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La música oculta en las nalgas de un personaje del Bosco

'El jardín de las delicias', c. 1500 - El bosco

‘El jardín de las delicias’, c. 1500 – El bosco

Por su carácter coral, abstrae al espectador con detalles preciosistas, ensoñadores, demoniacos, grotescos, humorísticos… Es difícil posar los ojos sobre uno de los personajes sin mirar inmediatamente al de al lado. El jardín de las delicias, una de las obras más asombrosas del Bosco, no se termina nunca de contemplar, porque siempre merece otro repaso.

Al panel de la derecha se le conoce como Infierno musical por la importancia que cobran los instrumentos como herramientas de tortura. En un texto destacado por el Museo del Prado (extraido de un catálogo oficial de la pinacoteca madrileña) se interpreta que las víctimas de las arpas, laúdes y zanfoñas son músicos entregados a la música profana y no a Dios. Avaros, glotones, envidiosos y otros pecadores son también castigados en la tabla más demoniaca de este tríptico moralizador y pesimista que el Bosco pintó en torno al año 1500.

Hacia la parte inferior, un gran laúd aplasta a un condenado al que sólo se le ve la mitad del cuerpo. Sobre las nalgas tiene escrita una partitura que otro hombre señala con el dedo índice. A la diabólica criatura rosada parece que también le interesa la pieza musical y alarga su fina lengua blanca a modo de batuta, como dirigiendo a los condenados que se pierden poco a poco en la oscuridad.

Detalle del 'Infierno Musical' de 'El jardín de las delicias' del Bosco

Detalle del ‘Infierno Musical’ de ‘El jardín de las delicias’ del Bosco

A este detalle, hasta ahora mudo, le ha dado voz una estudiante estadounidense de música y artes visuales. Amelia Hamrick, alumna de la Oklahoma Christian University, posaba su mirada sobre las microescenas de El jardín de las delicias cuando decidió transcribir la música de la partitura en «notación moderna» y grabarla al piano. Se tomó libertades, como asumir que la obra estaba en la tonalidad de de do mayor, «como es común en los cantos de esta época». El resultado puede escucharse aquí.

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Cuando la naturaleza se convierte en partitura

La cadencia pausada le otorga una singular tranquilidad al paisaje de la ciudad de Sapporo (Hokkaido) —la cuarta más poblada de Japón— que se contempla desde el Sapporo JR Tower, un rascacielos de 38 pisos y 173 metros de altura.  El instrumento de cuerda pulsada del que brotan las notas es un Tonkori, tradicional del norte del país y cuyo nombre imita el sonido que produce.

Inspirado por las montañas o los edificios silueteados en el horizonte, el japonés Koshi Kawachi (Gifu, 1973) convierte en su proyecto reciente Note Drawing (Dibujo de notas) fotos de paisajes en partituras, repartiendo las notas a lo largo de los desniveles para construir una melodía.

No es la primera expresión artística en la que se juega con el paisaje para obtener una inesperada partitura. En 2009, el artista brasileño Jarbas Agnelli convertía en una melodía la foto de unos pájaros posados en cables de postes telefónicos: cada ave era una nota, el cableado; una perfecta escala pentatónica. Había encontrado la imagen en un periódico y asegura que respetó «el lugar exacto de los pájaros» sin editar la imagen. «Corté la foto y me puse frente al piano. Me di cuenta de que era una melodía dulce y sencilla y decidí añadirle arreglos clásicos», declara en una extensa entrevista.

La artista Kerry Morrison y el compositor Jon Hering también hicieron, en Inglaterra en 2012, música con la ayuda de los pájaros. El método fue mucho menos romántico: Morrison colocó pentagramas vacíos en el suelo de diferentes parques de Liverpool y esperó a que sucediera lo inevitable, que las aves defecaran sobre las láminas.

Bird Sheet Music - Kerry Morrison-Jon Hering

Crearon 20 minutos de música (aquí se puede escuchar un extracto) que, con arreglos clásicos de Hering, fue interpretada en la sucursal de la Tate Gallery en Liverpool. El proyecto fue una manera de destacar la importancia de las deposiciones de los pájaros para repartir semillas y fertilizar la tierra en los parques urbanos. «Es algo que la gente no suele pensar. (…) Suelen verlas como asquerosas y horribles, pero son de una importancia fundamental para la vida en la tierra».

Helena Celdrán

La hermana pobre de la máquina de escribir

La Keaton Music Typewriter

La Keaton Music Typewriter

Se conocen menos de dos docenas de ejemplares en el mundo. Parece un esqueleto feucho, un producto defectuoso, un artilugio al que uno se acerca sin saber muy bien qué hacer. Es la máquina de escribir música, de vida efímera y aspecto extraordinario, la hermana pobre de la máquina de escribir.

El californiano Robert H. Keaton patentó en San Francisco, en el año 1936, la máquina con 14 teclas. Más tarde, en 1953, se mejoró y pasó a tener 33.

La Keaton Music Typewriter imprime las notas sobre una hoja situada bajo el mecanismo y es todo un reto para la mecánica, uno de esos objetos que miramos con un suspiro mientras decimos «esto ya no te lo hacen».

Una parte del teclado está destinada a imprimir el compás y las líneas auxiliares de una partitura. El resto es para notas, silencios, sostenidos y bemoles. En el lateral izquierdo, una especie de palanca se mueve a lo largo de un arco de metal con muescas para cambiar las escalas. Desplaza el punto de impresión de manera milimetral.

Anuncio de los años cincuenta: "Tú también puedes 'Keaton-teclear' tu música así"

Anuncio de los años cincuenta: "Tú también puedes 'Keaton-teclear' tu música así"

Para rematar su aspecto marciano, tiene tres barras espaciadoras que no espacian automáticamente tras imprimir cada caracter, porque el usuario tiene que decidir según quiera teclear notas o acordes

En su presentación al mundo la acogida fue tímida y el mercado resultó ser limitado. Su precio en los años cincuenta era de 225 dólares, una fortuna.

Fue útil para que editores, educadores y músicos pudieran crear muchas copias del mismo documento y se libraran de la tediosa tarea de elaborar litografías para cada partitura.

Sin embargo, la pobre máquina de escribir música no tuvo éxito entre los compositores. La consideraban demasiado lenta y preferían escribir la música a mano, con el arranque de la inspiración plagada de correcciones caóticas.

Helena Celdrán