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Orlando. Larga vida al amor

Ilustración de Ismael Álvarez. Orlando"

Ilustración de Ismael Álvarez. Orlando

Ayer sentí cómo se arrugaba mi tarde y el corazón de millones de personas, una vez más. Tenía previsto escribir un post en tono de humor, pero no me quedaron ganas. EE UU sufría la mayor matanza desde el 11S, dejando un baño de sangre en un club gay de Orlando y el Estado Islámico asumía la autoría del atentado perpetrado.

El mundo está herido de muerte. Los políticos de Florida hablan de homofobia cuando en Orlando a los gays no les está permitido donar sangre y los hospitales no cesan de reclamarla a gritos tras lo ocurrido.

Me avergüenzo de lo que veo, de lo que oigo y ensalzar el amor no me basta para hacer frente a lo que siento. Un acto de terrorismo semejante es una barbarie que nos acerca a muchos, unidos por la misma indignación y un sentimiento de solidaridad.

En las redes sociales, el hashtag #prayfororlando teñía de negro el timeline del mundo entero. Pero rezar no es lo que me apetece en estos momentos y, aun cuando existen días como el de ayer, sigo ilusionándome por un mundo mejor, pese a las imágenes que me devuelve el televisor.

En los últimos años, los ataques terroristas se producen con tanta frecuencia que tengo la sensación de que hemos entrado en una espiral peligrosa y que todos siguen el mismo patrón de respuesta: consternación en las redes sociales y a pie de calle, discurso del Jefe de Estado del país donde ha tenido lugar el terrible acto para recordar que sus pensamientos están con las víctimas y sus familias y condenar los deleznables hechos, largas colas de solidaridad… Y el olvido.

A los meses regresa el odio sin sentido, susceptible de inducir sufrimientos injustificables, y todo se vuelve a repetir.

Pienso en el individuo que arrebataba la vida, fusil en mano, a un colectivo cuyo único delito es creer en el AMOR y dan ganas de llorar. Imagino la vida de estas personas y no logro canalizar mis emociones de manera constructiva. Pero inmediatamente rectifico, porque yo no soy como ellos. Y nunca conseguirán que lo sea. 

Escribí hace unas semanas acerca de la homofobia y lo haré tantas veces como sea necesario.

En definitiva, hoy es un día triste en el que necesito reivindicar el amor. Larga vida a éste.

NO A LA VIOLENCIA. NO AL MIEDO. Y NO A LA HOMOFOBIA.

12J

Avec tout mon amour,

AA

Besos contra la homofobia

besoNo siempre dispongo de tiempo para leer los comentarios de los posts que publico, sin embargo, con el anterior lo he hecho, concretamente en el que me abría en canal y confesaba haberme vuelto loca por un chico en el pasado. Algunos afirmaban que el belga era “un marica con pinta de macarra”, otros un “soplanucas”. Tal cual.

Soy una persona abierta de mente, dialogante y respetuosa con las opiniones, hasta el punto de que tengo el control sobre los comentarios de mi blog y no censuro ninguno; pero me da mucha lástima comprobar cómo corren buenos tiempos para la homofobia. Y no estamos en uno de esos más de 70 países en los que la homosexualidad se castiga con la cárcel o incluso la muerte.

Me he criado en la normalidad más absoluta en un tema que debería haberlo sido siempre, hasta llegar a contar públicamente en qué consistieron mis primeras experiencias sexuales, sin reparos, a las que no hace falta que acuda de nuevo, ya que google es omnipresente.

La sexualidad no es una opción de vida. Nadie elige ser zurdo o diestro. De la misma manera que algo biológico debería estar exento de toda polémica.

Dicho lo cual, me da miedo y pudor que a mi alrededor existan personas que agredan a los que enarbolan la bandera gay, con la misma lógica que se asesina a los albinos negros en Tanzania o se promovió en el siglo XV El Malleus Maleficarum, un absurdo y misógino manual para reconocer y torturar brujas, donde explicaban que tener el pelo rojo y los ojos verdes era un signo claro de ser una de ellas.

Estos días vivimos “la caza del maricón”, contra aquellos en los que queda en entredicho el destino de su rabo y sus sentimientos.

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Es penoso que los prejuicios culturales que muchos adultos transmiten a sus hijos hagan que en las escuelas haya niños que no paren de mirar hacia los barrotes de la verja, camuflando una gran tristeza y deseando regresar a casa para escapar de un infierno con largas llamas de hoguera, más propio de la Inquisición.

Necesitamos desaprender para calmar la homofobia, la bifobia o la transfobia, que tanto daño está generando a pie de calle los últimos días, tal y como exige el colectivo LGTB.

Somos cínicos hasta el punto de enaltecernos al afirmar ser tolerantes y progresistas por tener amigos homosexuales o por no sentirnos molestos si tenemos un hijo con esta “tara” o condición. Contestamos casi todos lo mismo, como muñecos articulados.

Pero aquí va un mensaje para todos los que se limitan a escribir sin pensar, allá y en mi blog, aquellos cuya masculinidad es tan frágil que temen sostener un bolso en plena calle:

La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia, sí; y hasta que encuentren una cura para esta, no me ensañaré más, porque los homófobos, al fin y al cabo, también sois personas.

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Avec tout mon amour,

AA

* Ilustraciones cedidas por el artista Xoan Viqueira. ¡Gracias!