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La importancia en la medicina de buscar la excelencia

Esta semana hacía un año de mi intervención de cuello en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, así que lo celebré por todo lo alto -entiéndase la ironía- yendo a ver a uno de los cirujanos endocrinos que estuvieron presentes. Eso sí, después de hincarle el diente a una deliciosa paella y deseando llevarme de postre bajo el brazo el alta definitiva.

Cuando atraviesas por primera vez la puerta de una consulta médica, uno se da cuenta enseguida de si la persona que viste bata blanca y escribe con garabatos ama su trabajo o hace tiempo que dejó de interesarle, aunque la vocación le acompañara durante un tiempo.

Me gusta observar a la gente y con él no me equivoqué hace meses.

Una vez hube ocupado mi silla en una consulta bañada por el sol de la tarde, con la tripa llena y un poco de sueño, reparé en su cara dividida por una línea a la altura de las cejas de quien acaba de echar las horas en el quirófano tras los cristales de unas gafas de aumento para bucear en el cuerpo humano. Mientras me hundía en el asiento, escuchaba cómo narraba con el entusiasmo de un niño su periplo por Nueva York hace unos días por trabajo, con la misma entrega que quien habla de un hobby.

Él y otro compañero de su equipo, ambos jóvenes y ávidos de ponerse al día de todo lo nuevo, habían estado aprendiendo de manos de un coreano (en Corea el cuello es un lugar sagrado) la técnica que en EE UU practican ya desde hace un tiempo para operar el cuello por medio del Robot Da Vinci, que a través de sus múltiples tentáculos y abordajes reduciría las complicaciones quirúrgicas, el tiempo de operación, el tipo de anestesia y solventaría gran parte del problema estético de estas operaciones, como la del cuello, que afectan a la autoestima de muchas personas que ven cómo la sombra de un bisturí les devuelve a diario un capítulo de su vida que no desean recordar.

De repente, me vino a la cabeza ese primer y reputado cirujano al que acudí, urgente y desconsolada, y al que poco le importaron mis preocupaciones estéticas -aparte de las evidentes y prioritarias-. Él vio en un corte en el cuello, de oreja a oreja, la solución a todos mis males, ya que luego podría camuflar 12 centímetros de sutura con un fastuoso collar de perlas.

Salí de allí llorando, muy asustada y con la imagen de un pobre galgo gritando en la horca. Actualmente, mi cicatriz es un tercio de aquello, casi imperceptible y me encuentro perfectamente.

De esta manera, mientras mi cirujano me hacía concesiones de cómo pensaba que serían las intervenciones en adelante en el Hospital Público donde me operé, pensé en la suerte que supone toparse con esos médicos -que no son pocos- ávidos de seguir aprendiendo, que mejoran con creces lo anterior y cuyas ilusiones no han sido todavía aplacadas por la tediosa obligación de acudir al trabajo, sin más estímulos que recibir una compensación económica a final de mes.

Salir de la zona de confort y plantearse dudas y retos en la medicina me parece digno de admiración. Me asusta pensar en esos facultativos a los que les encomendamos nuestra salud y que se resignan a cumplir consultas como si fuéramos números en una carnicería. O que no escuchan y tildan de ansiedad lo que no les cabe en sus cuadriculadas cabezas. Que hablan para que no entendamos. Que dejan de estudiar por el mero hecho de tener ya su título. O que, una vez salimos de ahí, poco les importa si regresamos a ellos para hacer un seguimiento.

Pero como os he dicho, me siento afortunada. Y sí, ya tengo mi alta.

(GTRES)

Avec tout mon amour,

AA

Carta a mi hermana: «Hasta siempre, Frodo»

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Para quienes hayáis compartido vuestra vida con un animal, sabréis lo que se siente cuando éste se marcha y el silencio ocupa su lugar.

Frodo, has estado con la familia desde hace 12 años: saltando entre cojines desde cachorro, viviendo nuestras alegrías y tristezas, usurpando comida a escondidas, corriendo como un conejo en el jardín, ligando como un viejo verde aun cuando la próstata empezaba a fallar, echándonos de menos cuando te quedabas solo, muy feo recién mojado, suave al tacto, ciego tras zarandear tus tirantes coleteros, con cara de no haber roto un plato en tu vida -pese a haberlos roto todos-, o escayolado por ansiar jugar con perros más jóvenes que tú en la playa.

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Parte de nuestro día a día y nuestras conversaciones, el destino quiso este domingo que en un rutinario paseo mi hermana viese cómo se escapaba tu alegría lejos, muy lejos. Doce eternos minutos durante los cuales dos pastores alemanes te mordían sin compasión, hasta romperte el cuello y dejarte inmóvil, como un muñeco de trapo.

Por culpa de la negligencia de ese vecino al que no puedo dejar de odiar ya que pudo haber evitado que sus perros se escaparan de nuevo (el sábado atacaron a un caballo y anteriormente al ganado), ahora podríamos estar lamentando otro final si la víctima hubiera sido otra.

Rápidamente, mi hermana -que te ha querido y te querrá siempre- te trasladaba hasta el Hospital Veterinario C. donde, tras sedarte y hacerte las pruebas pertinentes, nos comunicaban que tenías la médula afectada y que no volverías a recuperar la sensibilidad de tu pequeño cuerpo de 10 kilos. Qué lástima no poder hacerte entender que era normal que ya no sintieras dolor, mientras buscabas con los ojos una caricia y no perdernos de vista, loco por incorporarte y recibirnos como habías hecho hasta entonces.

Finalmente, ayer lunes a las 5 de la tarde, tras una noche en la que todos te hemos llorado y no hemos dormido, nos dejabas y descansabas, por fin, acompañado y habiendo escuchado el nombre de todos nosotros una última vez en boca de mi hermana.

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Así pues, María, sé que te sientes liberada por haberle evitado con la inyección más sufrimiento, aunque muy triste por no poder volver a llamarlo por su nombre y que vuelva a tu lado, o sentir una vez más que te espera detrás de la puerta de casa, muy contento. Pero ha sido tremendamente feliz y, aunque esperábamos que un día se desplomara sin más por viejo, en tus sueños seguirá persiguiéndote tratando de devolverte, fiel y leal, todo el amor recibido.

No era capaz de decirte esto por teléfono sin que me temblara la voz.

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Incinerarlo junto a su peluche favorito y esparcir sus cenizas, donde tú y yo sabemos, le hará inmortal en tu corazón.

Nos queda el consuelo de saber que tal vez evitó males mayores. Piénsalo, ES UN HÉROE.

Hasta siempre, Frodo.

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Avec tout mon amour,

AA

Nada es eterno, ni siquiera el amor. Dudo si confesar una infidelidad ajena

IMG_4909Ojalá el lugar desde donde escribo fuera siempre el mismo. Ojalá siempre la misma temperatura. Ojalá siempre con la misma compañía. Pero en mi retiro estival, tras un verano repleto de trabajo, me he dado cuenta que a veces nada es eterno, ni siquiera el amor.

Son mis últimas horas en Ibiza y estoy muy confusa. No por el ritmo que mece a la isla, es difícil desgastarse cuando en el estómago sólo se mezclan limonadas, zumos de sandía y capuchinos, sino porque, de alguna manera, me siento culpable.

Y aunque creo estar haciendo lo correcto, no paro de darle vueltas a ese beso, a esa palmada en el trasero, a esas risas con la cabeza desplomada hacia atrás. En definitiva, a las volteretas del destino.

El mundo es un pañuelo, vaya si lo es. Y estoy segura de que me estarás leyendo. Sí, tú.

Cuando mis chanclas impactaron contra el suelo, justo antes de encontraros demasiado cerca, detrás de aquella roca húmeda de una cala vacía del norte de Ibiza, mi día nublado era simplemente perfecto. Y entiende que no nos saludáramos, pese a lo que nos une, pero no esperaba encontrarte con otra que no fuera ella, mi también amiga.

Recuerdo que se me cayó el móvil al suelo, que miré a otro lado y desee encontrar pronto otra cala en la que poder cabrearme y esparcir la huella de mis pies y mi indignación. Porque siempre te había creído cuando hablabas de ella como la única, porque debías de estar en otro lugar esa tarde y porque no soy buena fingiendo no saber nada.

Y ahora me encuentro en una encrucijada. Cómo actuar cuando sé que no hay un pacto tácito que os permita a ambos dejaros llevar. Y no puedo decir nada porque no es a mí a quien le corresponde abrir los ojos de nadie, porque basta que intente hacerlo para que no me crea, porque el amor es como un caleidoscopio que hace ver la realidad con otros colores y otra intensidad y que cambia el mundo a cada segundo.

Pero dime tú qué debo hacer cuando os vuelva a ver de la mano, cuando la mire a los ojos, cuando me llame para interesarse por mí, coincidamos en otro evento o me vuelva a decir que estáis pensando en tener un bebé.

Por eso, a escasas dos horas de despedirme de los coletazos de un verano que para mí termina, me doy cuenta de lo efímeras que son las olas, de la erosión de las rocas por el uso y de que, aunque no existe una respuesta universal acerca de qué es lo mejor en estos casos, es violento entrometerse en una relación que no es la tuya.

Odio ser tu cómplice, ella no se merece vivir engañada, pero tampoco soy quien para trastocar las ilusiones de nadie, aunque tú te arriesgues a hacerlas añicos si se entera. No sé si has vuelto a enamorarte o la conociste ayer, pero siento el peso de la traición -la tuya y la mía- por callar.

Y, probablemente, hoy mi post busque que alguien me indique el camino a seguir, por más que lo intento no hay manera de encontrarlo con el mar revuelto.

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Avec tout mon amour,

AA

Así descubrí que soy celíaca

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Hoy, 27 de mayo, se celebra el Día Nacional del Celíaco. No será ni el primer, ni el último post que escriba acerca de este tema.

Hace dos años y medio me diagnosticaron mi condición de chica gluten free tras un viaje a París en el que saqueé todos los croissants de Rue Mouffetard. Fue una gran despedida y, desde entonces, el simbolito de la hoja de trigo tachada es mi bandera cada vez que salgo a comer fuera de casa.

Me habéis pedido en numerosas ocasiones que os hablara de cómo descubrí que lo era, así que os confirmo que, después de debutar con una neuropatía periférica, migrañas con aura, dolores articulares, musculares, visión doble y alguna que otra romántica cagalera a horas intempestivas, una prueba genética y una biopsia intestinal me dieron la respuesta a todos mis males. En mi caso, las vellosidades intestinales estaban más deterioradas que la posidonia balear.

Ni la analítica ordinaria que le hacen a todo el mundo, ni el pinchacito de la farmacia dieron positivos, pero en cuanto eliminé el trigo, el centeno, la cebada y la avena de mi vida todo cambió.

Es curioso cómo en la medicina española, en líneas generales, apenas se contemplan los síntomas que exceden lo meramente intestinal de cara a dar “el carnet de celíaco”. Es una de las enfermedades más infradiagnosticadas que existen y que, si no se trata con una dieta libre de gluten, puede derivar en algún tipo de cáncer intestinal, trastornos del sistema inmunológico, osteoporosis, abortos espontáneos, infertilidad o anemia, entre otros.

No necesariamente tienes que tener síntomas para serlo, puedes ser un celíaco silente y exigir la misma respuesta para que el daño intestinal no progrese. De hecho, es muy gracioso (o nada) cómo en algunos restaurantes se basan en los síntomas de sus clientes celíacos para decidir si un plato es apto o no para nosotros; es absurdo, si te envenenan raro es el día que llamas para protestar, no vuelves y punto.

Y, pese a que cada vez está más extendido el conocimiento de esta enfermedad, todavía hay muchos camareros que meten la manga en el plato para quitarte un trozo de pan que hay justo encima de un bosque de ensalada. Porque la contaminación cruzada para algunos cocineros es un cuento chino y no se dan cuenta de que esta negligencia, que perciben como un capricho, nos hace mucho daño. No puede haber trazas de gluten diseminando nuestro frágil mundo. Además, es necesario que tengan mucho cuidado con la elaboración del menú evitando espesantes, salsa de soja, colorantes, conservantes y condimentos que puedan llevar gluten y arruinar la pradera de nuestro intestino. Se trata de una agresión intolerable.

Convivir con la celiaquía es muy sencillo en casa y un acto de fe fuera de ésta. Pero no me cansaré de advertir a los restaurantes para que se pongan las pilas y de esta manera continuar con mi agitada vida social.

Respecto a la moda de comer sin gluten, personalmente, estoy satisfecha, consigue que la gente conozca lo que implica ser celíaco. Un médico me dijo una vez que uno de los secretos para estar sano era eliminar de la dieta: el gluten, el azúcar y los lácteos. Y, probablemente, si no fuera celíaca (y con todo lo que ahora sé), seguiría una dieta sin gluten que, para los que no controléis, actúa como el pegamento de los alimentos y es el que permite, por ejemplo, que una pizza (el pan, no el queso) se estire como un chicle en el cielo.

Por otro lado, me molesta que me miren como si siguiera algún tipo de dieta para adelgazar (lo cual es una gilipollez, porque los productos sin gluten suelen tener más calorías) o para mejorar el rendimiento físico, como Djokovic o algún jugador del Real Madrid.

Aún queda mucho por hacer, entre otras cosas conseguir que bajen los precios de los alimentos para celíacos o los subvencionen, como en otros países (Italia, Suecia, Reino Unido, Suiza, Luxemburgo…). Pero, mientras tanto, FELIZ DÍA a todos los que compartís una misma criptonita, la del gluten; y a los que, después de leerme y haceros las pruebas, habéis descubierto que los sois, porque la vida en adelante será MARAVILLOSA.

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Avec tout mon amour,

AA

 

* Foto de la tarta de frambuesas sin gluten: GTRES.