Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Respeto a las personas, no a las ideas (por muy santas que parezcan)

Mucho ojo con la censura, aunque venga de la ONU. La libertad de expresión permite combatir y defender cualquier idea, creencia o religión, por muy santa o diabólica que nos parezca.

Siempre he pensado que las personas merecen todo el respeto pero no así sus ideas, religiones, supersticiones, teorías o creencias.

Por eso, me ha llamado positivamente la atención el artículo que Soledad Gallego-Díaz publicó ayer en El País. Es clarividente y edificante. Lo corto, lo pego y les recomiendo su lectura.

Difamar las religiones

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ

en El País. 19/04/2009

El relator de Naciones Unidas para seguimiento de la conferencia de Durban sobre racismo, xenofobia y formas conexas de intolerancia, el senegalés Doudou Diène, ha preparado un informe, que se empezará a discutir mañana, día 20, en Ginebra, en el que llama la atención sobre el fenómeno de «difamación de las religiones» y se alarma ante la expansión de una cultura contraria a la religión, que considera una de las principales fuentes de discriminación contra los creyentes y practicantes.

Naciones Unidas puede caer en algo tan indefendible como que las autoridades públicas fomenten las religiones

«La lucha contra la discriminación religiosa requiere un enfoque categórico centrado en la prevención de la difamación de las religiones», afirma. Se comprende que Naciones Unidas quiera acabar con el trato desigual entre creyentes y no creyentes, que exija igualdad de derechos y de obligaciones legales para unos y otros, que pida respeto a la libertad de expresión, de creencias y de culto religioso, pero no que considere su obligación proteger a las religiones de cualquier pérdida de estimación pública. ¿Por qué?

Difamar significa desacreditar a una persona, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena fama. En principio, debería ser aplicable sólo a personas y no a teorías políticas, religiones u otro tipo de creencias, porque ¿qué razón puede haber para que se considere incorrecto o peligroso el intento de desprestigiar ideas o creencias? ¿No se puede desacreditar la superstición, no se debe pelear por la pérdida de estimación pública de determinadas creencias, de toda índole, política, religiosa o económica? La historia contiene magníficos, y muy saludables, ejemplos de ese tipo de luchas y de los innegables beneficios que reportaron al conjunto de la humanidad.

Es un error creer que la libertad de expresión alcanza a la defensa de cualquier creencia y no al derecho a combatirla

Lo importante, lo que debería exigir Naciones Unidas, siempre y en toda circunstancia, es el respeto a la libertad de expresión individual, el derecho a la expresión de las personas que se consideran religiosas, practicantes o creyentes de cualquier religión, de manera que estén en condiciones de defender sus ideas en el mismo plano legal que quienes defienden cualesquiera otras (siempre dentro del respeto a la Declaración Universal de Derechos Humanos, por supuesto). Pero la libertad de expresión, como la libertad de creencias, debería amparar también la «difamación de las religiones», caso de que exista semejante concepto.

El documento de Diène contiene una denuncia expresa del fenómeno creciente de la islamofobia, es decir, de la discriminación, prejuicios y trato desigual de que son víctimas, en Occidente, los musulmanes, tanto a título individual como colectivo. La llamada de atención de Diène está plenamente justificada, porque es evidente que, a raíz del 11-S, se somete a los musulmanes a una sospecha generalizada y que se tiende a percibirlos, en bloque y de manera irracional, como enemigos de los valores de la democracia y los derechos humanos.

Pero una cosa es defender el escrupuloso respeto de los derechos individuales de los musulmanes, su derecho a tener mezquitas y a profesar su fe, y otra, impedir que se critiquen sus creencias o, incluso, que se las pueda someter a burla. Los musulmanes tienen todo el derecho del mundo a criticar al catolicismo o al judaísmo, y desde luego, al islamismo, si les da la gana, al igual que los católicos tienen derecho a desacreditar al Vaticano o a Mahoma. Y los humoristas, de cualquier procedencia o creencia, deberían tener derecho a reírse y a ridiculizar las creencias de unos y otros y combatirlas con la sátira y la burla.

Desde ese punto de vista, es francamente peligroso que el relator de Naciones Unidas defienda que el descrédito de las religiones «ofrece la justificación intelectual y la legitimación que sirve de sustento a toda forma de discriminación», porque es más bien él mismo quien está ofreciendo apoyo y sustento a viejas formas de censura. «La renuencia a aceptar la legitimidad de una ética religiosa en las decisiones y debates fundamentales de una sociedad democrática es una muestra de secularismo dogmático que conlleva no sólo el surgimiento de una cultura antirreligiosa, sino también la intolerancia hacia cualquier práctica, expresión o signo religioso», mantiene Diène. Da la impresión de que el experto de Naciones Unidas considera que existe una única ética religiosa, cuando en realidad existen muchas religiones diferentes, con preceptos éticos distintos (y en algunos casos, intolerables). En su afán por denunciar el peligro de un enfrentamiento entre religiones (que siempre han sido sanguinarios e inmisericordes), Naciones Unidas puede estar cayendo en algo igualmente indefendible: proponer que las autoridades públicas participen en la promoción o fomento de las religiones. Una piedra más en el camino de vuelta. –

FIN

Amén.

Se puede decir más alto, pero no más claro.

Te felicito, Sol.

¡Basura! ¡Más basura! o los límites de la libertad

Cuando leo a Mario Vargas Llosa nunca me voy de vacío. Dedicado a mis tomateras, cuando menos me atacaba el polen, anteayer se me pasó este artículo suyo, tan magistral como discutible, publicado en la página noble de El País. Una colega me lo ha recomendado. Creo que merece reflexión y debate y lamento que ni hoy ni mañana voy a estar disponible para ambos menesteres. Cuando regrese de París (donde se presenta la nueva web www.20minutes.fr) volveré a leerlo y, si me atrevo, a discutirlo.

La civilización del espectáculo

MARIO VARGAS LLOSA en El País 03/06/2007.

En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.

¿A qué viene esta reflexión? A que desde hace cinco días no hallo manera de evitar darme de bruces, en periódico que abro o programa noticioso que oigo o veo, con el cuerpo desnudo de la señora Cecilia Bolocco de Menem. No tengo nada contra los desnudos, y menos contra los que parecen bellos y bien conservados, tal el de la señora Bolocco, pero sí contra la aviesa manera como esas fotografías han sido tomadas y divulgadas por el fotógrafo, a quien, según la prensa de esta mañana, su hazaña periodística le ha reportado ya 300.000 dólares de honorarios, sin contar la desconocida suma que, por lo visto, según la chismografía periodística, la señora Bolocco le pagó para que no divulgara otras imágenes todavía más comprometedoras. ¿Por qué tengo que estar yo enterado de estas vilezas y negociaciones sórdidas? Simplemente, porque para no enterarme de ellas tendría que dejar de leer periódicos y revistas y de ver y oír programas televisivos y radiales, donde no exagero si digo que los pechos y el trasero de la señora de Menem han enanizado todo, desde las degollinas de Irak y el Líbano, hasta la toma de Radio Caracas Televisión por el Gobierno de Hugo Chávez y el triunfo de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas.

Ésas son las consecuencias de aceptar que la primera obligación de los medios es entretener y que la importancia de la información está en relación directamente proporcional a las dosis de espectacularidad que pueda generar. Si ahora parece perfectamente aceptable que un fotógrafo viole la privacidad de cualquier persona conocida para exponerla en cueros o haciendo el amor con un amante ¿cuánto tiempo más hará falta para que la prensa regocije a los aburridos lectores o espectadores ávidos de escándalo mostrándoles violaciones, torturas y asesinatos en trance de ejecutarse? Lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco, es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última.

Protesto, pero es idiota de mi parte, porque sé que se trata de un problema sin solución. La alimaña que tomó aquellas fotos no es una rara avis, sino producto de un estado de cosas que induce al comunicador y al periodista a buscar, por encima de todo, la primicia, la ocurrencia audaz e insólita, que pueda romper más convenciones y escandalizar más que ninguna otra. (Y si no la encuentra, a fabricarla). Y como nada escandaliza ya en sociedades donde casi todo está permitido, hay que ir cada vez más lejos en la temeridad informativa, valiéndose de todo, aplastando cualquier escrúpulo, con tal de producir el scoop que dé que hablar. Dicen que, en su primera entrevista con Jean Cocteau, Sartre le rogó: «¡Escandalíceme, por favor!». Eso es lo que espera hoy día el gran público del periodismo. Y el periodismo, obediente, trata afanosamente de chocarlo y espan-

tarlo, porque ésta es la más codiciada diversión, el estremecimiento excitante de la hora.

No me refiero sólo a la prensa amarilla, a la que no leo. Pero esa prensa, por desgracia, desde hace tiempo contamina con su miasma a la llamada prensa seria, al extremo de que las fronteras entre una y otra resultan cada vez más porosas. Para no perder oyentes y lectores, la prensa seria se ve arrastrada a dar cuenta de los escándalos y chismografías de la prensa amarilla y de este modo contribuye a la degradación de los niveles culturales y éticos de la información. Por otra parte, la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme -no sin razón- que cualquier iniciativa que se tome para frenarlas vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica.

A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades del amarillismo periodístico.

Se me replicará que en los países democráticos existen jueces y tribunales y leyes que amparan los derechos civiles a los que las víctimas de estos desaguisados pueden acudir. Eso es cierto en teoría, sí. En la práctica, es raro que un particular ose enfrentarse a esas publicaciones, algunas de las cuales son muy poderosas y cuentan con grandes recursos, abogados e influencias difíciles de derrotar, y que lo desanime a entablar acciones judiciales lo costosas que éstas resultan en ciertos países, y lo enredadas e interminables que son. Por otra parte, los jueces se sienten a menudo inhibidos de sancionar ese tipo de delitos porque temen crear precedentes que sirvan para recortar las libertades públicas y la libertad informativa. En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y programas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su inteligencia y su razón. Se ha visto esto no sólo en las elecciones de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España, donde han abundado los insultos y las descalificaciones escabrosas.

La civilización del espectáculo tiene sus lados positivos, desde luego. No está mal promover el humor, la diversión, pues sin humor, goce, hedonismo y juego, la vida sería espantosamente aburrida. Pero si ella se reduce cada vez más a ser sólo eso, triunfan la frivolidad, el esnobismo y formas crecientes de idiotez y chabacanería por doquier. En eso estamos, o por lo menos están en ello sectores muy amplios de -vaya paradoja- las sociedades que gracias a la cultura de la libertad han alcanzado los más altos niveles de vida, de educación, de seguridad y de ocio del planeta.

Algo falló, pues, en algún momento. Y valdría la pena reaccionar, antes de que sea demasiado tarde. La civilización del espectáculo en que estamos inmersos acarrea una absoluta confusión de valores. Los iconos o modelos sociales -las figuras ejemplares- lo son, ahora, básicamente, por razones mediáticas, pues la apariencia ha reemplazado a la sustancia en la apreciación pública. No son las ideas, la conducta, las hazañas intelectuales y científicas, sociales o culturales, las que hacen que un individuo descuelle y gane el respeto y la admiración de sus contemporáneos y se convierta en un modelo para los jóvenes, sino las personas más aptas para ocupar las primeras planas de la información, así sea por los goles que mete, los millones que gasta en fiestas faraónicas o los escándalos que protagoniza. La información, en consecuencia, concede cada vez más espacio, tiempo, talento y entusiasmo a ese género de personajes y sucesos. Es verdad que siempre existió, en el pasado, un periodismo excremental, que explotaba la maledicencia y la impudicia en todas sus manifestaciones, pero solía estar al margen, en una semiclandestinidad donde lo mantenían, más que leyes y reglamentos, los valores y la cultura imperantes. Hoy ese periodismo ha ganado derecho de ciudad pues los valores vigentes lo han legitimado. Frivolidad, banalidad, estupidización acelerada del promedio es uno de los inesperados resultados de ser, hoy, más libres que nunca en el pasado.

Esto no es una requisitoria contra la libertad, sino contra una deriva perversa de ella, que puede, si no se le pone coto, suicidarla. Porque no sólo desaparece la libertad cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles.

La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado. Ambas han contribuido extraordinariamente al progreso material y cultural de la humanidad, a la creación del individuo soberano y al reconocimiento de sus derechos, a la coexistencia, a hacer retroceder la pobreza, la ignorancia y la explotación. Al mismo tiempo, la libertad ha permitido que esa reorientación del periodismo hacia la meta primordial de divertir a lectores, oyentes y televidentes, fuera desarrollándose en proporciones cancerosas, atizada por la competencia que los mercados exigen. Si hay un público ávido de ese alimento, los medios se lo dan, y si ese público, educado (o maleducado, más bien) por ese producto periodístico, lo exige cada vez en mayores dosis, divertir será el motor y el combustible de los medios cada día más, al extremo de que en todas las secciones y formas del periodismo aquella predisposición va dejando su impronta, su marca distorsionadora. Hay, desde luego, quienes dicen que más bien ocurre lo opuesto: que la chismografía, el esnobismo, la frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los medios, lo que sin duda también es cierto, pues una cosa y la otra no se excluyen, se complementan.

Cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y culos de los famosos y sus «bellaquerías» gongorinas, sigan siendo nuestro alimento cotidiano.

FIN

¿A quién se le ocurre preguntar como si fuera libre? A German Yanke

La dimisión (¿dimisión?) del director presentador de TeleMadrid, German Yanke, me trae viejos recuerdos. Y es que no aprendemos. A los políticos -sobretodo si están en el poder- no les gusta que le lleven la contraria. Lo siento German. Se de lo que hablo.

A mi me pasó algo parecido con José María Aznar cuando sólo era candidato a presidente del Gobierno, pero el ganó las elecciones y yo gané el juicio contra TVE por despido improcedente. Me dijeron que no le habían gustado algunas preguntas que le hice con la mejor intención.

Parte del dinero de la indemnización que ordenó el juez por mi despido (que mis hijos llamaban la «beca Aznar») sirvió para preparar el proyecto de 20 minutos, el primer diario que no se vende. No hay mal que por bien no venga. Y todo gracias a que al señor Aznar tampoco le gustaban las preguntas incómodas.

German: dedica tus ahorros a inventar algo donde puedas expresarte con más libertad que en TeleMadrid. Vale la pena.

El presentador de Telemadrid German Yanke dimite tras la polémica entrevista con Esperanza Aguirre

20MINUTOS.ES / AGENCIAS. 09.10.2006 Te hubieras enterado antes en Mini20

ENLACES EXTERNOS

Audio de la entrevista en Cadena Ser

German Yanke (Telemadrid) La cadena afirma que la dimisión se debe a «ajustes presupuestarios», pero la salida de Yanke empezó a cuajarse tras la entrevista a Esperanza Aguirre a la que no le gustaron algunas de sus preguntas. Lee parte de la polémica entrevista

La salida de German Yanke de Telemadrid se venía rumoreando desde la última entrevista que le realizó a la presidenta de la Comunidad Esperanza Aguirre.

Finalmente el presentador del informativo nocturno ha presentado su dimisión ante los responsables de la cadena alegando «intromisión por motivos políticos en su trabajo cotidiano», según fuentes cercanas al periodista consultadas por elmundo.es.

Al parecer, algunas de las preguntas no gustaron a Aguirre, que se despidió de Yanke esa noche con un enigmático «hasta muy pronto».

Transcripción de la entrevista

Yanke: «Madrid se le queda pequeño y usted a quien quiere tener enfrente es al presidente del Gobierno».

Aguirre: «No me gusta que uste compre el discurso del partido socialista porque es absolutamente falso».

Yanke: «Compro el que me parece mejor. (…) ¿Cree usted..?»

Aguirre: «Creo que compra usted el discurso de nuestros adversarios». (…)

Yanke: «Ahora voy a intentar comprar el discurso de todos».

Aguirre: «No, no. Compre el del adversario. A mí lo que me gusta es debatir».

Yanke: «Le aseguro que no he comprado nada. En todo caso me lo han regalado».

Aguirre: «Comprar entre comillas. No se pique, señor Yanke». (…)

Yanke: «¿Lo ha pasado bien?».

Aguirre: «Muy bien. Si a mí me encanta que compre el discurso del adversario».

Yanke: «Compro el discurso que en cada ocasión me parece más oportuno».

Aguirre: «Me parece fantástico».

Yanke: «Muchísimas gracias por haber estado aquí y hasta muy pronto».

Aguirre: «A usted. Hasta muy pronto».

La cadena afirma que es por «presupuestos»

Sin embargo, la cadena ha afirmado hoy que la marcha de Germán Yanke de la dirección y presentación del programa de Telemadrid ‘Diario de la Noche’ «se centra en la cuestión de los colaboradores ya que el reajuste presupuestario de este año supone la eliminación de algunos de ellos», según informó un portavoz de Telemadrid a Europa Press.

Está motivada por la necesidad de un pequeño ajuste en la duración del espacio

La dimisión del periodista también está motivada, aunque en menor medida, «por la necesidad de un pequeño ajuste en la duración del espacio», añadieron las fuentes informantes.

Según Telemadrid, este informativo de madrugada será ahora presentado por el subdirector del espacio, Armando Huerta, y seguirá con el mismo formato de entrevistas y noticias.

Sin embargo, la cadena no descarta que cambie algo su estilo al tratarse de «un espacio de autor que ahora será presentado por una persona diferente».

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