Así era el futuro de 2018 que retrataba la película ‘Rollerball’ en 1975

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Rollerball 1975

( ©Fox )

Computadoras líquidas y helicópteros como el medio de transporte más moderno y rápido. Pero lo más relevante de ese futuro año 2018 imaginado en Rollerball (1975) era que los grandes conflictos entre países y las guerras se habían erradicado. Aunque todo tiene su porqué y su precio.

Era un mundo globalizado en el que las grandes corporaciones son las que controlan el mundo, ni gobiernos ni estados. En Houston está la sede de la Energía, además están las de la vivienda, Alimentación, Servicios, Transporte y Lujos. Estos seis grandes monopolios proporcionan a los ciudadanos todo el bienestar posible. Una tecnocracia de científicos y expertos se supone que actuando por el bien común. A cambio «solo» desean el poder total económico y político, y la concesión de alguna que otra libertad individual (por ejemplo, las mujeres son objetos que pueden pasar en manos de unos o otros según los intereses y directrices de los mandamases).

No más guerras, por el momento. Pero la raza humana requiere de seguir encauzando la agresividad hacia alguna parte, una nueva forma de seguir ofreciendo sangre, «pan y circo» al pueblo, y ahí es donde entra en juego, nunca mejor dicho, el rollerball. Una especia de hockey sobre ruedas, rugby y motociclismo considerado «el mejor de los deportes violentos de la época». Dos equipos enfrentados en una pista circular con la misión de ir anotando puntos con una pesada bola de metal.

Rollerball 1975

( ©Fox )

La evolución del juego necesitará que las reglas vayan disipándose cada vez más, endureciendo la competición. Los porrazos, cargas y derribos más brutales están permitidos, incluso las muertes. Un circo romano con el que satisfacer a las masas. El público abarrota las gradas y las audiencias televisivas se disparan. Así lo describió el relato corto Roller Ball Murder escrito por William Harrison y publicado a finales de 1973 en la revista Esquire en la que se basaba el filme que dirigió Norman Jewison (y que cuatro años antes de Rollerball, en 1971, había triunfado con la adaptación del musical El violinista en el tejado).

Magnates y ejecutivos son los que dirigen todo el cotarro, luego está la gran masa (el pueblo) y en medio los nuevos gladiadores, los rollerballers. Los cascos de protección y los guantes con gruesas púas para golpear al contrincante son parte de su uniforme. Hombres considerados «fuertes y duros» y cuya media de vida en una competición no acostumbra a superar los dos años.

Lo individual no está permitido. Lo importante es el colectivo y… acatar las normas de las corporaciones. Por ello la gran amenaza de esos intereses es que alguien llegue a destacar, a desafiar las reglas del «juego». Es aquí donde entra en escena el protagonista, la mayor celebridad del Rollerball, un guerrero llamado Jonathan . Una leyenda viva que lleva 10 años sobreviviendo en la cancha letal. Lo interpretó James Caan, uno de los grandes duros del cine de los 70, junto con Eastwood o Burt Reynolds. La sueca Maud Adams, una de las actrices más bellas del momento, y ex chica Bond, encarnó a la exmujer del protagonista.

Rollerball 1975

( ©Fox )

La estética de la película de Jewison es naturalmente hija de su tiempo, muy setentera. Los decorados y mobiliarios son minimalistas y asépticos, inspirados en La naranja mecánica de Kubrick, con predominio de los colores blancos mezclados con naranjas o azules. Los exteriores del edificio de la sede de la Corporación de la Energía en Houston, y los de la biblioteca, se rodaron en la sede de BMW y en el museo de la compañía automovilística en Múnich, construido en 1972 y considerado en aquellos tiempos un ejemplo de vanguardia y modernidad.

Jewison también prefirió utilizar música clásica (André Previn compuso los escasos temas originales). De esta manera, escuchamos la contundente e inquietante «Tocata y fuga en re menor, BWV 565» para órgano compuesta por Johnn Sebastian Bach nada más empezar. El recurso a la música clásica de la misma manera que Kubrick había hecho en 2001: una odisea del espacio o La naranja mecánica, valorando que haría la propuesta más intemporal.

Además del tema de las libertades individuales a cambio de confort, seguridad y todo bien organizado, Rollerball escenificó un mensaje ecologista (una buena muestra es cuando un grupo de invitados a una fiesta de la alta sociedad dispara sus armas láser contra unos pinos, quemándolos solo por diversión). Pese su mensaje antiviolencia y ecologista, lo que más atrajo a los espectadores fue, naturalmente, las escenas de acción y brutalidad de la competición de Rollerball. En 2002, John McTiernan dirigió un remake que no convenció a nadie, dos años después también se desarrolló un videojuego.

Entre las curiosidades destacar que el primer partido de Rollerball que vemos en pantalla enfrenta al equipo de Houston con el de Madrid. Por su parte, Jonathan, representaba el espíritu rebelde y libre, innato en el ser humano, a punto para desafiar a los poderosos y gobernantes, para poner en evidencia sus carencias e injusticias. Todo esto y, bueno, que nunca está mal zambullirse de vez en cuando en esas fantasías distópicas urdidas hace décadas. Contemplar cómo desde épocas más pretéritas miraban a nuestro futuro, hoy presente.

 

1 comentario

  1. Dice ser Acuario

    «Y ahora pongámonos de pie para escuchar nuestro himno corporativo…»

    Gran película. Si no recuerdo mal, hace muchísimos años pusieron la película en el programa de televisión «La Clave» para ilustrar un coloquio posterior sobre la violencia en el deporte.

    04 enero 2018 | 10:24

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