Archivo de agosto, 2016

Carta a Pablo Ráez

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Desconectarse de las redes es una tentación, si no fuera porque éstas te sorprenden a veces con su versión más humana. Somos muchos los que hemos tropezado con tu cuenta, Pablo Ráez. Qué suerte haberte encontrado.

Para quienes todavía no te conozcan, les diré que eres un guapísimo malagueño de 20 años al que en marzo del 2015 le diagnosticaron leucemia. Recibiste un trasplante y te convertiste en todo un ejemplo de superación. Sin embargo, tras 10 meses limpio, volvías a recaer, con la diferencia de que, tal y como tú mismo explicabas hace unos días, esta vez no tenías donante de médula, puesto que el último fue tu padre y fue en vano.

Pasé toda una tarde escarbando en tu vida, en tus fotos, barriendo miles de comentarios que te abrazaban, empatizando con un chico que atesora un ejército de seguidores y que narra en primera persona cómo, de la noche a la mañana, su vida daba un giro de 180 grados. Es curioso como alguien, por la manera en que logra hacerse entender, sencilla y sincera, consigue crear un vínculo con la sociedad hasta el punto de que lo percibes como si formara parte de tu vida. Pareces mi colega, de esos con los que acostumbro a beber batidos de fresa y reír durante horas… y, sin embargo, no te he visto jamás. No en vano, has conseguido que afloren sentimientos en mí de toda índole, recupere sensaciones vividas (que nada tienen que ver con tu particular vía crucis) y recuerde lo que tantas veces me he repetido cuando las cosas han caído del revés: que debo aprender a valorar todavía más cada bocanada de aire.

Y es que a veces la vida es así de injusta y, como si de un ladrón de guante blanco se tratara, te arrebata lo que más aprecias. Y emociona comprobar cómo, ante un escenario aséptico y repleto de batas blancas -llevas más de 40 días ingresado-, nada ni nadie es capaz de robarte la sonrisa y te has convertido en el héroe de muchos y muchas que están pasando por una situación idéntica o similar, depositando todas tus fuerzas y tu empeño en conseguir que donemos médula y sangre.

Enamora que reivindiques, con una bonita y joven sonrisa, que en la enfermedad y en el día a día de cualquiera de nosotros haya subidas y bajadas, días buenos y días malos en los que no queda otra que aguantar el tirón porque pasarán y nos permitirán apreciar los buenos. Parece mentira que sea un chaval el que escriba todo esto. Te admiro.

Y, por todo ello, me siento tremendamente feliz de que hoy Marbella acoja la primera colecta de sangre y médula ósea (en la Parroquia Virgen Madre de Nueva Andalucía, entre las 17.30 y las 21.30 horas), gracias a todo el esfuerzo que estás haciendo, Pablo, y de esta manera puedan salvarse aquellos que, como tú, esperan un trasplante. Porque -tal y como dice esa chica que te adora y que se ha vuelto a enamorar de ti- con una simple donación de sangre das la vida y llenas de color los labios de un enfermo, con una de plaquetas evitas una hemorragia interna y con una donación de médula das larga vida al hijo, hermano, padre o madre de alguna persona de este mundo.

GRACIAS, Pablo. Y aunque el amor tal vez sí lo cure todo, recuerda que TÚ eres un guerrero de los buenos, de los que emocionan y de los que su lucha no cae en saco roto, como ya has demostrado.

¡Pero haznos un favor, sal ya, estamos locos por verte hacer el pino fuera del hospital!

Mucha fuerza, héroe. LO VAS A CONSEGUIR. Te seguimos dentro y te esperamos fuera.

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Avec tout mon amour,

AA

La llamada de la naturaleza: vivir en el campo o en la ciudad

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Es una realidad que cada vez soporto menos el ruido de la ciudad y Madrid es uno de esos lugares que con sus decibelios ponen a prueba la paciencia de quien busca un ratito de tranquilidad.

En una cafetería de esas que con su música tapan las obras de agosto, el ruido de los semáforos y las bocinas de los coches, de repente se me ocurrió que no sería descabellado huir de aquello y trasladarme a una preciosa casita a las afueras, en la Sierra, en la que celebrar la nieve del invierno acurrucada junto a una chimenea, dentro de unos calcetines de lana, o la primavera con katiuskas, aromas de lavanda y cuencos de cerezas.

Sin duda, la culpa la tiene una amiga que me ha llenado recientemente la cabeza de pájaros y vive a media hora de la capital. Cuando me contó que su niña pasea ponys, en lugar de perros, y tiene una tienda de campaña en el jardín, me pregunté qué diablos hacía yo en mi piso de Madrid, desde donde ya no sé si, al igual que las cabinas de teléfonos, siguen existiendo las estrellas o éstas ya se extinguieron y pasaron a mejor vida.

Y si bien es cierto que depender de un coche como quien depende de un riñón frena un rato (y más si detestas conducir), como una es de impulsos, me planté en las afueras de la urbe y me dispuse a ver una casita a la que le había echado el ojo en internet. Me abrió la puerta una mujer inglesa que cocinaba alguna delicia de calabaza y me siguió durante la visita un bebé rubio y descalzo que sostenía un peluche más grande que él. De repente, juraría que el tiempo iba más lento y miré a esa criatura con piernas de plastilina y poco equilibrio que usaba la hierba en vez de una alfombra, chupaba con certeza piedras y caracoles y vivía lejos de la densa nube que vigila Madrid.

Reconozco que sentí envidia. Esa no era la casa, pero podría haberlo sido.

Tras aprovechar el viaje y visitar el Monasterio de El Escorial y alrededores, el sol y la comilona hicieron mella en mí y los kilómetros de vuelta a la civilización se hicieron eternos. Toqué palmas en cuanto pasamos un cartel en el que se anunciaba Madrid. Y pensé que quizá yo no estoy hecha para vivir lejos de mi peluquería, mis tiendas, mi Corte Inglés, mi panadería celíaca o mi Starbucks.

Bajar a la calle y tirar millas tiene sus ventajas, eso o que soy más de ciudad que un rascacielos. Pese a todo, no os sorprenda si un día de estos cuelgo una foto subida en un camión de la mudanza.

¿Qué será que tiene el campo que engancha?

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Avec tout mon amour,

AA

Johnny Depp y sus sombras tenebrosas

Actor Johnny Depp goes on stage to accept the award for favorite movie actor at the People's Choice Awards on Wednesday, Jan. 5, 2011, in Los Angeles.

Hace meses que en mi vida, presuntamente, el chocolate es más amargo, las tijeras más afiladas en manos de alguien que viaja con murciélagos y pirañas disecados, los conejos blancos menos blancos y la idea de un viaje en la cubierta de La Perla Negra una sucesión de sombras tenebrosas y macabras canciones que provocan escalofríos.

Un extenso desfile de personajes y criaturas extraordinarias se derrumbaron ante mis ojos al sentir que detrás de una conmovedora mirada y unos angulosos rasgos de estrella del rock, detrás de tanto maquillaje y una industria que vende ilusiones, tal vez no existiera la misma suerte de quien encuentra la dulzura de un billete dorado dentro de un Willy Wonka.

Ni siquiera la anécdota que viví en París, ya hace tiempo, cuando encesté migas de pan en el sombrero de un individuo que resultó ser Depp, me hace sonreír ante un escenario de dudas.

Como todos sabéis, el tormentoso divorcio de Heard y Depp se resolvía esta semana pasada con la retirada de los cargos contra el actor por parte de Amber y una indemnización a su favor de 7 millones de dólares que irán a parar a la American Civil Liberties Union, para combatir la violencia contra mujeres, y a un Hospital de niños en Los Ángeles.

Os doy mi palabra de que, días antes de que la paz tuviera un precio, habría enjuiciado a Depp con la pasión irracional de quien se cree a pies juntillas todo lo que cuentan, pero cuantas más noticias leía al respecto mi ira decrecía. Y no sólo porque me pareció sorprendente que la actriz fuese arrestada en el 2009 por golpear a su novia, Tasya Van Ree, o porque los vecinos hayan asegurado no haber visto hematomas faciales en la piel de Amber, sino porque recordé de repente el escarnio público al que se vio sometido Michael Jackson cuando un niño le acusó en 1993 de haber abusado sexualmente de él hasta que, al morir el cantante, la conciencia reventó y la criatura, ya mayor, admitió haber mentido en un pasado en el que su padre y él recibieron 22 millones de dólares de la fortuna de Jackson para acallarles. Bien es cierto que luego hemos ido “Descubriendo Nunca Jamás” y nos hemos topado con una sala de perversión en Neverland repleta de pornografía infantil y vídeos bondage… pero ese es otro tema.

Así pues, no seré yo quien se atreva a juzgar a Depp, ya que la duda me hace retroceder. Hay muchos testigos a su favor, mujeres que han tenido peso en su vida que le respaldan y un vídeo -que supuestamente compromete al actor- demasiado confuso. Además, la policía no vio evidencias de malos tratos y no ha existido un juicio, así que de ser cierto que estos hechos violentos no tuvieron lugar, nos habríamos equivocado todos al sentenciar categóricamente a Depp.

Ni siquiera la inteligente decisión por parte de Amber Heard de haber donado el dinero obtenido -con la que ha conseguido quedar como la buena de la película- aclara nada. No sabemos si se trata de una manera (muy solidaria) de decirle al mundo que “ella no es una cazafortunas”, una fórmula para limpiar su imagen o la clave para evitar que la meca del cine le cierre las puertas para siempre.

Sea como fuere, reivindico Tolerancia Cero ante la Violencia de Género. Pero seamos cautos porque, desgraciadamente, en un pequeño número de ocasiones (el 0.4 %, según un informe del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del CGPJ), hay personas que se amparan en que la ley ejerce una sobreprotección y discrimina positivamente a las mujeres para emitir denuncias falsas.

A la hora de pronunciarnos públicamente, deberíamos asegurarnos de que hemos identificado a la víctima real y no olvidar el Derecho Fundamental de Presunción de Inocencia.

Lamentablemente, la inmensa mayoría de las acusaciones son ciertas y estamos en el deber de dar un paso adelante y denunciarlo. Gritemos bien fuerte y luchemos todos y todas contra el maltrato.

¡POR UNA SOCIEDAD LIBRE DE VIOLENCIA DE GÉNERO!

(Teléfono del Maltrato: 016)

BASTA YA.

 

Avec tout mon amour,

AA

Gente que resta

Adriana Abenia playa

A medida que me distancio más y más del olor del colegio y los veranos en los que perseguía saltamontes como si fueran monedas, me doy cuenta de que no me apetece ya perder el tiempo, ni vivir en modo automático.

También he aprendido, aunque me ha costado, a prescindir de las personas que restan y que pretenden arrastrarte con sus tormentas. A esas personas que vulneran tu autoestima, sacan lo peor de ti misma y se erigen como jueces y verdugos de tu día a día.

No quiero a nadie a mi lado que me inste a que me limpie rápido los labios manchados del chocolate de un helado, que baje la cabeza o me haga callar si río con fuerza en un restaurante en silencio, que me advierta de que he cogido kilos y no debería ir a la playa por si me roban una foto o que arruine un karaoke porque canto con las cuerdas mal afinadas. Deseo salir sin maquillar a la calle aun a riesgo de que me digan que tengo mala cara, hacer una broma cuando creo que el momento es demasiado intenso, escribir en mi blog de lo que me dé la gana porque para eso es el mío o presumir de mi condición de mujer y ponerme los escotes que se me antojen y colgar lo que me parezca en mis redes sociales en las que yo decido, como en cualquier otra parcela de mi vida, el cuándo, el cómo y el dónde.

Hace mucho que dejé de intentar complacer a todo el mundo. Es un gasto de energía y un absurdo. No tengo porque rendirle cuentas a nadie de las decisiones que tomo. Las personas que restan te recriminan casi de manera sistemática cualquier cosa que haces y desean que hagas lo que ellos dicen y te comportes como ellos quieres. Es enfermizo.

Y si tienes la mala suerte de que la persona que te quita es tu pareja, es más difícil identificar esa situación en la que dejas de crecer como persona y te conviertes en alguien que no eres, un ser de cartón piedra que no reconoces ni de cerca. En este sentido, agradezco contar a mi lado con alguien que alarga las alas de mi ilusión, en lugar de frenarlas, y respeta cómo soy, con todas las taras que lleva implícitas no tener filtros en la vida, sólo los de instagram.

¡Que sólo sumen en vuestras vidas!

Avec tout mon amour,

AA

Mi visita a Isabel Pantoja en Cantora, con el levante como único testigo

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Da igual los kilómetros que hayáis recorrido en avión, no sabes lo que es volar hasta que no bajas al sur y te encuentras cara a cara con el levante. 

Una está acostumbrada a mirar el tiempo, pero no el viento. Así que, con una maleta que bien podría ser el camión de la mudanza, puse rumbo a los anaranjados atardeceres de otros años y a la tierra de los rebujitos, las palmas y el atún rojo.

Con alegría andaluza nos plantamos en El Cortijo, un hotelito precioso al que siempre que puedo voy y en el que olvidas con demasiada facilidad que el verano no es eterno, que las chanclas no son los nuevos tacones y que a los mostos no les gusta la capital.

El viento silba por ahí abajo a veces con tanta fuerza que la cordura no dura. Hasta en tres ocasiones probé a acercarme al agua del océano mientras me engullía una nube dorada que daba latigazos en la piel. Cegada por miles de castillos de arena e ilusiones deconstruidas, volvía a recluirme en la piscina de la azotea del hotel en la que llegué a bañarme vestida para que el peso de la tela me permitiera tocar fondo y no levitar.

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No es una leyenda si os digo que Zahara de los Atunes custodia un cementerio de objetos perdidos por culpa de las corrientes de aire. En él me lloran unos calcetines mojados a los que les perdí la pista tras dejarlos en la silla de la terraza, mi gorra favorita que quiso emprender un incierto viaje por el ancho mar o el cargador del móvil (aquí la culpa fue sólo mía).

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Y a punto estuvo de abrir el camposanto sus puertas a mis brazadas en el mar, pero ayer, antes de desayunar, conseguí llegar hasta orillas del Atlántico gracias a la tregua que me brindaron las tormentas de arena en lo que entendí que era una despedida. Como no llevaba puesto el bikini, acabé de nuevo hecha un charco, con pantalones incluidos, en una inmersión que emulaba la purificación de un alma en el Ganges, pero sin detritus, sin músicas de flautas y cornetas, sin camellos o elefantes, si acaso algún perro lejano. 

pantalones

No podía abandonar mi bella Cádiz sin pasar por la piscina de Cantora a hacerme unos largos. A medio camino entre Barbate y Medina Sidonia paré en seco el coche y me apeé, muy decidida, con mi tabla de surf y la toalla del hotel (no quería que por mi culpa pusieran más lavadoras, que bastantes trapos sucios han tenido que lavar ya fuera de casa). Deseosa de compartir unos gazpachitos y un buen ibérico con Isabel Pantoja, me dispuse a hacerme con un par de entradas del que será su primer concierto en septiembre.

Así que puedo afirmar que vuelvo de mis vacaciones más gitana, más folklórica y más ventilada.

Y no preguntéis. Lo que pasa en Cantora, se queda en Cantora…

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Avec tout mon amour,

AA

 

El probador indiscreto

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No soy una de esas chicas que escanean con la mirada la ropa de su tienda favorita y saben, como si Dios les alumbrara, si esa prenda va a caer de cara o del revés, y aunque la pereza casi siempre me arrastra directamente hasta la línea de meta -que no es otra que la caja-, en ocasiones intento coger el primer desvío en dirección a los probadores para no volver con el rabo entre las piernas y admitir que me he equivocado con mi última adquisición, como tantas otras veces que me he dejado engatusar por la compra online y he acabado con vestidos sin forro, sujetadores mayúsculos en los que cabían los pechos de tres alemanas del Oktoberfest o camisetas diminutas de las que pellizcan las axilas.

Pero lo que me sucedió en los probadores de una conocida tienda va a dar un giro inesperado a mis compras habituales. Se acabaron las colas y los espejos engañosos dentro de esas duchas secas en las que te das golpes para ver cómo te queda de culo un vaquero, alejándote del espejo y encaramándote a la pared como un percebe. SE ACABÓ.

Se acabó en el mismo momento en que mis ojos se toparon con los del pariente que acompañaba a mi vecina de al lado, sentado cómodamente en un sillón enfrente de su chica, que tenía en su ángulo de visión mis bragas de Supergirl (las más indignas de mi casa) y mis medianas vergüenzas aireándose sin tapujos inclinadas hacia delante y colgando como si fueran las de una cabra. Sentí mi intimidad violada hasta en tres ocasiones, sin decoro por parte de aquel desconocido que en lugar de mirar a su chica me observaba a mí a través del hueco de la tela que no tapaba. Porque esa mierda de cortinas no evita las inesperadas pupilas que se cuelan por las rendijas y te pillan a por uvas, con la tripa relajada y deseando repartir hostias sin levadura.

Indignada por esas vulgares cortinas que suenan a collar de perro al correrlas y son una ventana indiscreta para cualquier voyeur que se precie, finalmente salí del probador, ese lugar en el que las dependientas te recompensan en ocasiones con palabras que suenan a limosna, con la poca honra que aún conservaba y mis más íntimos superpoderes anulados por los rayos láser de los ojos de ese tío con la cabeza gacha, al percibir que abandonaba el cubículo en el que estaba atrapada.

Así pues, que nadie se extrañe si devuelvo ropa a discreción, no pienso volver a pisar un probador hasta que no existan cortinas que cubran más del 80% de la anchura del probador en el que desparramar las carnes sin agobios.

O que pongan puertas, ¿tan difícil es?

Supergirl.

 

Avec tout mon amour,

AA

Feminismo e igualdad

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El viernes pasado, en el programa de La 1 Amigas y Conocidas, salía a relucir sobre la mesa el tema del feminismo al hablar de un club que recientemente ha abierto sus puertas en Madrid sólo para mujeres, pese a estar erigido por un hombre, ironías de la vida.

A mí la idea me pareció el colmo de lo absurdo, por mantener estereotipos sexistas, en vez de contribuir a esa sociabilización que desde pequeños han intentado inculcarnos cuando, por ejemplo, ya en su día nuestros padres y la sociedad apostaron por una educación mixta y sana, ya que las diferencias de aprendizaje residen en las personas, no en el sexo, y estas medidas mejoran la sensibilización hacia las personas del sexo opuesto. No es coherente aplaudir la convivencia en la sociedad cuando somos niños y hacerlo por parcelas en la etapa adulta. Y así lo manifesté, porque además las bases de dicho club eran tremendamente clasistas y enfocadas a ricas aburridas y snobs.

Pero tal vez no me expresé bien cuando dije que no estaba de acuerdo con el feminismo, puesto que con lo que no estaba de acuerdo era con ese tipo de MOVIMIENTOS DISFRAZADOS DE FEMINISMO que defendía una de las colaboradoras del programa al apoyar ese tipo de clubes.

Matizar mis palabras en ese momento hubiera supuesto irnos del tema que estábamos tratando, el de ese arcaico club que protagonizaba la escaleta del programa. Así que, aunque ya lo hice con un tweet nada más concluir el directo, consciente de que podría haber dado mi afirmación lugar a equívocos, vuelvo a hacerlo ahora con más tranquilidad que la que otorgan los 140 caracteres de una red social.

Por supuesto que en el siglo XXI, como mujer y persona que soy, DESEO LA IGUALDAD ENTRE HOMBRES Y MUJERES que ha permitido que se reconozcan nuestras capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados a los hombres. El feminismo ha sido el motor de un gran cambio social, motivo por el cual nosotras las mujeres votamos, tenemos igualdad ante la ley, hemos estudiado una carrera, conducimos (aunque yo lo deteste) o se nos reconocen los derechos reproductivos.

Lo que quise manifestar al mostrar mi desacuerdo es que me parecía un error esa venenosa y errónea utilización del feminismo, el FEMINISMO COMBATIVO que defiende la superioridad del género femenino sobre el masculino, comportamientos “hembristas” (neologismo usado para referirse al desprecio hacia los hombres) o “misándricos” (opuesto a misógino), términos que para algunas nacen del intento de deslegitimizar el feminismo y que, en mi opinión, son la misma basura que el machismo y debieran constar en la RAE, ya que NO EXISTEN, al contrario que la palabra “feminismo”, que sí consta y me parece una acepción muy desacertada -que da lugar a confusiones y puede herir sensibilidades- de la doctrina que defendemos todos -hombres y mujeres- los que respetamos al ser humano y perseguimos la equidad entre géneros, dejando fuera al hombre y manteniéndolo al margen, como si el término no fuera con él ni nada pudiera aportar al cambio. Deberían acuñar el movimiento de otra manera más acorde a los tiempos que vivimos.

Así que permitidme que critique a esas mujeres que persiguen la igualdad observando al hombre por encima del hombro y que se sienten incluso molestas si un hombre les sostiene la puerta o les cede el asiento en el metro. Esas mujeres radicales que desvirtúan con grandes zancadas lo que de verdad implica el feminismo y que viven en una guerra constante y desmedida contra el sexo contrario y cuyo mayor afán es poner a la mujer por encima del hombre discriminándolo a nivel social, laboral y personal. ¡Cuánto daño hacen al feminismo! Y qué pereza todas ellas.

Los hombres suman (casi todos) y junto a ellos todo es más divertido. Y quién no lo quiera ver tiene un serio problema. Así que esos clubes de los que hablábamos el viernes en el programa me parece que son un paso atrás en la igualdad.

Y sí, todas en la mesa de “Las Rodríguez” somos mujeres, pero no excluimos a ningún hombre, nos dirigimos también a ellos a través de la cámara, con todo nuestro cariño. El género que ocupa las sillas es sólo una característica que hace al programa diferente.

IGUALDAD POR AMBAS PARTES, POR FAVOR.

Avec tout mon amour,

AA

Mi guía gastronómica (secreta) de Madrid

Restaurante italiano 'Flavia'

Restaurante italiano Flavia

Con tanto trasiego de calorías, este post tenía que llegar antes o después. Para toda esa legión de amigos que, como yo, saben que ya por mucho que pongan de su parte la operación bikini es un tren que se ha largado a la velocidad de una fiera de la ingeniería, aquí van estos deliciosos sitios en los que gozar y dejarse de frugalismos estivales. Por cierto, en todos ellos los celíacos podemos comer sin problemas.

ITALIANOS:

FLAVIA

Posiblemente estén aquí las pizzas más logradas para celíacos de Madrid. Su dueño, Hugo, dispone de dos hornos en las entrañas de la cocina para que no exista contaminación cruzada. El local es una monada, aunque la música sea un desastre con nombre de regaetton y le reste el encanto italiano que muchos buscamos cuando cruzamos la puerta del establecimiento. Buenísima la ensalada de búfala y tomate y la pasta en todas sus presentaciones. Viva Italia y los italianos.

DA NICOLA GRAN VÍA (Plaza Mostenses, 11)

Es un restaurante italiano sin pretensiones en el que un celíaco lo va a gozar (tiene acuerdo con FACE). Son muy ricos los gnocchi rellenos de queso y la pasta de setas y trufa. Ideal para ir con amigos y comer por un precio asequible.

La presentadora en Da Nicola

DON GIOVANNI (Paseo de la Reina Cristina, 23)

No son muy simpáticos en el trato, pero reconozco que lo que encierra este restaurante es gloria bendita. No hay pizzas para celíacos, pero sí pasta.

COMIDA TRADICIONAL:

EL PARAGUAS (Jorge Juan, 16)

En pleno corazón del barrio Salamanca, se encuentra uno de mis restaurantes favoritos. Cuando voy no soy capaz de resistirme a sus deliciosas zamburiñas gratinadas, el arroz negro con berberechos y su postre casero de La Reina de Saba o las natillas con merengue tostado. La atención es maravillosa. Tiene terraza.

El Paraguas

TEN CON TEN (Calle de Ayala, 6)

De los mismos dueños que el anterior, Sandro y Marta, permite comer de manera distendida y disfrutar de la música y de sus amabilísimo personal. La terraza, recién estrenada y llena de nebulizadores, ha quedado preciosa y da gusto pasar un rato poniéndote las botas en una de sus mesas. Buenísima la ensalada de calabacín con queso de cabra, el solomillo de vaca con yema y trufa negra, el bacalao negro asado con manzana y las bolas de yuca con queso (aptas para celíacos) que si pides te traen para picar (mi perdición).

Adriana y Nacho Montes en Ten con Ten

JAPONESES:

MIYAMA (Paseo de la Castellana, 45)

Hiroshi te recibe con una gran sonrisa nipona cuando pisas el suelo de este restaurante (“Montaña bonita”) que enamora. Un japonés de los de verdad, de decoración minimalista y flanqueado por una barra de sushi en el que hay muchos comensales con la mirada rasgada hablando en un idioma lejano y dejándose conquistar por sabores que les son muy familiares seduce casi al instante. La carta es deliciosa y tienen salsa de soja sin gluten y mochis de fresa que los celíacos también podemos comer.

Restaurante japonés Miyama

YAKITORO by CHICOTE (Calle Reina, 41)

Inspirado en la tradicional taberna japonesa de yakitori, Chicote ha interpretado, con un toque español, este tipo de cocina. Pese a que le voy a dar un tirón de orejas porque en la carta de verano hay muy poquitas opciones para los celíacos, es importante incluirlo en la lista por haberme hecho feliz durante el invierno a base de brochetas, peces mantequilla y algodones dulces y picantes. ¡Que vuelva ya mi puré de patata, Alberto!

Adriana Abenia en el restaurante Yakitoro de Chicote

MEXICANOS:

PUNTO MX (General Pardiñas, 40)

La mejor comida mexicana de Madrid se halla en este lugar. Imperdible. El precio del cubierto es algo caro, pero la comida merece la pena.

MACROBIÓTICOS:

CRUCINA (Divino Pastor, 30)

En este local ecogourmet, vegano y sin fogones (cocinan por debajo de los 40 grados) no utilizan ni lácteos, ni huevos ni gluten. Se trata de comida muy sana con la que saciarte inspirada en platos como la lasaña o la moussaka y en la que es de obligado cumplimiento terminar con un postre dulce de chocolate, un placer sin culpa lleno de nutrientes y vitaminas con el que alucinaréis.

Crucina

MODERNOS:

EL INVERNADERO (Paseo de Los Rosales, 48, en Collado Mediano)

Aquí celebramos mi cumpleaños hace unos días. Los vegetales son el pilar de la cocina que presenta Rodrigo de la Calle. Os dejo la carta que prepararon para esta ocasión (¡27 platos para mí solita!) y así veis lo original y divertida que resulta su oferta gastronómica, que se sirve en un coqueto y romántico invernadero con sólo 4 mesas.

Adriana en El Invernadero El Invernadero

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El restaurante de Diego Guerrero es un lujo para los sentidos y para disfrutar sin prisas. Alta cocina sin corsés y muy cosmopolita que rompe con todo lo que estamos acostumbrados. No hay carta, sino 2 menús degustación con los que acabaréis desabrochándoos el botón del pantalón. Súper recomendable.

Adriana con el cocinero de Dstage

El Club Allard (calle de Ferraz, 2), Rubaiyat (calle de Juan Ramón Jiménez, 2) o Filandon (carretera de El Pardo a Fuencarral, km. 1,9), también son restaurantes que no os podéis perder.

¡Qué aproveche, camaradas!

 

Avec tout mon amour,

AA

Agosto en la ciudad

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Agosto me daba la bienvenida esta mañana, antes de acudir a mi cita diaria en Amigas y Conocidas en Televisión Española, con un escenario de película, el de la Gran Vía madrileña aletargada, más sola que la una y con el asfalto comenzando a evaporarse por el calor.

Con las sábanas plegadas todavía en mi cara y el semáforo en rojo, había tratado de encontrar la cámara que estaría rodando de nuevo la laureada película Abre los ojos, escuchar un “acción” en boca de Amenábar o subir a Eduardo Noriega el día de su 43 cumpleaños en mi coche con aire acondicionado y escapar los dos a una paradisíaca playa de Santander. Pero, como en la película del cineasta chileno-español, la vida es sueño y el semáforo se ponía de nuevo en verde dejándome huérfana de mis ensoñaciones en dirección al desvío de Boadilla del Monte, aprendiendo a dominar los delirios (se me aparecen oasis de agua turquesa por la Avenida de Portugal) hasta encontrarme con la misma chica que, bajo una gruesa capa de crema solar, vende pañuelos (que esconde detrás de un vehículo azul) todos los días.

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En el plató de las mañanas de La 1 hace calor, por eso a las Rodríguez nos gusta enseñar pierna. Unos cócteles y una cerveza (nada etílica) adornan nuestra mesa y nos invitan a imaginar paraísos ajenos a la capital. Nos lo pasamos muy bien, pero sabemos que el mar está lejos y que lo único que nos deparará con certeza la tarde es una piscina de cloro o bromo, para las más afortunadas, o en mi caso las gloriosas neveras del súper de El Corte Inglés próximo a mi casa por las que pasear palmito cuando la calle te asfixia con los dedos y el canto de las cigarras y las tiendas ya han cerrado.

Los nebulizadores de agua, a estas alturas del partido, ya son mis amigos y los busco como si fueran Pokémons. Cualquier obra de teatro o concierto es bien recibido si los grados bajan en torno a ellos, y Madrid de eso va sobrada, es un lujo, por mucho que os empeñéis en empapelar de manera virtual vuestras redes con fotos en bikini luciendo cacharrería, lugares que mojan sólo con mirarlos, noches estrelladas a kilómetros de la urbe o un Daiquiri de saturado color fresa, resultado de un filtro más falso que el bolso de un mantero, que hace más pocho al que repta por mi garganta cada mediodía.

Mañana, cuando deambule por los senderos de Dios de nuevo en coche, con el rostro transfigurado, le compraré un cargamento de pañuelos a esa chica, para secar la envidia y las lágrimas que arrastro como una zombie más a la intemperie, cuando por las tardes tiro de mis pies por las aceras sujeta a un té helado que me recuerda que también existe el invierno, pese a las imágenes que me devuelven las olas, que suenan a distancia como bofetadas.

Contentémonos con saber lo fácil que es encontrar aparcamiento en agosto en la ciudad. Eso es a lo que se agarra todo el mundo, ¿no?

¡Felices vacaciones a los desertores! Pese a todo…

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Avec tout mon amour,

AA