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‘Metropolis II’, ¿una escultura cinética o un Scalextric salido de madre?

Su construcción llevó cuatro años, un coleccionista la adquirió por una cantidad exagerada -y desconocida, pero de siete cifras- y ese mismo comprador misterioso la ha cedido al Lacma de Los Ángeles, donde la obra pasará una década.

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

El artista Chris Burden es el autor de Metropolis II, clasificada por el Museo del Condado de Los Ángeles como «una intensa y compleja escultura cinética», pero con más pinta de ser un híbrido entre los escenarios de la famosa película de Fritz Lang y un Scalextric salido de madre.

La estructura de seis metros de ancho y más de nueve de largo, tiene 18 carreteras que soportan la violencia de 1.100 coches que circulan a 23,3 millas por hora (unos 37 kilómetros), el equivalente según la escala a ir a 370 km/h por una ciudad como Los Ángeles.

La única motorización de los coches es la cinta transportadora que los impulsa en lo alto del circuito. Los vehículos corren libres de un modo apocalíptico, se amontonan en los carriles y sólo paran cuando el morro choca con la parte trasera del vehículo que tienen delante.

Una de las bifurcaciones de 'Metropolis II'

'Metropolis II'

Burden juega además con la baza del sonido, «que hipnotiza y provoca ansiedad al mismo tiempo» para recrear el ritmo vital de los habitantes de una gran ciudad, sometidos al estrés de la eterna banda sonora obligada de coches sobre el asfalto.

A veces hay accidentes, los vehículos se apilan y se salen de la trayectoria afectando a las vías de los trenes, con lo que siempre tiene que haber un operario cerca para que la ciudad no se vaya al tacho. Ese no es el único problema: se prevé que la instalación, aunque sólo funcionará los fines de semana, presente con el paso de los años problemas con el desgaste de las estructuras y los coches. Metropolis II se perfila como una pesadilla para cualquier museo.

Helena Celdrán

Monstruos trajeados del siglo XIX

'Uncle Six Eyes' - Travis Louie

'Uncle Six Eyes' - Travis Louie

«Gordon Seis Ojos vivió en el sótano de sus padres hasta que sus seis ojos se pusieron muy de moda y su furia en el mundo exterior disminuyó hasta la indiferencia más extrema. Cuando ya era seguro para él emerger del sótano y experimentar el mundo exterior, sus hermanos y hermanas ya habían crecido y estaban casados. Tenía ya muchos sobrinos, que amaban a su tío Seis Ojos. Les maravillaba su habilidad para mover los seis ojos a la vez y en distintas direcciones. Deseaban tener seis ojos… en lugar del aburrido ojo que cada uno tenía en la cabeza, brillante y calva… como la de sus padres».

El neoyorquino Travis Louie produce criaturas inspiradas en retratos victorianos y eduardianos, al estilo de las fotografías del siglo XIX, amarronadas y solemnes.

Dibuja a lápiz y termina sus obras con pinturas acrílicas. Además de la influencia historicista, el ilustrador se nutre de las películas mudas, de los personajes del cine expresionista de Murnau y Fritz Lang, del cine negro, de las curiosidades  médicas, de los números de magia de vodevil, del circo…

'Oscar And The Truth Toad' - Travis Louie

'Oscar And The Truth Toad' - T. Louie

Los modelos de sus postalillas van trajeados o llevan elegantes vestidos, adoptan la pose rígida de los retratos de antaño y poseen un gesto entre cándido y serio que les otorga dignidad. Por la profesionalidad con que Louie aborda a cada personaje, incluso podrían haber existido.

La sorpresa está en el rostro y en las extremidades que asoman de esos atuendos: un festival de caras deformes, antenas alienígenas, rasgos monstruosos y elementos animales marcan las creaciones del ilustrador, que además construye una historia para los personajes que hace reflexionar sobre la vida que llevaron, su modo de ser o los sucesos que los llevaron a tener semejante apariencia.

El tío Seis Ojos es sólo uno de esos microcuentos. También está la historia de Eva la vampiresa, Richard el ogro bajito (que terminó haciéndose banquero), Oscar -de Devonshire- que se encontró un día con que un sapo gigante se había colado en su casa y le hablaba en un extraño idioma… Lo bautizó como Ted y el anfibio decidió subirse a la cabeza de su nuevo amo.

En la página web de Travis Louie hay narraciones que dejan un regusto de curiosidad infantil que solo se satisface leyendo la siguiente. Pero eso no ensombrece a los dibujos, que hablan por sí solos y se pueden permitir el lujo de prescindir de las palabras.

Helena Celdrán

La nueva vida robótica de una máquina de escribir

'Nude IV (Delilah)' - Jeremy Mayer

'Nude IV (Delilah)' - Jeremy Mayer

La máquina de escribir de su madre era para Jeremy Mayer un enjambre de mecanismos que tenían que ser desenredados. «Desde pequeño quise desmontar esa Underwood, vivir dentro de ella. La miraba y me imaginaba en el interior, como si fuera una ciudad, como en Metrópolis de Fritz Lang».

El pulsar agresivo, las teclas duras, el sonido tamizado de la barra separadora, el cling del timbre marginal que avisa de que la línea ha terminado… Los ruidos sordos que producen las piezas metálicas son una música en peligro de extinción.

En el estudio de Mayer, artista californiano residente en Oakland, se amontonan modelos desfasados de estas víctimas del ordenador. Sobre una superficie iluminada por un austero fluorescente descansan las piezas, que esperan desparramadas a que él las clasifique en pequeñas cajas color gris industrial.

'Penguin I' - Jeremy Mayer

'Penguin I' - Jeremy Mayer

El único fin de esta mesa de operaciones es esculpir seres humanos y animales con las tripas de las máquinas de escribir: una mujer, un cervartillo, un pulpo… Un trabajo que lleva siendo la pasión de Mayer (ya cercano a los 40 años) desde que tenía poco más de 20.

Como todo buen artesano, tiene estrictas reglas que hacen de su trabajo una tarea tan ardua como valiosa: no utiliza piezas que no pertenezcan a máquinas de escribir y no suelda ni pega los componentes. Tan solo se vale del ensamblaje para que  permanezcan unidos.

Admirador de los profetas que imaginan posibles futuros, Mayer tiene claras sus inspiraciones. La ciencia ficción, el diseño industrial, la anatomía, la arquitectura y la escultura figurativa clásica le han ayudado a configurar su estilo.

Puede pasar hasta un año y medio con cada creación. La última es el pinguino de la imagen, un criatura complicada, de cuello de muelle y varillas tipográficas a modo de costillas.

Aunque el afan del artista no es crear autómatas, parece que muchas de sus obras pudiera ponerse a caminar. Como tentado por esa fantasía, Mayer confiesa que en todas las creaciones hay un secreto: «Añado siempre algo ligeramente cinético, como una campana que suena u ojos que se mueven, pero no se lo digo a nadie más que al dueño definitivo de la obra».

Helena Celdrán