Entradas etiquetadas como ‘Eduardo Noriega’

Agosto en la ciudad

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Agosto me daba la bienvenida esta mañana, antes de acudir a mi cita diaria en Amigas y Conocidas en Televisión Española, con un escenario de película, el de la Gran Vía madrileña aletargada, más sola que la una y con el asfalto comenzando a evaporarse por el calor.

Con las sábanas plegadas todavía en mi cara y el semáforo en rojo, había tratado de encontrar la cámara que estaría rodando de nuevo la laureada película Abre los ojos, escuchar un “acción” en boca de Amenábar o subir a Eduardo Noriega el día de su 43 cumpleaños en mi coche con aire acondicionado y escapar los dos a una paradisíaca playa de Santander. Pero, como en la película del cineasta chileno-español, la vida es sueño y el semáforo se ponía de nuevo en verde dejándome huérfana de mis ensoñaciones en dirección al desvío de Boadilla del Monte, aprendiendo a dominar los delirios (se me aparecen oasis de agua turquesa por la Avenida de Portugal) hasta encontrarme con la misma chica que, bajo una gruesa capa de crema solar, vende pañuelos (que esconde detrás de un vehículo azul) todos los días.

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En el plató de las mañanas de La 1 hace calor, por eso a las Rodríguez nos gusta enseñar pierna. Unos cócteles y una cerveza (nada etílica) adornan nuestra mesa y nos invitan a imaginar paraísos ajenos a la capital. Nos lo pasamos muy bien, pero sabemos que el mar está lejos y que lo único que nos deparará con certeza la tarde es una piscina de cloro o bromo, para las más afortunadas, o en mi caso las gloriosas neveras del súper de El Corte Inglés próximo a mi casa por las que pasear palmito cuando la calle te asfixia con los dedos y el canto de las cigarras y las tiendas ya han cerrado.

Los nebulizadores de agua, a estas alturas del partido, ya son mis amigos y los busco como si fueran Pokémons. Cualquier obra de teatro o concierto es bien recibido si los grados bajan en torno a ellos, y Madrid de eso va sobrada, es un lujo, por mucho que os empeñéis en empapelar de manera virtual vuestras redes con fotos en bikini luciendo cacharrería, lugares que mojan sólo con mirarlos, noches estrelladas a kilómetros de la urbe o un Daiquiri de saturado color fresa, resultado de un filtro más falso que el bolso de un mantero, que hace más pocho al que repta por mi garganta cada mediodía.

Mañana, cuando deambule por los senderos de Dios de nuevo en coche, con el rostro transfigurado, le compraré un cargamento de pañuelos a esa chica, para secar la envidia y las lágrimas que arrastro como una zombie más a la intemperie, cuando por las tardes tiro de mis pies por las aceras sujeta a un té helado que me recuerda que también existe el invierno, pese a las imágenes que me devuelven las olas, que suenan a distancia como bofetadas.

Contentémonos con saber lo fácil que es encontrar aparcamiento en agosto en la ciudad. Eso es a lo que se agarra todo el mundo, ¿no?

¡Felices vacaciones a los desertores! Pese a todo…

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Avec tout mon amour,

AA

Vi a una chica llorar entre el público en el concierto de Rufus Wainwright

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Apuré los minutos antes de entrar al Teatro Real tensando los cordones de mis sandalias camel en el coche negro que me trasladaba hasta el concierto de Rufus Wainwright, en lo que supuse bien iba a ser el sueño de una noche de verano.

Nada más llegar, enseguida me dispuse a saludar a caras amigas, unas más televisivas que otras, que apuraban los días en Madrid antes de marcharse de vacaciones y disfrutar, como yo, de las canciones desnudas del artista, enfundado en unos estrafalarios pantalones fucsias de estampado salvaje, que olvidó por completo la letra de California y que creció a medida que avanzaba la noche, durante la que me ausenté para ir al baño y que al regresar -por lo que yo pensaba que era el camino- me situó en el interior de una sala de juntas y próxima a una flecha que indicaba “escenario”.

Por ahí estaban, entre otros, un simpatiquísimo Eduardo Noriega, con una camiseta negra en la que asomaban las teclas de un piano y con el que estuve hablando del mar, Antonio Pagudo, con el pelo tan corto que consiguió que reparara en sus nuevos trapecios y no en sus rizos, Javier Cámara, Marisa Paredes, a mi derecha en el palco e inclinada sobre el sobrio escenario dentro de una camisa botánica y chocando sus manos de manera elegante, Eugenia Martínez de Irujo, que me dedicó una bonita sonrisa, o Miguel Ángel Lamata, director de cine, paisano y amigo…

Alrededor de las 11 y media de la noche salimos todos a despejarnos a la preciosa terraza del Teatro, con vistas a los jardines y al Palacio Real. Entre las caras que más ilusión me hizo encontrarme, la de Marta Torné, entusiasmada con los acordes del vocalista y compositor por el que puso el nombre de Rufus a sus perritos y con la que conversé largo y tendido.

Pero, sin duda, la protagonista del concierto que viví fue otra, sin ella saberlo. Una chica sentada en primera fila, con la palma de su mano tapando su boca en lo que yo pensé que era un bostezo infinito y que le costó mi atención, justo cuando rompió a llorar emocionada escuchando una triste balada francesa y hasta los aplausos finales, mientras yo la observaba desde lo alto y perdía de vista al norteamericano. A su lado, ninguno pareció darse cuenta de que ésta no paraba de secarse con disimulo los ojos.

Qué poder el de la música, que es capaz de conmover o de multiplicar la felicidad, la tristeza o el miedo. Capaz incluso de quebrar la voz.

Sentí incluso que violaba su intimidad.

Que jamás se detenga la música que nos hace más humanos. La necesitamos ahora más que nunca.

Avec tout mon amour,

AA