En la sociedad digital abundan las colas. Largas filas para todo. Mogollones en calles y carreteras.

Cada cual se exilia de sí, se hace un éxodo para ser otr@ u otri. El hastío de la identidad, esa pelmaza.

En el encierro la identidad o identidades se crecen y se creen dueñas del sujeto que las adopta.

Perderse entre la multitud y sus virus pululantes que flotan sobre las cabezas como halo o aura de santidad forzosa.

Quizá célebres aerosoles son cuentas en el collar de las supercuerdas.

La vacuna abre los bares y propicia el jolgorio y los abrazos cárnicos, carnívoros. Eso esperamos.

Merkel habla con sus ciudadanos por Zoom, o más bien les escucha. La jefa de Estado escucha a sus ciudadanos.

Hacemos cola en pleno frío para sentirnos juntos, cercanos, aunque sea de unos desconocidos, o quizá por eso, porque son desconocidos.

Las colas son las orgías de este tiempo suspendido.

Gracias.

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Impresionante la peli Mark

Sitios que cierran y sitios que abren. Sitios y personas con poder pueden hacer lo que quieran, las leyes no van con ellos/as. Abren, cierran, se quedan a medias. Negocios sin poder tienen que someterse y cerrar. Autónomos sin más.

El poeta dijo soy un hombre sin más. Ahora diría, o dice: soy un autónomo sin más.

El virus va por clases, zonas, etc. Gente con poder va y viene sin restricciones, aviones, jets, autos, convoyes, apisonadoras. Gente con salvoconductos, pases, escolta, dinero se mueve alegremente por el mundo y las provincias no existen a ese nivelazo.

Las provincias existen para los pobres de espíritu y dinero. Bienaventurados y en casa quietos, si la tienen. Este hombre de aquí abajo lleva su casa en una caja de cartón, y se busca refugio en un pasaje semiabandonado, perro semihundido de Goya, en el hueco de la intustria de implantes dentales que ha cerrado de repente.

Las luces navideñas no evocan al Niño Jesús sino a la Constitución, o a otras cosas, según las preferencias de los que manejan los enchufes y los colores de las bombillas.

El tiempo sin tiempo es un limbo provisional que se vuelve definitivo. Si no puedes salir se te hace definitivo, o eterno, que es peor.

Y ahí arriba el helicóptero y sus drones polluelos, vigilando la biopolítica y la biomasa que llena las calles del puente largo sin nada que hacer.

En el mundo digital que desemboca en un repartidor con un bolsón al hombro al gentío le encanta usar sus piernas y ojos y brazos y salir a la prenavidad prohibida, allegados somos, en el bucle del no tiempo, confinados con un solo juguete, dando vueltas en las plazas de la Constitución, que quizá pronto se llamará de otra manera.

Pero es tiempo que no cuenta, vida sin biografía, sin nada que contar excepto que pasó algo extraño, el ajuste de Matrix, y todo se hundió por segunda vez en la misma década.

Excepto lo del hombre que duerme en un cartón todo lo demás es reversible y seguramente significa lo contrario o nada.

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Hay tanto fanatismo político que lo único que se puede pedir es un poco de educación.

El fanatismo, la ideología ciega y la polarización se nos comen.

Siendo prácticos, rebajar la beligerancia un punto (sobre diez) ya sería un éxito notable.

Y nos permitiría respirar.

Si reconocemos que en España se está librando una guerra por el poder podremos encauzar las palabras para rebajar este crescendo de locura fratricida.

Una palabra sería TREGUA.

Quizá sea útil reconocer eso, que estamos en guerra (preguerra, solo faltan las armas), y afrontar esa situación.

España es casi Nagorno Karabaj.

Sería útil pedir y pactar una tregua, aunque fuera mínima, ridícula, lo que sea.

Cuando las luces navideñas se usan para hacer campaña política, y nos parece normal, es que estamos ya en un punto de no retorno.

Por eso sería bueno encontrar un punto mínimo para rebajar el crescendo… que nos lleva al abismo.

Gracias.