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¿Os acordáis cuando los coches paraban en los pasos de peatones?

Animo a todos los que me leen a refrescar ciertos conocimientos adquiridos en el pasado: en todos aquellos pasos de peatones, aun cuando no exista un semáforo que ordene el cruce, o en el caso de tratarse de esquinas donde doblan los automóviles que sí tienen paso, el peatón siempre tendrá prioridad para cruzar esa zona.

Las personas nos hemos vuelto incívicas de repente, o tal vez lo hemos sido siempre, pero ahora se deja notar más.

Ayer me disponía a cruzar la calle cuando una mujer de pelo blanco se situó a mi lado junto a su nieta de unos cinco años, montada sobre una bici roja de cuatro ruedas, probablemente regalo de las Navidades. Yo me detuve porque estaba esperando a alguien, pero la señora que iba cantándole una canción a la niña y sostenía el manillar de la bicicleta con sus arrugadas manos, comenzó a cruzar y un coche, con una inconsciente en su interior, a punto estuvo de llevarse la rueda delantera de la niña por delante y la letra de esa canción a una velocidad indecente.

Ni siquiera paró.

Desde un grito sordo le deseé a la conductora un muro a cincuenta metros contra el que estamparse y perder el conocimiento.

Qué poco importamos las personas. Vivimos deprisa y no desaceleramos para darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, incluso nuestros sentidos son cómplices, pero somos como cuerpos despistados pendientes de un móvil o de las prisas de un reloj, vagando por la ciudad, sumando días sin que cuenten, impresionando a gente a la que no le importamos y hablando de cosas que luego ni recordamos.

Y mientras lloraba la niña a mares y la abuela trataba de consolarla, la vida continuaba con normalidad, sin pestañear.

Las ciudades hacen tanto ruido que cuando pasa algo ni lo sentimos, demasiado acostumbrados a los semáforos, bocinas y coches que se retan, restando energía y dándonos la vida a partes iguales.

Al menos, en esta ocasión la falta de civismo no traspasó los umbrales de lo que se pierde y ya no vuelve.

Espero que mi post de hoy sirva como reflexión para vivir más despacio, a veces unas décimas de segundo cambian el rumbo de las historias.

Avec tout mon amour,

AA

 

Gente que resta

Adriana Abenia playa

A medida que me distancio más y más del olor del colegio y los veranos en los que perseguía saltamontes como si fueran monedas, me doy cuenta de que no me apetece ya perder el tiempo, ni vivir en modo automático.

También he aprendido, aunque me ha costado, a prescindir de las personas que restan y que pretenden arrastrarte con sus tormentas. A esas personas que vulneran tu autoestima, sacan lo peor de ti misma y se erigen como jueces y verdugos de tu día a día.

No quiero a nadie a mi lado que me inste a que me limpie rápido los labios manchados del chocolate de un helado, que baje la cabeza o me haga callar si río con fuerza en un restaurante en silencio, que me advierta de que he cogido kilos y no debería ir a la playa por si me roban una foto o que arruine un karaoke porque canto con las cuerdas mal afinadas. Deseo salir sin maquillar a la calle aun a riesgo de que me digan que tengo mala cara, hacer una broma cuando creo que el momento es demasiado intenso, escribir en mi blog de lo que me dé la gana porque para eso es el mío o presumir de mi condición de mujer y ponerme los escotes que se me antojen y colgar lo que me parezca en mis redes sociales en las que yo decido, como en cualquier otra parcela de mi vida, el cuándo, el cómo y el dónde.

Hace mucho que dejé de intentar complacer a todo el mundo. Es un gasto de energía y un absurdo. No tengo porque rendirle cuentas a nadie de las decisiones que tomo. Las personas que restan te recriminan casi de manera sistemática cualquier cosa que haces y desean que hagas lo que ellos dicen y te comportes como ellos quieres. Es enfermizo.

Y si tienes la mala suerte de que la persona que te quita es tu pareja, es más difícil identificar esa situación en la que dejas de crecer como persona y te conviertes en alguien que no eres, un ser de cartón piedra que no reconoces ni de cerca. En este sentido, agradezco contar a mi lado con alguien que alarga las alas de mi ilusión, en lugar de frenarlas, y respeta cómo soy, con todas las taras que lleva implícitas no tener filtros en la vida, sólo los de instagram.

¡Que sólo sumen en vuestras vidas!

Avec tout mon amour,

AA