Entradas etiquetadas como ‘decibelios’

La llamada de la naturaleza: vivir en el campo o en la ciudad

adriana campo

Es una realidad que cada vez soporto menos el ruido de la ciudad y Madrid es uno de esos lugares que con sus decibelios ponen a prueba la paciencia de quien busca un ratito de tranquilidad.

En una cafetería de esas que con su música tapan las obras de agosto, el ruido de los semáforos y las bocinas de los coches, de repente se me ocurrió que no sería descabellado huir de aquello y trasladarme a una preciosa casita a las afueras, en la Sierra, en la que celebrar la nieve del invierno acurrucada junto a una chimenea, dentro de unos calcetines de lana, o la primavera con katiuskas, aromas de lavanda y cuencos de cerezas.

Sin duda, la culpa la tiene una amiga que me ha llenado recientemente la cabeza de pájaros y vive a media hora de la capital. Cuando me contó que su niña pasea ponys, en lugar de perros, y tiene una tienda de campaña en el jardín, me pregunté qué diablos hacía yo en mi piso de Madrid, desde donde ya no sé si, al igual que las cabinas de teléfonos, siguen existiendo las estrellas o éstas ya se extinguieron y pasaron a mejor vida.

Y si bien es cierto que depender de un coche como quien depende de un riñón frena un rato (y más si detestas conducir), como una es de impulsos, me planté en las afueras de la urbe y me dispuse a ver una casita a la que le había echado el ojo en internet. Me abrió la puerta una mujer inglesa que cocinaba alguna delicia de calabaza y me siguió durante la visita un bebé rubio y descalzo que sostenía un peluche más grande que él. De repente, juraría que el tiempo iba más lento y miré a esa criatura con piernas de plastilina y poco equilibrio que usaba la hierba en vez de una alfombra, chupaba con certeza piedras y caracoles y vivía lejos de la densa nube que vigila Madrid.

Reconozco que sentí envidia. Esa no era la casa, pero podría haberlo sido.

Tras aprovechar el viaje y visitar el Monasterio de El Escorial y alrededores, el sol y la comilona hicieron mella en mí y los kilómetros de vuelta a la civilización se hicieron eternos. Toqué palmas en cuanto pasamos un cartel en el que se anunciaba Madrid. Y pensé que quizá yo no estoy hecha para vivir lejos de mi peluquería, mis tiendas, mi Corte Inglés, mi panadería celíaca o mi Starbucks.

Bajar a la calle y tirar millas tiene sus ventajas, eso o que soy más de ciudad que un rascacielos. Pese a todo, no os sorprenda si un día de estos cuelgo una foto subida en un camión de la mudanza.

¿Qué será que tiene el campo que engancha?

FullSizeRender (2)

Avec tout mon amour,

AA