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Lo que antes era antiestético ahora es tendencia

La moda es cíclica y nosotros ratones que damos vueltas a una rueda creyendo que viajamos hacia delante cuando los paisajes son una y otra vez los mismos.

La moda que vuelve la percibimos también de manera distinta a como lo hacíamos antes.

¿Os acordáis cuando las crestas de pelo eran la seña de la gente que frecuentaba los suburbios, luchaban contra el sistema y apoyaban movimientos liberales? Yo era muy pequeña, pero recuerdo que aquella estética punk invitaba a cambiarse de acera, en el sentido estricto de la frase. Ahora, en cambio, sólo hay que poner la tele para ver en programas como Hombres, Mujeres y Viceversa a machos alfa con el pelo pincho apuntando al techo y rompiendo corazones televisados.

Os propongo por un instante recuperar esos bañadores slip, en playas de domingueros y piscinas de pueblo, en un pasado no muy lejano y motivo de burla social. Los horteras de costa eran una especie difícil de admirar. Ahora, sin embargo, la estela de David Gandy marcando ancla en un conocido anuncio de perfumes ha hecho que estos micro bañadores circulen como agua bendita por tierra seca despertando los aplausos de los gurús de la moda.

David Gandy para Light Blue (Dolce & Gabbana)

Los vaqueros pitillos no tenían mejor prensa, prenda fetiche y peligrosamente ceñida de personas con el pelo largo y ensortijado, de loco vivir y estrellas del rock, son un must a tener en cuenta en la actualidad. Por más que los diseñadores se empeñen en instaurar de nuevo los pantalones oversize, los skinny jeans son los que mejor sientan al comportarse como una segunda piel.

Los porteros de las discotecas, sobre todo en los años 80 y 90 eran los jueces que decidían a su discreción si una indumentaria representaba la dignidad o la falta de ésta de la persona que trataba de acceder a las salas. Si llevabas calcetines blancos, las puertas se cerraban de golpe.

Hay una leyenda en Madrid que corre desde los años 90, época en la que Archy era el gran templo de la modernidad y la gente guapa. Se cuenta que David Byrne, el cantante de los Talking Heads, trató de entrar en Archy y el portero le negó la entrada por el mero hecho de calzar unas zapatillas de deporte.

Cuántas retinas castigadas tras comprobar el color blanco de un calcetín dentro de un zapato. Aquello era objeto de mofa y típico de solteros o divorciados que salían a la calle sin la supervisión de alguien a su lado con buen gusto, quizás tratando de emular a un irresistible John Travolta en Fiebre del sábado noche o creyéndose Michael Jackson, que tenía por lo menos una buena excusa para hacer alarde de ello: que no perdiéramos detalle de los movimientos de sus pies.

(GTRES)

Actualmente, Pelayo Díaz, máximo embajador de esta tendencia, le hace la competencia a Sor Lucía luciendo tobillo níveo, dispuesto a comerse el mundo con un look que no deja indiferente. De hecho, los calcetines blancos hace tiempo que tomaron las pasarelas, confundiendo al mundo hasta aturdir el concepto de lo que es cool.

Pero cuidado con los que eligen el blanco virgen por bandera para sus pinreles, las manchas en éstos pueden sacar los colores a más de uno al descorchar emociones que no se esperan, obligados a descalzarse.

Luego no digáis que no os lo avisé…

(Gracias a José Muro por darme la idea de escribir este post y leerme siempre)

Avec tout mon amour,

AA

La importancia en la medicina de buscar la excelencia

Esta semana hacía un año de mi intervención de cuello en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, así que lo celebré por todo lo alto -entiéndase la ironía- yendo a ver a uno de los cirujanos endocrinos que estuvieron presentes. Eso sí, después de hincarle el diente a una deliciosa paella y deseando llevarme de postre bajo el brazo el alta definitiva.

Cuando atraviesas por primera vez la puerta de una consulta médica, uno se da cuenta enseguida de si la persona que viste bata blanca y escribe con garabatos ama su trabajo o hace tiempo que dejó de interesarle, aunque la vocación le acompañara durante un tiempo.

Me gusta observar a la gente y con él no me equivoqué hace meses.

Una vez hube ocupado mi silla en una consulta bañada por el sol de la tarde, con la tripa llena y un poco de sueño, reparé en su cara dividida por una línea a la altura de las cejas de quien acaba de echar las horas en el quirófano tras los cristales de unas gafas de aumento para bucear en el cuerpo humano. Mientras me hundía en el asiento, escuchaba cómo narraba con el entusiasmo de un niño su periplo por Nueva York hace unos días por trabajo, con la misma entrega que quien habla de un hobby.

Él y otro compañero de su equipo, ambos jóvenes y ávidos de ponerse al día de todo lo nuevo, habían estado aprendiendo de manos de un coreano (en Corea el cuello es un lugar sagrado) la técnica que en EE UU practican ya desde hace un tiempo para operar el cuello por medio del Robot Da Vinci, que a través de sus múltiples tentáculos y abordajes reduciría las complicaciones quirúrgicas, el tiempo de operación, el tipo de anestesia y solventaría gran parte del problema estético de estas operaciones, como la del cuello, que afectan a la autoestima de muchas personas que ven cómo la sombra de un bisturí les devuelve a diario un capítulo de su vida que no desean recordar.

De repente, me vino a la cabeza ese primer y reputado cirujano al que acudí, urgente y desconsolada, y al que poco le importaron mis preocupaciones estéticas -aparte de las evidentes y prioritarias-. Él vio en un corte en el cuello, de oreja a oreja, la solución a todos mis males, ya que luego podría camuflar 12 centímetros de sutura con un fastuoso collar de perlas.

Salí de allí llorando, muy asustada y con la imagen de un pobre galgo gritando en la horca. Actualmente, mi cicatriz es un tercio de aquello, casi imperceptible y me encuentro perfectamente.

De esta manera, mientras mi cirujano me hacía concesiones de cómo pensaba que serían las intervenciones en adelante en el Hospital Público donde me operé, pensé en la suerte que supone toparse con esos médicos -que no son pocos- ávidos de seguir aprendiendo, que mejoran con creces lo anterior y cuyas ilusiones no han sido todavía aplacadas por la tediosa obligación de acudir al trabajo, sin más estímulos que recibir una compensación económica a final de mes.

Salir de la zona de confort y plantearse dudas y retos en la medicina me parece digno de admiración. Me asusta pensar en esos facultativos a los que les encomendamos nuestra salud y que se resignan a cumplir consultas como si fuéramos números en una carnicería. O que no escuchan y tildan de ansiedad lo que no les cabe en sus cuadriculadas cabezas. Que hablan para que no entendamos. Que dejan de estudiar por el mero hecho de tener ya su título. O que, una vez salimos de ahí, poco les importa si regresamos a ellos para hacer un seguimiento.

Pero como os he dicho, me siento afortunada. Y sí, ya tengo mi alta.

(GTRES)

Avec tout mon amour,

AA

Volver a bailar

Pocas cosas echo más de menos que bailar. Desde que hace 3 años decidiera aprender a hacerlo, sin saber dar un solo paso que no fuera del revés, no hay día en el que no lo extrañe.

Mira quién baila, en TVE, supuso el vehículo para hacer algo con lo que soñaba hace tiempo: bailar.

Más torpe que la reciente gala de los Oscar, me inicié en esto de ser grácil de la mano de Gestmusic, una productora de esas con las que da gusto trabajar por lo mucho que te cuidan.

De cría bailar era retirar la alfombra y unos cuantos muebles, al compás de alguna canción de la radio o la Lambada, con las faldas de algún verano extinguido y camisetas que dejaban ver el ombligo. De mayor el destino se empeñó en recuperar todo eso y, recién diagnosticada de mi enfermedad celíaca, débil, me embarqué en una de las experiencias televisivas y personales más bonitas de mi vida.

Aprendí que bailar significa tomar las riendas de tu cuerpo hasta sentir que los límites sólo están en tu cabeza. Que el cansancio regala energía, risas y también moratones. Que relajar tu cuerpo y dejarte guiar es volar. Que la música es bienestar y alegría. Que rendirse algunos minutos no es malo. Que el spagat aún es posible. Que una caída no es una derrota. Que sudar abrazada a alguien no es sucio. Y que llorar, a veces, sofoca un grito y ayuda a sacar una coreografía adelante, aunque el resultado no sea perfecto.

Durante mi etapa como bailarina era imposible atrapar mis pies, que se movían sin querer en la cola del supermercado – o incluso sentada en una silla- tratando de recordar los pasos de las galas. La postura de mis hombros era erguida y bajaba a saltos las escaleras, emocionada y sintiéndome más alta. El tango, la salsa, el chachachá, lindy hop, rock, disco, los pasodobles o el vals consiguieron que tuviera el cuerpo más musculado que nunca. Sólo me quedé con ganas de bailar un ritmo, mi maravilloso profesor Poty me dijo que era un suicidio acudir con él a la pista ante el jurado: la Lambada. Una pared de ladrillos cayó sobre mis ilusiones brasileñas y mis faldas de los veranos.

Ensayar 4 horas diarias con zapatos de salón, cuyas tiras eran al tacto un regaliz desenroscado que estrangulaba el empeine, me marcó más allá de la piel. No he sentido tanta pena en un trabajo como cuando apagaron las luces del Círculo de baile (Madrid) y las rojas paredes quedaron en sombra, en nuestro último día. Y aunque me prometí seguir bailando, las circunstancias me alejaron de mi empeño y el cuerpo que se había vuelto chicle, se puso de nuevo tieso y regresó a la rutina, mientras las calles eran un La la land sobre el que ya sólo pasear.

Ahora pretendo volver. Tal vez sea posible medir la felicidad a través de unos pasos de baile.

Avec tout mon amour,

AA

Madrid, llena de mierdas de perro

 

Bienaventurados los que recogen las heces de sus perros, porque a ellos no van dirigidas mis palabras. Y aunque me confieso firme defensora de los derechos de los animales, eso no incluye el amor hacia algunos de sus dueños.

Hasta hace bien poco era la primera en abanderar la entrada a las playas de estos seres vivos juguetones, pero ya no. La última vez que extendí mi toalla en el suelo, una diosa mierda rodó bajo mis pies a la vez que una arcada y una carambola de maldiciones acabaron con mis risas de golpe, únicamente las mías, porque al amigo que me acompañaba le delataban los lagrimones.

Y al igual que numerosas playas, Madrid está llena de flamantes mierdas de todos los colores gracias a guarros y guarras que con aire distraído evitan recoger y precintar las cagarrutas en una bolsita higiénica, sin intención de llevar a cabo el levantamiento de ese cadáver apestoso, lleno de bacterias y quizás portador de enfermedades, que constituye un obstáculo en mitad de muchas direcciones.

En el barrio Salamanca, uno de los más ricos de la ciudad, algunos apestan a perfume mientras sostienen las correas, pero luego abandonan con la mirada gacha y los pies ágiles el lugar donde su perro se ha despachado a gusto, para evitar que nadie les juzgue o les multe a plena luz del día. La educación brilla por su ausencia, incluso en los lugares en los que se jactan de cívicos.

Las calles son un campo de minas difícil de sortear si acostumbras a distraerte mirando escaparates, el cielo azul o caminas muy segura, con la vista al frente.

Como alcaldesa de Madrid, no dudaría en endurecer las sanciones por no recoger los excrementos de las mascotas en la vía pública. Sinceramente, no sé a qué esperáis para endosarme vuestro voto. De poco sirve que el Ayuntamiento de Madrid haya elaborado un plano con las zonas que presentan mayor acumulación de excrementos caninos sin recoger, a día de hoy dan ganas de cagarse en las grises baldosas madrileñas y en sus dueños, a tenor de la total impunidad con la que se topan los que abandonan esas criaturas faltas de ojos y huérfanas de afecto tras abandonar el calor del cuerpo.

Tan desagradable como encontrar tostones en el puré, pisar mierdas no da suerte al que patina con la suela por el asfalto que otros se encargarán de extender como un trazo de acuarela -por solidaridad y mala pata-, hasta convertir aquello en una sombra.

Para los puercos que no mantenéis limpia la ciudad, os deseo que os toque el Gordo de pisarlas a diario.

Los perros son maravillosos, pero gracias a algunos dueños caminar empieza a dar mucho asco, y comer por la calle, un ejercicio de superación para muchos escrupulosos.

Avec tout mon amour,

AA

Kevin Bacon cumpliendo con su deber de amo responsable (GTRES)

El loro que más habla del mundo

Aunque no lo saco mucho a pasear en las redes sociales, hace 14 años que convivo con Rocco, un loro gris africano que habla por los codos y que si se le mira de frente parece que su madre -o sea, yo- haya robado una paloma del parque.

Cuando una mascota se muere se sufre demasiado y yo deseaba que la mía casi me sobreviviera. Buscaba también que su compañía no me obligara a madrugar para ocuparme de sus aguas menores y mayores, no pesara demasiado para llevarlo de viaje, fuera muy inteligente y que encima hablara. No había muchas opciones.

Como la adopción en este tipo de animales es casi imposible, después de localizar varios criaderos de loros me decanté por Sun Parrots, en Valencia, y elegí un yaco criado a mano (papillero) de pies muy oscuros y sumamente gracioso (lo más parecido a elegir un hijo a la carta).

Cuando llegó a casa, con tres meses

Si estáis pensando en tener un loro, desde aquí por favor pido que nadie compre como mascota una psitácida capturada, es una auténtica crueldad. Esos loros no sólo son secuestrados de su hábitat con violencia -cosa que debería estar prohibida-, sino que lo más seguro es que sean ya mayores (los ojos son amarillos y no grises o negros), no paren de gritar y, lo más importante, sean unos infelices toda su vida, eso si no acaban como nómadas de casa en casa, en algún rincón donde no molesten y tapados con una sábana.

Así que cuando sonó el timbre de casa de mis padres y MRW me entregó a ese pollo valenciano desubicado que lo observaba todo con sus ojos negros desde el interior de un transportín rojo, lo celebré con paella y una mascletá de emociones. Y enseguida me di cuenta de que seríamos grandes amigos.

Lo instalé dentro de una jaula King Size en el salón, para que se sintiera uno más de la familia, y lo dejamos descansar un ratito mientras le prometía por lo bajini una vida llena de juguetes, vuelos y canciones.

Y así está siendo. Porque no puede estar más mimado el pajarillo con su agua mineral, su pienso ecológico Harrison´s y su ración de verduras y fruta diaria que hacen que le salgan los colores debajo de tanta pluma.

Importante para los que tengáis un pequeño de estos en casa: ¡el aguacate y el chocolate son veneno! Y una alimentación a base de pipas y frutos secos es un crimen que cometen muchos desinformados y destroza su pequeño hígado.

Debido a su inteligencia -equiparable a la de un niño de 3 años- y a su naturaleza social, son complicados de llevar en muchas ocasiones, capaces de darte la vuelta, muy territoriales y con tendencia a deprimirse y arrancarse las plumas si algo a su alrededor falla o se sienten solos. Así que, si no disponéis del suficiente tiempo para jugar con ellos o vais a tenerlo encerrado en la jaula sin su recreo diario, un loro no sería la mascota adecuada para tenerla en vuestra casa.

Los loros son de una sola persona, eso puede romper corazones. Recuerdo que durante una temporada Rocco me dio la espalda y me ponía los cuernos con Sergio, pese a ser yo la que se encargaba de alimentarlo, bañarlo y limpiarlo. Menos mal, que desde hace un par de años ha vuelto a mis brazos, porque nada puedes hacer: ELLOS ELIGEN.

Mi pollo casca por los codos (no sé a quién habrá salido…), en serio, no soy capaz de contabilizar las palabras que dice. Además no necesito radio porque él solito se hace un programa y me canta lo más actual del panorama musical: “Mamá, quiero ser artista” de Concha Velasco, algunas de Walt Disney, “Yo para ser feliz quiero un camión” o la del Chikilicuatre que lo “petó” en Eurovisión. Si lo pillara Alejandro Abad…

Rocco habla por asociación, es decir, raras veces repite sin sentido. De esta manera, cuando tiene sueño él mismo se dice “Rocco, venga, a dormir” o “Duerme Roquito, duérmete ya, que viene el coco y te comerá” (echándonos más de una vez de su dominio, nuestro salón). Y cuando quiere bañarse en la bañera del baño y no la de su jaula (sí, también tiene un jacuzzi el tío), nos convence con un “Rocco, al agua patos”. A veces pienso que Rocco sería muy feliz viviendo con una familia de esa que se pasa el día dando palmas o con la Pantoja, ahora que se ha mudado a vivir en Madrid.

Como las chuches para los críos, Rocco también tiene sus premios: cinco pipas, un trozo de nuez, un pedacito de fruta dulce, un cachito de nuestra tortilla de patata, o, en muy contadas ocasiones- le flipa como a su rubia madre-, una puntita de queso.

Los loros necesitan humedad en el ambiente (que se consigue con vasos de agua en todos los radiadores y un spray de las plantas con agua limpia para ir rociándole) y limarse de manera natural su pico y sus uñas, de ahí que la jaula de Rocco esté llena de juguetes que destrozar de cuero (muy Cincuenta Sombras), madera y acrílicos, o envases de yogures que no llevan pegamento y bolas de periódico. Hay que comprobar que ningún juguete sea tóxico.

Respecto a recortarle las alas, a mí personalmente no me gusta hacerlo, me daría mucha pena que un día se me escapara y muriera precisamente por no haber sido capaz de alzar el vuelo.

Y, como cualquier animal, el mío tiene su médico de cabecera al que acudo cuando tengo dudas o se pone malito, Los Sauces, en la calle Santa Engracia, en Madrid. Es una clínica sólo de animales exóticos.

¡Os iré contando más cositas de él a partir de ahora!

Avec tout mon amour,

AA

Desmontando a Christian Grey

Esta semana se estrenaba en Madrid la película Cincuenta Sombras más oscuras, de la trilogía erótica de la aclamada E. L. James -una de las asistentes junto con los actores de la saga (más acaramelados que nunca para callar bocas) y el director del film- y con la que tuve el honor de coincidir en el improvisado baño que había junto a la sala en la que se iba a proyectar lo más sado del cine actual, con un escote balconet y generosos pechos con los que bien podría haber ahogado al mismísimo Christian Grey si se hubiera propuesto éste hacerla su sumisa.

E.L James, el director James Foley, Jamie Dornan y Dakota Johnson en el estreno de la película en Madrid. (GTRES)

Pero para sumiso maravilloso, mi marido, al que mandé -con caída de ojos y pestañeo incluido- a por el cartón más grande de palomitas (en Kinépolis son sin gluten) para alimentar a la cerda que soy, y no me refiero precisamente en la cama. Era importante preparar el estómago y la mente para disfrutar de una de esas películas que prometen jadeos y cortes de respiración, y en las que lo más divertido es observar la cara de la gente en las escenas más comprometidas.

De repente, las luces del cine se apagaron e hicieron su entrada triunfal en la sala Jamie Dornan y Dakota Johnson, a la que sólo alargando la pierna podría haberla puesto a cuatro patas con más gracia que su compañero de reparto en la primera.

Y aunque lo más próximo que estoy de grilletes, latigazos y cepos es dormir con férula en los dientes, andar sobre tacones y recibir alguna incómoda patada a mitad de noche, me dispuse a dejarme llevar por el universo Grey.

Después de 2 horas y pico de metraje yo ya era Anastasia Abenia. Y qué queréis que os diga de Chris:

  • No hay manera de que pise la tierra, es muy pesado con los aviones y sabe que me da pánico volar.
  • Con tanta zurra y la facilidad que tengo para hacer moratones, llevo el trasero color berenjena y, aunque abuso del Thrombocid, no me atrevo a ir a la piscina con mi madre a hacerme unos largos porque pondría el grito en el cielo y me prohibiría volver a ver a Christian.
  • Mr Grey cicatriza mal. Procuro que no me sorprenda mirándole el pecho. Tal vez sean verrugas, le tengo que preguntar.
  • Siempre escoge la comida en los restaurantes por mí y se pone como loco si pido mosto y no vino; eso sí, como es de billetera fácil, estoy ahorrando más que en toda mi vida.
  • No para de pedirme que me quite las bragas, no lo entiendo, un día de estos voy a agarrar una cistitis de las buenas y me veré obligada a beber litros y litros de Monurol.
  • Me elige la ropa interior, con lo a gustito que estoy yo con mis cosas de algodón, tan amorosas.
  • No suda cuando lo hacemos, es sumamente aséptico, tanto que me da apuro hacerlo yo. No paro de echarme el desodorante antitranspirante que compré el otro día en el supermercado por todo el cuerpo, ¿creéis que será malo?.
  • Temo preguntarle, pero todo lo que tiene en la habitación roja de su casa… ¿lo habrá esterilizado en el lavavajillas o estaré compartiendo gérmenes con otras sumisas?.
  • Otro tema que me preocupa es lo de andar por su casa desnuda, con esas paredes de cristal temo que haya algún depravado observando, o peor aún, algún paparazzi. Voy a hacer lo posible para que ponga las persianas de toda la vida, como en España.
  • Hay algo que no me atrevo a confesarle y es que, de tanto depilarme las zonas íntimas, voy todo el día irritada, y ni la Talquistina ni el Aloe Vera me alivian.
  • Menos mal que no usamos preservativos, soy alérgica al látex (le pedí, eso sí, los análisis para comprobar que todo estaba en orden, que ha sido muy golfo), aunque la dichosa pastilla hace que lleve los tobillos como los de un elefante.
  • Tanto misterio hace que mis amigos no se crean que sea algo más que un rollo lo que nos llevamos entre manos. Ya no sé cómo convencerlos de que lo nuestro empieza a ir en serio.
  • He dejado de morderme los labios porque si lo hago me conduce corriendo a la cama y no doy abasto con tanto ajetreo.
  • Cuando vamos por la calle vamos con guardaespaldas, me da vergüenza, parezco una ministra.
  • Me duele todo el cuerpo, estoy para que me lleven ya a una residencia de la tercera edad.
  • Necesito vacaciones.

Pero lo más importante de todo:

Creo que Christian Grey lo que quiere es formarme para ser faquir.

 

Avec tout mon amour,

AA

Salvi, el indigente que murió de frío en Nochevieja entre cartones

Muchos de los que paseáis por Madrid, concretamente por la calle Génova donde se sitúan las Torres de Colón que simulan un enchufe, se habrán cruzado contigo, un indigente que en los porches de este edificio había construido su pequeño hogar. Allí dormías, escuchabas la radio y lucías aseado, bajo los cristales graduados de tus gafas.

La noche del 31 de diciembre, Salvi, morías allí mismo, tras días enfermo por culpa del frío. Lo último que los vecinos recuerdan es ver a unos chicos acercarte cena caliente las últimas horas del año en las que casi todos nos mostramos felices y fantaseamos con un 2017 cargado de éxitos.

Hasta bien avanzada la mañana de Año Nuevo, pese a madrugar siempre, permaneciste acurrucado en tu improvisada cama como tantas otras veces. Pero ya no despertarías, como en el cuento de Andersen de La cerillera.

La sociedad está tan enferma que ni siquiera es noticia que hayas muerto, lo cual es triste e inhumano. Tu recuerdo sólo se dibuja en esa esquina de la Plaza Colón, donde unas velas y un cartel plastificado en el que te hacen saber que te querían consiguen que tu imagen cobre vida al pasar.

Siempre me sentí felizmente desconcertada al comprobar que la gente se sentaba a conversar contigo durante horas, te llevaban calzado nuevo, ropa y una cálida conversación, porque las personas que vivís o habéis vivido en la calle pasáis a ser invisibles y ni siquiera os miramos o devolvemos un saludo, como si no importaseis, mientras os consumís en el silencio de la indiferencia.

Y no nos damos cuenta de que detrás de cuerpos atrapados en la sombra de la indigencia o la mendicidad, se esconden miles de historias de personas que como tú nada esperan ni obsequian, arrastrados por una jugarreta del destino de la que es difícil salir: un trabajo que no prosperó, un amor que se fue, el lastre de la enfermedad, una mala gestión, las drogas, el alcohol o la soledad que otorga la locura.

Pienso muy a menudo que es más fácil de lo que pensamos acabar allí.

Y me indigna que en una ciudad en cuyo ayuntamiento se lee un inmenso cartel que reza “Refugees Welcome”, los que limpian su desdicha acostados en las aceras importan muy poco, como en el resto de España, donde reina la demagogia mientras los brazos permanecen cruzados ante la miseria.

Es inhumano que en el siglo XXI todavía haya gente sin una vivienda digna, un derecho que reza la Constitución Española en su artículo 47.

Se me parte el alma al ver el drama de personas con los labios cortados y brasas en los ojos bajo puentes, sobre las rejillas del metro, en cajeros o portales, donde el tiempo pasa muy despacio y se evaporan las ilusiones y los sueños de que todo cambie.

Cada ciudad tiene sus capillas funerarias y en Colón hay unos cirios vigilando tu sitio. Descansa en paz, Salvi.

Ojalá todo cambie.

Avec tout mon amour,

AA

La decoración y el espíritu navideño de algunos a examen

GTRES

Tras el encendido navideño, las ciudades se hallan prematuramente engalanadas para niños y todos aquellos que no hemos dejado de serlo todavía y los colores rivalizan con el manto blanco de las calles más frías, que invitan a imaginar que paseas por un cuento navideño.

La iluminación y decoración, básica, desgastada y pobre en Madrid, como de verbena de pueblo, no convierte a la capital en un destino competitivo turísticamente en estas fechas comparado con otras ciudades como París, Londres, Nueva York, Medellín (Colombia) o Rovanieni, el pueblo del viejete gordinflón, en Laponia finlandesa, donde entre bosques nevados, ríos de hielo en los que hacer piruetas sobre cuchillas y preciosas auroras boreales, Santa Claus se deja notar, así como el buen gusto por vestir cada esquina de fantasía. Las ciudades que invierten en Navidad, lo recuperan sobradamente con los turistas.

GTRES

Personalmente la Navidad me gusta, cualquier excusa es buena para celebrar o forzar las cenas familiares, las risas detrás del más desacertado de los regalos o la ilusión de los más pequeños de la casa, aunque tengamos que soportar cada año el lacrimógeno anuncio de la Lotería, en el que con un poco de música nos cuelan cualquier cosa, como el año en el que un amargado y supuesto parado no se alegra de la felicidad de los demás hasta que se da cuenta de que le han guardado un décimo y él también ha sido bendecido por la diosa fortuna.

Sin duda, somos muchos los que estamos deseando perdernos estos días tras el estímulo de un café caliente, con los puños encerrados en un jersey de lana, saboreando deliciosos dulces de jengibre, turrones y así vivir de lleno la Navidad, aunque nos vendan una falsa felicidad de tarjetas de crédito y villancicos de amor.

Me asombra cuánto les gusta a algunos hacer el papel de Mr Scrooge, de la maravillosa novela de Charles Dickens, y mostrar constantemente su rechazo a estos encantadores y tradicionales días en los que no debería importar si jamás te toca un mísero euro en el bombo, no eres creyente, las uvas están prohibitivas, eres republicano y no soportas el discurso del Rey, engordas siempre, las expectativas de todo el mundo son muy altas y acaban tristes, odias endeudarte con compras innecesarias o detestas la demagogia y el estrés.

Aunque a algunos les moleste, este año volveré a colgar mi calcetín rojo en la puerta y buscaré, sosteniendo entre mis manos una roja taza de bebida caliente, los villancicos más bonitos en un lugar de película en el que celebrar mucho este año: una nueva Navidad con sonrisas y mi primer año de casada.

¡Por unos días de película!

Avec tout mon amour,

AA

GTRES

* Fotos: GTRES

Lo que tienen en común Ava Gardner y Adriana Abenia

Está claro que nos parecemos como un huevo a una castaña, pero si hay algo que ambas habríamos compartido, esa hubiera sido nuestra pasión por Museo Chicote, un lugar en el que, si las paredes hablasen, el mundo se volvería del revés.

Y es que quien no ha penetrado en Chicote, no conoce Madrid.

Y así, subida a un estrado como una firme candidata a las Presidenciales de EEUU, tuve el honor de presentar la segunda edición de unos galardones que reconocen los logros de personalidades de la cultura, el deporte, la música y la medicina en un templo de culto de la Gran Vía madrileña en el que, nada más cruzar sus puertas, el tiempo se detiene y crees escuchar las voces de quienes se dejaron seducir alguna vez por esta emblemática coctelería que abrió sus puertas en 1931 y que cada día sigue escribiendo su historia.

Ava Gardner, Frank Sinatra, Grace Kelly, Ernest Hemingway, Sofía Loren, Dalí o Adriana Abenia (broma) son muchas de las estrellas que han penetrado en el universo Chicote y han sido arrastradas por el glamour y la magia que envuelve el local que convierte el frío en calor.

Y la nórdica de pelo platino con raíces andaluzas que soy, se presentó al evento en encajes y falda rosa plisada de la firma sueca H&M, forzando empeines en unas preciosas sandalias fucsias y clutch de Úrsula Mascaró y sonriendo hacia todas las direcciones como una rosa de los vientos.
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Poco a poco fueron desfilando por ahí los premiados: Pablo Alborán, que una vez en Tenerife me cantó al oído -podéis odiarme-, Alaska y Mario, que tras la ruptura de los Brangelinos hacen que sigamos creyendo en el amor, una entregada y dulce María Esteve, que le robó la sonrisa a más de uno, Gemma Mengual, emocionadísima y a la que casi todos hemos imitado en la intimidad de nuestras bañeras, y el Doctor Clotet Sala, eminente investigador sobre el sida.

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Junto a ellos, se dejaron besar con nocturnidad una trasnochadora Ana Rosa Quintana, con el sonido de su despertador pisándole los talones, Antonio Orozco, una simpática y confidente María Escario, que me desveló secretos de la movida madrileña que ni imaginaríais, mi directora de Sálvame y actual estrella de la tele Carlota Corredera, mi loca y querida Carmen Alcayde, con la falda muy corta y acorralando al personal con su alcachofa y su arte, una cariñosa Mila Ximénez que ya me conquistó hace años, el diseñador Ion Fiz, la galerista más divertida Topacio Fresh, mis amigos de Telecinco Néstor Barreira y Kike Calleja, y un largo etcétera de caras conocidas que se acercaron a disfrutar de los Premios Chicote y de la mejor compañía.

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Fue una noche entrañable, entre fotografías en blanco y negro entre las que me gustó encontrarme. Y pasó de todo. Pero como diría Perico Chicote… “Lo que pasa en Chicote, se queda en Chicote”.

¡Enhorabuena a los premiados! ¡Hasta el próximo año!

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Avec tout mon amour,

AA

Feminismo e igualdad

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El viernes pasado, en el programa de La 1 Amigas y Conocidas, salía a relucir sobre la mesa el tema del feminismo al hablar de un club que recientemente ha abierto sus puertas en Madrid sólo para mujeres, pese a estar erigido por un hombre, ironías de la vida.

A mí la idea me pareció el colmo de lo absurdo, por mantener estereotipos sexistas, en vez de contribuir a esa sociabilización que desde pequeños han intentado inculcarnos cuando, por ejemplo, ya en su día nuestros padres y la sociedad apostaron por una educación mixta y sana, ya que las diferencias de aprendizaje residen en las personas, no en el sexo, y estas medidas mejoran la sensibilización hacia las personas del sexo opuesto. No es coherente aplaudir la convivencia en la sociedad cuando somos niños y hacerlo por parcelas en la etapa adulta. Y así lo manifesté, porque además las bases de dicho club eran tremendamente clasistas y enfocadas a ricas aburridas y snobs.

Pero tal vez no me expresé bien cuando dije que no estaba de acuerdo con el feminismo, puesto que con lo que no estaba de acuerdo era con ese tipo de MOVIMIENTOS DISFRAZADOS DE FEMINISMO que defendía una de las colaboradoras del programa al apoyar ese tipo de clubes.

Matizar mis palabras en ese momento hubiera supuesto irnos del tema que estábamos tratando, el de ese arcaico club que protagonizaba la escaleta del programa. Así que, aunque ya lo hice con un tweet nada más concluir el directo, consciente de que podría haber dado mi afirmación lugar a equívocos, vuelvo a hacerlo ahora con más tranquilidad que la que otorgan los 140 caracteres de una red social.

Por supuesto que en el siglo XXI, como mujer y persona que soy, DESEO LA IGUALDAD ENTRE HOMBRES Y MUJERES que ha permitido que se reconozcan nuestras capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados a los hombres. El feminismo ha sido el motor de un gran cambio social, motivo por el cual nosotras las mujeres votamos, tenemos igualdad ante la ley, hemos estudiado una carrera, conducimos (aunque yo lo deteste) o se nos reconocen los derechos reproductivos.

Lo que quise manifestar al mostrar mi desacuerdo es que me parecía un error esa venenosa y errónea utilización del feminismo, el FEMINISMO COMBATIVO que defiende la superioridad del género femenino sobre el masculino, comportamientos “hembristas” (neologismo usado para referirse al desprecio hacia los hombres) o “misándricos” (opuesto a misógino), términos que para algunas nacen del intento de deslegitimizar el feminismo y que, en mi opinión, son la misma basura que el machismo y debieran constar en la RAE, ya que NO EXISTEN, al contrario que la palabra “feminismo”, que sí consta y me parece una acepción muy desacertada -que da lugar a confusiones y puede herir sensibilidades- de la doctrina que defendemos todos -hombres y mujeres- los que respetamos al ser humano y perseguimos la equidad entre géneros, dejando fuera al hombre y manteniéndolo al margen, como si el término no fuera con él ni nada pudiera aportar al cambio. Deberían acuñar el movimiento de otra manera más acorde a los tiempos que vivimos.

Así que permitidme que critique a esas mujeres que persiguen la igualdad observando al hombre por encima del hombro y que se sienten incluso molestas si un hombre les sostiene la puerta o les cede el asiento en el metro. Esas mujeres radicales que desvirtúan con grandes zancadas lo que de verdad implica el feminismo y que viven en una guerra constante y desmedida contra el sexo contrario y cuyo mayor afán es poner a la mujer por encima del hombre discriminándolo a nivel social, laboral y personal. ¡Cuánto daño hacen al feminismo! Y qué pereza todas ellas.

Los hombres suman (casi todos) y junto a ellos todo es más divertido. Y quién no lo quiera ver tiene un serio problema. Así que esos clubes de los que hablábamos el viernes en el programa me parece que son un paso atrás en la igualdad.

Y sí, todas en la mesa de “Las Rodríguez” somos mujeres, pero no excluimos a ningún hombre, nos dirigimos también a ellos a través de la cámara, con todo nuestro cariño. El género que ocupa las sillas es sólo una característica que hace al programa diferente.

IGUALDAD POR AMBAS PARTES, POR FAVOR.

Avec tout mon amour,

AA