de la población española.

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

El microblog GooBing Detroit —Bing es el apellido de quien fuera alcalde de Detroit desde 2009 hasta diciembre de 2013, Dave Bing, un demócrata negro cuya mayor y acaso única gloria fue jugar una docena de temporadas como escolta en el equipo local de la NBA, los Pistons, y que aprendió a hacer política trabajando, el azar no existe cuando hablamos de propiedad inmobiliaria, como consejero hipotecario de un banco— es uno de los muchos sites de Internet desde los que se vocea la desvergüenza de lo que está sucediendo en la ciudad del estado de Michigan. Una de sus iniciativas es mostrar cómo las viviendas de Detroit se deterioran ante nuestros ojos gracias a las imágenes periódicamente renovadas de Google Street View.

Los promotores del GooBing Detroit —la empresa Loveland Technologies, que tiene la pretensión de mostrar, terreno a terreno, quién es el dueño de los solares de las grandes ciudades de los EE UU— hacen suya la metáfora del «huracán sin agua» y piensan que no hay lecturas simples para explicar qué está pasando en la Ciudad del Motor y que, como ha demostrado sobradamente, el capitalismo basado en la especulación sabe esperar. Le sobra tiempo.

¿Un buen ejemplo? Gran parte de los casi 90.000 desahucios de la última década fueron ejecutados porque los propietarios de las viviendas, compradas mediante hipotecas antes de la crisis, no pudieron hacer frente al pago de los impuestos municipales, que ascienden auna media de 3.000 dólares al año (2.200 euros) a cambio de servicios precarios o inexistentes por la degradación de las finanzas del ayuntamiento, que sólo enciende el alumbrado público en una cuarta parte de la ciudad y reconoce que no puede garantizar que la Policía o las ambulancias atiendan casos urgentes.

Con las casas vacías de seres humanos, los especuladores sólo necesitaron sentarse a esperar la declaración de ruina y hacerse con las propiedades por una media de 500 dólares (370 euros) en subastas públicas. Para que no se manchen las manos ni tiren de la chequera sin necesidad, los derribos de las construcciones declaradas en ruina son ejecutados con subvenciones gratamente otorgadas por la administración federal de Barack Obama para, dicen, «limpiar Detroit».

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Un proyecto de cartografía virtual de Detroit, ejecutado por 150 vecinos de la ciudad que trabajaron voluntariamente y sin remuneración, ha muestreado 377.602 terrenos, el 99% de los del término municipal de la ciudad. El resultado, alojado en una web interactiva donde puede rastrearse cada vivienda supuestamente en peligro de ruina, conocer su situación jurídica y, si es el caso, el precio de venta, demuestra, como dice el prolijo informe de conclusiones, que cada barrio de la ciudad tiene futuro y este no pasa necesariamente por los desahucios, las declaraciones de ruina, los derribos y la especulación.

De las 84.641 construcciones censadas y evaludas (más de 73.000, de uso residencial), sólo 40.077, menos de la mitad, están en estado de ruina, pero el resto podrían ser recuperadas con programas de atención y mejora.

Está por ver en qué equipo juega el emergency manager de la ciudad, el también negro (como las tres cuartas partes de la población de la ciudad) y demócrata Kevyn Orr, un jovencísimo y muy bien pagado abogado (700 dólares por hora) experto en gestión de bancarrotas, que ha sido nombrado responsable de la ejecución de la quiebra y , entre otras lindezas, quiere poner en venta las obras de arte del gran museo público local. Las casas de los desahuciados se vendieron antes.

Ánxel Grove