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Mi guía gastronómica (secreta) de Madrid

Restaurante italiano 'Flavia'

Restaurante italiano Flavia

Con tanto trasiego de calorías, este post tenía que llegar antes o después. Para toda esa legión de amigos que, como yo, saben que ya por mucho que pongan de su parte la operación bikini es un tren que se ha largado a la velocidad de una fiera de la ingeniería, aquí van estos deliciosos sitios en los que gozar y dejarse de frugalismos estivales. Por cierto, en todos ellos los celíacos podemos comer sin problemas.

ITALIANOS:

FLAVIA

Posiblemente estén aquí las pizzas más logradas para celíacos de Madrid. Su dueño, Hugo, dispone de dos hornos en las entrañas de la cocina para que no exista contaminación cruzada. El local es una monada, aunque la música sea un desastre con nombre de regaetton y le reste el encanto italiano que muchos buscamos cuando cruzamos la puerta del establecimiento. Buenísima la ensalada de búfala y tomate y la pasta en todas sus presentaciones. Viva Italia y los italianos.

DA NICOLA GRAN VÍA (Plaza Mostenses, 11)

Es un restaurante italiano sin pretensiones en el que un celíaco lo va a gozar (tiene acuerdo con FACE). Son muy ricos los gnocchi rellenos de queso y la pasta de setas y trufa. Ideal para ir con amigos y comer por un precio asequible.

La presentadora en Da Nicola

DON GIOVANNI (Paseo de la Reina Cristina, 23)

No son muy simpáticos en el trato, pero reconozco que lo que encierra este restaurante es gloria bendita. No hay pizzas para celíacos, pero sí pasta.

COMIDA TRADICIONAL:

EL PARAGUAS (Jorge Juan, 16)

En pleno corazón del barrio Salamanca, se encuentra uno de mis restaurantes favoritos. Cuando voy no soy capaz de resistirme a sus deliciosas zamburiñas gratinadas, el arroz negro con berberechos y su postre casero de La Reina de Saba o las natillas con merengue tostado. La atención es maravillosa. Tiene terraza.

El Paraguas

TEN CON TEN (Calle de Ayala, 6)

De los mismos dueños que el anterior, Sandro y Marta, permite comer de manera distendida y disfrutar de la música y de sus amabilísimo personal. La terraza, recién estrenada y llena de nebulizadores, ha quedado preciosa y da gusto pasar un rato poniéndote las botas en una de sus mesas. Buenísima la ensalada de calabacín con queso de cabra, el solomillo de vaca con yema y trufa negra, el bacalao negro asado con manzana y las bolas de yuca con queso (aptas para celíacos) que si pides te traen para picar (mi perdición).

Adriana y Nacho Montes en Ten con Ten

JAPONESES:

MIYAMA (Paseo de la Castellana, 45)

Hiroshi te recibe con una gran sonrisa nipona cuando pisas el suelo de este restaurante (“Montaña bonita”) que enamora. Un japonés de los de verdad, de decoración minimalista y flanqueado por una barra de sushi en el que hay muchos comensales con la mirada rasgada hablando en un idioma lejano y dejándose conquistar por sabores que les son muy familiares seduce casi al instante. La carta es deliciosa y tienen salsa de soja sin gluten y mochis de fresa que los celíacos también podemos comer.

Restaurante japonés Miyama

YAKITORO by CHICOTE (Calle Reina, 41)

Inspirado en la tradicional taberna japonesa de yakitori, Chicote ha interpretado, con un toque español, este tipo de cocina. Pese a que le voy a dar un tirón de orejas porque en la carta de verano hay muy poquitas opciones para los celíacos, es importante incluirlo en la lista por haberme hecho feliz durante el invierno a base de brochetas, peces mantequilla y algodones dulces y picantes. ¡Que vuelva ya mi puré de patata, Alberto!

Adriana Abenia en el restaurante Yakitoro de Chicote

MEXICANOS:

PUNTO MX (General Pardiñas, 40)

La mejor comida mexicana de Madrid se halla en este lugar. Imperdible. El precio del cubierto es algo caro, pero la comida merece la pena.

MACROBIÓTICOS:

CRUCINA (Divino Pastor, 30)

En este local ecogourmet, vegano y sin fogones (cocinan por debajo de los 40 grados) no utilizan ni lácteos, ni huevos ni gluten. Se trata de comida muy sana con la que saciarte inspirada en platos como la lasaña o la moussaka y en la que es de obligado cumplimiento terminar con un postre dulce de chocolate, un placer sin culpa lleno de nutrientes y vitaminas con el que alucinaréis.

Crucina

MODERNOS:

EL INVERNADERO (Paseo de Los Rosales, 48, en Collado Mediano)

Aquí celebramos mi cumpleaños hace unos días. Los vegetales son el pilar de la cocina que presenta Rodrigo de la Calle. Os dejo la carta que prepararon para esta ocasión (¡27 platos para mí solita!) y así veis lo original y divertida que resulta su oferta gastronómica, que se sirve en un coqueto y romántico invernadero con sólo 4 mesas.

Adriana en El Invernadero El Invernadero

DSTAgE

El restaurante de Diego Guerrero es un lujo para los sentidos y para disfrutar sin prisas. Alta cocina sin corsés y muy cosmopolita que rompe con todo lo que estamos acostumbrados. No hay carta, sino 2 menús degustación con los que acabaréis desabrochándoos el botón del pantalón. Súper recomendable.

Adriana con el cocinero de Dstage

El Club Allard (calle de Ferraz, 2), Rubaiyat (calle de Juan Ramón Jiménez, 2) o Filandon (carretera de El Pardo a Fuencarral, km. 1,9), también son restaurantes que no os podéis perder.

¡Qué aproveche, camaradas!

 

Avec tout mon amour,

AA

Nebulizadores de agua en las terrazas de verano, el anticlímax

(EFE)

Cuando me citaron para comer en un restaurante al que soy asidua, no imaginaba que íbamos a sentarnos en la terraza precisamente el día que había sacado de la funda la plancha y había dejado mi cabello más liso que una peluca de plástico.

Valiente, con mis tacones convertidos en chanclas, me introduje en ese escenario amazónico que son las terrazas en las que hay nebulizadores de agua, al mismo tiempo que retiraba las gafas de mis ojos segundos antes de que el vaho ya no me dejara ver la carta, arrugada como los dedos de aquellos comensales.

Con semejantes chismes apuntándote como un ejército, una se siente hasta intimidada. Nadie debería estar en estas terrazas si no sabe nadar.

A mi lado, unas elegantísimas mujeres que hablaban un perfecto francés con sus camisas blancas, parecían sacadas de un concurso de Miss camiseta mojada, aunque yo sólo pensaba en cómo iba a mutar mi pelo en cosa de un cuarto de hora. Mientras, los aparatos escupían de manera intermitente a mis ojos, como sapos venenosos, poniendo a prueba mi rímel waterproof y la visibilidad de la mesa.

Un camarero se acercó para preguntar si deseábamos vino y pensé que las terrazas acuáticas -espero de agua limpia- son un chollo, ya que nunca terminas tu bebida.

Los sistemas de microclima de las terrazas en verano son milagrosos, no sólo son un oasis que ahuyenta el calor, sino que convierten el pan en chicle y las ensaladas hacen que parezcan recién lavadas, aunque acaben de escapar de su precinto.

Tras el entrante, mis bronquios ya eran branquias y mis cejas acumulaban un dedal de agua. A nadie parecía importarle que mi pelo fuera ya el de una afroamericana. Imaginé los pulmones de los fumadores de otras mesas encharcados por vapear agua, en lugar del humo de un cigarrillo, y me dispuse a rezar para que mi reloj fuera sumergible. Dónde habría dejado la garantía, maldita sea…

Guardé el móvil en mi bolso, antes de verme obligada a meterlo en arroz y hacerle el boca a boca. A mi alrededor, los demás no se inmutaban y yo me encontraba a esas horas del mediodía en mitad de una tormenta, sujetando la vela y agarrada al mástil de un barco.

Inmediatamente antes de que me hicieran el masaje cardíaco y el mosto y los aspersores salieran por mi boca, llegó el postre y con él el sol y las alegrías, porque uno de los camareros quitó las nubes con un botón.

Estos microclimas son el anticlímax.

Avec tout mon amour,

AA

Mis rincones favoritos de Mallorca

En la playa de Formentor.

En la playa de Formentor.

Había estado en Mallorca en un par de ocasiones, una de ellas cubriendo la Copa del Rey de Vela y la otra el caso Nóos con Urdangarin; sin embargo, no pude ver ni un pedacito de esta isla que me ha enamorado. Así que cuando por trabajo nuevamente fui a inaugurar la semana pasada el hotel NH Hesperia Villamil, de cinco estrellas, me prometí descubrirla e incluso volví a ver la película La caja Kovak para motivarme aún más.

En mi maleta, aparte de los tacones y un precioso vestido de fiesta corto, no podían faltar las gafas y el tubo de esnórquel, los bikinis y protección 50 para no acabar en quemados intensivos, pese a que terminé mis vacaciones bañándome vestida, ya que me vine arriba y el sol se ensañó con el blanco de mis piernas.

Lo bueno de tener un coche con el que moverse por la isla es que puedes recorrerla de norte a sur y explorar los preciosos sitios que me iban recomendando, algunos de ellos desiertos, pese a ser julio. Eso sí, en una semana he conducido más de 1.000 kilómetros y hay más eses en mi cuerpo que en el de una serpiente.

Activado el protocolo de ritmo guiri, mi chico y yo nos levantábamos muy prontito para que cundiera el día y así no sufrir por tener que cenar casi a la hora de la merienda, algunos días rodeada de rubios y rubias que empiezan la jornada llenando sus platos de panceta, salchichas y queso, mientras yo lo hacía robando plátanos que disfrutar a media mañana en un nuevo y sorprendente lugar mallorquín.

En mi móvil guardo fotos del ferrocarril de Sóller (que se llevó por delante una moto mal aparcada), el encanto marinero de Valdemossa, el Puerto de Andratx, el de Adriano, Puerto Portals, una noche de helados en Palma… Y hasta la de un par de caballos albinos, los animales más bonitos que he visto en mi vida.

mallorcacaballo

Mallorca huele a mar y he caminado por ella más tiempo desnuda que vestida. Me gustan las playas y las calas vírgenes a las que es difícil acceder, en algunas de ellas estás tú sola, cegada por un maravilloso turquesa y sólo escuchas el mar. Pese a eso, pisé muchas de las que me recomendaron: Playa de Es Trenc (de arena blanca y aguas cristalinas, la pena es que ya la conoce demasiada gente), Formentor (un arenal kilométrico rodeado de un bosque), cala Deià, playa Son Serra de Marina (llena de surferos y olas), cala Mondragó, cala Fornells (cerquita de mi hotel), cala Torta, cala Mesquida, cala Sa Calobra…

Playa de Es Trenc.

Playa de Es Trenc.

Playa San Serra de Marina.

Playa San Serra de Marina.

Aunque la que más me gustó fue una calita en San Telmo, a la que llegamos tras unos 30 minutos a pie por un camino de piedras y en la que me llené de barro y me sentí tan perdida y ajena al mundo que incluso hice topless; el drama vino después, a la vuelta no encontrábamos el coche y anduvimos 1 hora sin batería en los móviles, víveres o agua. Perdí un poco los nervios, aunque ahora, ya en la capital, desearía volver a perderlos otra vez… Permitidme que haga una excepción y no os diga su nombre, es un secreto.

mallorcabarropeque

Para los amantes del buen comer, por esa zona hay un restaurante llamado Es Molí, alejado de otros establecimientos turísticos -al que llegamos por equivocación buscando otro Molí que nos recomendó la cónsul de Bélgica en Mallorca-, y en el que comimos súper bien y la atención fue sobresaliente. Para los celíacos, que sepáis que es un placer sentarse en una de sus tranquilas mesas y como ellos mismos dicen: la vida es muy corta para beber y comer mal.

Anteayer le dimos descanso al coche y con el barco de un amigo llegamos hasta Cala Comtessa, donde estuve atiborrando a los peces de patatas fritas (ya sé que es más impactante dar de comer a los tiburones) y rastreando con mis gafas los fondos marinos, sin perder de vista las hélices del barco no fuera que se olvidaran de mí en alta mar y se acabaran de golpe mis vacaciones. Desde la cubierta se veía el Palacio de Marivent, la residencia estival de la Familia Real Española. Un lujo.

mallorcabarcopeque

Aunque el verdadero lujo para mí ha sido haber exprimido cada segundo que he pasado en Mallorca. Ha resultado ser una maravillosa isla en la que me he encontrado, sobre todo, una gente extraordinaria.

mallorcaespaldaspeque

Volveré.

¡Hasta pronto!

Avec tout mon amour,

AA