Archivo de mayo, 2016

Así descubrí que soy celíaca

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Hoy, 27 de mayo, se celebra el Día Nacional del Celíaco. No será ni el primer, ni el último post que escriba acerca de este tema.

Hace dos años y medio me diagnosticaron mi condición de chica gluten free tras un viaje a París en el que saqueé todos los croissants de Rue Mouffetard. Fue una gran despedida y, desde entonces, el simbolito de la hoja de trigo tachada es mi bandera cada vez que salgo a comer fuera de casa.

Me habéis pedido en numerosas ocasiones que os hablara de cómo descubrí que lo era, así que os confirmo que, después de debutar con una neuropatía periférica, migrañas con aura, dolores articulares, musculares, visión doble y alguna que otra romántica cagalera a horas intempestivas, una prueba genética y una biopsia intestinal me dieron la respuesta a todos mis males. En mi caso, las vellosidades intestinales estaban más deterioradas que la posidonia balear.

Ni la analítica ordinaria que le hacen a todo el mundo, ni el pinchacito de la farmacia dieron positivos, pero en cuanto eliminé el trigo, el centeno, la cebada y la avena de mi vida todo cambió.

Es curioso cómo en la medicina española, en líneas generales, apenas se contemplan los síntomas que exceden lo meramente intestinal de cara a dar “el carnet de celíaco”. Es una de las enfermedades más infradiagnosticadas que existen y que, si no se trata con una dieta libre de gluten, puede derivar en algún tipo de cáncer intestinal, trastornos del sistema inmunológico, osteoporosis, abortos espontáneos, infertilidad o anemia, entre otros.

No necesariamente tienes que tener síntomas para serlo, puedes ser un celíaco silente y exigir la misma respuesta para que el daño intestinal no progrese. De hecho, es muy gracioso (o nada) cómo en algunos restaurantes se basan en los síntomas de sus clientes celíacos para decidir si un plato es apto o no para nosotros; es absurdo, si te envenenan raro es el día que llamas para protestar, no vuelves y punto.

Y, pese a que cada vez está más extendido el conocimiento de esta enfermedad, todavía hay muchos camareros que meten la manga en el plato para quitarte un trozo de pan que hay justo encima de un bosque de ensalada. Porque la contaminación cruzada para algunos cocineros es un cuento chino y no se dan cuenta de que esta negligencia, que perciben como un capricho, nos hace mucho daño. No puede haber trazas de gluten diseminando nuestro frágil mundo. Además, es necesario que tengan mucho cuidado con la elaboración del menú evitando espesantes, salsa de soja, colorantes, conservantes y condimentos que puedan llevar gluten y arruinar la pradera de nuestro intestino. Se trata de una agresión intolerable.

Convivir con la celiaquía es muy sencillo en casa y un acto de fe fuera de ésta. Pero no me cansaré de advertir a los restaurantes para que se pongan las pilas y de esta manera continuar con mi agitada vida social.

Respecto a la moda de comer sin gluten, personalmente, estoy satisfecha, consigue que la gente conozca lo que implica ser celíaco. Un médico me dijo una vez que uno de los secretos para estar sano era eliminar de la dieta: el gluten, el azúcar y los lácteos. Y, probablemente, si no fuera celíaca (y con todo lo que ahora sé), seguiría una dieta sin gluten que, para los que no controléis, actúa como el pegamento de los alimentos y es el que permite, por ejemplo, que una pizza (el pan, no el queso) se estire como un chicle en el cielo.

Por otro lado, me molesta que me miren como si siguiera algún tipo de dieta para adelgazar (lo cual es una gilipollez, porque los productos sin gluten suelen tener más calorías) o para mejorar el rendimiento físico, como Djokovic o algún jugador del Real Madrid.

Aún queda mucho por hacer, entre otras cosas conseguir que bajen los precios de los alimentos para celíacos o los subvencionen, como en otros países (Italia, Suecia, Reino Unido, Suiza, Luxemburgo…). Pero, mientras tanto, FELIZ DÍA a todos los que compartís una misma criptonita, la del gluten; y a los que, después de leerme y haceros las pruebas, habéis descubierto que los sois, porque la vida en adelante será MARAVILLOSA.

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Avec tout mon amour,

AA

 

* Foto de la tarta de frambuesas sin gluten: GTRES.

Nacida para correr

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En vistas a que en escasas horas deberé ponerme manos a la obra y convencer al mundo de que mi meta en la vida no es otra que poner pies en polvorosa, en el nuevo programa de TVE, Nacidos para correr, hago un repaso a mi actividad física de los últimos meses y sumo menos metros que de mi casa al Corte Inglés. Oh, yes!

Decido ponerme yo misma a prueba y me calzo unas deportivas tan ajenas que, al estirar mis atrofiados músculos, siento que hago equilibrios sobre un colchón de viscoelástica. El cuerpo me responde a medias y Zaragoza, donde hace meses que no paseo porque Madrid me retenía entre grabaciones, fotos y amigos, es un lugar en el que campan a sus anchas gramíneas, plataneros y cipreses, que hacen que mi nariz se comporte como un chile picante y mis ojos brillen emocionados. La misma emoción que me invade al saber que mis tiernos pies van a tener que golpear un rato el arenoso suelo de la ciudad que me ha visto crecer deportista, me encuentra ahora más oxidada que un tornillo navegando en el Ebro y más blanda que una letra de Pablo Alborán.

Inicio una marcha ligera y estiro en lo posible el momento de empezar a trotar, entre runners machos que utilizan un árbol como baño, que ya no van envueltos en bolsas de basura -como hace años- y que se recomponen el tipo con la maniobra de “la cobra” al cruzarse con el sexo opuesto, cuando venían a lo lejos doblados cual Torre de Pisa y tocándose el lumbago con ambas manos.

Es el momento de echarse a correr y, antes de que me sobrevenga un flato, ya siento que llevo meses corriendo, que puedo escupir a la hierba, que lo sé todo del running y que va siendo hora de dar consejos a diestro y siniestro en Instagram. Nueva York se me antoja como el próximo destino para colgarme el dorsal, entre altos edificios y meros aficionados.

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Pero un pinchazo debajo del corazón, que podría ser un inesperado infarto, me hace menguar la carrera. Con lo bien que iba todo, mierda. Para colmo, siento que se me ha subido un gemelo en una estúpida cuesta, hasta casi alcanzar mis ingles y no consigo zarandearlo lo suficiente para recolocarlo. Aprovecho para convertir una fea mueca en una impagable sonrisa y hacerme una foto que sirva para ilustrar mis palabras.

De repente, la boca se me seca y recuerdo haber olvidado el agua en casa porque ya mi smartphone era lo suficiente aparatoso para hacerme perder la vertical, al galope, por lo que es muy posible que sufra una deshidratación en minutos. Y es que la vida es cuestión de prioridades: con una mísera botella no puedes fardar, a lo sumo evitar un desmayo, pero qué queréis que os diga, caerse está sobrevalorado, siempre habrá alguien que te encuentre y te asista con amor. Sin embargo, amigos: un móvil os permite recoger el momento, muy práctico si tenéis alma de periodista egocéntrico.

Sé de antemano que mañana tendré agujetas y estaré más limitada de movimientos que mi propio culo en estas mallas. Será estupendo poder mostraros mis resultados de runner rubia durante la friolera de 21 días, como en el programa de Cuatro. Si me veis cojear por las aceras, no os dé pena, pensad en que este verano seré la primera en llegar a las Rebajas.

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Chupaos esa.

Avec tout mon amour,

AA

Busco a Jacq’s

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El pasado martes 17 de mayo fue el Día Mundial del Reciclaje y yo ostento el título de madrina de excepción, junto con mis otros compañeros de fatiga.

Cuando me propusieron grabar la versión ecológica del memorable Busco a Jacq’s, para la campaña La esencia del reciclaje de Ecovidrio, admito que la niña que hay en mí comenzó a dar saltos de alegría sobre un contenedor verde, loca por calzarse el látex cereza de la despampanante muchacha de mis sobremesas de verano, que víctima de la ola de calor, pobriña, se bajaba una cremallera que llegaba hasta el ombligo y revivía, a lomos de una moto, incluso a los pulpos ya salpimentados que había sobre la mesa.

Así que, con el entusiasmo que me caracteriza me fui, toda ética y pasión como el punto limpio que soy (aseada y con el pelo reluciente), a convertirme en el reclamo televisivo más conocido de los últimos tiempos, capaz de frenar el cambio climático. O al menos el clima del rodaje, como mi antecesora, que nadie sabe si encontró a ese hombre que no se detenía ante nada y dejaba tras de sí un aroma único e inconfundible.

Tras hacer alarde de curvas y buen comer en mis redes sociales, el equipo tuvo a bien prepararme, en lugar de polvos de talco, un paquete de harina de trigo por si el mono se me resistía cual fardo rubio, un chiste si tenemos en cuenta que soy celíaca y, por lo tanto, gluten free.

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Pero me subestimaron, el muy osado entró como la seda y, con unos trucos mágicos -y más relleno que un pavo en Acción de Gracias- lucí como Sabrina Salermo en sus buenos tiempos.

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A mí lado, un gallardo Carlos Baute me rogaba que no le hiciera reír con una perilla pegada a su barbilla adolescente y más cresta que Barei en Eurovisión, a punto de emular al desafiante gitanillo de Solo Loewe y antes de irse a ver el partido Real Madrid- Manchester City.

Y, a lo lejos, la simpática pareja formada por Laura Sánchez y David Ascanio, olía en paños menores almohadones, para su excitante Gaultier.

No sabía que pesaban tanto las motos hasta que me subí a la del set de rodaje. Unos mozos de brazos robustos me la sujetaban hasta que fuera de mi casco se escuchaba: “¡acción!”. Allí eché de menos un ventilador, a lo Paulina Rubio, que agitara mi melena de leona; aunque, debo admitir, lo que más temí es que se fueran a tomar viento fresco mis extensiones, con clips incluidos. Es lo que tenemos las mujeres de hoy en día, que somos un fiasco, nada es lo que parece, y qué gusto poder admitirlo sin perder una miaja de sex appeal.

Aquí quizá a algunos y algunas se les haya caído un mito y dejen de leer. Para los más entregados, continuaré con mi post en aras del medio ambiente. Porque yo, desde que soy una renacuaja (algo tenía que tener de buena y auténtica) lo practico. Mi cocina parece la de una chica con un trastorno basado en la acumulación de bolsas, en las que separo escrupulosamente los plásticos, el papel y el vidrio. Pero sabed que acabo de darme cuenta que las colonias y perfumes también pueden, por muy lindos que sean, contribuir a un mundo más sostenible: ¡yo ya he encestado dos en el círculo green!

L’eau de Vitrüm captura la esencia del reciclaje y yo ya me he agenciado varios frascos para ser la primera en bajarlos a la calle, en zapatillas y una afrodisíaca bata de guatiné. Tal vez por esto, el maravilloso equipo de Ecovidrio tuvo el detalle de regalarme en la rueda de prensa de El Corte Inglés el mono rojo, para que hiciera alarde de la motorista que llevo dentro y baje digna a reciclar, con este nuevo ‘homewear’.

Avec tout mon amour,

AA

‘Phubbing’, el arte de ignorar al prójimo por culpa del móvil

imageAnteayer casi acabo salpicada de restos humanos por culpa de un hombre que no paraba de hablar con su smartphone al cruzar indebidamente la calle, en un paso de peatones con el semáforo en rojo. Lo mejor de todo es que el tipo en cuestión ni siquiera sabe que estuvo a punto de crujir como una cucaracha y terminar como uno de esos millones de pecas que son los chicles usados, sobre los que caminamos y que han acabado convirtiéndose en una alternativa económica al asfalto caliente, con el que se sella el pavimento.

Le observé reír a carcajadas, ausente; y al coche que había frenado en seco llamarle ‘gilipollas’, con las ventanas cerradas. Me di cuenta de lo idiotas que resultamos al aislarnos del universo y, justo hoy, he descubierto que el fenómeno es algo patológico y se acuña con una palabreja muy ibérica, phubbing, que consiste en ignorar a otros por culpa del teléfono.

Trago saliva porque estoy en diagnóstico reservado de lo arriba mencionado, no sé dónde se encuentra la tabla de salvación y no muestro arrepentimiento. Glups.

Recuerdo cuando me daba vergüenza hablar con auriculares por la calle e imaginaba que los viandantes pensaban en lo tarada que estaba por lanzar palabras al viento, sin que me acompañase nadie. Desde luego no habrían ido desencaminados, la cordura no es lo mío, qué os voy a contar. Pero, volviendo a lo que interesa, nos hemos convertido en un ejército de desquiciados que hablan con sus cada vez más aparatosas máquinas y pierden comba de lo que sucede a su alrededor.

Si ahora me preguntaseis qué camino he elegido para ir a ese u otro lugar, quizá no sabría responder. Pierdo detalles que antes eran importantes para mí. Perdemos a las personas. En sentido metafórico y literal: puedo estar cruzándome con mi madre y pasar de largo. Como veis, he aquí una hija ejemplar.

Casas en las que antes todo era bullicio, se vuelven silenciosas. Somos como espías malos, a lo Austin Powers, que vivimos a través de los demás, dejando nuestra vida a un lado. Si no estás en las redes sociales, no existes. Cuento con los dedos y me hallo en cinco: Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat y Vippter. ¡Ahí va mi madre, entended que me sienta como una yonki de jeringa en mano!

Menos mal que en las comidas y cenas con amigos dejo que se enfríe la carcasa, ardiente como un huevo frito, y acuesto a mi pequeño en el bolso. Pero, aun así, siempre hay dedos que serpentean sobre el mantel y bocas que preguntan sobre algo que ya se ha hablado.

Y qué decir de unas vacaciones sin cobertura, sin ni siquiera una raya de esas que rescatas de debajo de la cama o abandonando un trozo de tu cuerpo fuera de la ventana, a medio camino entre el suicidio y un “quiero tocar la lluvia”; unas que no consten en imágenes en vuestras redes, y dadme la razón cuando afirmo que éstas serían unas vacaciones fantasma. Porque qué sería del goce de saber que, mientras otros están cumpliendo un horario de oficina o cociéndose en la ciudad, tú estás con la fuerza de un percebe abrazada al mar y a los refrescantes mojitos.

Mi etapa phubber tiene que prescribir, lo sé. Pero, hasta que eso suceda, aprovecho para invitaros a que me sigáis en las redes.

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¡Mi reino por un clic!

Avec tout mon amour,
AA

«Barei, por favor, say NO a la cresta»

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Este sábado fijamos el campamento base en el salón de mi casa, con comida basura repartida por todas las mesas y mi loro Rocco haciéndole los coros a los 42 países participantes.

Tenemos previsto hacernos una cresta, en honor al videoclip del famoso Say Yay de Barei, porque de música no tenemos ni idea- y os lo dice una que pensaba que la OTI eran los ascensores- pero entregados somos un rato.

No pude resistirme anteayer a ver en el ordenador, a todo volumen, la filtración de la primera semifinal del Festival de Eurovisión y me quedé estupefacta al ver a España, por varias razones.

Permitidme jugar a ser juez en esta ocasión, con mazo incluido.

Siento ternura por esta muchacha de estética grafitera, envuelta en paillettes y que mueve los pies dentro de unas zapatillas de cuña, al más puro estilo Bershka, con un 3 impreso sobre su vestido bronce… puesto en el que, en todo caso, quedaríamos si contásemos en sentido inverso, teniendo en cuenta la reciente etapa negra que hemos vivido en el certamen y las dudas hacia una letra que este año es en inglés.

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Y no es que la canción no me guste, que tampoco es que estimule en exceso mi lóbulo temporal, donde guardo los éxitos de discoteca de mi vida, sino porque en Estocolmo, al margen de intereses diplomáticos y ‘coleguismo’ entre países vecinos, otros candidatos desean la victoria más que nosotros y se lo curran más, la verdad sea dicha.

El momento colosal de su caída al suelo, un híbrido entre esguince de modelo de pasarela y un penalti claro, me tiene acojonada. Y no es para menos. Mención aparte merece la coreografía de las chicas que la acompañan, que con su baile traducen simultáneamente la canción al lenguaje de los sordos. Desde aquí, por cierto, mi más sincera felicitación a los que se les ocurrió el año pasado interpretar la música del concurso con movimientos corporales. Este año contarán también con la inestimable ayuda española.

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Las luces también son un problema de cara al peinado. A contraluz su silueta hace pensar en el skyline de las cabezas de los 80, con un punk “frito total”: a tope de cardado, bien fumigada con laca y volumen en sus múltiples encarnaciones.

Criatura, no me la disfracen, ella podría resultar maravillosa, pero esta realidad así no se sostiene. No pueden vender frescura y naturalidad en polvos. Me da la impresión de que quieren hacernos creer que ha cincelado su carrera en el metro (donde, por cierto, he escuchado a artistas anónimos que frenan las prisas) y sus pasos de baile en un túnel, de esos en los que sólo te metes para hacer el mal, algo en lo que estoy desentrenada. Mierda.

Debo de tener un corazón de vinilo, porque echo de menos esos artistas de canciones que pasan a la posteridad en color sepia, con canciones que no son clones de muchas otras. No obstante, sería una alegría saber que estamos en el ansiado TOP 10. Por eso, desde aquí, te deseo muchísima suerte, Barei. Sea como sea, tiene que ser una experiencia brutal y estamos deseando ver esos pasos tan tuyos.

A la espera de que llegue la gran fecha y colme mi hogar de comida cerda, queda inaugurado el tablón en blanco de mis comentarios, para que digáis y hagáis lo que os venga en gana.

Al más osado… Twelve points!

Avec tout mon amour,

AA

  • Fotos de Barei: GTRES.

Mi cicatriz de chica mala

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Ahora que me han abrochado por el cuello, siento que me posee el espíritu rebelde de Bonnie and Clyde. Me veo a mí misma como una chica mala que escribe con su dedo índice en el vaho de un espejo y roba en gasolineras, pequeños bancos y en tiendas de alimentación.

Vivo estos días en una bella mentira de olas de siete pisos de altura, en la que podría calentar mi lengua con un mechero y abrir cervezas con mi boca.

A la gente le da morbo que le hablé de mi cicatriz, como si allí escondiera mi software rubio.

Aún me impresiona tocarme el cuello y ayer dormí por primera vez de lado, toda una proeza, ya que hasta ahora lo había hecho como si fuera a apretar el gatillo en cualquier momento: recta, con las manos sobre el pecho y prácticamente sin respirar.

Mención aparte merece la peluquería, a la que no he ido por temor a que en el lavacabezas me quedara mirando el cielo. Pero como tengo más raíces que una planta del desierto, no me quedará más remedio que confiar en que mi cuello no se abra como la Bocca della Veritá, en Roma, y alguno pierda su mano en el interior, por repartir mentiras.

Pero de lo que no cabe duda es que una cicatriz es como una medalla que te acerca ese sentimiento de valentía que te embargaba cuando tu clase tapizaba de firmas el blanco yeso de tu escayola; o ese chorro de mercromina que iba acompañado de unas palabras que sanaban más que esta: “No es nada, no llores, ya ha pasado”.
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Mareo todas las marcas que hay sobre mi piel y vienen varias a mi mente, aparte de las que pudieron ser.

Una horizontal en mi tobillo, confeccionada con la hélice de una lancha, al subir a la cubierta. Hasta entonces pensaba que pertenecía a la realeza, pero mi sangre es roja y mis huesos de color blanco roto, como el vestido de las novias que no se atreven a vestir vírgenes.

Y hablando de vírgenes, tendríais que haber visto cómo mis piernas se despeñaron sobre la cabeza de un compañero de pupitre, al tirarme a la piscina del parque de atracciones, en una excursión de fin de curso. En la enfermería sólo les faltó celebrar una ceremonia de despedida a mi niñez.

Y quién no se ha estampado en bici, con destino a ningún sitio. De todos estos costalazos sobre ruedas, que fueron muchos, no acumulo un triste punto, ese sí es un misterio.

Las cicatrices confieren cierto atractivo que no logro explicar.

Y aunque sé que un día no muy lejano la mía será imperceptible -porque así lo quiere mi piel, la rosa mosqueta y mi cirujano- espero haberos convencido de que soy una temeraria.

Aunque más temerarios sois vosotros, por leerme.

Avec tout mon amour,

AA

 

Un día en el Open de Tenis

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No soy muy deportista, ni entiendo demasiado de tenis; pero no hay mejor manera de que “ellas” se muerdan la laca de las uñas y “ellos” suden de impotencia, que gritar al mundo entero -a través de tus redes sociales- que tienes entradas para un palco en el Open de Tenis de Madrid.

Así que, vestida de Minion y calzada cómodamente (hay trampas mortales para las que eligen ir con tacones a este encuentro), me acerqué ayer a La Caja Mágica para ver a Rafa Nadal y a Novak Djokovic pelarse las rodillas en el campo, con tal de ganar cada uno su partido, en octavos de final.

Nada más aterrizar en el recinto, a orillas del río Manzanares, es de obligada visita coger fuerzas en el riquísimo catering de Niki Lauda (expiloto de Fórmula 1), que cuenta con ocho espacios temáticos en los que los celíacos tenemos muchas opciones para sentirnos felices y colmados.

Después de guardar bajo mi peto vaquero aprovisionamiento para todo un año, nos personamos en el campo de juego, henchidos de energía que repartir entre los jugadoresPor cierto, debo de ser la única persona que no entiende por qué en los partidos de tenis hay que estar en completo silencio. Intimida y a mí, personalmente, me cuesta hasta tragar saliva.

🎾 Un día en el Open de Tenis 🎾 ¡Ya podéis leer mi nuevo post en @20m! Arriba, en el link de mi perfil 💋

Una foto publicada por Adriana Abenia (@adrianaabenia) el

El pasado año me escaldé los cuartos traseros al fundirme en los asientos VIP metálicos del encuentro, que en los días más calurosos podrían dar electricidad a toda una ciudad. Este año el tiempo ha respetado y no luciré encarnada. ¡Hurra!

Algo que me fascina es cómo esos ojos sin gafas, a pie de pista, son capaces de enfocar los saques con la fuerte luz que les ilumina. Los tenistas se convierten en guerreros de un manga que lanzan pelotas que se aproximan al oponente como bolas de dragón, emitiendo destellos luminosos. También me asombra ese fair play a pie de pista, lo cual deja en evidencia mi naturaleza tramposa.

Y hablando de jugadores, Djokovic me tiene ganada: por gluten free -estuvo merendando en la pastelería Celicioso conmigo- y por simpático.

NOVAK DJOKOVIC ROBERTO BAUTISTA

Ayer observaba jugar al serbio contra Bautista, con camiseta roja el primero y varias pelotas en fila india en el bolsillo de su pantalón blanco -al más puro estilo del 7 de junio- y recordé la divertida anécdota que protagonizó Silvia Abril en Tu cara me suena, cuando Miguel El Sevilla se introdujo unos calcetines para dar visibilidad a sus partes más nobles durante los ensayos, mientras Silvia jugaba a aplastárselos con las manos; sin embargo, el programa optó por obviar las manualidades del sevillano y quitar la improvisaba coquilla para que no acudieran durante el directo en masa a la falsa diana. Pero, cuando la Abril, que a mí me tiene enamorada, aprisionó los Santos Sacramentos de El Sevilla con precisión y abnegación, se dio cuenta de que los calcetines habían desaparecido y que entre sus manos flotaban canicas de las buenas.

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Por cierto, ¿de qué color es una pelota de tenis?

¿Amarilla o verde?

¡No tendré más remedio que comprobarlo en la final del domingo!

(risas malintencionadas)

Avec tout mon amour,

AA

* Foto Djokovic: EFE/JuanJo Martín

Besos contra la homofobia

besoNo siempre dispongo de tiempo para leer los comentarios de los posts que publico, sin embargo, con el anterior lo he hecho, concretamente en el que me abría en canal y confesaba haberme vuelto loca por un chico en el pasado. Algunos afirmaban que el belga era “un marica con pinta de macarra”, otros un “soplanucas”. Tal cual.

Soy una persona abierta de mente, dialogante y respetuosa con las opiniones, hasta el punto de que tengo el control sobre los comentarios de mi blog y no censuro ninguno; pero me da mucha lástima comprobar cómo corren buenos tiempos para la homofobia. Y no estamos en uno de esos más de 70 países en los que la homosexualidad se castiga con la cárcel o incluso la muerte.

Me he criado en la normalidad más absoluta en un tema que debería haberlo sido siempre, hasta llegar a contar públicamente en qué consistieron mis primeras experiencias sexuales, sin reparos, a las que no hace falta que acuda de nuevo, ya que google es omnipresente.

La sexualidad no es una opción de vida. Nadie elige ser zurdo o diestro. De la misma manera que algo biológico debería estar exento de toda polémica.

Dicho lo cual, me da miedo y pudor que a mi alrededor existan personas que agredan a los que enarbolan la bandera gay, con la misma lógica que se asesina a los albinos negros en Tanzania o se promovió en el siglo XV El Malleus Maleficarum, un absurdo y misógino manual para reconocer y torturar brujas, donde explicaban que tener el pelo rojo y los ojos verdes era un signo claro de ser una de ellas.

Estos días vivimos “la caza del maricón”, contra aquellos en los que queda en entredicho el destino de su rabo y sus sentimientos.

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Es penoso que los prejuicios culturales que muchos adultos transmiten a sus hijos hagan que en las escuelas haya niños que no paren de mirar hacia los barrotes de la verja, camuflando una gran tristeza y deseando regresar a casa para escapar de un infierno con largas llamas de hoguera, más propio de la Inquisición.

Necesitamos desaprender para calmar la homofobia, la bifobia o la transfobia, que tanto daño está generando a pie de calle los últimos días, tal y como exige el colectivo LGTB.

Somos cínicos hasta el punto de enaltecernos al afirmar ser tolerantes y progresistas por tener amigos homosexuales o por no sentirnos molestos si tenemos un hijo con esta “tara” o condición. Contestamos casi todos lo mismo, como muñecos articulados.

Pero aquí va un mensaje para todos los que se limitan a escribir sin pensar, allá y en mi blog, aquellos cuya masculinidad es tan frágil que temen sostener un bolso en plena calle:

La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia, sí; y hasta que encuentren una cura para esta, no me ensañaré más, porque los homófobos, al fin y al cabo, también sois personas.

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Avec tout mon amour,

AA

* Ilustraciones cedidas por el artista Xoan Viqueira. ¡Gracias!