Entradas etiquetadas como ‘avant-garde’

Hungry, la ‘drag queen’ que transformó a Björk en el gran dios Pan

Hungry es una drag queen distorsionada, torcida, deformada. Cual reinventora de rasgos místicos, su estética navega entre la saga vikinga y el imagen kitsch de un Neo Tokio refundado tras la devastación termo-nuclear.

Una rara avis que terminó trabajando con la musa extraña de Björk, y que está detrás, por tanto, en este conjunto de asombros, del abigarrado maquillaje que aparece en la portada y vídeos del último trabajo de la voz islandesa, cuyo título es Utopía.

Björk quiso convertirse en una diosa Pan moderna y llamó a Hungry, la hambrienta, la drag queen de las perlas, los colores, los efectos oníricos. En el rostro de la cantante insertó unas aplicaciones de silicona en forma de orquídea que había creado para el espectáculo el diseñador James Merry. La cara de duende fue visitada entonces por un arco iris lisérgico, añadiendo una nueva dimensión a sus ojos y boca.

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Archivo en línea de ‘Eros’, la revista que Robert Kennedy quiso prohibir en 1962

Portadas de los cuatro ejemplares de 'Eros'

Portadas de los cuatro ejemplares de ‘Eros’

Buen momento para disfrutar —verbo muy adecuado para el caso: hablamos de sexualidad y placer— de las capacidades de almacenaje de internet de material gráfico e impreso solo disponible, en caso contrario, para quienes tengan a mano una buena hemeroteca pública, circustancia nada frecuente a estas alturas de muerte del papel.

Si hace unos días hablamos del nuevo archivo online de la revista Performance, una deliciosa locura arty del underground británico, hoy toca dar cuenta de la digitalización de Eros, publicación trimestral estadounidense que intentó proponer la revolución sexual y defenderla nada menos que en 1962, cuando el placer era todavía un tabú excepto en las zonas en sombra del delito potencial o en las muy altas y siempre protegidas esferas del poder.

El editor de este ejemplo de elegancia, libertad de prensa y nula pacatería era Ralph Ginzburg (1929-2006) —del que también hablamos en el blog en la entrada La única revista hippie en la que el diseño importaba [sobre la digitalización de Avant Garde, que editó catorce ejemplares entre 1968 y 1971]—, un intelectual de los de antes, de cuerpo y alma, sin miedo a la represión, defensor de sus colaboradores, de amplísima cultura, mayor bondad, nulo retorcimiento y adalid verdadero y sin disfraz para quedar bien en la foto de la libre opinión, un derecho que no otorgan los poderes sino la vida misma.

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Los Residents, el Sendero Luminoso del pop rock, cumplen 40 años

The Residents

The Residents

Si alguien ha puesto en entredicho todos los dogmas, tópicos, trivialidades y demás vulgaridad del rock and roll —un género en demasiadas ocasiones tan complaciente como la ópera o el fútbol profesional—, el mérito corresponde a The Residents, el colectivo anónimo de iconoclastas que, desde 1972, hace cuarenta años, dinamita con métodos libertarios todo aquello que está pidiendo pólvora.

Son de San Francisco, en California, patria de los símbolos, naranja dorada que esconde, en su perfección externa, el gusano de la podredumbre, y no tienen rostro conocido (las teorías sobre su identidad real van de lo risible: los Beatles, a lo razonable: músicos de avant garde con pretensiones de convertirse en el Sendero Luminoso del pop), aunque parecen estar relacionados con el músico-artista Homer Flynn (1945), que ha actuado como portavoz del grupo en algunas entrevistas.

"Commercial Album" (The Residents, 1980)

«Commercial Album» (The Residents, 1980)

Hoy traigo a Top Secret una de las obras maestras de The Residents: Commercial album (1980), reeditado en 2005, cuando cumplió un cuarto de siglo, en una versión especial, con el añadido de los clips grabados para la promoción inicial de la obra, considerados los primeros vídeos musicales de la historia y, como tal, exhibidos permanentemente en el Museo de Arte Moderno de Nuevo York.

Siempre conceptuales, The Residents basaron la obra —presidida en la carpeta por las caras boca abajo de John Travolta y Barbra Streisand— en una verdad innegable: las canciones de pop no contienen, en el mejor de los casos, más de un minuto de música, siendo el resto una simple reiteración de coros, frases-puente y divagaciones en torno a una melodía central.

Añadiendo esa premisa a la también similar duración de los jingles publicitarios (como cada día parece más claro, la verdadera música popular de nuestro tiempo), construyeron un disco con cuarenta canciones de un minuto cada una.


¿Una broma? No, desde luego. Commercial album es algo mucho más serio, lo cual no significa —como a menudo entienden los valedores del rock como ejercicio meramente simiesco— aburrido ni vanidoso. Como poco y sin darle demasiadas vueltas, se trata de una premeditada y merecida banalización sobre la permanente traición del rock a sus ideales rebeldes.

En lo musical, el disco deambula por los caminos secundarios que The Residents conocen tan bien: las corales extravagantes, la repetición intoxicada, la música grotesca, el ruido de escucha fácil y la electrónica de kit.

The Residents

The Residents

Para reducir a un ejemplo pertinente por donde van las letras, valga esta estrofa de la canción de amor —pronunciése con sarcasmo— Love is:

El amor es soledad dividida por otro amor es sólo vivir para la soledad dividida por otra y saber que la vida es soledad.

Sin signos ortográficos, sin límites: así son The Residents, tan ineludibles como Captain Beefheart, Frank Sinatra, György Ligeti, los Rolling Stones, Buenaventura Durruti y Groucho Marx.

Pueden ser indigestos, pero nunca mueven a la indiferencia.

Inserto abajo dos vídeos. El primero, Swastikas On Parade, es una pieza del disco The Third Reich Rock and Roll (1976), una sátira-pastiche de algunas canciones que parecen haberse convertido en griales intocables para el fundamentalismo nostálgico-roquista (Hey Jude, de los Beatles; Simpathy for the Devil, de los Rolling Stones; Light My Fire, de los Doors…). El segundo es la actuación de los Residents en un plató de TVE, en junio de 1983 (un tiempo que desde el presente parece el futuro), en el programa La edad de oro, tan pomposo en intenciones como gozoso en contenido musical.

Ánxel Grove


El suceso musical del año: editan las cintas perdidas de Can

"The Lost Tapes" (Can)

"The Lost Tapes" (Can)

Entre 1968 y 1977 en la burguesa ciudad alemana de Weilerswist, veinte kilómetros al sur de Colonia y a tiro de piedra de la frontera con Holanda, la pausada vida luterana centroeuropea era quebrada por las vibraciones dionisíacas generadas por un grupo de  comedores de hongos psicoactivos y sustancias químicas de similares efectos aperturistas.

Los músicos de Can se encerraban en su estudio campestre y volaban. Dos de los fundadores del grupo, el teclista Irmin Schimdt y el bajista Holger Czukay, eran desertores de la música clásica, capaces de interpretar a Brahms y de reconocer que Brahms era, sobre todo, profundamente aburrido.

Del compositor Karlheinz Stockhausen, a cuyas clases académicas habían asistido ambos, aprendieron a gozar de la electrónica, el serialismo, la música espacial y el punctualismo. De la Velvet Underground admiraban la capacidad de corromper el pop con ruido controlado y feedback. De Sly Stone y James Brown tomaron la consideración del síncope como componente primario. De la música africana, la posilibilidad de alcanzar la embriaguez mística con la sola ayuda del ritmo encadenado.

Can

Can

En 1968 montaron una primera unidad de vanguardia. Se llamaban, de manera muy apropiada, Inner Space. El nombre era demasiado textual, se lo pusieron al estudio de grabación y sustituyeron el del grupo por unas siglas no menos reveladoras: CAN, de comunismo, anarquismo y nihilismo.

No era una declaración ideológica sino musical. Can practicaba la «composición instantánea» de canciones que nacían al tiempo en que eran interpretadas y mientras los músicos se comunicaban entre sí por lo que llamaban «telepatía del ritmo». Nada amigos de explicarse, sino de ofrecer descargas epifánicas que trasladaban a  los oyentes a otros confines, Czukay fue quien más se acercó a una declaración de pretensiones: «La ineptitud es la madre de la carencia y la carencia es la abuela de las actuaciones imaginativas». Ya ven, actitud punk a principios de los setenta.

A la comunidad se unieron otras almas en busca de elevación: primero el batería Jaki Liebezeit y el guitarrista Mikel Karoli y más tarde, el cantante, poeta y artista Malcom Mooney y, para sustituir a éste —aquejado de paranoia clínica—, el nómada japonés Damo Suzuki, que improvisaba las letras y siempre se negó con radical vehemencia a transcribirlas en papel.

El grupo grabó discos que asombraban por su libertad. La trilogía consecutiva Monster Movie (1969), Tago Mago (1971) y Ege Bamyasi (1972) los convirtió en el mejor grupo europeo de entonces (Reino Unido incluido) en la construcción de madejas improvisadas donde el funk rítmico se combinaba con el jazz libre, el ambient repetitivo que prefiguraba el trance y la psicodelia. Casi veinte años después comenzaron a ser citados como precursores por Joy Division, Talking Heads, John Lydon, Radiohead, The Fall, Sonic Youth, The Mars Volta, The Jesus and Mary Chain, The Flaming Lips… Incluso Kanye West ha sampleado a Can.

Era conocido que Can registraba casi todo lo que interpretaba en las largas sesiones de grabación de Inner Space, que a veces se prolongaban durante noches enteras. Sin embargo, la venta del estudio y su traslado de ciudad, hizo que las cintas se traspapelaran. Tras un trabajo de búsqueda de dos años, varias bobinas con 30 horas de grabación fueron encontradas en un viejo mueble archivador. El 18 de junio la discográfica Mute anuncia la edición del disco triple The Lost Tapes (Las cintas perdidas). Irmin Schmidt ha participado en la reconstrucción y nueva mezcla del material.

No se trata de una recopilación de descartes o tomas alternativas, sino de música original que no llegó a los discos por razones de espacio. Si juzgamos por lo único que se ha filtrado —los salvajes tres minutos y medio de Millionenspiel del vídeo de abajo—, estamos ante el suceso musical del año.

Ánxel Grove