Entradas etiquetadas como ‘ciudad’

¿Os acordáis cuando los coches paraban en los pasos de peatones?

Animo a todos los que me leen a refrescar ciertos conocimientos adquiridos en el pasado: en todos aquellos pasos de peatones, aun cuando no exista un semáforo que ordene el cruce, o en el caso de tratarse de esquinas donde doblan los automóviles que sí tienen paso, el peatón siempre tendrá prioridad para cruzar esa zona.

Las personas nos hemos vuelto incívicas de repente, o tal vez lo hemos sido siempre, pero ahora se deja notar más.

Ayer me disponía a cruzar la calle cuando una mujer de pelo blanco se situó a mi lado junto a su nieta de unos cinco años, montada sobre una bici roja de cuatro ruedas, probablemente regalo de las Navidades. Yo me detuve porque estaba esperando a alguien, pero la señora que iba cantándole una canción a la niña y sostenía el manillar de la bicicleta con sus arrugadas manos, comenzó a cruzar y un coche, con una inconsciente en su interior, a punto estuvo de llevarse la rueda delantera de la niña por delante y la letra de esa canción a una velocidad indecente.

Ni siquiera paró.

Desde un grito sordo le deseé a la conductora un muro a cincuenta metros contra el que estamparse y perder el conocimiento.

Qué poco importamos las personas. Vivimos deprisa y no desaceleramos para darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, incluso nuestros sentidos son cómplices, pero somos como cuerpos despistados pendientes de un móvil o de las prisas de un reloj, vagando por la ciudad, sumando días sin que cuenten, impresionando a gente a la que no le importamos y hablando de cosas que luego ni recordamos.

Y mientras lloraba la niña a mares y la abuela trataba de consolarla, la vida continuaba con normalidad, sin pestañear.

Las ciudades hacen tanto ruido que cuando pasa algo ni lo sentimos, demasiado acostumbrados a los semáforos, bocinas y coches que se retan, restando energía y dándonos la vida a partes iguales.

Al menos, en esta ocasión la falta de civismo no traspasó los umbrales de lo que se pierde y ya no vuelve.

Espero que mi post de hoy sirva como reflexión para vivir más despacio, a veces unas décimas de segundo cambian el rumbo de las historias.

Avec tout mon amour,

AA

 

La llamada de la naturaleza: vivir en el campo o en la ciudad

adriana campo

Es una realidad que cada vez soporto menos el ruido de la ciudad y Madrid es uno de esos lugares que con sus decibelios ponen a prueba la paciencia de quien busca un ratito de tranquilidad.

En una cafetería de esas que con su música tapan las obras de agosto, el ruido de los semáforos y las bocinas de los coches, de repente se me ocurrió que no sería descabellado huir de aquello y trasladarme a una preciosa casita a las afueras, en la Sierra, en la que celebrar la nieve del invierno acurrucada junto a una chimenea, dentro de unos calcetines de lana, o la primavera con katiuskas, aromas de lavanda y cuencos de cerezas.

Sin duda, la culpa la tiene una amiga que me ha llenado recientemente la cabeza de pájaros y vive a media hora de la capital. Cuando me contó que su niña pasea ponys, en lugar de perros, y tiene una tienda de campaña en el jardín, me pregunté qué diablos hacía yo en mi piso de Madrid, desde donde ya no sé si, al igual que las cabinas de teléfonos, siguen existiendo las estrellas o éstas ya se extinguieron y pasaron a mejor vida.

Y si bien es cierto que depender de un coche como quien depende de un riñón frena un rato (y más si detestas conducir), como una es de impulsos, me planté en las afueras de la urbe y me dispuse a ver una casita a la que le había echado el ojo en internet. Me abrió la puerta una mujer inglesa que cocinaba alguna delicia de calabaza y me siguió durante la visita un bebé rubio y descalzo que sostenía un peluche más grande que él. De repente, juraría que el tiempo iba más lento y miré a esa criatura con piernas de plastilina y poco equilibrio que usaba la hierba en vez de una alfombra, chupaba con certeza piedras y caracoles y vivía lejos de la densa nube que vigila Madrid.

Reconozco que sentí envidia. Esa no era la casa, pero podría haberlo sido.

Tras aprovechar el viaje y visitar el Monasterio de El Escorial y alrededores, el sol y la comilona hicieron mella en mí y los kilómetros de vuelta a la civilización se hicieron eternos. Toqué palmas en cuanto pasamos un cartel en el que se anunciaba Madrid. Y pensé que quizá yo no estoy hecha para vivir lejos de mi peluquería, mis tiendas, mi Corte Inglés, mi panadería celíaca o mi Starbucks.

Bajar a la calle y tirar millas tiene sus ventajas, eso o que soy más de ciudad que un rascacielos. Pese a todo, no os sorprenda si un día de estos cuelgo una foto subida en un camión de la mudanza.

¿Qué será que tiene el campo que engancha?

FullSizeRender (2)

Avec tout mon amour,

AA

Agosto en la ciudad

image1 (2)

Agosto me daba la bienvenida esta mañana, antes de acudir a mi cita diaria en Amigas y Conocidas en Televisión Española, con un escenario de película, el de la Gran Vía madrileña aletargada, más sola que la una y con el asfalto comenzando a evaporarse por el calor.

Con las sábanas plegadas todavía en mi cara y el semáforo en rojo, había tratado de encontrar la cámara que estaría rodando de nuevo la laureada película Abre los ojos, escuchar un “acción” en boca de Amenábar o subir a Eduardo Noriega el día de su 43 cumpleaños en mi coche con aire acondicionado y escapar los dos a una paradisíaca playa de Santander. Pero, como en la película del cineasta chileno-español, la vida es sueño y el semáforo se ponía de nuevo en verde dejándome huérfana de mis ensoñaciones en dirección al desvío de Boadilla del Monte, aprendiendo a dominar los delirios (se me aparecen oasis de agua turquesa por la Avenida de Portugal) hasta encontrarme con la misma chica que, bajo una gruesa capa de crema solar, vende pañuelos (que esconde detrás de un vehículo azul) todos los días.

image2

En el plató de las mañanas de La 1 hace calor, por eso a las Rodríguez nos gusta enseñar pierna. Unos cócteles y una cerveza (nada etílica) adornan nuestra mesa y nos invitan a imaginar paraísos ajenos a la capital. Nos lo pasamos muy bien, pero sabemos que el mar está lejos y que lo único que nos deparará con certeza la tarde es una piscina de cloro o bromo, para las más afortunadas, o en mi caso las gloriosas neveras del súper de El Corte Inglés próximo a mi casa por las que pasear palmito cuando la calle te asfixia con los dedos y el canto de las cigarras y las tiendas ya han cerrado.

Los nebulizadores de agua, a estas alturas del partido, ya son mis amigos y los busco como si fueran Pokémons. Cualquier obra de teatro o concierto es bien recibido si los grados bajan en torno a ellos, y Madrid de eso va sobrada, es un lujo, por mucho que os empeñéis en empapelar de manera virtual vuestras redes con fotos en bikini luciendo cacharrería, lugares que mojan sólo con mirarlos, noches estrelladas a kilómetros de la urbe o un Daiquiri de saturado color fresa, resultado de un filtro más falso que el bolso de un mantero, que hace más pocho al que repta por mi garganta cada mediodía.

Mañana, cuando deambule por los senderos de Dios de nuevo en coche, con el rostro transfigurado, le compraré un cargamento de pañuelos a esa chica, para secar la envidia y las lágrimas que arrastro como una zombie más a la intemperie, cuando por las tardes tiro de mis pies por las aceras sujeta a un té helado que me recuerda que también existe el invierno, pese a las imágenes que me devuelven las olas, que suenan a distancia como bofetadas.

Contentémonos con saber lo fácil que es encontrar aparcamiento en agosto en la ciudad. Eso es a lo que se agarra todo el mundo, ¿no?

¡Felices vacaciones a los desertores! Pese a todo…

IMG_2241

Avec tout mon amour,

AA