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Las escenas más desagradables que ha dado el cine español

Listas de cine

Una navaja de afeitar seccionando, en primer plano y en blanco y negro, el ojo de una muchacha. Es una de las imágenes más impactantes y desagradables que ha dado el cine y se corresponde con el celebérrimo cortometraje Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel, con guión escrito por él mismo en colaboración de otro genio del surrealismo, Salvador Dalí. Por suerte, el órgano ocular cercenado no era el de la actriz (Simone Mareuil, como nos recordaba mi compañero Alfred López en uno de sus imprescindibles posts de El listo que todo lo sabe) sino el de una vaca.

La obra fue filmada por Buñuel, pero la producción era francesa. Sin embargo, tanto él como otros cineastas tuvieron su oportunidad de remover el estómago del personal en otras películas de factura y financiación patria mostrando sin tapujos escenas de lo más crudas, incómodas o provocadoras. ¿Un golpe de efecto? ¿Imperativos del guion? ¿Necesidad de romper tabúes? o simplemente una manera de atraer la polémica y con ello una promoción gratuita o la atención de los potenciales espectadores.

Un poco de todo hay en esta lista, un recorrido desde los años 70 hasta la actualidad que incluye algunas de las escenas más difíciles de ver que ha dado nuestro cine o de las que causaron mayor impacto y polémica en su momento, aunque muchas hayan sido actualmente superadas (¡qué alto han puesto el listón, sin ir más lejos, desde la pequeña pantalla series como Juego de tronos, Ash vs Evil dead, The Walking Dead o Spartacus!).

(Incluye algunas imágenes de contenido explícito)

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40 años de ‘¿Quién puede matar a un niño?’ (1976)

¿Quién puede matar a un niño? 1976

El pasado fin de semana volví a ver ¿Quién puede matar a un niño? No era para menos, este martes, 26 de abril, se cumplen 40 años de su estreno. Debo reconocer que cuando la visioné por primera vez, hace ya tiempo, no me gustó especialmente. Entonces seguramente no supe valorarla, o no estaba con la suficiente predisposición para apreciarla, porque cuatro décadas no solo me ha subyugado sino que me ha parecido que sigue manteniendo intactas sus cualidades.

Está ese aire setentero, y sus posibles defectos, para este relato en el que predominan las escenas con la pareja protagonista paseándose entre calles y estancias desiertas de una pequeña localidad costera, en las que no hay nadie; o sí, solo niños, y en la que los adultos parecen haber desaparecido repentinamente. Largas escenas plagadas de silencios, truncadas por ruidos puntuales, una llamada de teléfono, persianas que se cierran, extrañas risitas infantiles. Lejos del ritmo narrativo que uno esperaría hoy en día y, sin embargo, tanto la historia como la planificación de Narciso «Chicho» Rodríguez Serrador continúa siendo estupenda.

Hace 40 años la idea de unos niños asesinos resultaba tan aterradora como desconcertante; la infancia está más relacionada con la inocencia que con los actos atroces pese a que los niños, en su ingenuidad, no dejan de ser crueles. La temática tenía sus antecedentes, aunque escasos: El otro (1972), A las nueve cada noche (1967), Suspense (1961), El pueblo de los malditos (1960) o La mala semilla (1956); pero «Chicho», basándose en la novela El juego de los niños, escrita por el gijonés Juan José Plans, le dio otra vuelta de tuerca plasmando una de las obras más emblemáticas del «fantaterror» español.

Un matrimonio británico, Evelyn (Prunella Ransome) y Tom (el actor australiano Lewis Fiander), ella embrazada de casi 7 meses y esperando su tercer hijo, viajan a un isla llamada Almanzora, cercana a Benavís, una población igualmente ficticia de la provincia de Tarragona (cerca de L’Ametlla de Mar), esperando pasar unas vacaciones al sol y, sobre todo, lejos del mundanal ruido. Calma y remanso. Sin embargo, en ese islote acaba de ocurrir un trágico suceso que pondrá patas arriba su escala de valores, el orden de las cosas y sus propias vidas.

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