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La decoración y el espíritu navideño de algunos a examen

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Tras el encendido navideño, las ciudades se hallan prematuramente engalanadas para niños y todos aquellos que no hemos dejado de serlo todavía y los colores rivalizan con el manto blanco de las calles más frías, que invitan a imaginar que paseas por un cuento navideño.

La iluminación y decoración, básica, desgastada y pobre en Madrid, como de verbena de pueblo, no convierte a la capital en un destino competitivo turísticamente en estas fechas comparado con otras ciudades como París, Londres, Nueva York, Medellín (Colombia) o Rovanieni, el pueblo del viejete gordinflón, en Laponia finlandesa, donde entre bosques nevados, ríos de hielo en los que hacer piruetas sobre cuchillas y preciosas auroras boreales, Santa Claus se deja notar, así como el buen gusto por vestir cada esquina de fantasía. Las ciudades que invierten en Navidad, lo recuperan sobradamente con los turistas.

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Personalmente la Navidad me gusta, cualquier excusa es buena para celebrar o forzar las cenas familiares, las risas detrás del más desacertado de los regalos o la ilusión de los más pequeños de la casa, aunque tengamos que soportar cada año el lacrimógeno anuncio de la Lotería, en el que con un poco de música nos cuelan cualquier cosa, como el año en el que un amargado y supuesto parado no se alegra de la felicidad de los demás hasta que se da cuenta de que le han guardado un décimo y él también ha sido bendecido por la diosa fortuna.

Sin duda, somos muchos los que estamos deseando perdernos estos días tras el estímulo de un café caliente, con los puños encerrados en un jersey de lana, saboreando deliciosos dulces de jengibre, turrones y así vivir de lleno la Navidad, aunque nos vendan una falsa felicidad de tarjetas de crédito y villancicos de amor.

Me asombra cuánto les gusta a algunos hacer el papel de Mr Scrooge, de la maravillosa novela de Charles Dickens, y mostrar constantemente su rechazo a estos encantadores y tradicionales días en los que no debería importar si jamás te toca un mísero euro en el bombo, no eres creyente, las uvas están prohibitivas, eres republicano y no soportas el discurso del Rey, engordas siempre, las expectativas de todo el mundo son muy altas y acaban tristes, odias endeudarte con compras innecesarias o detestas la demagogia y el estrés.

Aunque a algunos les moleste, este año volveré a colgar mi calcetín rojo en la puerta y buscaré, sosteniendo entre mis manos una roja taza de bebida caliente, los villancicos más bonitos en un lugar de película en el que celebrar mucho este año: una nueva Navidad con sonrisas y mi primer año de casada.

¡Por unos días de película!

Avec tout mon amour,

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* Fotos: GTRES

Busco a Jacq’s

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El pasado martes 17 de mayo fue el Día Mundial del Reciclaje y yo ostento el título de madrina de excepción, junto con mis otros compañeros de fatiga.

Cuando me propusieron grabar la versión ecológica del memorable Busco a Jacq’s, para la campaña La esencia del reciclaje de Ecovidrio, admito que la niña que hay en mí comenzó a dar saltos de alegría sobre un contenedor verde, loca por calzarse el látex cereza de la despampanante muchacha de mis sobremesas de verano, que víctima de la ola de calor, pobriña, se bajaba una cremallera que llegaba hasta el ombligo y revivía, a lomos de una moto, incluso a los pulpos ya salpimentados que había sobre la mesa.

Así que, con el entusiasmo que me caracteriza me fui, toda ética y pasión como el punto limpio que soy (aseada y con el pelo reluciente), a convertirme en el reclamo televisivo más conocido de los últimos tiempos, capaz de frenar el cambio climático. O al menos el clima del rodaje, como mi antecesora, que nadie sabe si encontró a ese hombre que no se detenía ante nada y dejaba tras de sí un aroma único e inconfundible.

Tras hacer alarde de curvas y buen comer en mis redes sociales, el equipo tuvo a bien prepararme, en lugar de polvos de talco, un paquete de harina de trigo por si el mono se me resistía cual fardo rubio, un chiste si tenemos en cuenta que soy celíaca y, por lo tanto, gluten free.

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Pero me subestimaron, el muy osado entró como la seda y, con unos trucos mágicos -y más relleno que un pavo en Acción de Gracias- lucí como Sabrina Salermo en sus buenos tiempos.

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A mí lado, un gallardo Carlos Baute me rogaba que no le hiciera reír con una perilla pegada a su barbilla adolescente y más cresta que Barei en Eurovisión, a punto de emular al desafiante gitanillo de Solo Loewe y antes de irse a ver el partido Real Madrid- Manchester City.

Y, a lo lejos, la simpática pareja formada por Laura Sánchez y David Ascanio, olía en paños menores almohadones, para su excitante Gaultier.

No sabía que pesaban tanto las motos hasta que me subí a la del set de rodaje. Unos mozos de brazos robustos me la sujetaban hasta que fuera de mi casco se escuchaba: “¡acción!”. Allí eché de menos un ventilador, a lo Paulina Rubio, que agitara mi melena de leona; aunque, debo admitir, lo que más temí es que se fueran a tomar viento fresco mis extensiones, con clips incluidos. Es lo que tenemos las mujeres de hoy en día, que somos un fiasco, nada es lo que parece, y qué gusto poder admitirlo sin perder una miaja de sex appeal.

Aquí quizá a algunos y algunas se les haya caído un mito y dejen de leer. Para los más entregados, continuaré con mi post en aras del medio ambiente. Porque yo, desde que soy una renacuaja (algo tenía que tener de buena y auténtica) lo practico. Mi cocina parece la de una chica con un trastorno basado en la acumulación de bolsas, en las que separo escrupulosamente los plásticos, el papel y el vidrio. Pero sabed que acabo de darme cuenta que las colonias y perfumes también pueden, por muy lindos que sean, contribuir a un mundo más sostenible: ¡yo ya he encestado dos en el círculo green!

L’eau de Vitrüm captura la esencia del reciclaje y yo ya me he agenciado varios frascos para ser la primera en bajarlos a la calle, en zapatillas y una afrodisíaca bata de guatiné. Tal vez por esto, el maravilloso equipo de Ecovidrio tuvo el detalle de regalarme en la rueda de prensa de El Corte Inglés el mono rojo, para que hiciera alarde de la motorista que llevo dentro y baje digna a reciclar, con este nuevo ‘homewear’.

Avec tout mon amour,

AA

Cuando un amor del pasado te vuelve loca

Una foto publicada por Adriana Abenia (@adrianaabenia) el 28 de Abr de 2016 a la(s) 1:10 PDT

Permitidme que, después de hablar de culos, me ponga romántica. Esto ocurría una tarde de abril, coincidencias de la vida el día 11, cuando nacía mi primera novela.

Una porción de tarta forrada en fondant, media docena de sugus de piña y un batido de fresas con nata después, una chica le confesaba a otra creer estar perdiendo la cabeza, mientras rompía una servilleta con los dedos y canjeaba azúcar por consejos.

Desde luego, no estábamos en una íntima cafetería de esas donde la distancia entre las mesas aparca las miradas de los curiosos. Y así, sobre restos de comida, apareció un tercero en la conversación.

Admito que no está bien escuchar conversaciones ajenas, pero a mí me fascina robar historias, sólo que ésta me condujo a una propia.

Hago una pausa efectista.

¿Creéis que se puede amar a dos personas a la vez, cuando a una de ellas apenas la conoces?

La memoria es una gran traidora y yo era todavía una niña cuando conocí a Arnaud Lemaire rodando un anuncio, hace ahora más de una década. Me citaron muy temprano en una preciosa casa de la calle Covarrubias, en Madrid, exactamente en el número 9, un edificio en el que una placa reza que allí vivió el poeta Gerardo Diego:

Un día y otro día y otro día.

No verte.

Y el corazón y el cálculo y la brújula,

Fracasando los tres. No hay quien te acierte.

No verte.

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No esperaba tropezarme con aquel belga veinteañero de ojos grises y una cicatriz en la ceja derecha aquella mañana. Parecía cansado por culpa del jet lag, aspiraba el humo de un cigarro e iba a ser mi pareja en la ficción durante dos largos días. Cuando le vi por primera vez, no sé cómo pudo suceder, pero me vi arrastrada por un irracional sentimiento que puso mi mundo patas arriba, pese a compartir mi almohada e ilusiones ya con alguien. Una absurda jugarreta del azar; entretanto, la calle brillaba húmeda para que diera mejor en cámara.

Recuerdo las sonrisas de esos días, aterrada por tanta alegría. No hubo besos, tampoco caricias y, sin embargo, no pude no sentirme como un barco a la deriva. Le idealicé de tal manera que, cuando nos despedimos, entendí que aquello me atormentaría durante años, convencida de que no volvería a verle.

Sin embargo, no fue así, él regresó a Madrid al año siguiente para grabar otro anuncio. El destino quiso que le viera desde lejos, junto a la glorieta de Alonso Martínez; me acompañaba una amiga y yo era una criatura que lloraba a lágrima viva, pensando que se me iba la vida en un ahogo. Vacilé si acercarme… todo era una estúpida locura. Cuando eres tan joven el suelo es de cemento fresco y, si vuelves la vista atrás con los años, tus decisiones siguen allí.

Supe hace tiempo que vivía en París y, cada vez que he pisado esas calles, he temido encontrármelo.

Regresó a Madrid, sin pudor, en las páginas de mi libro Lo que moja la lluvia, donde nunca se hará viejo y mi mente pudo darle vida más allá de los minutos que pasó a mi lado. Para quienes habéis leído la novela, esta es su cara.

Ahora finjo no saber de él. Y, cuando miro sus fotografías, veo en ellas los ecos que me devuelven a un Arnaud que nunca existió más allá de mi imaginación.

Regresé de un salto a la cafetería, a la conversación de aquella chica despeinada y pantalones rotos que no paraba de explicarse entrecortada.

Hay una frase que dice «Nadie puede amar lo que no conoce». Pero quién no ha amado en el segundo que dura un semáforo y lo recuerda casi una vida.

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Avec tout mon amour,

AA