SUAVE BRUTA de ËDA DÍAZ (Airfono, 2024)

La música sin fronteras es uno de los últimos elementos nutritivos que queda en este mundo. No es globalización, son fotocopias y aburrimientos, demasiada velocidad pero sin tiempo para paladear la belleza. Por eso hay que saber tomar un momento de respiro. Escuchar a Ëda Díaz, con todos sus matices y ritmos, es uno de esos compromisos, del oyente con el artista, del artista con su público.

El disco se abre con “Nenita”, puro folk, con esa mirada al cielo de Violeta, a la electrónica de raíz, a escritoras de belleza narrativa como Marina Closs o Liliana Colanzi. Y utilizo páginas y cuentos, porque el animismo en el sur se mezcla con una melodía que mezcla tradición y modernidad. En ese amasijo de belleza, la candidez acústica nos asalta con guitarra criolla y caja de ritmos retro en “Lo dudo”, más un piano y unos dedos, percusión orgánica de club de jazz. Veneno y ron. Y el bombo de “Por si las moscas” va acompañado con notas de zumbidos sintéticos, como un canto de trepidación que se vuelve aséptico en “Olvidemos mañana”, menos de dos minutos, gemidos de garganta y, de nuevo, la percusión que sale desde el mismo corazón de la Tierra. En “Tiemblas” hay baile y hay recitado, sin contradicción. Estamos en el territorio de la cumbia, que puede ser hipnótica y con mensaje. Se acabaron el encajonamiento de otros tiempos.

Es que hay trap, es que no tengo lugares comunes para el vallenato, para el dance… y en “Dulce de mar” viene la parte de Nina Simone, el bolero que agrieta almas, donde acabamos todos por volver, contrabajo de alegría bajo la lluvia, como Andrea Echeverri, que es un río del que todos deberíamos beber al menos una vez en la vida. En lo profundo de lo urbano llega “Sabana y banano”, macarra y juguetona, de pereza lúbrica, bases sobre las que bailar despacio, cosquillas en zonas que se esconden como el jaguar en la jungla. La delicadeza minimalista de “Brisa” recuerda a lo más calmado de Silvana Estrada, donde la rítmica de orfidal y lágrimas mastica las palabras, como si se escurrieran hacia “Al pelo”, electrónica cochambrosa, un poco de Bomba Estéreo mezclada con los mejores momentos de aquel proyecto maravilloso que fue Pastora. Se acerca el final, suben las revoluciones, avisa el bombo a negras y llega Tutandé, como el momento de Marisa Monte cuando estaba en Tribalistas y las voces sintéticas sueñan con pistas de baile virtuales. El final Déjà vu, un poco de sabor, de sintonías abstractas… la señora, la señorita, vuelve a la Bruni o, más bien, a Jane Birkin, nos ofrece un poco del Barrio Latino pasado por los platos de un sound system averiado bajo los plataneros de un bosque que duerme.

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