‘Aladdin’, dos horas de entretenimiento familiar sin más trascendencia

Este viernes llega a los cines la que probablemente sea la más entretenida de las adaptaciones a acción real de los clásicos de Disney; desde luego mucho más que el estreno más reciente, ese Dumbo que no fue en taquilla tan bien como la compañía habría deseado y que a los niños que me acompañaron al cines se les hizo plúmbeo a ratos.

No es el caso del Aladdin de Guy Ritchie. Transcurre amena, sin apenas salirse de los senderos ya transitados por la versión animada. La fórmula que funcionó para llenar los cines en 1992 aquí se repite, escamoteando cualquier sorpresa al espectador, para que los padres que la disfrutaron de niños acompañen a sus hijos a revisitar la historia.

Naomi Scott, Mena Massoud y Guy Ritchie durante el rodaje. (Daniel Smith/DISNEY)

No inventa nada, no aporta nada nuevo. Juega sobre seguro y es ahí donde radica su mayor lastre para aquellos que quieran encontrar algo más en esta película, que solo será una buena experiencia para aquellas familias que acudan sin grandes expectativas más allá de pasar un rato agradable comiendo palomitas entre las inolvidables canciones de Alan Menken y acompañando al ladronzuelo encantador y con buen corazón que roba el corazón de la princesa entre vuelos de alfombra, bailes epilépticos y un parkour por el bazar que recuerda no solo al original, también al videojuego de hace veinticinco años.

En gran medida el mérito de que funcione a ese nivel corresponde a los intérpretes. Will Smith defiende con soltura y dotando de personalidad propia a su genio, y no es poco mérito, porque la sombra del inolvidable Robin Williams es alargada.

La pareja protagonista también funciona. Tanto Naomi Scott, una londinense de origen indio, como Mena Massoud, canadiense nacido en Egipto, cuentan con carisma, belleza, talento y química. Mucha más que Jon Nieve y Danaerys por ejemplo. Casi debutantes, espero que los sigamos viendo en otras producciones.

La película se centra en esos tres personajes y el resto del elenco es poco más que decorado. Ni siquiera pasa el corte el malvado Jafar interpretado por Marwan Kenzari.

Decorado por cierto es el mejor término para describir el marco irreal en el que se desarrolla todo; un colorido mejunje visual de inspiración oriental, mejor dicho, inspirado en el Agrabah de los parques temáticos de Disney.

Dejando de lado la apropiación cultural de cartón piedra y ser un calco, lo más discutible tal vez sea cierta estética de videoclip, clamorosa en la nueva canción Speechless que en algún momento recuerda a las series para adolescentes de Disney Channel, como Los descendientes.

Hay mensaje, por supuesto. Hablamos de una película de Disney pensada para ser disfrutada en familia y parece obligado, aunque no lo sea, dar lecciones en los títulos que van a ver masivamente los niños.

Encontraremos la importancia de ser sincero con los que amas, de ser tú mismo; de no hacer del poder, la riqueza o la fama tus objetivos vitales; también empoderamiento femenino, con esa Jasmine tan fiel al original.

Puede que Jasmine sea una princesa de segunda fila comparada con otras de la casa, que no venda tantos disfraces o reúna tantas colas de seguidores buscando su foto en los parques, pero es indiscutiblemente más interesante que Blancanieves o Aurora, más por su ombligo al aire, su tigre, su negativa a casarse (aunque luego caiga, como todas salvo Elsa y Mérida) que por su novedoso empeño por hacerse oír.

Pero la Jasmine que recordaremos con más cariño, el Aladdin que siempre será el primero en nuestro corazón, siempre será el que nos hizo soñar con un mundo ideal en dos dimensiones.

1 comentario

  1. Dice ser Munch

    Y que esperabas, transcender al salir del cine?

    24 mayo 2019 | 16:49

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