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Félicien Rops, el pintor de los ‘placeres brutales’

"El calvario" (de "Las satánicas") - Félicien Rops

«El calvario» (de «Las satánicas») – Félicien Rops, 1882 (Dominio público)

La bestial seducción y el triunfo de Satán, crucificado pero no sufriente, erecto, ciñendo el sudario negro sobre el cuello de la mujer, también crucificada y en éxtasis…

La obra fue pintada en 1882 por Félicien Rops, que tenía entonces 49 años, había participado en varios duelos por asuntos de honor; soportado la censura en Francia, donde le llamaron «marrano»; conocido e intimado con algunos de los más lúcidos —por conversos de la creencia de que toda luz ha de ser oscura— intelectuales y artistas de su tiempo; tirado por la borda un matrimonio; malgastado sin arrepentimiento una fortuna y optado por vivir en santa trinidad con dos hermanas,  Aurélie y Léontine Duluc…

No muy lejos de la fecha en que está datada la obra, Rops escribió:

Sólo hago lo que siento con mis nervios y lo que veo con mis ojos. Esa es toda mi teoría artística. Todavía tengo otra terquedad: querer pintar escenas y tipos de este siglo XIX, que me parece muy curioso y muy interesante.

Pertenecía a una corriente ninguneada por la crítica académica hasta nuestros días, el simbolismo, el retorno a la metáfora sagrada como única posibilidad de redención. Es tanta la saña que despertó y sigue despertando esta escuela de soñadores místicos que el más famoso de sus artistas, Edvard Munch —gran admirador de Rops—, es retirado del nomenclator para situarlo entre los expresionistas, mucho más académicos y menos equívocos, más artistas y menos seres humanos.

Rops había sido, casi es una evidencia dado el temario grueso y licencioso de sus obras, alumno de los jesuitas. Nacido en Namur (en la Bélgica valona), sobre la confluencia del Sambre y el Mosa, era hijo único y en casa entraba dinero suficiente: el padre era dueño de unos telares de calicó. Ofrecía estampados «en todos los colores del arco iris». El hijo siguió el patrón.

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La única mujer con cuadros expuestos en El Prado

Sofonisba Anguisola - "Autorretrato", 1534

Sofonisba Anguisola - "Autorretrato", 1534

Entre los 1.150 cuadros que expone al público el Museo Nacional del Prado sólo tres llevan firma femenina. En todos los casos, la misma: Sofonisba Anguissola (1532-1625), única mujer en un reino de hombres.

La certeza de la misoginia de la colección (también los fondos permanentes de la avasalladora pinacoteca son un erial para las mujeres: de 8.000 cuadros, sólo 45 son de artistas femeninas) no puede achacarse al Prado, al menos en exclusiva, sino a la invisibilidad social y artística que ha padecido el sexo débil desde la noche de los tiempos.

Pionera y excepcional, Anguissola se abrió camino en el Renacimiento, fue una pintora de gran éxito en vida, sus obras recibieron admirativos halagos de sus coetáneos, entre ellos Giorgio Vasari, Miguel Ángel y Van Dyck, y trabajó para la corte real española de Felipe II.

No era fácil vivir dedicándose al arte para una mujer de los siglos XVI y XVII. Las señoritas no eran admitidas en las academias -Miguel Ángel dió clases «informales» a Anguissola porque adivinó sus dones- y no podían, por prejuicios insalvables, estudiar anatomía humana, ni ver o representar cuerpos desnudos, estúpida regla moral establecida por quienes, al mismo tiempo, imponían el cliché de que la vanidad era el único valor de las mujeres.

Sofonisba Anguissola - "Retrato familiar, Minerva, Amilcare y Asdrubale Anguissola", 1557

Sofonisba Anguissola - "Retrato familiar, Minerva, Amilcare y Asdrubale Anguissola", 1557

A la pintora italiana (nació en Cremona, en la Lombardía) la ayudó su cuna: era hija del noble genovés Amilcare Anguissola y de Biance Ponzone, que tampoco se quedaba corta en fortuna. El matrimonio tuvo seis hijas y un hijo, a quienes los padres animaron a seguir el camino de las artes atendiendo a la sensibilidad y no a las normas.

Los consejos filiales no fueron en balde: Elena, Lucía, Europa, Anna María y Sofonisba estudiaron pintura. Elena lo dejó para entrar en un convento, y Anna María y Europa colgaron los pinceles cuando se casaron. Lucía apuntaba maneras, pero murió antes de cumplir 30 años. Minerva y el único hijo, Asdrúbal, se inclinaron por el latín, la práctica literia y la enseñanza.

Sofonisba, que era astuta, inteligente y decidida, se concentró en los autorretratos y los temas familiares para pasar por encima de las convenciones que le impedían pintar los mismos motivos que los hombres.

Algunos de los cuadros de sus años en la capital italiana, como Lucia, Minerva y Europa Anguissola jugando al ajedrez (1555), la muestran como una artista valiente y con ánimo heterodoxo. En los autorretratos no sólo cumple el canon de aparecer con ropas de faena y sosteniendo pinceles, masculinizándose, sino que da la cara de manera frontal y abierta, como en el óleo que abre esta entrada.

Sofonisba Anguissola - "Tres niños con perro" (c. 1570)

Sofonisba Anguissola - "Tres niños con perro" (c. 1570)

A los 27 años la pintora fue llamada a la corte de Felipe II, donde actuó como confidente, dama de compañía y pintora de la tercera esposa del rey, Isabel de Valois, que era pintora aficionada.

Durante la dos décadas de  Anguissola en España, pintó retratos oficiales de la reina Isabel y el rey Felipe, aunque este último óleo fue atribuido durante siglos a otro pintor de la corte, Alonso Sánchez Coello.

No fue la única injusticia de la historia y la ceguera crítica con la pintora. La más grave ocurrió con La dama de armiño, un retrato de la infanta Catalina Micaela de Austria (que no viste en el cuadro una piel de armiño, sino de lince).

Sofonisba Anguissola - "La dama de armiño", 1580 (atribuido durante años a El Greco)

Sofonisba Anguissola - "La dama de armiño", 1580 (atribuido durante años a El Greco)

Pese a los análisis de las historiadoras Carmen Bernis y María Kusche, que demostraron que había sido pintado por Anguissola, el óleo, al que Cézanne atribuyó un papel decisivo en la creación del «arte moderno», se sigue atribuyendo a El Greco (también en la Wikipedia y en la web de la casa-museo Pollock, de Glasgow-Escocia) donde se exhibe), aunque el estilo de la pintura diga a gritos que es un error y la historia lo confirme: El Greco no pudo pintar el retrato porque no estaba en España en la fecha en que está datado.

Tras marcharse a Sicilia, casada con un noble que le impuso Felipe II, la pintora se casó por segunda vez -el primer marido falleció en 1579- con un rico capitán de barco. Ella tenía 50 años y él 25. Vivieron en Génova y ella, pese a las cataratas que empezaron a nublarle la vista, pintó e hizo dibujos hasta su muerte, a los 93.

La escritora Carmen Boullosa, autora de La virgen y el violín (2008), novela sobre la única pintora con obra expuesta en el Prado, opina que la artista fue silenciada por la historia y los intereses, «devorada por artistas más apetecibles», y se pregunta: «¿Cuál fue la huella de Sofonisba Anguissola en otros artistas? ¿Por qué se la borró?».

Queda mucho espacio para el análisis histórico-artístico y todavía más para la ficción que merece un personaje de tanta potencia. Anguissola pintó, que se sepa, medio centenar de cuadros espléndidos, brilló en un tiempo muy macho y de sus palabras ha pervivido poco. Sólo una frase que quizá baste para entenderla: «La vida está llena de sorpresas; intento capturar estos preciosos momentos con los ojos bien abiertos».

Ánxel Grove

El ‘statement’ de la artista-homeless Lee Godie

Lee Godie

Lee Godie

Ese fingimiento que en el arte y sus bazares llaman corpus, statement, proyecto, about o press kit y que casi siempre se reduce a palabrería, quimera, fabulación, mercadotecnia, es cualquier cosa menos arte: caja registradora, balance contable, asiento de ingresos, tarifa…

Hay consorcios, negociados y oficinas de comunicación que se dedican a diseñar y redactar esas blandas declaraciones.

Hay artistas que pagan, hay clientes que tragan. Hay grants, subvenciones a la creación, becas y otras formas de prostitución de tiros largos, esperando bolsillo.

Cindy Sherman, una de las fotógrafas más respetadas y queridas por la comunidad  mercantil de museos, galerías, ferias, marchantes y coleccionistas, tiene statements que dejan a Deleuze y Guattari a la altura de parvulitos con déficit de comprensión.

Están preparando una retrospectiva sobre su obra en el MoMA y dicen que se trata de una «elocuente y provocativa exploración de la identidad contemporánea«, porque sus «hábiles mascaradas (…) han creado una sorprendente e intrigante variedad de caracteres que resuenan profundamente en nuestra cultura visual».

Si quita usted los cinco adjetivos y el adverbio de modo, todos vacíos (aunque dinámicos, cinéticos, nerdos), sólo queda aire, principio activo de todo buen statement. El aire no pesa, no tiene ideología, no hace daño.

Lee Godie (1908-1994) nunca dijo demasiado. No dijo casi nada si exceptuamos su gran reclamo de venta, que repetía a todo aquel que entrase en el museo del Art Institute de Chicago, en cuyas regias escalinatas pasaba los días: «¿Le gusta el impresionismo? Compre uno de mis cuadros, son mejores que los de Cézanne. Son cinco dólares». Ese era su statement.

Lee Godie

Lee Godie

La existencia de Jamot Emily Godie se descompuso, según dicen, porque una de sus hijas murió de difteria. La madre se había negado a que la cría recibiese ayuda médica porque no creía en la ciencia de los bata blanca.

Con el alma fracturada eligió vivir en la calle los últimos 25 años de su vida. Otros eligen hacerse amigos de todo bicho viviente con cuenta en Facebook o Twitter y sostienen que lo hacen para «dar a conocer» sus fotos, dibujos u ocurrencias no siempre divertidas.

Ambas opciones encubren una inmensa soledad. La primera, la vida en la calle, es más valiente. Es el más caliente de los statements.

Lee Godie pintaba. Sus cuadros, según la mafia del arte (que vive en los mejores barrios de Facebook, DF), son outsider art. Bajo la apariencia de una denominación compasiva pero correcta -arte ajeno, diferente, extraño, desconocido, fuereño-, la categoría incluye a toda forma expresiva que elimine la intermediación. La incluye, claro, para excluirla. La gente como Lee nunca cotiza.

«No hay margen» significa lo mismo que «no existes» en el mundo del arte entendido como cash flow.

Mientras los objetivos no enfocaron a Lee Godie, la ecuación era simple y la vida también: «yo le vendo un cuadro mejor que los de Cézanne y usted me da unos dólares a cambio». Todos contentos.

Pero en esto llegó la mafia, que, como siempre, se sirvió de los escuadrones de zapadores de los media. En cuanto Lee Godie apareció en el primer diario (el titular podemos presentirlo en retrospectiva: «Mejor que Cezánne y a cinco dólares»), la «pintora francesa impresionista y homeless» empezó a cotizar.

Lee Godie también hacía fotos -por eso la traigo hoy a Xpo-. Se metía en el fotomatón de la terminal de los autobuses Greyhound y posaba. Luego manipulaba las imágenes con un bolígrafo. De modo elocuente siempre trazaba un óvalo en torno a sus ojos. No aceptaba la mirada biológica, quería reponer los globos oculares, disfrazarlos. A veces dormía en la cabina del fotomatón, quizá soñando que residía bajo los cielos sin afinar de un cuadro impresionista.

Lee Godie

Lee Godie

La artista homeless se engendraba en las fotos. Era una proto Cindy Sherman, pero sin dinero para el equipo o ayuda del MoMA -cuyo elenco de patrocinadores no difiere demasiado de la posible lista de invitados VIP al cumpleaños de Satanás-. Lee Godie se lo hacía solita en la cabina. No creo que la Sherman llegase a tanto con los mismos medios.

El dilema vino con la fama. Lee Godie se convirtió en una de las atracciones de Chicago. Excursiones de galeristas y gente de la misma calaña acudían a verla, charlar, sentirse padres de la outsider. «Huele mal, ¡pero es tan auténtica. Cada uno se llevaba a casa un cuadro, un buen tema de conversación entre un triple seco y el siguiente.

Lee Godie aceptó la invitación para exponer en un local de tiros largos. Su dueño, Carl Hammer, se convirtió en su marchante. Fijó los precios de venta de cada cuadro en un mínimo de 6.500 dólares. No se vendió ni uno. Sucede con los putrefactos: pagan 10 dólares a una homeless por una pieza outsider, «¿pero 6.500?, ¡vamos hombre!, por esa tarifa me hago con un Basquiat o un Haring».

Con el tiempo la salud de Lee Godie se quebró. En 1991 fue internada en un asilo de caridad con síntomas de Alzheimer. En 1994 murió, a los 85 años.

Lee Godie

Lee Godie

En los Estados Unidos, tierra de plenitud capitalista, no te perdonan ni los céntimos de una deuda: te cobran por cambiarte el pañal, por secarte el sudor, por agarrarte del brazo para que te arrastres hasta la cama .

Alguien debía hacerse cargo de la minuta médica de Lee Godie durante sus tres años en el asilo de caridad capitalista. Los juzgados intervinieron la obra artística para intentar llenar los bolsillos de los acreedores.

La moraleja de la historia, el statement, nos conduce a los terrenos de la casquería: muerde, perro, para eso estás en el mundo.

En una de sus fotos Lee Godie sostiene tres billetes de diez dólares con el mismo donaire que si se tratase de un manojo de acelgas. Los ojos, retocados, miran en sentido contrario. Están inmensamente abiertos.

Eso también es un statement, una «provocativa exploración de la realidad contemporánea» pero anti pija, de verdad.

Ánxel Grove