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La lista de cosas que cambiará tu vida

Estamos acostumbrados a hacer listas de lo que debemos hacer. Nos pasamos horas ordenando y planificando a corto, medio y largo plazo, tanto como lo que da de sí la vida.

Pero pocas veces -o ninguna- nos paramos a hacer listas de “lo que NO hay que hacer”, más difíciles de cumplir que las primeras, al menos en mi caso.

La disciplina es clave a la hora de tirar de un listado y me parece un excelente ejercicio elaborar una lista en negativo de aquello a lo que dedicar nuestro esfuerzo.

Esta manera de enumerar exige mayor profundidad que las listas que habitualmente hacemos, mucho más inmediatas y que generan una satisfacción similar a la de un azucarillo que enseguida se deshace en nuestro paladar, una vez las llevamos a cabo.

Os propongo unos minutos para pensar en vuestra lista de cosas que no hacer; escribidla y repasadla cada día. La dicha que puede ocasionar cumplir alguno de esos objetivos será más duradera que lo que hayáis imaginado con cualquier otra lista anterior.

Aquí va un pedacito de la mía:

  • No hacer nada que vaya en contra de mi intuición.
  • No dejar escapar las muestras de cariño que considero reales.
  • No perder la oportunidad de aprovechar más el tiempo con mis seres queridos.
  • No abusar de los tacos, pierden efecto.
  • No intentar razonar con las personas que no escuchan.
  • No olvidar cuidar la voz. Me ha costado mucho recuperarla.
  • No tocar el móvil mientras como, mucho menos si estoy acompañada.
  • No ser tan poco delicada cuando me piden que sea sincera.
  • No malgastar mi tiempo con personas a las que no les importo.
  • No sucumbir a mis miedos.
  • No esquivar los halagos. También los merecemos.
  • No dejar de valorar los detalles.
  • No perder la capacidad de sorprenderme.
  • No dejar de reír alto, esté donde esté.
  • No dejar de soñar, aunque el día se ponga del revés.

(…)

Es importante para mí tenerla muy presente.

¿A qué estáis esperando para hacer vuestra lista y ver cómo todo cambia?

Avec tout mon amour,
AA

Basta ya de vendernos a las mujeres que sólo teniendo hijos alcanzaremos el Nirvana

Samanta Villar, madre de mellizos mediante una ovodonación, ha compartido su experiencia en el libro Madre hay más que una.

En sus páginas la periodista ha abierto la caja de los truenos:

«Abandonemos ya esta idea de que la maternidad es el último escalón en la pirámide de felicidad de una mujer». «Yo no soy más feliz ahora de lo que era antes. «Tener hijos es perder calidad de vida«. «Tener hijos es despedirte de tu vida anterior, y tienes que estar preparado».

Enseguida un ejército de “súper madres” ha hecho su entrada triunfal en las redes sociales para poner a Samanta de vuelta y media, poniendo de manifiesto lo intolerante que resultamos a veces y lo poco que respetamos eso a lo que llamamos “libertad de expresión”.

Me he dispuesto a escribir sobre ello, porque precisamente esta semana mi querido Jesús Locampos y la revista Semana me formulaban la misma pregunta: «¿tenéis ganas de ser padres pronto?».

Desde que me casé en diciembre del 2015, un goteo incesante de medios, con la mejor voluntad, me pregunta siempre lo mismo, al igual que nuestros amigos más cercanos. Tanto énfasis en algo que no debería constituir una obligación, mucho me temo que puede acabar en una aversión hacia esa etapa que nos venden como imperdible y maravillosa, la de la maternidad.

Tal y como confesaba a Mujer Hoy esta semana, me da pereza ser mamá y me molesta la presión que ejerce la sociedad sobre las mujeres para que seamos madres y así sentirnos realizadas y alcanzar el Nirvana, engañadas por los mitos románticos de la procreación, máxime cuando no existen las suficientes medidas de conciliación que faciliten compatibilizar carrera y maternidad.

Además, lo del “instinto maternal” me parece muy sexista, da la impresión de que sólo es cosa de mujeres y lo verdaderamente cierto es que hay muchos hombres que desean serlo por encima de todas las cosas.

Tener un hijo implica sacrificar muchas parcelas de la vida de la que soy muy celosa en estos momentos; y aunque algunos me juzguen por ello, cada uno resuelve su vida como mejor le parece.

Y cuanto más me imponen las circunstancias de la vida y me apremia el paso del tiempo a quedarme preñada en la treintena antes de que mis óvulos no sirvan, más reparo en la cara de cansancio de los padres al arrastrar el carro por las aceras, más cansino me resulta el llanto de un bebé que no es el mío y más consciente soy de lo rápido que pasa la vida cuando te embarcas en ese nuevo ciclo de la misma, que debería ser más una opción que una imposición. Como cuando una madre decide no dar el pecho a su criatura y entonces la lapidan -principalmente el resto de mujeres- por estar haciendo las cosas mal.

Siempre he asumido la egoísta idea de tener descendencia para no quedarme sola el día de mañana, pero cuántos mayores en residencias se quejan de que nadie los visita y que la soledad es protagonista del último tramo de su vida. Así que, si algún día decido ser fecundada, será porque me mueven otras inquietudes, al margen de la necesidad de sentirme acompañada o de los “fértiles” consejos del mundo en el que nos movemos y en los que se estigmatiza algo tan personal como la maternidad, que no es ni mucho imprescindible para alcanzar la plenitud y puede incluso dar al traste con ella, si no es lo que deseas.

Sinceramente, obligarse a amar a alguien que todavía no conoces debe ser una elección, y cuando dices no querer tener hijos, ese debería ser el fin de la conversación.

Bravo, Samanta, por normalizar lo que muchas madres piensan y no se atreven a decir.

Avec tout mon amour,

AA

Mi reino por estar eternamente enamorada

(Anna Dart)

Hace unos días, mientras veía la entrevista que le hacía Risto a Cristina Cifuentes en Chester in Love, me quedé anclada en una respuesta que le dio la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Tras preguntarle directamente: “¿Estás enamorada?”, ella contestó: “Probablemente de la misma manera en la que tú lo estás, no. Si quieres vivir toda tu vida en estado de enamoramiento puedes, pero tienes que hacerlo con diferentes personas”.

Y pensé en la verdad de esas palabras.

Al principio de una relación vives una realidad desenfocada y ciega en la que sólo deseas vivir de manera desbocada junto a la otra persona, cometer locuras, rozar su piel a todas horas y en cualquier lugar, sin temor a ser descubiertos, o alejar el mundo que te rodea y que envidia esa euforia que, cuando nunca se ha sentido, no se comprende.

Darse la mano es eléctrico, las miradas un acertijo que te empeñas en descifrar y el sonido de un mensaje en el móvil descabalga el corazón, como un beso. El amor inicial no tiene límites ni aristas y tiendes a idealizar cada palabra, gesto o sensación, la otra persona apenas tiene defectos.

Las almohadas te devuelven su olor, aunque su nuca jamás haya rozado esas sábanas, pasas horas mareando con una cuchara la taza esmaltada del desayuno y tus ojos son un charco de color que brillan más de lo normal.

Amar de esa manera es embotellar el sentido común y vivir con la boca seca y de puntillas todo el rato, continuamente apegada. La cordura que se te presuponía desaparece de repente y el aire es más denso cuando echas de menos, como si un nudo se apoderara de tu garganta y las horas pasaran mucho más lentas, sin él.

En esa fase en la que vives a kilómetros del suelo, alborotada, en la que descansas la barbilla sobre cualquier mesa abstraída y que puede durar hasta tres años, el amor es dolor, las emociones conviven flojas y un precipicio se abre bajo tus pies si se dicen cosas entre los dos que no se sienten y que electrocutan el alma.

Y, en medio del caos que es estar enamorada -tan terrible como precioso-, una no puede sentirse más feliz en mitad de una nube de polvos de talco y miles de fotografías de besos, afortunada de haber dejado atrás una existencia de grandes espacios vacíos, en los que faltaba de todo.

Y, aunque me fascina escuchar que hay gente que dice estar siempre enamorándose de la misma persona, yo no acabo de creerlo. Y es que en el momento en el que la resaca del enamoramiento pasa y los alfileres de la realidad apuntan hacia la pareja, es cuando cabe la posibilidad de construir esos cimientos que pueden llegar a ser eternos, cuando puedes sentir que el hogar está donde se encuentra la otra persona y cuando te crees capaz de superar cualquier contratiempo que te deparará la vida, por el mero hecho de estar juntos, segura de ir a caer una y otra vez sobre un colchón hinchable.

Aun así, que daría yo por estar eternamente enamorada…

Avec tout mon amour,

AA