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El drama de perder toda la información de tu móvil

¿Alguna vez la ira hacia un móvil se ha apoderado de vosotros hasta el punto de querer estrangular su frío metal, ponerlo debajo del agua hasta que se vaya a negro o lanzarlo contra la primera pared de cemento para que sangre cristales?

Pues bien, esta fue la sana relación que mantuve con mi móvil la semana pasada, antes de que junto con la desobediencia se llevara consigo 24.000 fotos – entre ellas las de mi boda-, el historial de whatsapp, y todos mis recuerdos de los dos últimos años.

Siempre he dicho que lo que más pena me daría perder, si las llamas alcanzaran mi casa y nadie resultara herido, serían las fotos que te devuelven en qué piel has vivido y te refrescan cada escenario y pequeño detalle. Imágenes en las que un puré con grumos desparece hasta en tu pelo, el dedo de tu hermano tapa un cuarto de la playa en la que jugabas o esas otras con cara torta con una pañoleta y horribles bermudas siendo scout. Si pudiéramos viajar con una cápsula del tiempo nos daríamos cuenta de lo perfectas de aquellas fotos de antes por lo reales que resultaban: sin filtros, sin retoques que modifican el pasado, escondidas hasta el momento de revelarse como la mejor sorpresa y conservadas dentro de grandes libros o debajo de la almohada, para besar en la penumbra.

Ahora que no volcamos nuestras vidas en álbumes y lo hacemos sobre nubes que no sabemos en qué cielo se alojan, nada nos resulta tangible. Con un solo movimiento del dedo, por muy lejanas que nos parezcan, accedemos a ellas como si desplegáramos una escalera, hacia el azul de ahí arriba, detrás de la cual los recuerdos cobran vida.

Maldigo no haber sabido anticiparme al desastre, en parte por esos hackers que casi a diario intentan arruinar mi privacidad y me generan desconfianza, motivo por el cual decidí no guardar mis fotos más allá de la memoria de mi antiguo móvil, que al morir se llevó consigo la verdad y mis ensoñaciones de asesinarlo de mil maneras antes de que dejara de agonizar.

Y ahora camino por mi día a día como si fuera uno de esos coches de kilómetro cero sin apenas pasado ni rasguños, volviendo a crear historias recientes que revivir. Quizá esté exagerando, pero comprended mi duelo. Qué cruel la tecnología de ahora, que en lugar de borrar 24 o 36 fotos de un plumazo lo hace a gran escala, dejándome huérfana de muchos besos ya dados, situaciones que no volveré a vivir o personas interesantes a las que les dediqué un hueco -y ellas a mí- y que ya no existen en la memoria si algún día fuera borroso todo lo anterior.

Beaucoup de peine…

Avec tout mon amour,

AA

Espiar el móvil de tu pareja

GTRES

Hay una situación que se repite con frecuencia, ese momento en el que tu pareja se va al baño, duerme o pasea al perro y la tentación hace que te tires en plancha a “gitanear” en el móvil de tu media naranja, que puede convertirse en una triste monda encogida en espiral si hay indicios de algo feo.

Pero vulnerar el espacio de la intimidad de otro sin levantar sospechas es como comer pipas: una vez que empiezas ya no puedes parar. Y si además encuentras el rastro de algo que no cuadra, un mensaje te lleva a otro mensaje y lo más probable es acabar víctima de la locura, bien por descubrir una verdad o por malinterpretar informaciones que no deberíamos manejar.

En la cima de lo inmoral tropiezo con un amigo que esta semana me confesaba cómo hace unos meses había descubierto un programa espía en su móvil, lo cual no sólo es ilegal sino que constituye un delito y es cárcel; y ya no digamos si difunde a terceros… Su pareja durante semanas había seguido cada movimiento y conocido cada palabra y cada foto enviada a través de su smartphone. Motivos para dudar de mi amigo sí los había, pero no por ello deja de sorprenderme que sigan juntos, puesto que las relaciones en las que cabalga la duda, tarde o temprano, acaban por no sostenerse.

A otros niveles, me indigna sentir constantemente que nos vigilan, Aplicaciones como Facebook, Twitter, Whatsapp o Instagram, por ejemplo, acceden a los datos almacenados en nuestros dispositivos y da la impresión de que ninguno de nosotros le damos suficiente importancia. Permitimos el acceso de terceros a nuestras listas de contactos, nuestros mensajes, nuestra ubicación, nuestros vídeos, nuestras fotografías y otros datos personales, sin pestañear, con un solo clic.

Mirar el móvil es como mirar dentro de la caja fuerte de la intimidad de otro, y en una relación -si no te han regalado el código para que busques y encuentres con absoluta libertad e impunidad -, descubrir deslealtades a golpe de deslealtad no tiene sentido. ¿Os acordáis cuando un paparazzi fotografió a Ashton Kutcher espiando el móvil de Mila Kunis?

No en vano, muchas parejas rompen por este motivo. Porque detrás de la curiosidad, hay un gran poso de desconfianza o inseguridad en uno mismo o hacia tu pareja y una insana necesidad de controlar al otro.

Personalmente, sólo entendería bucear en los secretos de otro si sospechas que tiene algún problema que no desea compartir y crees poder ayudarle rebuscando a golpe de ladrón.

¿Vosotros qué pensáis?

¡Feliz día!

Avec tout mon amour,

AA

Mi experiencia en Facebook Live

wqe

La noche del viernes, mi buen amigo Jorge Gallardo me la volvía a liar en una de nuestras pantagruélicas cenas.

Él me ha iniciado en todas las redes sociales que existen -además de en la tele-, tras la negativa inicial de quien se hace la estrecha con todo lo relacionado con las nuevas tecnologías y desea evitar la sobredosis de intercomunicación, a pesar de vivir desde hace unos años una realidad paralela gran parte del tiempo, como quien sueña mientras camina despierto.

La vez pasada me convenció para hacerme un perfil en Snapchat, abandonado como un juguete sin cabeza desde que existe Instagram Stories; y esta vez le tocaba el turno a Facebook Live.

Así que, pese a la romántica y poco favorecedora luz del lugar y tras asegurarme que no hablaba sola, giré la cámara hacia mi persona y me zambullí en una nueva dimensión de madrugada, al aceptar retransmitir en directo para las personas que me siguen en mi página oficial de Facebook. 

Enseguida una lluvia de corazones, sonrisas y mensajes se agolparon en la pantalla y, para alguien como yo que no ha utilizado jamás Periscope, aquello fue lo más parecido a invitar a sentarse alrededor de mi mesa a miles de personas o a permitir atravesar las celosías del portal de mi casa a muchos de los que se molestan en escribirme tantas y tantas veces cada vez que cuelgo una foto, un vídeo o una noticia y que no siempre reciben respuesta por falta de tiempo.

Facebook Live permite acortar las distancias en un mundo que me gusta pero me asusta, por lo dura que resulta la afirmación de que si vives al margen de los teclados no existes y lo fácil que es construir la farsa de tu vida y entremezclarse de manera impecable con la realidad, hasta confundirnos a nosotros mismos.

Perfiles con frases felices pueden ser los más tristes, una exagerada tirada de fotos de comida sana puede estar detrás del esfuerzo por gobernar una inusual pasión por la comida basura e individuos con un constante apego al lujo estar más tiesos que la mojama.

En mi caso, prefiero entender la vida como una sucesión de cosas buenas y malas, así cuando las últimas llaman a mi puerta no me siento frustrada, lo contrario sería agotador. Y, pese a la poca verdad que hay detrás de Internet, hay mucho que rescatar de genuino que hace que no salga una mañana corriendo con lo puesto.

Ojalá pueda mostraros muchos días mi vida de la manera más auténtica e imperfecta que me sea posible.

¡No faltéis a nuestra cita hoy lunes con Hazte un Selfi, a las 16 horas en Cuatro! ¡Y a las 20 horas en Pasapalabra, celebrando Halloween!

Prometo hacer un Facebook Live al mediodía, para que veáis cómo es la trastienda de este loco programa nuestro, sin ser molestados.

dasda

Avec tout mon amour,

AA

‘Phubbing’, el arte de ignorar al prójimo por culpa del móvil

imageAnteayer casi acabo salpicada de restos humanos por culpa de un hombre que no paraba de hablar con su smartphone al cruzar indebidamente la calle, en un paso de peatones con el semáforo en rojo. Lo mejor de todo es que el tipo en cuestión ni siquiera sabe que estuvo a punto de crujir como una cucaracha y terminar como uno de esos millones de pecas que son los chicles usados, sobre los que caminamos y que han acabado convirtiéndose en una alternativa económica al asfalto caliente, con el que se sella el pavimento.

Le observé reír a carcajadas, ausente; y al coche que había frenado en seco llamarle ‘gilipollas’, con las ventanas cerradas. Me di cuenta de lo idiotas que resultamos al aislarnos del universo y, justo hoy, he descubierto que el fenómeno es algo patológico y se acuña con una palabreja muy ibérica, phubbing, que consiste en ignorar a otros por culpa del teléfono.

Trago saliva porque estoy en diagnóstico reservado de lo arriba mencionado, no sé dónde se encuentra la tabla de salvación y no muestro arrepentimiento. Glups.

Recuerdo cuando me daba vergüenza hablar con auriculares por la calle e imaginaba que los viandantes pensaban en lo tarada que estaba por lanzar palabras al viento, sin que me acompañase nadie. Desde luego no habrían ido desencaminados, la cordura no es lo mío, qué os voy a contar. Pero, volviendo a lo que interesa, nos hemos convertido en un ejército de desquiciados que hablan con sus cada vez más aparatosas máquinas y pierden comba de lo que sucede a su alrededor.

Si ahora me preguntaseis qué camino he elegido para ir a ese u otro lugar, quizá no sabría responder. Pierdo detalles que antes eran importantes para mí. Perdemos a las personas. En sentido metafórico y literal: puedo estar cruzándome con mi madre y pasar de largo. Como veis, he aquí una hija ejemplar.

Casas en las que antes todo era bullicio, se vuelven silenciosas. Somos como espías malos, a lo Austin Powers, que vivimos a través de los demás, dejando nuestra vida a un lado. Si no estás en las redes sociales, no existes. Cuento con los dedos y me hallo en cinco: Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat y Vippter. ¡Ahí va mi madre, entended que me sienta como una yonki de jeringa en mano!

Menos mal que en las comidas y cenas con amigos dejo que se enfríe la carcasa, ardiente como un huevo frito, y acuesto a mi pequeño en el bolso. Pero, aun así, siempre hay dedos que serpentean sobre el mantel y bocas que preguntan sobre algo que ya se ha hablado.

Y qué decir de unas vacaciones sin cobertura, sin ni siquiera una raya de esas que rescatas de debajo de la cama o abandonando un trozo de tu cuerpo fuera de la ventana, a medio camino entre el suicidio y un “quiero tocar la lluvia”; unas que no consten en imágenes en vuestras redes, y dadme la razón cuando afirmo que éstas serían unas vacaciones fantasma. Porque qué sería del goce de saber que, mientras otros están cumpliendo un horario de oficina o cociéndose en la ciudad, tú estás con la fuerza de un percebe abrazada al mar y a los refrescantes mojitos.

Mi etapa phubber tiene que prescribir, lo sé. Pero, hasta que eso suceda, aprovecho para invitaros a que me sigáis en las redes.

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¡Mi reino por un clic!

Avec tout mon amour,
AA