Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

¡Basura! ¡Más basura! o los límites de la libertad

Cuando leo a Mario Vargas Llosa nunca me voy de vacío. Dedicado a mis tomateras, cuando menos me atacaba el polen, anteayer se me pasó este artículo suyo, tan magistral como discutible, publicado en la página noble de El País. Una colega me lo ha recomendado. Creo que merece reflexión y debate y lamento que ni hoy ni mañana voy a estar disponible para ambos menesteres. Cuando regrese de París (donde se presenta la nueva web www.20minutes.fr) volveré a leerlo y, si me atrevo, a discutirlo.

La civilización del espectáculo

MARIO VARGAS LLOSA en El País 03/06/2007.

En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.

¿A qué viene esta reflexión? A que desde hace cinco días no hallo manera de evitar darme de bruces, en periódico que abro o programa noticioso que oigo o veo, con el cuerpo desnudo de la señora Cecilia Bolocco de Menem. No tengo nada contra los desnudos, y menos contra los que parecen bellos y bien conservados, tal el de la señora Bolocco, pero sí contra la aviesa manera como esas fotografías han sido tomadas y divulgadas por el fotógrafo, a quien, según la prensa de esta mañana, su hazaña periodística le ha reportado ya 300.000 dólares de honorarios, sin contar la desconocida suma que, por lo visto, según la chismografía periodística, la señora Bolocco le pagó para que no divulgara otras imágenes todavía más comprometedoras. ¿Por qué tengo que estar yo enterado de estas vilezas y negociaciones sórdidas? Simplemente, porque para no enterarme de ellas tendría que dejar de leer periódicos y revistas y de ver y oír programas televisivos y radiales, donde no exagero si digo que los pechos y el trasero de la señora de Menem han enanizado todo, desde las degollinas de Irak y el Líbano, hasta la toma de Radio Caracas Televisión por el Gobierno de Hugo Chávez y el triunfo de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas.

Ésas son las consecuencias de aceptar que la primera obligación de los medios es entretener y que la importancia de la información está en relación directamente proporcional a las dosis de espectacularidad que pueda generar. Si ahora parece perfectamente aceptable que un fotógrafo viole la privacidad de cualquier persona conocida para exponerla en cueros o haciendo el amor con un amante ¿cuánto tiempo más hará falta para que la prensa regocije a los aburridos lectores o espectadores ávidos de escándalo mostrándoles violaciones, torturas y asesinatos en trance de ejecutarse? Lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco, es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última.

Protesto, pero es idiota de mi parte, porque sé que se trata de un problema sin solución. La alimaña que tomó aquellas fotos no es una rara avis, sino producto de un estado de cosas que induce al comunicador y al periodista a buscar, por encima de todo, la primicia, la ocurrencia audaz e insólita, que pueda romper más convenciones y escandalizar más que ninguna otra. (Y si no la encuentra, a fabricarla). Y como nada escandaliza ya en sociedades donde casi todo está permitido, hay que ir cada vez más lejos en la temeridad informativa, valiéndose de todo, aplastando cualquier escrúpulo, con tal de producir el scoop que dé que hablar. Dicen que, en su primera entrevista con Jean Cocteau, Sartre le rogó: «¡Escandalíceme, por favor!». Eso es lo que espera hoy día el gran público del periodismo. Y el periodismo, obediente, trata afanosamente de chocarlo y espan-

tarlo, porque ésta es la más codiciada diversión, el estremecimiento excitante de la hora.

No me refiero sólo a la prensa amarilla, a la que no leo. Pero esa prensa, por desgracia, desde hace tiempo contamina con su miasma a la llamada prensa seria, al extremo de que las fronteras entre una y otra resultan cada vez más porosas. Para no perder oyentes y lectores, la prensa seria se ve arrastrada a dar cuenta de los escándalos y chismografías de la prensa amarilla y de este modo contribuye a la degradación de los niveles culturales y éticos de la información. Por otra parte, la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme -no sin razón- que cualquier iniciativa que se tome para frenarlas vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica.

A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades del amarillismo periodístico.

Se me replicará que en los países democráticos existen jueces y tribunales y leyes que amparan los derechos civiles a los que las víctimas de estos desaguisados pueden acudir. Eso es cierto en teoría, sí. En la práctica, es raro que un particular ose enfrentarse a esas publicaciones, algunas de las cuales son muy poderosas y cuentan con grandes recursos, abogados e influencias difíciles de derrotar, y que lo desanime a entablar acciones judiciales lo costosas que éstas resultan en ciertos países, y lo enredadas e interminables que son. Por otra parte, los jueces se sienten a menudo inhibidos de sancionar ese tipo de delitos porque temen crear precedentes que sirvan para recortar las libertades públicas y la libertad informativa. En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y programas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su inteligencia y su razón. Se ha visto esto no sólo en las elecciones de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España, donde han abundado los insultos y las descalificaciones escabrosas.

La civilización del espectáculo tiene sus lados positivos, desde luego. No está mal promover el humor, la diversión, pues sin humor, goce, hedonismo y juego, la vida sería espantosamente aburrida. Pero si ella se reduce cada vez más a ser sólo eso, triunfan la frivolidad, el esnobismo y formas crecientes de idiotez y chabacanería por doquier. En eso estamos, o por lo menos están en ello sectores muy amplios de -vaya paradoja- las sociedades que gracias a la cultura de la libertad han alcanzado los más altos niveles de vida, de educación, de seguridad y de ocio del planeta.

Algo falló, pues, en algún momento. Y valdría la pena reaccionar, antes de que sea demasiado tarde. La civilización del espectáculo en que estamos inmersos acarrea una absoluta confusión de valores. Los iconos o modelos sociales -las figuras ejemplares- lo son, ahora, básicamente, por razones mediáticas, pues la apariencia ha reemplazado a la sustancia en la apreciación pública. No son las ideas, la conducta, las hazañas intelectuales y científicas, sociales o culturales, las que hacen que un individuo descuelle y gane el respeto y la admiración de sus contemporáneos y se convierta en un modelo para los jóvenes, sino las personas más aptas para ocupar las primeras planas de la información, así sea por los goles que mete, los millones que gasta en fiestas faraónicas o los escándalos que protagoniza. La información, en consecuencia, concede cada vez más espacio, tiempo, talento y entusiasmo a ese género de personajes y sucesos. Es verdad que siempre existió, en el pasado, un periodismo excremental, que explotaba la maledicencia y la impudicia en todas sus manifestaciones, pero solía estar al margen, en una semiclandestinidad donde lo mantenían, más que leyes y reglamentos, los valores y la cultura imperantes. Hoy ese periodismo ha ganado derecho de ciudad pues los valores vigentes lo han legitimado. Frivolidad, banalidad, estupidización acelerada del promedio es uno de los inesperados resultados de ser, hoy, más libres que nunca en el pasado.

Esto no es una requisitoria contra la libertad, sino contra una deriva perversa de ella, que puede, si no se le pone coto, suicidarla. Porque no sólo desaparece la libertad cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles.

La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado. Ambas han contribuido extraordinariamente al progreso material y cultural de la humanidad, a la creación del individuo soberano y al reconocimiento de sus derechos, a la coexistencia, a hacer retroceder la pobreza, la ignorancia y la explotación. Al mismo tiempo, la libertad ha permitido que esa reorientación del periodismo hacia la meta primordial de divertir a lectores, oyentes y televidentes, fuera desarrollándose en proporciones cancerosas, atizada por la competencia que los mercados exigen. Si hay un público ávido de ese alimento, los medios se lo dan, y si ese público, educado (o maleducado, más bien) por ese producto periodístico, lo exige cada vez en mayores dosis, divertir será el motor y el combustible de los medios cada día más, al extremo de que en todas las secciones y formas del periodismo aquella predisposición va dejando su impronta, su marca distorsionadora. Hay, desde luego, quienes dicen que más bien ocurre lo opuesto: que la chismografía, el esnobismo, la frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los medios, lo que sin duda también es cierto, pues una cosa y la otra no se excluyen, se complementan.

Cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y culos de los famosos y sus «bellaquerías» gongorinas, sigan siendo nuestro alimento cotidiano.

FIN

5 comentarios

  1. Dice ser sergiogf

    Estoy deseando que lo discutas y rebatas, JAMS. Pero me duele decir que estoy totalmente de acuerdo con Vargas Llosa. Y más me duele aún ver como su denuncia tiene mucho que ver con el 20 minutos actual, sobre todo en su versión impresa. Es buena idea que en la portada aparezcan esas noticias que a la gente le importan y haya menos política y grandes declaraciones en los grandes titulares de la mañana.Pero hoy, con fin de tregua de ETA y dimisión de Simancas la gran foto es de Ricky Martin compartiendo portada con Paris Hilton (estoy hartísimo de Paris Hilton, es el ejemplo perfecto de lo que Vargas Llosa denuncia) y Paz Padilla.Si, también está la noticia de los bebés prematuros (yo también la hubiera puesto en la portada) pero queda desdibujada y perdida, a pesar del tipo de letra, entre los desvaríos de la heredera de los Hilton y demás noticia (casi) sin sustancia.Sinceramente, no sé si se puede hacer algo a este respecto.

    05 junio 2007 | 09:55

  2. Dice ser alberto

    Como Sergiogf, estoy esperando, JAMS, que vuelvas de París y esta vez dejes a un lado oor un día el análisis de ‘El País’ y de ‘El Mundo’ para enfrentar las versiones de papel y web de ’20 minutos’ con lo dicho por Mario Vargas Llosa. Terriblemente, además de contribuir a la multiplicación de lectores (un valor indiscutible), la prensa gratuita, al frente de la cual estáis vosotros, fomenta descaradamente esa «civilización del espectáculo» a la que tan acertadamente se refiere Vargas Llosa y, lo que es peor, empuja a la prensa de pago a ese angosto precipio de la banalidad y del divertimiento fácil del que parece no hay vuelta atrás.

    05 junio 2007 | 11:14

  3. Dice ser jotarp

    La civilización del mercadoEs una pena que Vargas Llosa no se de cuenta lo acertado que está… en ESTA frase:»La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado.»No es el espectáculo, es el mercado. Hay que GANAR cuanto más mejor, y ya que no puedes vender el mismo periódico dos veces a la misma persona, ni venderlo a 100€ (algo que funciona con otros productos), para vender más hay que llegar a más gente. Aumentar el «público objetivo» como medio de aumentar el número de ejemplares vendidos. Y la única manera de conseguir eso es rebajar la barrera de entrada: una teta la entiende cualquiera; pero un sesudo artículo, no.Es el mercado el que genera este periodismo que el señor Vargas Llosa sufre… al igual que es el mercado el que genera los trabajos y sueldos que otros sufren. Pero de estos últimos el señor Vargas Llosa no se queja. En esto es un privilegiado, y se queja de no serlo en otros aspectos y así disfrutar de un periodismo que esté a su altura.Al igual que no tiene un trabajo de mierda con un sueldo mísero, tampoco veo por qué debe sufrir el periodismo actual: métase en su biblioteca y deje los medios de comunicación de masas para nosotros, la masa, el vulgo. La chusma.¿No es la libertad y el mercado su solución para la pobreza?. ¿Cómo es que, entonces, no funciona para solucionar la pobreza… periodística?. ¿Por qué el mercado no «crea» periódicos de calidad para un público como Vargas Llosa, señor Vargas Llosa?.

    05 junio 2007 | 14:21

  4. Dice ser juan

    Solo una pregunta:¿Alguien me puede decir el motivo de la alegría de Pedro J. Ramirez Y Federico Jimenez Losantos esta mañana en la Cadena COPE?Yo personalmente y aunque lo estaba esperando ,estaba triste.

    05 junio 2007 | 16:29

  5. Dice ser Enric

    ¿Por qué habla de la «toma de Radio Caracas Televisión», cuando no fue una «toma» sino la no renovación de la concesión de la radiofrecuencia? ¿Acaso la expresión utilizada por usted no es una muestra más de las mentiras indecentes por usted supuestamente denunciadas? Sabe usted que la cantidad de radiofrecuencias es limitada. ¿Sabía que hasta el 28 de mayo había en Venezuela 20 emisoras de televisión privadas y 1 sola pública y que desde esa fecha hay 19 privadas, 1 pública y 1 social para productoras independientes? Lo que ya no hay es un canal que no reconoce el resultado de las elecciones venezolanas, cosa que tanto se le ha censurado a Andrés Manuel López Obrador de Méjico, diciendo que es antidemocrático. Pero, claro, éste es de izquierda y RCTV es de derecha, y ya sabemos cuál es la ideología de usted.

    13 junio 2007 | 06:16

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