Archivo de la categoría ‘Encuadres’

Horror y fascinación: 55 años de ‘Los pájaros’ de Hitchcock

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Un estilizado vestido de lana verde, chaqueta del mismo color y falda de tubo. Cinturón para resaltar la figura, zapatos de color claro, bolso a la última moda (la de inicios de los 60) y un lujoso collar de perlas. El que lucía Melanie Daniels (Tippi Hedren) es uno de los vestidos más glamurosos y preciosos del cine. Destacaba además la elegancia, sin estridencia, y la buena posición económica del personaje, hija de un magnate de la prensa, en Los pájaros (The Birds) de Hitchcock.

Con el modelito puesto, una creación de la gran Edith Head, Tippi Hedren se pasaba la mayor parte de la película. Le valía para todo, fuera consentido o imprevisto, para ir detrás del hombre del que se había encaprichado, el abogado Mitch Brenner (Rod Taylor), fiestas de cumpleaños o pasearse por las calles de Bodega Bay. Solo exhibía un vestido más, en las escenas iniciales en la pajarería de San Francisco, además de un simple pijama no exento de atractivo. La rubia Tippi Hedren y el citado conjunto verde eran una inmejorable muestra del encanto, más divino que humano, con el que las lujosas producciones de Hollywood intentaban seducir y ganarse el favor del público. Pero este es uno de los ejemplos en que el glamur no era solo superficial. La película tenía mucha más tela que cortar.

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‘Dark City’, 20 años de un título de culto de la ciencia-ficción

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En esta ciudad sus gentes nunca ven la luz del sol, pero ellos no lo saben y ni siquiera la falta de palidez en sus rostros lo advierte. Su memoria se ha vuelto un revoltijo de recuerdos y vidas que no les corresponden, pero ellos las han asumido como propias, convencidos de que todo ocurrió cómo está dentro de su cabeza.

Luego está Shell Beach, un paraje con las relajantes aguas del mar, un cielo azulado con nubes, un espigón y un faro a lo lejos. A veces los carteles que lo anuncian se adornan con el dibujo de una pin-up playera, alegre y despreocupada. Muestras una postal de Shell Beach y todos saben que ese lugar existe, que está en las afueras, pero nadie sabe cómo llegar. En esa ciudad sin nombre y sin memoria, uno también podía despertar repentinamente dentro de la bañera, aún aturdido, confuso, con una gota de sangre en la frente y en una lúgubre habitación de un hotel de mala muerte para descubrir que igual es un asesino en serie de prostitutas.

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‘Atrapado en el tiempo’ cumple 25 años

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El tiempo pasa volando. Aunque no tanto para el protagonista de la conocida comedia que dirigió Harold Ramis, el meteorólogo de una cadena de televisión llamado Phil que estuvo reviviendo el mismo día, el Día de la Marmota, un 2 de febrero, en los mismos escenarios, con los mismos personajes, aprisionado en un bucle temporal en la pequeña población de Punxsutawney, Pennsylvania.

Divertidísima fue en su momento y las veces que la he vuelto a revisar me sigue resultando igual de tronchante y especial. Phil topándose con un amigo pelma del instituto que quiere venderle un seguro, Phil pisando un charco, Phil ayudando a esas ancianitas a cambiar la rueda pinchada de su vehículo… Phil agobiado, Phil intentando sacar el máximo provecho personal de esa repetitiva situación, Phil destrozando su despertador, Phil dispuesto a poner fin a su vida, Phil intentando acabar de una vez por todas con la marmota, Phil intentando ligar con Rita (Andie MacDowell), Phil intentando aprovechar el tiempo para mejorar como presentador o aprendiendo a tocar el piano. Phil, resumiendo, en un día a día que se repite y en el fondo siempre solo.

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Así era el futuro de 2018 que retrataba la película ‘Rollerball’ en 1975

Encuadres

Rollerball 1975

( ©Fox )

Computadoras líquidas y helicópteros como el medio de transporte más moderno y rápido. Pero lo más relevante de ese futuro año 2018 imaginado en Rollerball (1975) era que los grandes conflictos entre países y las guerras se habían erradicado. Aunque todo tiene su porqué y su precio.

Era un mundo globalizado en el que las grandes corporaciones son las que controlan el mundo, ni gobiernos ni estados. En Houston está la sede de la Energía, además están las de la vivienda, Alimentación, Servicios, Transporte y Lujos. Estos seis grandes monopolios proporcionan a los ciudadanos todo el bienestar posible. Una tecnocracia de científicos y expertos se supone que actuando por el bien común. A cambio «solo» desean el poder total económico y político, y la concesión de alguna que otra libertad individual (por ejemplo, las mujeres son objetos que pueden pasar en manos de unos o otros según los intereses y directrices de los mandamases).

No más guerras, por el momento. Pero la raza humana requiere de seguir encauzando la agresividad hacia alguna parte, una nueva forma de seguir ofreciendo sangre, «pan y circo» al pueblo, y ahí es donde entra en juego, nunca mejor dicho, el rollerball. Una especia de hockey sobre ruedas, rugby y motociclismo considerado «el mejor de los deportes violentos de la época». Dos equipos enfrentados en una pista circular con la misión de ir anotando puntos con una pesada bola de metal.

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Una habitación a oscuras con Grace Kelly y Cary Grant en ‘Atrapa a un ladrón’

Encuadres

Atrapa a un ladrón

( ©Sony )

Una habitación de un lujoso hotel a oscuras, fuegos artificiales perfectamente visibles con las puertas del balcón abiertas de par en par y una pareja de amantes. La escena podría ser un tópico de postal, una imagen idílica de la celebración del amor o de exaltación sexual si no fuera porque en la pieza de esta estancia con los deseos a flor de piel hay un componente especial que lo hace mítico, dos inquilinos de excepción: Grace Kelly y Cary Grant.

Grace Kelly fue una de las rubias preferidas del maestro Hitchcock, y de millones de espectadores y cinéfilos. Aún todo un icono de glamour hoy en día. Es lo que tienen algunas estrellas, cuyo fulgor tarda generaciones en apagarse si es que alguna vez termina de extinguirse. Personalmente, entre las actrices, siempre preferí a las morenas, con la maravillosa Gene Tierney en la cabecera. En cuanto a actores clásicos, Cary Grant y Humphrey Bogart (además de Groucho Marx, un galán atípico) son los que nunca me cansaría de ver, incluso por muy malas que fueran sus películas.

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Han pasado 41 años, Travis, y todo sigue igual (‘Taxi Driver’, 1976)

Sunset Boulevard

Taxi Driver 1976

( ©Sony PIctures )

Travis desenfunda el arma frente a su propia imagen reflejada en un espejo mientras ensaya la frase “¿Me estás hablando a mí?” (You talkin’ to me). Más adelante se cortará el pelo al estilo de los indios tomahawk; o ensangrentado, se apuntará a la sien con el dedo a modo de arma (como seguramente su creador, Schrader, se habría imaginado a sí mismo mil veces antes), deseando desaparecer. La soledad, la depresión y una sociedad que uno siente le ha fallado parieron a Travis Bickle, todavía una de las figuras cinematográficas más icónicas y controvertidas. Excombatiente de Vietnam reconvertido en un insomne que aprovecha su trastorno de sueño para trabajar como taxista. Un pobre diablo adicto a los cines porno, un desgraciado al que temer u odiar, alguien que espera que algún día “la lluvia” limpie las calles de todas la escoria que la habita: prostitutas, macarras, ladrones, asesinos, yonkis y corruptos; alguien ansioso por apretar el gatillo contra algún objetivo humano.

Está el Travis reaccionario, racista, neurótico y paranoico. Un perturbado mental en una sociedad igualmente enferma en una década, los setenta, donde en cine triunfaban otros justicieros urbanos del calibre del Harry el sucio interpretado por Clint Eastwood o el justiciero Paul Kersey encarnado por Charles Bronson, todos ellos trazando su recorrido por el infierno situado aquí en la Tierra. Pero a la vez está el Travis lleno de pureza y buenas intenciones. también el patán ignorante, el hombre obsesivo y algo corto de entendederas o el soñador que fabula (escribiendo cartas a sus padres) con lo que querría que fuera su propia realidad. Estremece por la facilidad con la que nos repele o atrae, con la que podemos llegar a detestarle o amarle porque también está la otra cara de la moneda. Ingenuo, inocente, alguien que pide cariño en su silenciosa angustia.

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No hay lugar para los segundones (‘Top Gun’, 1986)

Top Gun 1986

( ®Paramount )

«Caballeros, en esta escuela se aprende a combatir. No hay premio para el número dos». Lo decían, muy chulos ellos, en Top Gun. Y puede que la frase hoy en día no tenga nada de leiv motiv. En estos tiempos de crisis, también de valores, la lucha es otra. Lo importante es sobrevivir, ir haciéndose un lugar en el mundo, aunque uno no sea el mejor.

Pero entonces, las consignas de Top Gun, lideradas por su gurú y fuera de serie «Maverick» (Tom Cruise), fueron recibidas de otra manera. No solo fue un taquillazo en medio mundo sino que también lanzó el estilismo que más ha perdurado de las chupas de cuero militares, potenció la venta de gafas Ray-Ban y multiplicó por cinco los voluntarios que se apuntaron a formar parte de las Fuerzas Aéreas de la Armada de Estados Unidos.

Tony Scott plasmó unas prodigiosas imágenes aéreas y una filosofía de vida tan sencilla como efectiva. Top Gun invitaba a ser el número 1, al buen rollismo entre compañeros, a defender la patria de los enemigos externos. Y todo ello recompensado con el ligarse a la rubia más impresionante del lugar (aquí materializada en Kelly McGillis), que además no tenía nada de tonta. El sueño de todo machote ¿hetereosexual?

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40 años de ‘¿Quién puede matar a un niño?’ (1976)

¿Quién puede matar a un niño? 1976

El pasado fin de semana volví a ver ¿Quién puede matar a un niño? No era para menos, este martes, 26 de abril, se cumplen 40 años de su estreno. Debo reconocer que cuando la visioné por primera vez, hace ya tiempo, no me gustó especialmente. Entonces seguramente no supe valorarla, o no estaba con la suficiente predisposición para apreciarla, porque cuatro décadas no solo me ha subyugado sino que me ha parecido que sigue manteniendo intactas sus cualidades.

Está ese aire setentero, y sus posibles defectos, para este relato en el que predominan las escenas con la pareja protagonista paseándose entre calles y estancias desiertas de una pequeña localidad costera, en las que no hay nadie; o sí, solo niños, y en la que los adultos parecen haber desaparecido repentinamente. Largas escenas plagadas de silencios, truncadas por ruidos puntuales, una llamada de teléfono, persianas que se cierran, extrañas risitas infantiles. Lejos del ritmo narrativo que uno esperaría hoy en día y, sin embargo, tanto la historia como la planificación de Narciso «Chicho» Rodríguez Serrador continúa siendo estupenda.

Hace 40 años la idea de unos niños asesinos resultaba tan aterradora como desconcertante; la infancia está más relacionada con la inocencia que con los actos atroces pese a que los niños, en su ingenuidad, no dejan de ser crueles. La temática tenía sus antecedentes, aunque escasos: El otro (1972), A las nueve cada noche (1967), Suspense (1961), El pueblo de los malditos (1960) o La mala semilla (1956); pero «Chicho», basándose en la novela El juego de los niños, escrita por el gijonés Juan José Plans, le dio otra vuelta de tuerca plasmando una de las obras más emblemáticas del «fantaterror» español.

Un matrimonio británico, Evelyn (Prunella Ransome) y Tom (el actor australiano Lewis Fiander), ella embrazada de casi 7 meses y esperando su tercer hijo, viajan a un isla llamada Almanzora, cercana a Benavís, una población igualmente ficticia de la provincia de Tarragona (cerca de L’Ametlla de Mar), esperando pasar unas vacaciones al sol y, sobre todo, lejos del mundanal ruido. Calma y remanso. Sin embargo, en ese islote acaba de ocurrir un trágico suceso que pondrá patas arriba su escala de valores, el orden de las cosas y sus propias vidas.

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‘Marathon Man’ (1976), un modelo ejemplar de thriller

Marathon Man 1976

Un hombre inocente, envuelto en una trama de crímenes y conspiraciones en la que se ha involucrado accidentalmente, corriendo por salvar su vida.

El título de Marathon Man, la película de John Schlensinger adaptando la novela de William Goldman, junto a la imagen de Babe Levy (Dustin Hoffman) corriendo me ha parecido siempre una ilustración perfecta de la imagen icónica de lo que es el thriller. Al igual que la de Roger Thornhill (Cary Grant) siendo perseguido por una avioneta en Con la muerte en los talones (North by Northwest) de Hitchcock. Ambas son emblemáticas.

Un Dustin Hoffman de por entonces 38 años interpretó a Babe, un joven estudiante de Historia de ¡20 años! que desconocedor de las actividades secretas de su hermano Doc (Roy Scheider), como agente del gobierno, se verá metido en una peligrosa trama de avaricias y en la que el malvado de la función está inspirado en uno de los grandes villanos de la Historia del siglo XX, el doctor y criminal de guerra nazi Josef Mengele, conocido con el apodo de “El ángel de la muerte”.

Marathon ManEn la novela de Goldman, Mengele se transfiguró en el no menos sádico dentista Christian Szell (Laurence Olivier), también con otro sobrenombre, el de “El ángel blanco” por su larga cabellera. El duelo interpretativo entre Hoffman y Olivier estaba servido.

Precisamente al malvado Szell se le debe la que es la escena más recordada. La de la tortura dental, directa a tocar el nervio más sensible en la boca de Babe, acompañada de la pregunta “¿Están a salvo?” («Is it safe?») que repite de manera fría y autoritaria en su brutal interrogatorio. Babe – en esos instantes, al igual que el espectador -, desconoce a qué se refiere.

El sólido thriller de John Schlesinger traza un panorama desolador y conspiranoico de Nueva York con barrios marginales plagados de delincuentes, personajes que esconden otras identidades, traidores y gentes nada de fiar (entre ellos, el que interpretó la actriz Marthe Keller).

También debe parte de su fama a un elemento técnico, por ser uno de los primeros largometrajes comerciales en utilizar el estabilizador de cámara steadycam inventado por Garret Brown. Se uso por primera vez en un largometraje comercial hollywoodiense en Esta tierra es mi tierra (Bound of Glory, 1976), aunque fueron películas como Marathon Man, Rocky de John G. Avildsen o El resplandor de Kubrick las que lo popularizaron.

 

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