Archivo de la categoría ‘Gastronomía’

Un desayuno excepcional

(GTRES)

No hay mejor manera de celebrar un nuevo día que ofreciéndole al cuerpo un delicioso y nutritivo desayuno necesario para afrontar la jornada, después de una noche de ayuno.

Es real que mis desayunos son lentos y casi sagrados. Muchas veces me habéis preguntado en qué consisten mis comidas más tempranas, así que aquí está la respuesta.

PRIMERA OPCIÓN:

Base: preparad un antioxidante té verde y mezclarlo con un vaso (250 ml) de bebida vegetal de almendras, avellanas (mi favorita) o arroz, en un bol. Como veis, evito tomar leche.

A éste le añadís:

  • 100 gramos de frutos rojos (frambuesas, arándanos, moras)
  • 25/30 gramos de trigo sarraceno (si no eres celíaco, la avena también es una gran aliada)
  • 1 cucharadita de lino
  • 1 cucharadita de sésamo tostado (o crudo machacado) y chía
  • 1 cucharilla de pipas de girasol o calabaza
  • 1 cucharada de frutos secos crudos (nueces, almendras y avellanas)
  • 1 cucharilla de coco ecológico deshidratado
  • 1/2 cucharadita de cúrcuma y un pizca de pimienta (para asimilar la primera). Una maravilla como antioxidante, pero tened cuidado si estáis embarazadas o estáis dando el pecho.

Truco: si algún día tenéis prisa, podéis batirlo y tomarlo como si fuera una riquísima papilla.

SEGUNDA OPCIÓN:

Preparamos nuestra la base anterior y le echamos:

  • 100 gramos de manzana (con piel, si es ecológica) o 2 orejones de albaricoque
  • 25/30 gramos de quinoa, arroz integral o amaranto cocido
  • 1 cucharadita de lino
  • 1 cucharadita de sésamo tostado (o crudo machacado) y chía
  • 1 cucharilla de pipas de girasol o calabaza
  • 1 cucharada de nueces, almendras y avellanas crudas
  • una cucharilla de aceite de coco ecológico
  • 1/2 cucharadita de canela (regula los niveles de azúcar, sube las defensas, rejuvenece y aumenta la libido)

A qué esperáis para mimaros. Sed. Cada día.

(GTRES)

Avec tout mon amour,

AA

La receta de la mejor tarta de zanahoria del mundo

Permitidme que haga un paréntesis para regalaros la receta con la que acompañar un gran vaso de leche o una taza de café y que no os falte una gran sonrisa de satisfacción al metérosla a la boca.

Además, tenéis la garantía de que resultará muy fácil llevarla a cabo, puesto que la cocina no es uno de mis dones y, sin embargo, con mi tarta de zanahoria casera SIN GLUTEN conquistaría los estómagos más golosos.

 Ingredientes para 4 personas hambrientas:

  • 150 gramos de zanahorias peladas
  • 150 gramos de harina de almendras
  • 150 gramos de azúcar glas
  • 50 gramos de harina de arroz
  • 2 huevos de gallinas felices (los que empiezan por cero)
  • Medio limón
  • Medio sobrecito de levadura de repostería (sin gluten si sois celíacos)
  • Sal marina fina
  • Mantequilla

Tiempo de preparación:

  • 1 hora y cuarto

Precalentamos el horno a 175 grados. Tened cuidado de no quemaros, todavía tengo la piel roja de mi última quemadura (también es verdad que la torpeza es el sello de mis recetas y aun así el resultado es asombroso).

A continuación, mezclamos con energía el azúcar, la harina de almendras, la piel del limón rallada y las zanahorias cortaditas en discos hasta obtener una montaña homogénea. Un robot de cocina, a máxima potencia y durante 1 minuto, nos facilitará el trabajo.

Es el momento de añadir los huevos y marearlos junto a la masa. Con el robot mezclaríamos a potencia media durante 15 segundos.

Ya estamos listos para mezclarlo todo hasta conseguir una masa uniforme.

Untad con mantequilla el molde donde colocaremos la tarta y verted en éste toda la mezcla.

Horneamos durante 1 hora.

Dejamos enfriar la tarta y la decoramos como nos venga en gana. Yo a veces dibujo cosas con requesón o escribo mensajes, pero quizás a vosotros os apetezca algo menos hortera.

¡A saborear la tarta más rica que hayáis probado jamás!

Avec tout mon amour,

AA

Alternativas caseras a la leche de toda la vida

Aunque me encantan los lácteos, intento apartarlos de mi dieta por ser inflamatorios y relacionarse con un mayor riesgo de sufrir, por ejemplo, cáncer de próstata y ovario.

Una alternativa maravillosa a la leche de siempre son las bebidas vegetales. Pero no la de soja (que yo jamás tomo por contener fitoestrógenos), sino la de avellanas, nueces o la de almendras (por cierto, que bonitos están ya los almendros ahora que está cerca la primavera, ¡un espectáculo!)

Si os dais una vuelta por el supermercado y cogéis una de estas “leches vegetales” al azar y leéis la composición, os daréis cuenta de que llevan muy poquito porcentaje de frutos secos (entre un 3 y un 7%) y mucho azúcar.

Entre las bebidas industriales, escojo una de avellanas de la casa DieMilk (sin gluten) que no está mal, pero si disponéis de tiempo y ganas, es preferible elaborarla en casa porque es facilísimo y muy sano – claro está, si no sois alérgicos-, y de esta manera os beneficiaréis de todas las vitaminas, el sabor y los nutrientes de este rico sustituto de la leche convencional, sin lactosa y muy diferente en su composición.

Incluir frutos secos en nuestra dieta es un acierto: son buenos para el cerebro y el sistema nervioso, bajan el colesterol malo y contienen vitaminas (sobre todo del grupo B y E), calcio y minerales muy valiosos para la salud. Además, en su justa medida, no engordan (para los que estáis ya con la operación bikini).

No soy fan del Mercadona, es el Marina d’Or de los celíacos y hasta el papel higiénico lleva la leyenda “sin gluten”, pero acudo a él cuando quiero un zumo de naranja recién exprimido o comprar frutos secos naturales (no tostados), después de salir del gimnasio (sí, habéis leído bien, estoy yendo por fin).

Al llegar a casa, cojo uno de los paquetes (200 gramos) que he comprado -el de almendras, por ejemplo-, y vuelco su contenido en un bol lleno de agua, durante 8/12 horas, para activar los frutos secos y así sacar provecho de sus nutrientes antes de tomarlos y eliminar tóxicos naturales (ácido fítico y taninos) que pueden hacer que tengamos las digestiones más pesadas y nos duela la tripa.

Pasado ese tiempo, lavo las almendras y las meto en un vaso batidor junto a un litro de agua mineral.

Como soy golosa y me gusta que la bebida resultante sea un poquito dulce, añado una cucharada de azúcar de coco (con bajo índice glucémico) a la jarra mezcladora, un par de orejones o una puntita de miel ecológica justo antes de tomarla.

Si además os chifla darle un toque especial, podéis añadir una cucharadita de vainilla o canela en polvo.

Una vez hayáis batido todo, colad el resultado.

Esa leche blanca y espesa, como recién ordeñada de una vaca de los Alpes, podéis conservarla en la nevera hasta 2-3 días en buen estado, en una botella de cristal. Pasado ese tiempo, empieza a oler horrible y no os aconsejo tomarla.

Bon appetit!!

Avec tout mon amour,

AA

Leche de nueces de macadamia. (GTRES)

La receta más deseada de la Navidad: el Roscón de Reyes (sin gluten) con lacasitos y nubes

SHUTTERSTOCK

A estas alturas, y pese al empacho de la inmensa mayoría estas Navidades, no creo que haya un hogar español en el que no se desee hincar el diente al delicioso Roscón de Reyes, postre protagonista de estas fechas y principal culpable de que se pospongan nuestras promesas de bajar algún kilillo.

El dulce navideño por excelencia es fácil de encontrar en casi cualquier pastelería, pero los celíacos lo tenemos algo más complicado y si le ponéis ganas conseguiréis uno casero para chuparos los dedos.

Tres serían los modelos estrella de roscón: relleno de crema, nata o seco. El decorado típico consiste en frutas escarchadas y azúcar glass, aunque hay quien apuesta por otras alternativas como rosetones de nata o almendras tostadas.

Sin embargo yo os propongo uno muy original… ¡lleno de dulces gominolas! Y esa es la rica y fácil receta gluten free que voy a dejaros por aquí para que tengáis un dulce despertar el día que toque ponerse a abrir regalos.

Ingredientes:

  • 400 gr de harina sin gluten (una apuesta ganadora es una mezcla, a partes iguales, de trigo sarraceno, garbanzo y arroz)
  • 100 gr de Maizena
  • 60 gr de mantequilla sin lactosa
  • 2 sobres de levadura en polvo sin gluten
  • 150 gr de azúcar glass
  • 3 huevos ecológicos
  • 1 taza de leche de almendras caliente
  • Un chorrito de agua de azahar
  • Ralladura de un limón
  • Una sorpresita que aguante el calor del horno
  • Gominolas, nubes sin gluten y lacasitos para decorar

Elaboración:

  1. Colocamos los 400 gramos de harina en forma de volcán y en el agujero del centro echamos los huevos y la levadura que previamente habremos diluido en la mitad del vasito de leche de almendras. Mezclamos lentamente y con cariño el resto de ingredientes: lo que queda de leche calentita, los 100 gramos de Maizena, la mantequilla, el azúcar glass, el chorrito de agua de azahar y la ralladura del limón, llena de propiedades maravillosas.
  2. Removemos durante al menos 15 minutos hasta que se unan bien todos ingredientes (sin que la masa se pegue a la mano), para así alcanzar la textura deseada.
  3. A continuación, hacemos una pelota con la masa y en el centro un agujero central bastante grande ya que luego se cerrará al doblar su tamaño con la levadura (tampoco os paséis). Es el momento de sacar todo el arte que llevamos dentro y dar forma al roscón, estirando la masa para que tenga la apariencia que todos conocemos; también de colar la sorpresa en su interior, aunque yo siempre meto más de una.
  4. Colocamos el roscón en una bandeja forrada con papel de horno, la cubrimos con film transparente y la dejamos reposar dentro del horno durante 1 hora a 40 grados, hasta que la masa doble su volumen.
  5. Sacamos la masa del horno y lo precalentamos a 220 grados mientras pintamos con el huevo batido el roscón, repartimos lacasitos por la superficie y espolvoreamos azúcar glass antes de volverlo a introducir durante 20 minutos a 220 grados.
  6. Una vez fuera, frío, esparcimos trocitos de nubes rosas sin gluten. Recrearos en ser imaginativos y que resulte muy atractivo.
  7. Servid frío
  8. ¡¡¡A disfrutar!!!

¡DELICIOSO!

EUROPA PRESS

Avec tout mon amour,

AA

Comer ecológico

(GTRES)

(GTRES)

Este fin de semana estaba en la peluquería y empecé a sentir nauseas. Pensé en que quizá los efluvios de la decoloración estaban matándome por momentos, muy consciente de todas las porquerías que nos echamos en el pelo para sentirnos guapas.

Pero enseguida recordé la pantagruélica cena de la noche anterior, la anterior y la anterior, todas ellas deliciosas, y deduje -con un índice de error del 0.001- que era más que probable que ese fuera el motivo de mis arcadas.

Así que este sábado tomaba la decisión -esta vez creo que de manera definitiva-, de cuidarme y dar largas a mis amorosos amigos que están deseando boicotear mi proyecto de ser la Jesús Vázquez femenina cuando cumpla los 50, y no cesan en su empeño de sacarme de casa para endulzarme la vida, en el más estricto sentido de la palabra.

Los amigos engordan mucho más que ver la tele o las excusas, y aunque mi cuerpo por el momento tiene un techo récord de 62,7 kilos, con mi 1’76 metros de altura, unas cifras más que dignas, mi estómago se está rebelando más que un adolescente sin propina.

Todos los que me seguís, incluida mi lectora más entregada, o sea mi madre, estaríais orgullosos de mi compra de este sábado. La lista incluía deliciosos panes de trigo sarraceno y semillas de un obrador sin gluten cercano a mi casa, Sana Locura, y un sinfín de productos ecológicos y sanos de Bio C’est Bon, todo logísticamente muy cerquita de casa y con unos colores espectaculares, casi irreales. Son productos más caros, pero muy baratos si los comparamos con el dineral que me dejo en restaurantes a la semana o lo que muchos destinan a tabaco o alcohol. Comprar y consumir productos ecológicos no depende del dinero que haya en casa, depende de en qué lo quieras gastar. Es cuestión de prioridades.

(GTRES)

(GTRES)

Queso artesano (poquito que se me va la mano y el cuchillo), carne ecológica, pavo ecológico, huevos blancos y grandes de gallinas felices (los que empiezan por cero), té verde puro, kéfir de cabra, cereales de arroz integral con chocolate negro, jengibre para arreglar un cuerpo en apuros, miso para hacer caldos, espaguetis de arroz integral, calabacines, tomates y patatas que tienen diferentes tamaños y formas y saben a lo que son…

¡¡Qué rico todo!!

Y aunque la comida ecológica tiene sus detractores, como los que aseguran que en los productos etiquetados como tales existen menos controles sanitarios y encima son menos asequibles, lo cierto es que es este tipo de alimentación es la más respetuosa con los animales y el medio ambiente y en ella no se aceleran los ciclos de vida de unos y otros; de hecho, la ganadería ecológica es la que menos grasas saturadas aporta, ya que se sus animales se han criado con leche materna y productos sin aditivos ni harinas de origen animal. Y las verduras y frutas son superiores nutricionalmente hablando, además de mucho más sabrosas. Menuda diferencia.

(GTRES)

(GTRES)

Ya no recordaba lo que era comer de temporada, sin pesticidas, antibióticos, hormonas (quizá el secreto de mis escotes, para los pesadísimos que insisten en asegurar que me he operado, aunque lo haya desmentido cientos de veces) y demás delicatessen.

Ahora bien, que difícil es evangelizar sobre lo ecológico ahora que es Navidad.

¡¡Feliz semana, mi gente!!

cof

Avec tout mon amour,

AA

El fascinante y maravilloso mundo del táper

adriana

Esquivar las grasas trans que cocinan las empresas, pasa necesariamente por rescatar los tápers del fondo del armario y jugar a encontrar su tapa.

A vueltas con la tartera -las mías siempre de cristal-, una se siente al salir de casa como si se marchara a trabajar a una excavación, en la que sólo falta una ruidosa cantimplora de aluminio de boca ancha. Y aunque la catástrofe se masca cada vez que abres la fiambrera, con los ingredientes magreándose por las vueltas que da la vida y el bolso, si se hace con cariño el cuerpo lo agradece a menos que, el no ser excesivamente sacrificada -como es mi caso-, te conduzca a meter entre esas cuatro paredes un “sota, caballo y rey”.

Veréis, mi vida trascurre de la siguiente manera de lunes a viernes. Un coche me recoge a media mañana para llevarme a los estudios de Fuencarral, en Madrid. Una vez allí, para ahorrar sustos, paso lo primero por maquillaje y peluquería donde me encuentro a numerosas caras amigas y conocidas y, antes de la reunión de escaleta y la lectura de guion, Uri y yo compartimos mesa y migas en el comedor de Telecinco. Y aunque allí se toman la molestia y el cariño de cocinarme aparte para evitar el gluten y la contaminación cruzada, al igual que otros rostros intolerantes de Cámbiame, como la comida de casa…ninguna.

Además, en la vida en general, me da la impresión de estar pidiendo favores cuando solicito platos especiales y me cuesta tener fe ciega en que todo está elaborado según lo establecido; aunque supongo que esto nos pasa a todos los que tenemos problemas con algún alimento y nos ponemos malitos si hay un error.

Así pues, ahora me hallo haciendo malabares para encajar menús individuales en tarteras colectivas con las que podría alimentar a todo el equipo de Hazte un selfi y hasta sobraría. ¡Compartir es vivir!

Y a las puertas de una nueva, sana y práctica era, en lo que a mi comida se refiere, me enfrento a la encrucijada de elegir el momento de elaboración en el que vestirme el delantal, porque hay platos que mejoran de un día para otro, y otros que todo lo contrario; y como todavía no me considero una purista de la tartera, esta es una misión que manejo y que no controlaré hasta que no haya pasado en varias ocasiones por la naturalísima técnica de aprendizaje de ensayo y error.

Con una buena planificación, no hay legumbre, pasta o ensalada multicolor que se les resista. Los caldos me dan más miedo, por si falla la tecnología hermética y empiezo a dejar un reguero de gotas tras de mí.

El mayor inconveniente que veo a los tápers es que, si se te olvida lavarlos nada más llegar a casa, no hay lejía, decapante o aguarrás que quite los restos de las paredes. Ya puedes hervirlos como si fueran un biberón, que no queda otra que celebrar su funeral.

Pero la salud importa y una buena alimentación es necesaria para rendir al máximo. Al final va a ser verdad eso de que la fiambrera es cool, cada vez somos más los fieles.

¡Ya os iré contando cuáles son las recetas más ricas y fáciles que encierro debajo de esa tapa!

¿Vosotros también sois de la legión del tupper?

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Avec tout mon amour,

AA

* Foto: GTRES

Me declaro tortillera

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Soy tortillera por encima de todas las cosas.

La comida son recuerdos y no conozco a nadie infeliz frente a una tortilla de patata. Y, en ese sentido, uno colecciona tortillas a lo largo de su vida, y ninguna como la de su madre, por eso no voy a entrar en encendidos debates nacionales que no llevarían a ninguna parte.

Aceite de oliva, huevos y cebolla se mezclan calientes o fríos en la boca para acompañarnos en casa o en la calle, en el mar o en la montaña, en el vértice de un tenedor o dentro de dos mitades de pan crujiente.

Y, por muy sencillo que parezca hacerla, tal y como asegura en la película Un viaje de diez metros la prestigiosa chef Madame Mallory de Le Saule Pleureur, una simple omelette basta para saber si estás ante un gran cocinero. Y las posibilidades son infinitas.

E igual que vierto el buen vino en mis guisos, encendiendo el grito de quienes me observan derrochar un buen trago entre verduras, carnes o pescados, con las tortillas intento elegir todo con mimo para revivir con los mejores ingredientes momentos entrañables del pasado o para crear nuevas historias que saborear más adelante.

Este post lo habría escrito sobre una libreta vieja y cuadriculada azul, como en la que escribía mi bisabuela sus recetas, llena de tomate y que pasan de mano en mano; pero la tecnología está exenta de romanticismo y perdono las formas a cambio de que me leáis tantísimos.

Mi maravillosa receta está pensada para dos personas, de vosotros depende con quien deseéis compartirla.

Ingredientes:

  • 3 patatas medianas, prietas y blancas
  • 1 cebolla grande
  • 4 huevos de gallinas felices (en su cáscara la numeración empieza por cero)
  • 2 cucharadas de aceite de oliva virgen
  • Una pizca de sal marina
  • Y mucho cariño…

Elaboración:

Pelad las patatas y cortadlas en finos discos en un plato.

Cortad la cebolla en tiras, pero tened cuidado, “lo malo de llorar cuando uno pica cebolla no es simplemente el hecho de llorar, sino que a veces uno empieza y ya no puede parar” (Como agua para chocolate).

Calentad las dos cucharadas de aceite en una sartén antiadherente y volcad la patata y la cebolla. Echad un poquito de sal marina fina, de la que huele a verano. La tortilla es mucho más sana si en lugar de freír, rehogáis los ingredientes, con el fuego bajo, hasta dorarlos levemente. Para conseguirlo, tapad la sartén y maread de vez en cuando la cebolla y la patata.

En un bol, batid los 4 huevos y añadid un poco de sal. Cuando la mezcla de la sartén esté blandita, verted todo en el bol y enredadlo todo, como en la mitad de un cuento.

Subid la temperatura de la sartén que habéis utilizado para hacer la patata y la cebolla y precipitadlo todo dentro, sin incorporar más aceite, ya que no es necesario.

A mí la tortilla me gusta ligeramente jugosa, melosa y no demasiado compacta. Así que cuando veáis que se ha hecho un poquito, tras ordenar los bordes redondeados con una espumadera, tapad con un plato grande la sartén y con la palma de la mano apoyada en su base y un certero giro de muñeca, le dais la vuelta y dejáis que la tortilla se haga por el otro lado hasta adquirir la consistencia deseada.

¡Espero que construyáis bonitos recuerdos con esta receta! Me encantará que me los contéis.

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Avec tout mon amour,

AA

Mi guía gastronómica (secreta) de Madrid

Restaurante italiano 'Flavia'

Restaurante italiano Flavia

Con tanto trasiego de calorías, este post tenía que llegar antes o después. Para toda esa legión de amigos que, como yo, saben que ya por mucho que pongan de su parte la operación bikini es un tren que se ha largado a la velocidad de una fiera de la ingeniería, aquí van estos deliciosos sitios en los que gozar y dejarse de frugalismos estivales. Por cierto, en todos ellos los celíacos podemos comer sin problemas.

ITALIANOS:

FLAVIA

Posiblemente estén aquí las pizzas más logradas para celíacos de Madrid. Su dueño, Hugo, dispone de dos hornos en las entrañas de la cocina para que no exista contaminación cruzada. El local es una monada, aunque la música sea un desastre con nombre de regaetton y le reste el encanto italiano que muchos buscamos cuando cruzamos la puerta del establecimiento. Buenísima la ensalada de búfala y tomate y la pasta en todas sus presentaciones. Viva Italia y los italianos.

DA NICOLA GRAN VÍA (Plaza Mostenses, 11)

Es un restaurante italiano sin pretensiones en el que un celíaco lo va a gozar (tiene acuerdo con FACE). Son muy ricos los gnocchi rellenos de queso y la pasta de setas y trufa. Ideal para ir con amigos y comer por un precio asequible.

La presentadora en Da Nicola

DON GIOVANNI (Paseo de la Reina Cristina, 23)

No son muy simpáticos en el trato, pero reconozco que lo que encierra este restaurante es gloria bendita. No hay pizzas para celíacos, pero sí pasta.

COMIDA TRADICIONAL:

EL PARAGUAS (Jorge Juan, 16)

En pleno corazón del barrio Salamanca, se encuentra uno de mis restaurantes favoritos. Cuando voy no soy capaz de resistirme a sus deliciosas zamburiñas gratinadas, el arroz negro con berberechos y su postre casero de La Reina de Saba o las natillas con merengue tostado. La atención es maravillosa. Tiene terraza.

El Paraguas

TEN CON TEN (Calle de Ayala, 6)

De los mismos dueños que el anterior, Sandro y Marta, permite comer de manera distendida y disfrutar de la música y de sus amabilísimo personal. La terraza, recién estrenada y llena de nebulizadores, ha quedado preciosa y da gusto pasar un rato poniéndote las botas en una de sus mesas. Buenísima la ensalada de calabacín con queso de cabra, el solomillo de vaca con yema y trufa negra, el bacalao negro asado con manzana y las bolas de yuca con queso (aptas para celíacos) que si pides te traen para picar (mi perdición).

Adriana y Nacho Montes en Ten con Ten

JAPONESES:

MIYAMA (Paseo de la Castellana, 45)

Hiroshi te recibe con una gran sonrisa nipona cuando pisas el suelo de este restaurante (“Montaña bonita”) que enamora. Un japonés de los de verdad, de decoración minimalista y flanqueado por una barra de sushi en el que hay muchos comensales con la mirada rasgada hablando en un idioma lejano y dejándose conquistar por sabores que les son muy familiares seduce casi al instante. La carta es deliciosa y tienen salsa de soja sin gluten y mochis de fresa que los celíacos también podemos comer.

Restaurante japonés Miyama

YAKITORO by CHICOTE (Calle Reina, 41)

Inspirado en la tradicional taberna japonesa de yakitori, Chicote ha interpretado, con un toque español, este tipo de cocina. Pese a que le voy a dar un tirón de orejas porque en la carta de verano hay muy poquitas opciones para los celíacos, es importante incluirlo en la lista por haberme hecho feliz durante el invierno a base de brochetas, peces mantequilla y algodones dulces y picantes. ¡Que vuelva ya mi puré de patata, Alberto!

Adriana Abenia en el restaurante Yakitoro de Chicote

MEXICANOS:

PUNTO MX (General Pardiñas, 40)

La mejor comida mexicana de Madrid se halla en este lugar. Imperdible. El precio del cubierto es algo caro, pero la comida merece la pena.

MACROBIÓTICOS:

CRUCINA (Divino Pastor, 30)

En este local ecogourmet, vegano y sin fogones (cocinan por debajo de los 40 grados) no utilizan ni lácteos, ni huevos ni gluten. Se trata de comida muy sana con la que saciarte inspirada en platos como la lasaña o la moussaka y en la que es de obligado cumplimiento terminar con un postre dulce de chocolate, un placer sin culpa lleno de nutrientes y vitaminas con el que alucinaréis.

Crucina

MODERNOS:

EL INVERNADERO (Paseo de Los Rosales, 48, en Collado Mediano)

Aquí celebramos mi cumpleaños hace unos días. Los vegetales son el pilar de la cocina que presenta Rodrigo de la Calle. Os dejo la carta que prepararon para esta ocasión (¡27 platos para mí solita!) y así veis lo original y divertida que resulta su oferta gastronómica, que se sirve en un coqueto y romántico invernadero con sólo 4 mesas.

Adriana en El Invernadero El Invernadero

DSTAgE

El restaurante de Diego Guerrero es un lujo para los sentidos y para disfrutar sin prisas. Alta cocina sin corsés y muy cosmopolita que rompe con todo lo que estamos acostumbrados. No hay carta, sino 2 menús degustación con los que acabaréis desabrochándoos el botón del pantalón. Súper recomendable.

Adriana con el cocinero de Dstage

El Club Allard (calle de Ferraz, 2), Rubaiyat (calle de Juan Ramón Jiménez, 2) o Filandon (carretera de El Pardo a Fuencarral, km. 1,9), también son restaurantes que no os podéis perder.

¡Qué aproveche, camaradas!

 

Avec tout mon amour,

AA