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La lista de cosas que cambiará tu vida

Estamos acostumbrados a hacer listas de lo que debemos hacer. Nos pasamos horas ordenando y planificando a corto, medio y largo plazo, tanto como lo que da de sí la vida.

Pero pocas veces -o ninguna- nos paramos a hacer listas de “lo que NO hay que hacer”, más difíciles de cumplir que las primeras, al menos en mi caso.

La disciplina es clave a la hora de tirar de un listado y me parece un excelente ejercicio elaborar una lista en negativo de aquello a lo que dedicar nuestro esfuerzo.

Esta manera de enumerar exige mayor profundidad que las listas que habitualmente hacemos, mucho más inmediatas y que generan una satisfacción similar a la de un azucarillo que enseguida se deshace en nuestro paladar, una vez las llevamos a cabo.

Os propongo unos minutos para pensar en vuestra lista de cosas que no hacer; escribidla y repasadla cada día. La dicha que puede ocasionar cumplir alguno de esos objetivos será más duradera que lo que hayáis imaginado con cualquier otra lista anterior.

Aquí va un pedacito de la mía:

  • No hacer nada que vaya en contra de mi intuición.
  • No dejar escapar las muestras de cariño que considero reales.
  • No perder la oportunidad de aprovechar más el tiempo con mis seres queridos.
  • No abusar de los tacos, pierden efecto.
  • No intentar razonar con las personas que no escuchan.
  • No olvidar cuidar la voz. Me ha costado mucho recuperarla.
  • No tocar el móvil mientras como, mucho menos si estoy acompañada.
  • No ser tan poco delicada cuando me piden que sea sincera.
  • No malgastar mi tiempo con personas a las que no les importo.
  • No sucumbir a mis miedos.
  • No esquivar los halagos. También los merecemos.
  • No dejar de valorar los detalles.
  • No perder la capacidad de sorprenderme.
  • No dejar de reír alto, esté donde esté.
  • No dejar de soñar, aunque el día se ponga del revés.

(…)

Es importante para mí tenerla muy presente.

¿A qué estáis esperando para hacer vuestra lista y ver cómo todo cambia?

Avec tout mon amour,
AA

¿Os acordáis cuando los coches paraban en los pasos de peatones?

Animo a todos los que me leen a refrescar ciertos conocimientos adquiridos en el pasado: en todos aquellos pasos de peatones, aun cuando no exista un semáforo que ordene el cruce, o en el caso de tratarse de esquinas donde doblan los automóviles que sí tienen paso, el peatón siempre tendrá prioridad para cruzar esa zona.

Las personas nos hemos vuelto incívicas de repente, o tal vez lo hemos sido siempre, pero ahora se deja notar más.

Ayer me disponía a cruzar la calle cuando una mujer de pelo blanco se situó a mi lado junto a su nieta de unos cinco años, montada sobre una bici roja de cuatro ruedas, probablemente regalo de las Navidades. Yo me detuve porque estaba esperando a alguien, pero la señora que iba cantándole una canción a la niña y sostenía el manillar de la bicicleta con sus arrugadas manos, comenzó a cruzar y un coche, con una inconsciente en su interior, a punto estuvo de llevarse la rueda delantera de la niña por delante y la letra de esa canción a una velocidad indecente.

Ni siquiera paró.

Desde un grito sordo le deseé a la conductora un muro a cincuenta metros contra el que estamparse y perder el conocimiento.

Qué poco importamos las personas. Vivimos deprisa y no desaceleramos para darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, incluso nuestros sentidos son cómplices, pero somos como cuerpos despistados pendientes de un móvil o de las prisas de un reloj, vagando por la ciudad, sumando días sin que cuenten, impresionando a gente a la que no le importamos y hablando de cosas que luego ni recordamos.

Y mientras lloraba la niña a mares y la abuela trataba de consolarla, la vida continuaba con normalidad, sin pestañear.

Las ciudades hacen tanto ruido que cuando pasa algo ni lo sentimos, demasiado acostumbrados a los semáforos, bocinas y coches que se retan, restando energía y dándonos la vida a partes iguales.

Al menos, en esta ocasión la falta de civismo no traspasó los umbrales de lo que se pierde y ya no vuelve.

Espero que mi post de hoy sirva como reflexión para vivir más despacio, a veces unas décimas de segundo cambian el rumbo de las historias.

Avec tout mon amour,

AA

 

Gente que resta

Adriana Abenia playa

A medida que me distancio más y más del olor del colegio y los veranos en los que perseguía saltamontes como si fueran monedas, me doy cuenta de que no me apetece ya perder el tiempo, ni vivir en modo automático.

También he aprendido, aunque me ha costado, a prescindir de las personas que restan y que pretenden arrastrarte con sus tormentas. A esas personas que vulneran tu autoestima, sacan lo peor de ti misma y se erigen como jueces y verdugos de tu día a día.

No quiero a nadie a mi lado que me inste a que me limpie rápido los labios manchados del chocolate de un helado, que baje la cabeza o me haga callar si río con fuerza en un restaurante en silencio, que me advierta de que he cogido kilos y no debería ir a la playa por si me roban una foto o que arruine un karaoke porque canto con las cuerdas mal afinadas. Deseo salir sin maquillar a la calle aun a riesgo de que me digan que tengo mala cara, hacer una broma cuando creo que el momento es demasiado intenso, escribir en mi blog de lo que me dé la gana porque para eso es el mío o presumir de mi condición de mujer y ponerme los escotes que se me antojen y colgar lo que me parezca en mis redes sociales en las que yo decido, como en cualquier otra parcela de mi vida, el cuándo, el cómo y el dónde.

Hace mucho que dejé de intentar complacer a todo el mundo. Es un gasto de energía y un absurdo. No tengo porque rendirle cuentas a nadie de las decisiones que tomo. Las personas que restan te recriminan casi de manera sistemática cualquier cosa que haces y desean que hagas lo que ellos dicen y te comportes como ellos quieres. Es enfermizo.

Y si tienes la mala suerte de que la persona que te quita es tu pareja, es más difícil identificar esa situación en la que dejas de crecer como persona y te conviertes en alguien que no eres, un ser de cartón piedra que no reconoces ni de cerca. En este sentido, agradezco contar a mi lado con alguien que alarga las alas de mi ilusión, en lugar de frenarlas, y respeta cómo soy, con todas las taras que lleva implícitas no tener filtros en la vida, sólo los de instagram.

¡Que sólo sumen en vuestras vidas!

Avec tout mon amour,

AA

¿Te gustan grandes o pequeños?

fotoentrado

Un bolso es una ventana a nuestro mundo interior, más incluso que un repaso a la nevera o una ojeadita, a la velocidad de un velociraptor, a la estantería del baño de una de tus víctimas.

Con las tripas de un bolso puedes escanear a la persona que tienes delante y averiguar si es ordenada, precavida, aseada, promiscua, vive sola, tiene hijos, está enferma, tiene algún trastorno maníaco compulsivo, permiso de armas, conduce, tiene la regla, está obsesionada con quedarse sin batería, le salen inoportunos pelos negros, se va a quitar los tacones en un par de horas o su aliento es el de un ogro que vive junto a una ciénaga.

¿Te gustan grandes o pequeños? Yo tengo una teoría. Cuanto más pequeño es el bolso, más grande es el ego y más seguridad tienes en ti misma; una barra de labios, la cartera y las llaves te bastan y te sobran para comerte el mundo. Por el contrario, cuanto más grande es el bolso, mayor es la inseguridad y el miedo a prescindir de todo ello.

adrianabolso

Un bolso impactando contra el suelo desmonta la coartada que tanto tiempo nos ha costado crear para cosechar los halagos de quienes tenemos delante. En cuestión de segundos, coloca las cartas boca arriba y revela nuestro modus operandi, sacándonos los colores en más de una ocasión.

Lanzad al vacío todo lo que guardáis dentro, como si de otra se tratara y os daréis cuenta de cómo sois.

bolso

  • Las tiritas indican errores en cadena, pero si son de colorines (y no nude, para pasar inadvertidas) demuestran que “la individua” asume su torpeza con dignidad.
  • Una pistola descubre a una policía… o a una narcotraficante.
  • El spray de pimienta, unas nulas ganas de correr o un mal fondo físico.
  • Unos auriculares trenzados permiten entrever cierto miedo a acercar el teléfono a la oreja y sufrir de cervicales o radiaciones en el cerebro. Yo aquí me cuido muy mucho, bastante tengo con ser rubia.
  • Pañuelos de papel desperdigados nos hacen pensar en una alergia estacional o salidas demasiado frescas.
  • Un pintalabios rojo levanta las sospechas: o quiere mandanga o se cree un pibón. Nadie a su alrededor está a salvo.
  • Unas medias cortas son sinónimo de pies fríos y mala circulación.
  • Si hay fuego, la susodicha teme un alud, dejar pasar la oportunidad de ligar con un fumador o ha visto “Buried” y lo difícil que es hacer fuego en Supervivientes.
  • Unas pinzas de depilar sugieren un alto grado de peligrosidad. Es posible que se trate de una de esas mujeres que baja a la playa a sembrar el caos en la arena repartiendo microinjertos con su ADN.
  • Unas bailarinas ligeras apuntan dedos martillo con juanetes, mal de altura o berridos sobre un tacón.
  • Las cremas hidratantes advierten un inminente riesgo de resbalón de la propietaria del bolso al sentarse en una silla. Infalible, lleva tiritas.
  • Un bidón de agua termal de las montañas implica necesariamente que suda a mares, necesita fijar el maquillaje, viaja mucho en avión o tiene la piel sensible.
  • Amuletos: supersticiones varias. ¡Ojo cuidao!
  • Un rollo de papel higiénico denota una mentalidad ahorradora (si se ha agenciado de él en el Sturbucks de al lado de casa) y previsora (nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo y tiene múltiples usos, entre ellos aumentar sin decoro la talla de sujetador, si las circunstancias reman a favor)
  • Un condón solitario, si se han borrado las letras del plástico que lo recubre, indica un atasco importante; si es de apariencia seminueva, denota un alto grado de atracción hacia la persona a la que va dirigido, el cual va a tener la gran suerte de contar con unas bragas de “caída fácil”.
  • Un cable para cargar el móvil: el interlocutor pasará a un segundo plano, porque la persona en cuestión es una yonki del smarphone. No tiene previsto hacerle mucho caso… También es posible que tenga pensado pasar muchas horas fuera de casa, en cuyo caso el condón seminuevo nos dará la pista.
  • Bebidas vegetales: es intolerante a la lactosa, tiene las tripas revueltas o ama su salud y la de las vacas por encima de todas las cosas.
  • Los tampones y algodones alados lo dicen todo. Los tiempos son caprichosos y, si el interlocutor no tiene los exquisitos gustos de Hannibal Lecter y no desea desmontar falsos mitos en torno a la regla y el sexo, conviene estar al tanto de la situación de cara a bombear sangre.
  • Unas gafas de sol, dependiendo del estilo, reflejan una manera de ver el mundo allá afuera.
  • Una pieza de fruta, envuelta en papel de aluminio, destapa cualquier operación bikini, un mal tracto gastrointestinal que debe ser solventado de manera inminente o un dulce hábito saludable en situaciones límite.
  • Un poco de chocolate derretido, a medio disfrutar, destapa placeres culpables, vicios inconfesables y una buena dosis de fogosidad.
  • Un paquete de tabaco, con sus calaveras incluidas, traiciona a una fémina de dientes amarillos, escaso poder olfativo y demasiadas películas en blanco y negro reproducidas en VHS. Son chimeneas con curvas.
  • Un power ranger blanco (en su versión chinese y encontrado en las dunas de Fuerteventura) descubre a una auténtica cazatesoros, de las que valen la pena tener cerca. Es gente de fiar.
  • Un pequeño Cristo Redentor rozando con sus brazos la tela del bolso deja entrever a una persona emocional, con amigos de verdad que se acuerdan de su caótica dueña a kilómetros de distancia. Mejor no meterse con ella, porque pueden aparecer en manada para defenderla.

Lo que más feliz me hace es saber que vosotros, hombres, estáis empezando a llevar también bolsos, de esta manera tendremos muchos más datos para hacer también nuestras averiguaciones.

Bolsos al suelo… ¡Y a fisgonear!

bolsotumbada

Avec tout mon amour,

AA